Homero, Odisea XXIV, 1-14 (Traducción de Luis Segalá y Estalella).
Asfódelos
El cilenio Hermes llamaba las almas de los
pretendientes,
teniendo en su mano la hermosa áurea vara con la cual
adormece los ojos de cuantos quiere o despierta a los que
duermen. Empleábala entonces para mover y guiar las almas y
éstas le seguían, profiriendo estridentes gritos. Como
los murciélagos revolotean chillando en lo más hondo de una
vasta gruta si alguno de ellos se separa del racimo colgado
de la peña, pues se traban los unos con los otros: de la
misma suerte las almas andaban chillando, y el benéfico
Hermes, que las precedía, llevábalas por lóbregos senderos.
Wilhelm Schubert von Ehrenberg, Ulises en el Palacio de
Circe
Ca. 1676, Museo de P. Paul Getty, Los Ángeles
1.
Instrucciones de Circe
Homero, Odisea X,
504-537 (Traducción de Luis Segalá y
Estalella).
—¡Laertíada,
del linaje de Zeus! ¡Odiseo, fecundo en ardides! No
te dé cuidado el deseo de tener quien te guíe el
negro bajel: iza el mástil, descoge las blancas
velas y quédate sentado, que el soplo del Bóreas
conducirá la nave. Y cuando hayas atravesado el
Océano y llegues adonde hay una playa estrecha y
bosques consagrados a Perséfone y elevados álamos y
estériles sauces, detén la nave en el Océano, de
profundos remolinos, y encamínate a la tenebrosa
morada de Hades. Allí el Piriflegetón y el Cocito,
que es un arroyo del agua de la Estix, llevan sus
aguas al Aqueronte; y hay una roca en el lugar donde
confluyen aquellos sonoros ríos.
Acercándote, pues, a
este paraje, como te lo mando, oh héroe,
abre un hoyo que tenga un codo por cada
lado; haz en torno suyo una libación a todos
los muertos, primeramente con aguamiel,
luego con dulce vino y a la tercera vez con
agua, y polvoréalo de blanca harina. Eleva
después muchas súplicas a las inanes cabezas
de los muertos y vota que en llegando a
Itaca, les sacrificarás en el palacio una
vaca no paridera, la mejor que haya, y
llenarás la pira de cosa excelente, en su
obsequio; y también que a Tiresias le
inmolarás aparte un carnero completamente
negro que descuelle entre vuestros rebaños.
Así que hayas invocado con tus
preces al ínclito pueblo de los difuntos,
sacrifica un carnero y una oveja negra, volviendo
el rostro al Erebo, y apártate un poco hacia la
corriente del río: allí acudirán muchas almas de
los que murieron. Exhorta en seguida a los
compañeros y mándales que desuellen las reses,
tomándolas del suelo donde yacerán degolladas por
el cruel bronce, y las quemen prestamente,
haciendo votos al poderoso Hades y a la veneranda
Persefonea; y tú desenvaina la espada que llevas
cabe al muslo, siéntate y no permitas que las
inanes cabezas de los muertos se acerquen a la
sangre hasta que hayas interrogado a Tiresias.
Homero, Odisea XI, 13-78 (Traducción de Luis Segalá y Estalella).
La primera que vino fue el alma de
nuestro compañero Elpénor el cual aún no había
recibido sepultura en la tierra inmensa; pues
dejamos su cuerpo en la mansión de Circe sin
enterrarlo ni llorarlo porque nos apremiaban otros
trabajos. Al verso lloré, le compadecí en mi
corazón y, hablándose, le dije estas aladas
palabras:
—¡Oh, Elpénor! ¿Cómo
viniste a estas tinieblas caliginosas? Tú has
llegado a pie, antes que yo en la negra nave.
Así le hablé; y él, dando un suspiro, me respondió
con estas palabras:
—¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo,
fecundo en ardides! Dañáronme la mala voluntad de
algún dios y el exceso de vino. Habiéndome acostado
en la mansión de Circe, no pensé en volver atrás, a
fin de bajar por la larga escalera, y caí desde el
techo; se me rompieron las vértebras del cuello, y
mi alma descendió a la mansión de Hades. Ahora te
suplico en nombre de los que se quedaron en tu casa
y no están presentes -de tu esposa, de tu padre, que
te crió cuando eras niño, y de Telémaco el único vástago que dejaste en el
palacio-: sé que, partiendo de acá de la morada de
Hades, detendrás la bien construida nave en la isla
Eea: pues yo te ruego, oh rey, que al llegar te
acuerdes de mí. No te vayas, dejando mi cuerpo sin
llorarle ni enterrarle a fin de que no excite contra
ti la cólera de los dioses; por el contrario, quema mi
cadáver con las armas de que me servía y erígeme un
túmulo en la ribera del espumoso mar para que de este
hombre desgraciado tengan noticia los venideros. Hazlo
así y clava en el túmulo aquel remo con que, estando
vivo, bogaba yo con mis compañeros.
Homero, Odisea XI, 204-224 (Traducción de Luis Segalá y Estalella).
Así se expresó. Quise
entonces efectuar el designio, que tenía
formado en mi espíritu, de abrazar el alma
de mi difunta madre. Tres veces me acerqué
a ella, pues el ánimo incitábame a
abrazarla; tres veces se me fue volando de
entre las manos como sombra o sueño.
Entonces sentí en mi corazón un agudo
dolor que iba en aumento, y dije a mi
madre estas aladas palabras:
—¡Madre
mía!
¡Por qué huyes cuando a ti me acerco,
ansioso de asirte, a fin de que en la misma
morada de Hades nos echemos en brazos el uno
del otro y nos saciemos de triste llanto?
Por ventura envióme esta vana imagen la
ilustre Persefonea, para que se acrecienten
mis lamentos y suspiros?
Así le dije; y al momento me
contestó mi veneranda madre:
—¡Ay de mi hijo mío, el más
desgraciado de todos los hombres! No te
engaña Persefonea, hija de Zeus, sino que
esta es la condición de los mortales cuando
fallecen: los nervios ya no mantienen unidos
la carne y los huesos, pues los consume la
viva fuerza de las ardientes llamas tan
pronto como la vida desampara la blanca
osamenta; y el alma se va volando, como un
sueño. Mas, procura volver lo antes posible
a la luz y llévate sabidas todas estas cosas
para que luego las refieras a tu consorte.
Mientras
nosotros
estábamos afligidos, diciéndonos tan tristes razones y
derramando copiosas lágrimas, vinieron las almas de
Aquileo Pelida, de Patroclo, del intachable Antíloco y
de Ayante, que fue el más excelente de todos los
dánaos en cuerpo y hermosura, después del eximio
Pelión. Reconocióme el alma del Eácida, el de los pies
ligeros, y lamentándose me dijo
estas aladas palabras:
—¡Laertíada,
del
linaje de Zeus! ¡Odiseo fecundo en virtudes!
¡Desdichado! ¿Qué otra empresa mayor que las pasadas
revuelves en tu pecho? ¿ Cómo te atreves a bajar a la
mansión de Hades, donde residen los muertos, que están
privados de sentido y son imágenes de los hombres que
ya fallecieron?
Así
se
expresó; y le respondí diciendo:
—¡Oh Aquileo, hijo de Peleo, el más valiente de los
aquivos! Vine por el oráculo de Tiresias,
a ver si me daba algún consejo para llegar a la
escabrosa Itaca; que aún no me acerqué a la Acaya, ni
entré en mi tierra, sino que padezco infortunios
continuamente. Pero tú, oh Aquileo, eres el más
dichoso de todos los hombres que nacieron y han de
nacer, puesto que antes, cuando vivías, los argivos te
honrábamos como a una deidad, y ahora, estando aquí,
imperas poderosamente sobre los difuntos. Por lo cual,
oh Aquileo, no has de entristecerte porque estés
muerto.
Así le dije, y me contestó en seguida:
—No intentes consolarme de la muerte, esclarecido
Odiseo: preferiría ser labrador y servir a otro, o un
hombre indigente que tuviera poco caudal para
mantenerse, a reinar sobre todos los muertos. Mas, ea,
háblame de mi ilustre hijo: dime si fue a la guerra
para ser el primero en las batallas, o se quedó en
casa. Cuéntame también si oíste algo del eximio Peleo
y si conserva la dignidad real entre los numerosos
mirmidones, o le menosprecian en la Hélade y en Ptía
porque la senectud debilitó sus pies y sus manos. ¡Así
pudiera valerle, a los rayos del sol, siendo yo cual
era en la vasta Troya, cuando mataba guerreros muy
fuertes, combatiendo por los argivo. Si; siendo tal,
volviese, aunque por breve tiempo, a la casa de mi
padre, daríales terrible prueba de mi valor y de mis
invictas manos a cuantos le hagan violencia o intenten
quitarle la dignidad regia.
Odiseo
en el Hades por J. Flaxman, 1792. Royal Academy
of Arts, Londres
Homero,
Odisea 11, 504-40
(Traducción
de Emilio Crespo)
De tal modo él habló y, a mi vez,
contestándole dije. "Nada cierto he venido a saber
del perfecto Peleo. De tu hijo, Neoptólemo, en
cambio, podré relatarte la verdad entera cual tú lo
has pedido: yo mismo en la cóncava nave de buen
equilibrio lo traje desde Esciros al real de los
dánaos de espléndidas grebas. Cuando en torno a los
muros de Troya teníamos consejo, era siempre el
primero en hablar con palabras certeras; sólo el
ínclito Néstor y yo superarle solíamos, pero, al ir
a luchar con las lanzas corriendo los campos de
Ilión, no aguantaba jamás el marchar con la hueste,
mas corría por delante bien lejos sin par en su
furia. Muchos hombres mató en la terrible contienda.
Imposible recordarlos yo todos ni darte con nombres
aquella multitud que sin vida dejó socorriendo a los
dánaos. Bastará con contar del Teléfida Eurípilo, el
héroe que rindió con el bronce; a su lado en montón
sus amigos, los ceteos, eran muertos por mor de
femíneos regalos; más hermoso varón nunca ví salvo
Memnon divino. Al entrar
al caballo, artificio y trabajo de Epeo, los
magnates argivos, corrió por mi cuenta el cuidado de
regir la emboscada cerrando y abriendo las puertas;
allá dentro los otros caudillos y príncipes dánaos
enjugaban su llanto; el temblor agitaba sus
miembros; en él solo jamás con mis ojos noté que
mudase de color la hermosísima piel ni el vi que en
el rostro se enjugara una lágrima; instábame en
ruegos constantes a salir del caballo, empuñando en
sus manos la espada y la lanza broncínea con ansia
del mal de los teucros.
Arrasado por fin el alcázar
excelso de Príamo, con su parte de presa y honor
embarcó en su navío sin sufrir ningún daño: no
herido por lanza de bronce ni alcanzado tampoco de
cerca, cual suele en la guerra ocurrir tantas veces,
que es ciega la furia de Ares."
Tal le dije y el alma del
rápido Eácida fuese por el prado de asfódelos dando
sus pasos gigantes, satisfecho de oír el honor que
alcanzaba su hijo.
Allí vi a Minos,
ilustre vástago de Zeus, sentado y empuñando
áureo cetro, pues administraba justicia a los
difuntos. Estos, unos sentados y otros en pie a
su alrededor, exponían sus causas al soberano en
la morada de Hades.
Vi
después al gigantesco Orión, el cual perseguía por la
pradera de asfódelos las fieras que antes había herido
de muerte en las solitarias montañas, manejando
irrompible clava toda de bronce.
2.4.
Ticio, Tántalo, Sísifo
Ticio por Tiziano, Museo del
Prado, ca. 1565
Homero, Odisea XI, 576-600
(Traducción de Luis Segalá y Estalella)
Vi también a Titio, el hijo
de la augusta Gea, echado en el suelo, donde ocupaba
nueve yugadas. Dos buitres, uno de cada lado, le
roían el hígado, penetrando con el pico en sus
entrañas, sin que pudiera rechazarlos con las manos;
porque intentó hacer fuerza a Leto, la gloriosa
consorte de Zeus, que se encaminaba a Pito por entre
la amena Panopeo.
Vi
asimismo a Tántalo, el cual padecía crueles
tormentos, de pie en un algo cuya agua le llegaba a
la barba. Tenía sed y no conseguí tomar el agua y
beber: cuantas veces se bajaba el anciano con la
intención de beber, otras tantas desaparecía el agua
absorbida por la tierra, la cual se mostraba
negruzca en torno a sus pies y un dios la secaba.
Encima de él colgaban las frutas de altos árboles
-perales, manzanos de espléndidas pomas, higueras y
verdes olivos-; y cuando el viejo levantaba los
brazos para cogerlas, el viento se las llevaba a las
sombrías nubes.
Vi de igual
modo a Sísifo, el cual padecía duros trabajos
empujando con entrambas manos una enorme piedra.
Forcejeaba con los pies y las manos e iba
conduciendo la piedra hacia la cumbre de un monte;
pero cuando ya le faltaba poco para doblarla, una
fuerza poderosa derrocaba la insolente piedra, que
caía rodando a la llanura. Tornaba entonces a
empujarla, haciendo fuerza, y el sudor le corría de
los miembros y el polvo se levantaba sobre su
cabeza.
Sísifo,
vasija ática de figuras negras, ca. 510 a.C.
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2.5. Heracles
Vi
después, al fornido Heracles
o, por mejor decir, su imagen, pues él está con los
inmortales dioses, se deleita en sus banquetes, y
tiene por esposa a Hebe, la de los pies hermosos,
hija de Zeus y de Hera, la de áureas sandalias. En
torno suyo dejábase oír la gritería de los muertos
-cual si fueran aves-, que huían espantados a todas
partes; y Heracles, semejante a tenebrosa noche,
traía desnudo el arcon con la flecha sobre la
cuerda, y volvía los ojos atrozmente como si fuese a
disparar. Llevaba alrededor del pecho un tahalí de
oro, de horrenda vista, en el cual se habían labrado
obras admirables: osos, agrestes jabalíes, leones de
relucientes ojos, luchas, combates, matanzas y
homicidios. Ni el mismo que con su arte construyó
aquel tahalí hubiera podido hacer otro igual.
Hércules
disparando. Luca Cambiaso, 1544-50. Museo del
Prado
II. Los Campos Elíseos en
Homero. Las Islas de los Bienaventurados en
Hesíodo y Píndaro
Homero, Odisea
4, 561 ss. (Traducción
de Luis Segalá y Estalella)
(Habla Proteo) Por lo que a ti se
refiere, oh Menelao, alumno de Zeus, el hado no
ordena que acabes la vida y cumplas tu destino en
Argos, país fértil de corceles, sino que los
inmortales te enviarán a los campos Elíseos, al
extremo de la tierra, donde se halla el rubio
Radamantis -allí los hombres viven dichosamente,
allí jamás hay nieve, ni invierno largo, ni
lluvia, sino que el Océano manda siempre las
brisas del Céfiro, de sonoro soplo, para dar a los
hombres más frescura-, porque siendo Helena tu
mujer, eres para los dioses el yerno de Zeus.
Hesíodo, Trabajos y Días 166 ss. (Trad. A. Pérez
Jiménez)
[Allí, por
tanto, la muerte se apoderó de unos.] A
los otros, el padre Zeus Crónida determinó
concederles vida y residencia lejos de los hombres,
hacia los confines de la tierra. Éstos viven con un
corazón exento de dolores en las Islas de los
Afortunados, junto al Océano de profundas
corrientes, héroes felices a los que el campo fértil
les produce frutos que germinan tres veces al año,
dulces como la miel.
La Edad de Oro según Ingress
Píndaro, Olímpica II 68 ss. (Trad. E. Suárez de la
Torre, Madrid, Cátedra, 2000)
Todas
nosotras en un
prado
encantador
(Leucipe,
Feno, Electra,
Yante, Mélite,
Yaque, Rodia,
Calírroe,
Melóbosis,
Tique, así
como Ocírroe,
de suave tez
de flor,
Criseida,
Yanira,
Acaste,
Admete,
Ródope, Pluto
y la graciosa
Calipso,
Éstige, Urania
y la amable
Galaxaura,
Palas, la que
suscita el
combate y
Ártemis,
diseminadora
de dardos),
jugábamos y
cogíamos en un
ramo con
nuestras manos
encantadoras
flores: el
suave azafrán,
los gladiolos
y el jacinto,
cálices de
rosa, lirios,
maravilla de
ver, y el
narciso que la
ancha tierra
hacía brotar
como el
azafrán. Yo
estaba
cogiéndolas
con alegría,
pero la tierra
se abrió desde
lo más
profundo y por
allí se lanzó
fuera el
poderoso que a
muchos acoge.
Partió
llevándome con
él bajo tierra
en su áureo
carro, muy mal
de mi grado y
yo lancé
agudos gritos
con mi voz.
Esto que te
digo, muy
afligida, es
toda la
verdad.
Así entonces,
el día entero,
con unánime
anhelo,
confortaban de
múltiples
formas su
corazón y su
ánimo,
demostrándose
mutuo cariño.
Su ánimo se
liberaba de
dolores, y
recibían una
de otra
alegrías y a
la vez se las
daban. Cerca
de ellas llegó
Hécate de
brillante
diadema y dio
muchos pruebas
de cariño a la
hija del sacra
Deméter. Desde
entonces la
soberana la
precede y la
sigue.
Lámina de Hiponio (traducción propia)
“Bajo
la
protección de Mnemósine está esta
tumba, cuando esté a punto de
morir... (para el que vaya) a las
bien ajustadas mansiones de Hades,
hay a la derecha una fuente y junto
a ella se yergue un blanco ciprés.
Allí, cuando bajan, se refrescan las
almas de los muertos. A esta fuente,
ni siquiera un poco te acerques. Más
adelante encontrarás de Mnemósine el
agua fresca que de su laguna fluye;
unos guardianes hay encima, éstos te
preguntarán con sus penetrantes
ánimos qué andas escudriñando las
tinieblas del caliginoso Hades. Dí:
“hijo de la Tierra soy y del Cielo
estrellado, estoy seco de sed y me
muero, pero dadme pronto de beber el
agua fresca de la laguna de la
propia Mnemósine”. Y en verdad se lo
dirán al rey subterráneo. Y en
verdad te darán de beber de la
laguna de Mnemósine. Y en efecto, tú
tras beber, irás por un camino
sagrado, precisamente por el que
otros iniciados y bacos, vía
sagrada, avanzan gloriosos”.
Lámina de Turios 3 (traducción propia)
“Vengo de
entre los puros pura, reina de
los seres subterráneos, Eucles
y Eubuleo y dioses, cuantos
son los demás espíritus. Pues
yo también me vanaglorio de
ser de vuestro dichoso linaje,
he expiado la culpa por obras
impías. Ya me domeñara la
moira, ya por el que arroja
los rayos de los truenos. Pero
ahora suplicante llego ante la
veneranda Perséfone, para que
benévola me envíe a las
moradas de los
bienaventurados”.
Lámina de Turios 4 (traducción propia)
“Pero cuando el
alma abandona la luz del sol,
derecho... debes de ir tras
haber guardado bien todo.
Bienvenido, has sufrido una
experiencia cual antes en modo
alguno habías experimentado. Te
has convertido en dios, cabrito
en la leche has caído.
Bienvenido, mientras recorres
(el camino) derecho, las
praderas sagradas y los bosques
de Perséfone”.
Platón, Apología
40 e - 41 c (traducción de J. Calonge,
Madrid, Gredos, 2000)
Si,
en efecto, la muerte es algo así, digo
que es una ganancia, pues la totalidad del tiempo
no resulta ser más que una sola noche. Si, por otra parte, la muerte es
como emigrar de aquí a otro lugar y es verdad,
como se dice, que allí están todos los que han
muerto, ¿qué bien habría mayor que éste, jueces? Pues si, llegado uno al Hades,
libre ya de éstos que dicen que son jueces, va a
encontrar a los verdaderos jueces, los que se dice
que hacen justicia allí: Minos, Radamanto, Éaco y
Triptólemo y a cuantos semidioses fueron justos en
sus vidas, ¿sería acaso malo el viaje? Además,
¿cuánto daría alguno de vosotros por estar junto a
Orfeo, Museo, Hesíodo y Homero? Yo estoy dispuesto
a morir muchas veces, si esto es verdad y sería un
entretenimiento maravilloso, sobre todo para mí,
cuando me encuentre allí con Palamedes, con
Ayante, el hijo de Telamón, y con algún otro de
los antiguos que haya muerto a causa de un juicio
injusto, comparar mis sufrimientos con los de
ellos; esto no sería desagradable, según creo. Y
lo más importante, pasar el tiempo examinando e
investigando a los de allí, como ahora a los de
aquí, para ver quién de ellos es sabio, y quién
cree serlo y no lo es. ¿Cuánto se daría, jueces,
por examinar al que llevó a Troya aquel gran
ejército, o bien a Odiseo o a Sísifo o a otros
infinitos hombres y mujeres que se podrían citar?
Dialogar allí con ellos, estar en su compañía y
examinarlos sería el colmo de la felicidad. En
todo caso, los de allí no condenan a muerte por
esto. Por otras maneras son los de allí más
felices que los de aquí, especialmente, porque ya
el resto del tiempo son inmortales, si es verdad
lo que se
dice.
Radamantis, Minos y Éaco, crátera
apulia, s. IV a.C.
Platón, Gorgias 523 a - 524a (traducción de J. Calonge, Madrid, Gredos, 2000)
Difuntos, Caronte, Los tres jueces, Cerbero
VI.
Otras figuras del Ultramundo griego
1. Cerbero
Atenea, Heracles, Cerbero
(Habla
Atenea) No recuerdo cuántas veces salvé a su hijo abrumado
por los trabajos que Euristeo le impusiera. Heracles
clamaba al cielo, llorando, y Zeus me enviaba a
socorrerle. Si mi sabia mente hubiese presentido lo de
ahora, no hubiera escapado el hijo de Zeus de las hondas
corrientes de la Estix, cuando aquél le mandó que fuera al
Hades, de sólidas puertas, y sacara del Erebo el horrendo
can de Hades. Al presente, Zeus me aborrece y cumple los
deseos de Tetis, que besó sus rodillas y le tocó la barba,
suplicándole que honrase a Aquileo, asolador de ciudades.
Día vendrá en que me llame nuevamente su amada hija, la de
los brillantes ojos.
Algunos poetas griegos afirman que Heracles
hizo subir por aquí (Promontonio Ténaro) al perro de
Hades, aunque no hay ningún camino bajo tierra a través
de la cueva, y no es fácil creer que uno de los dioses
tuviera una vivienda bajo tierra, en la que reuniera a
las almas. Pero Hecateo de Mileto inventó una historia
verosímil, diciendo que en el Ténaro se crió una
terrible serpiente, y que se llamó perro de Hades,
porque el que era mordido necesariamente moría enseguida
por el venero y dijo que ésa fue la serpiente que llevó
Heracles junto a Euristeo. Pero Homero -pues fue el
primero que llamó perro del Hades al que llevó Heracles-
no le puso ningún nombre ni lo imaginó de una
determinada forma, como en el caso de la Quimera. Los
poetas posteriores le pusieron el nombre de Cerbero, y
aunque en lo demás lo hicieron igual a un perro, le
atribuyeron tres cabezas, a pesar de que Homero no lo ha
descrito como un perro, el compañero del hombre, más que
llamándolo perro del Hades siendo una serpiente.
2. Vacada de Hades
Pseudo-Apolodoro, Biblioteca II,
5, 10
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos,
1985)
Luciano, Diálogos de los muertos 2 (22) (trad. J. L. Navarro González, Madrid, Gredos, 1992)
Luciano, Diálogos de los muertos 5 (18) (trad. J. L. Navarro González)
Luciano, Diálogos de los muertos
14 (4) (trad. J. L. Navarro González, Madrid, Gredos,
1992)
HERMES. -Calculemos,
barquero, si te paree, lo que me debes ya para que no
discutamos otra vez por el mismo tema.
CARONTE. -Vamos a hacer las cuentas, Hermes, pues es mejor y
mucho más cómodo dejar el tema zanjado.
HERMES. -Por un ancla que me encargaste, cinco dracmas.
CARONTE. -Mucho dices.
HERMES. -Sí, por Aidoneo, que la compré por cinco dracmas y
un estrobo por dos óbolos.
CARONTE. -Anota, cinco dracmas y dos óbolos.
HERMES. -Y una aguja para remendar la vela, cinco óbolos
pagué.
CARONTE. -Pues anádelos.
HERMES. -Y cera para parchear las grietas del bote, y clavos
y el cordel del que hiciste la braza; dos dracmas, todo.
CARONTE. -Bien, eso lo compraste a un precio razonable.
HERMES. -Eso es todo, si es que no se me ha olvidado nada al
echar la cuenta. Por cierto ¿cuándo dices que me pagarás?
CARONTE. -Ahora, imposible, Hermes. Si una peste o una
guerra envía aquí una buena remesa, entonces podré sacar
alguna ganancia a base de cobrar más caro el pasaje.
HERMES. -¿O sea que voy a tener que sentarme aquí a suplicar
que acaezca alguna catástrofe a ver si a resultas de ella
puedo cobrar?
CARONTE. -No hay otra solución, Hermes. Ahora, y lo ves, nos
llegan pocos, hay paz.
HERMES. -Mejor así, aunque se alargue el plazo de la cuenta
que tenemos pendiente. Por lo demás los hombres de antaño,
Caronte, ya sabes cómo se presentaban aquí, valientes todos,
bañados en sangre y cubiertos de heridas la mayoria. Ahora,
en cambio, el uno muerto envenenado por su hijo o por su
mujer o con el vientre y las piernas abotargadas por la
molicie; pálidos todos ellos, sin clase, en nada semejantes
a aquellos de antaño. Y la mayoría de ellos llegan hasta
aquí según parece de múltiples maquinaciones mutuas por
culpa del dichoso dinero.
CARONTE. -Es que es muy codiciado.
HERMES. -No te vaya a parecer entonces que desvarío al
reclamarte con insistencia lo que me debes.
Lecito blanco con
Caronte, Hermes y una difunta
Luciano, Diálogos
de los muertos 20 (10)
(trad. J. L. Navarro González, Madrid, Gredos,
1992)
CARONTE. -Escuchad cuál es
nuestra situación: la barquichuela es pequeña para
vosotros, ya lo veis, encima está la madera medio
carcomida y hace agua por muchos sititios, y si se inclina
a uno y otro lado, zozobrará. Además, vosotros llegáis,
semejante cantidad, de golpe, cada uno con mucho equipaje.
Conque si embarcáis con él temo que no tardéis en
arrepentiros, muy especialmente todos los que no sabéis
nadar.
HERMES. -Pues ¿qué tenemos que hacer para tener una buena
travesía?
CARONTE. -Yo os lo voy a decir. Tenéis que embarcar
desnudos luego de dejar en la orilla todos esos bultos que
traéis de más. Pues incluso así difícilmente podría
sosteneros la barca. Tú te encargarás, Hermes, a partir de
ahora de no aceptar a ninguno de ellos que no esté mondo y
lirondo y que, como dije, no haya arrojado sus bártulos.
Plantado junto a la escalerilla, examínalos y vete
recibiéndolos a bordo obligándolos a embarcar desnudos.
El paso de la laguna Estigia,
Patinis, 1520-24, Museo del Prado
4. Danaides
Danaides
y Sísifo. Beazley Archive
Higino, Fábulas
68 (trad. Santiago Rubio Fernaz, Madrid, Ed.
Clásicas, 1997)
Dánao, hijo de Belo, tuvo de
sus muchas esposas cincuenta hijas. Igual número de hijos
tuvo su hermano Egipto, quien quería matar a su hermano
Dánao para ocupar él solo el reino paterno. Pidió las
hijas de su hermano como esposas para sus hijos.
Dánao, enterado del asunto, huyó de África a Argos con la
ayuda de Minerva. Se dice que entonces Minerva fabricó por
primera vez una nave con dos proas, en la cual huyó Dánao.
Pero, cuando Egipto se enteró de que Dánao había huido,
envió a sus hijos a perseguir a su hermano y les ordenó
matar a Dánao o no regresar nunca.
Después de
llegar a Argos, comenzaron a asediar a su tío. Cuando
Dánaro vio que no podía hacerles frente, les prometió
darles a sus hijas como esposas para que desistieran del
combate.
Tomaron como esposas a las primas tal como habían pedido,
pero ellas, por orden del padre, asesinaron a sus maridos.
Hipermestra sola salvó a Linceo.
Se dice que las demás, por este hecho, echan agua en los
infiernos dentro de una tinaja agujereada. A Hipermestra y
Linceo se les construyó un templo.
Danaides por J. W. Waterhouse, 1903
5. Ixión
Castigo de Ixión. Beazley Archive.
de izquierda a derecha: Hera, Ares, Ixión, Hermes y
Atenea
Pseudo-Apolodoro, Epítome I,
20
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos,
1985)
Ixión, enamorado de Hera,
intentó forzarla. Cuando Hera lo denunció, Zeus deseoso de
conocer la verdad formó una nube semejante a hera y la
colocó cerca de Ixión. Éste, por ufanarse de haber gozado
a Hera, fue atado por Zeus a una rueda en la que llevado
por los vientos paga su culpa. La nube fecundada por Ixión
parió a Centauro.
Higino, Fábulas
62 (trad. Santiago Rubio Fernaz, Madrid, Ed.
Clásicas, 1997)
Ixión, hijo de Leonteo,
intentó forzar a Juno. Por orden de Júpiter puso en su
lugar una nube, que Ixión creyó ser la imagen de Juno. De
esta unión nacieron los centauros. Pero Mercurio, por
orden de Júpiter, amarró a Ixión a una rueda en los
infiernos y se dice que todavía allí da vueltas.
Luciano, Diálogos de los
muertos 9 (6), 3 (trad. J. L.
Navarro González, Madrid, Gredos, 1992)
HERA. -Y ahora sé que vas a perdonar a Ixión porque tú
también en cierta ocasión cometiste adulterio con su
mujer, que te engendró a Pirítoo.
ZEUS. -¿Aún te acuerdas de
las diversiones con los que me entretenía al bajar a la
tierra? Pero ¿sabes qué opinión tengo de Ixión? En modo
alguno castigarlo o dejarlo fuera del banquete, estaría
feo. Pero puesto que está enamorado, según dices, y anda
llorando y sufre lo insufrible...
HERA. -¿Qué, Zeus? Temo que
vayas a formular una propuesta insolente.
ZEUS. -En absoluto; si
modelamos de una nube una imagen que se parezca a ti, una
vez que el banquete haya acabado y él, como es lógico, no
pueda conciliar el sueño por culpa del amor, se la
llevaremos y la acostaremos con él, así tal vez dejará de
afligirse cuando crea que ha alcanzado sus deseos.
HERA. -¡Quita, quita! Que
se vaya a hacer puñetas por codiciar lo que está por
encima de él.
ZEUS. -Sin embargo cálmate,
Hera, ¿qué daño podrías sufrir de una iamgen, en caso que
Ixión se una con una nube?
HERA. -Pues yo pareceré ser
la nube y a causa de ese parecido cometeré ese acto
ignominioso contra mí.
ZEUS. -No digas eso, que ni
la nube podrá jamás ser Hera, ni tú la nube; Ixión será la
única víctima del engaño.
HERA. -Pero los hombres
todos son vulgares; tal vez cuando baje presumirá e irá
explicando a todos que se ha acostado con Hera y que ha
compartido el lecho de Zeus, e incluso podría decis que yo
estaba enamorada de él, y ellos -los hombres- darán
crédito a sus palabras, pues no saben que se acostó con
una nube.
ZEUS. -Bien, pues caso que
cuente historias semejantes lo dejaré caer en el Hades y,
encadenado, pobre de él, a una rueda, estará siempre dando
vueltas con ella y tendrá un quehacer inacabable como
castigo no de su pasión amorosa -que eso no es nada malo-
sino de su arrogancia.
Ixión, José de Ribera, 1632,
Museo del Prado, "Las Furias"
6. Tánato
Heracles se enfrenta a Tánato por el cuerpor
de Alcestis, Lord Fr. Leighton, ca. 1870
Eurípides, Alcestis
840 ss. (trad. A. Medina González,
Madrid, Gredos, 2000)
7. Eurídice y Orfeo
Orfeo y Eurídice, Jean
Raoux, 1718
Ovidio, Metamorfosis X,
8-63 (trad. Ana Pérez Vega)
Hermes, Eurídice y Orfeo.
Bajorrelieve, Museo de Nápoles
Al que
tal decía y sus nervios al son de sus palabras movía,
exangües le lloraban las ánimas; y Tántalo no siguió
buscando la onda rehuida, y atónita quedó la rueda de
Ixión, ni
desgarraron el hígado las aves, y de sus arcas libraron
las Bélides, y en tu roca, Sísifo, tú te sentaste.
Entonces por primera vez con tus lágrimas, vencidas por
esa canción, fama es que se humedecieron las mejillas de
las Euménides, y tampoco la regia esposa puede sostener,
ni el que gobierna las profundidades, decir que no a esos
ruegos, y a Eurídice llaman: de las sombras recientes
estaba ella en medio, y avanzó con un paso de la herida
tardo.
A ella, junto con la condición,
la recibe el rodopeio Héroe, de que no gire atrás sus ojos
hasta que los valles haya dejado del Averno, o defraudados
de sus dones han de ser. Se coge cuesta arriba por lo
mudos silencios un sendero, arduo, oscuro, de bruma opaca
denso, y no mucho distaban de la margen de la suprema
tierra. Aquí, que no abandonara ella temiendo y ávido de
verla, giró el amante sus ojos, y en seguida ella se
volvió a bajar de nuevo, y ella, sus brazos tendiendo y
por ser sostenida y sostenerse contendiendo, nada, sino
las que cedían, la infeliz agarró auras. Y ya por segunda
vez muriendo no hubo, de su esposo, de qué quejarse, pues
de qué se quejara, sino de haber sido amada, y su supremo
adiós, cual ya apenas con sus oídos él alcanzara, le dijo,
y se rodó de nuevo adonde mismo.
8. Psique y Eros