Hades

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                                                I. El Hades Homérico HermesCaduceo 


              Homero, Odisea XXIV, 1-14 (Traducción de Luis Segalá y Estalella).

                                                                                                                                                                                                                  
                                                                                                                                                                                                                       Asfódelos

                 El cilenio Hermes llamaba las almas de los pretendientes,AsfodeloPradera teniendo en su mano la hermosa áurea vara con la cual adormece los ojos de cuantos quiere o despierta a los que duermen. Empleábala entonces para mover y guiar las almas y éstas le seguían, profiriendo estridentes gritos. Como los murciélagos revolotean chillando en lo más hondo de una vasta gruta si alguno de ellos se separa del racimo colgado de la peña, pues se traban los unos con los otros: de la misma suerte las almas andaban chillando, y el benéfico Hermes, que las precedía, llevábalas por lóbregos senderos.

              Transpusieron en primer lugar las corrientes del Océano y la roca de Léucade, después las puertas de Helios y el país de Hipno, y pronto llegaron a la pradera de asfódelos donde residen las almas que son imágenes de los difuntos.
Hermes con el caduceo                                                                                                                                                                                                                                               
Crátera del s. IV a.C. Museo del Louvre
 


CirceUlisesSchubert
                                                              Wilhelm Schubert von Ehrenberg, Ulises en el Palacio de Circe
                                                                                   Ca. 1676, Museo de P. Paul Getty, Los Ángeles


1. Instrucciones de Circe 

Homero, Odisea X, 504-537 (Traducción de Luis Segalá y Estalella).

—¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo, fecundo en ardides! No te dé cuidado el deseo de tener quien te guíe el negro bajel: iza el mástil, descoge las blancas velas y quédate sentado, que el soplo del Bóreas conducirá la nave. Y cuando hayas atravesado el Océano y llegues adonde hay una playa estrecha y bosques consagrados a Perséfone y elevados álamos y estériles sauces, detén la nave en el Océano, de profundos remolinos, y encamínate a la tenebrosa morada de Hades. Allí el Piriflegetón y el Cocito, que es un arroyo del agua de la Estix, llevan sus aguas al Aqueronte; y hay una roca en el lugar donde confluyen aquellos sonoros ríos.


NekyomanteioEfira

Acercándote, pues, a este paraje, como te lo mando, oh héroe, abre un hoyo que tenga un codo por cada lado; haz en torno suyo una libación a todos los muertos, primeramente con aguamiel, luego con dulce vino y a la tercera vez con agua, y polvoréalo de blanca harina. Eleva después muchas súplicas a las inanes cabezas de los muertos y vota que en llegando a Itaca, les sacrificarás en el palacio una vaca no paridera, la mejor que haya, y llenarás la pira de cosa excelente, en su obsequio; y también que a Tiresias le inmolarás aparte un carnero completamente negro que descuelle entre vuestros rebaños.

Así que hayas invocado con tus preces al ínclito pueblo de los difuntos, sacrifica un carnero y una oveja negra, volviendo el rostro al Erebo, y apártate un poco hacia la corriente del río: allí acudirán muchas almas de los que murieron. Exhorta en seguida a los compañeros y mándales que desuellen las reses, tomándolas del suelo donde yacerán degolladas por el cruel bronce, y las quemen prestamente, haciendo votos al poderoso Hades y a la veneranda Persefonea; y tú desenvaina la espada que llevas cabe al muslo, siéntate y no permitas que las inanes cabezas de los muertos se acerquen a la sangre hasta que hayas interrogado a Tiresias.


Necromanteio de Éfira



2. Nekyia
 

Homero, Odisea XI, 13-78 (Traducción de Luis Segalá y Estalella).

Entonces arribamos a los confines del Océano, de profunda corriente. Allí están el pueblo y la ciudad de los Cimerios entre nieblas y nubes, sin que jamás el sol resplandeciente los ilumine con sus rayos, ni cuando sube al cielo estrellado, ni cuando vuelve del cielo a la tierra, pues una noche perniciosa se extiende sobre los míseros mortales. A este paraje fue nuestro bajel que sacamos a la playa; y nosotros, asiendo las ovejas, anduvimos a lo largo de la corriente del Océano hasta llegar al sitio indicado por Circe.

                                                                                                                                                                                                Euríloco, Ulises y Perimedes, Crátera lucania, 380 a.C. Gabinete de Medallas, Louvre

OdiseoentreEurilocoyPerimedes       Allí Perimedes y Euríloco sostuvieron las víctimas, y yo, desenvainando la aguda espada que cabe el muslo llevaba, abrí un hoyo de un codo de lado; hice a su alrededor libación a todos los muertos, primeramente con aguamiel, luego con dulce vino y a la tercera vez con agua y lo despolvoree todo con blanca harina. Acto seguido supliqué con fervor a las inaces cabezas de los muertos, y voté que, cuando llegara a Itaca, les sacrificaría en el palacio una vaca no paridera, la mejor que hubiese, y que en su obsequio llenaría la pira de cosas excelentes, y también que a Tiresias le inmolaría aparte un carnero completamente negro que descollase entre nuestros rebaños.
     Después de haber rogado con votos y súplicas al pueblo de los difuntos, tomé las reses, las degollé encima del hoyo, corrió la negra sangre y al instante se congregaron saliendo del Erebo, las almas de los fallecidos: mujeres jóvenes, mancebos, ancianos que en otro tiempo padecieron muchos males, tiernas doncellas con el ánimo angustiado por reciente pesar y muchos varones que habían muerto en la guerra, heridos por broncíneas lanzas, y mostraban ensangrentadas armaduras: agitábanse todas con grandísimo murmurio alrededor del hoyo, unas por un lado y otras por otro; y el pálido terror se enseñoreó de mí.
      Al punto exhorté a los compañeros y les di orden de que desollaran las reses, tomándolas del suelo donde yacían degolladas por el cruel bronce, y las quemaran inmediatamente, haciendo votos al poderoso Hades y a la veneranda Persefonea; y yo, desenvainando la aguda espada que cabe el muslo llevaba me senté y no permití que las inanes cabezas de los muertos se acercaran a la sangre antes que hubiese interrogado a Tiresias.

    
ElpenorUlisesHermes


La primera que vino fue el alma de nuestro compañero Elpénor el cual aún no había recibido sepultura en la tierra inmensa; pues dejamos su cuerpo en la mansión de Circe sin enterrarlo ni llorarlo porque nos apremiaban otros trabajos. Al verso lloré, le compadecí en mi corazón y, hablándose, le dije estas aladas palabras:

¡Oh, Elpénor! ¿Cómo viniste a estas tinieblas caliginosas? Tú has llegado a pie, antes que yo en la negra nave.
Así le hab
lé; y él, dando un suspiro, me respondió con estas palabras:

—¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo, fecundo en ardides! Dañáronme la mala voluntad de algún dios y el exceso de vino. Habiéndome acostado en la mansión de Circe, no pensé en volver atrás, a fin de bajar por la larga escalera, y caí desde el techo; se me rompieron las vértebras del cuello, y mi alma descendió a la mansión de Hades. Ahora te suplico en nombre de los que se quedaron en tu casa y no están presentes -de tu esposa, de tu padre, que te crió cuando eras niño, y de Telémaco el único vástago que dejaste en el palacio-: sé que, partiendo de acá de la morada de Hades, detendrás la bien construida nave en la isla Eea: pues yo te ruego, oh rey, que al llegar te acuerdes de mí. No te vayas, dejando mi cuerpo sin llorarle ni enterrarle a fin de que no excite contra ti la cólera de los dioses; por el contrario, quema mi cadáver con las armas de que me servía y erígeme un túmulo en la ribera del espumoso mar para que de este hombre desgraciado tengan noticia los venideros. Hazlo así y clava en el túmulo aquel remo con que, estando vivo, bogaba yo con mis compañeros.


 
Elpénor, Ulises y Hermes, ca. 475-425 a.C. Boston, Museum of Fine Arts


         2.1. Anticlea

OdiseoyAnticleaHomero, Odisea XI, 204-224 (Traducción de Luis Segalá y Estalella).


Así se expresó. Quise entonces efectuar el designio, que tenía formado en mi espíritu, de abrazar el alma de mi difunta madre. Tres veces me acerqué a ella, pues el ánimo incitábame a abrazarla; tres veces se me fue volando de entre las manos como sombra o sueño. Entonces sentí en mi corazón un agudo dolor que iba en aumento, y dije a mi madre estas aladas palabras:

—¡Madre mía! ¡Por qué huyes cuando a ti me acerco, ansioso de asirte, a fin de que en la misma morada de Hades nos echemos en brazos el uno del otro y nos saciemos de triste llanto? Por ventura envióme esta vana imagen la ilustre Persefonea, para que se acrecienten mis lamentos y suspiros?

Así le dije; y al momento me contestó mi veneranda madre:

—¡Ay de mi hijo mío, el más desgraciado de todos los hombres! No te engaña Persefonea, hija de Zeus, sino que esta es la condición de los mortales cuando fallecen: los nervios ya no mantienen unidos la carne y los huesos, pues los consume la viva fuerza de las ardientes llamas tan pronto como la vida desampara la blanca osamenta; y el alma se va volando, como un sueño. Mas, procura volver lo antes posible a la luz y llévate sabidas todas estas cosas para que luego las refieras a tu consorte.



Ulises y Anticles por Jan Styka


    
       2.2. Aquiles


Homero, Odisea XI, 465-503  (Traducción de Luis Segalá y Estalella)OdiseoenHadesFlaxman

Mientras nosotros estábamos afligidos, diciéndonos tan tristes razones y derramando copiosas lágrimas, vinieron las almas de Aquileo Pelida, de Patroclo, del intachable Antíloco y de Ayante, que fue el más excelente de todos los dánaos en cuerpo y hermosura, después del eximio Pelión. Reconocióme el alma del Eácida, el de los pies ligeros, y lamentándose me dijo estas aladas palabras:

—¡Laertíada, del linaje de Zeus! ¡Odiseo fecundo en virtudes! ¡Desdichado! ¿Qué otra empresa mayor que las pasadas revuelves en tu pecho? ¿ Cómo te atreves a bajar a la mansión de Hades, donde residen los muertos, que están privados de sentido y son imágenes de los hombres que ya fallecieron?

Así se expresó; y le respondí diciendo:
—¡Oh Aquileo, hijo de Peleo, el más valiente de los aquivos! Vine por el oráculo de Tiresi
as, a ver si me daba algún consejo para llegar a la escabrosa Itaca; que aún no me acerqué a la Acaya, ni entré en mi tierra, sino que padezco infortunios continuamente. Pero tú, oh Aquileo, eres el más dichoso de todos los hombres que nacieron y han de nacer, puesto que antes, cuando vivías, los argivos te honrábamos como a una deidad, y ahora, estando aquí, imperas poderosamente sobre los difuntos. Por lo cual, oh Aquileo, no has de entristecerte porque estés muerto.

Así le dije, y me contestó en seguida:
—No intentes consolarme de la muerte, esclarecido Odiseo: preferiría ser labrador y servir a otro, o un hombre indigente que tuviera poco caudal para mantenerse, a reinar sobre todos los muertos. Mas, ea, háblame de mi ilustre hijo: dime si fue a la guerra para ser el primero en las batallas, o se quedó en casa. Cuéntame también si oíste algo del eximio Peleo y si conserva la dignidad real entre los numerosos mirmidones, o le menosprecian en la Hélade y en Ptía porque la senectud debilitó sus pies y sus manos. ¡Así pudiera valerle, a los rayos del sol, siendo yo cual era en la vasta Troya, cuando mataba guerreros muy fuertes, combatiendo por los argivo. Si; siendo tal, volviese, aunque por breve tiempo, a la casa de mi padre, daríales terrible prueba de mi valor y de mis invictas manos a cuantos le hagan violencia o intenten quitarle la dignidad regia.

Odiseo en el Hades por J. Flaxman, 1792. Royal Academy of Arts, Londres


Homero, Odisea 11, 504-40  (Traducción de Emilio Crespo)

 

De tal modo él habló y, a mi vez, contestándole dije. "Nada cierto he venido a saber del perfecto Peleo. De tu hijo, Neoptólemo, en cambio, podré relatarte la verdad entera cual tú lo has pedido: yo mismo en la cóncava nave de buen equilibrio lo traje desde Esciros al real de los dánaos de espléndidas grebas. Cuando en torno a los muros de Troya teníamos consejo, era siempre el primero en hablar con palabras certeras; sólo el ínclito Néstor y yo superarle solíamos, pero, al ir a luchar con las lanzas corriendo los campos de Ilión, no aguantaba jamás el marchar con la hueste, mas corría por delante bien lejos sin par en su furia. Muchos hombres mató en la terrible contienda. Imposible recordarlos yo todos ni darte con nombres aquella multitud que sin vida dejó socorriendo a los dánaos. Bastará con contar del Teléfida Eurípilo, el héroe que rindió con el bronce; a su lado en montón sus amigos, los ceteos, eran muertos por mor de femíneos regalos; más hermoso varón nunca ví salvo Memnon divino. AsfodelosAl entrar al caballo, artificio y trabajo de Epeo, los magnates argivos, corrió por mi cuenta el cuidado de regir la emboscada cerrando y abriendo las puertas; allá dentro los otros caudillos y príncipes dánaos enjugaban su llanto; el temblor agitaba sus miembros; en él solo jamás con mis ojos noté que mudase de color la hermosísima piel ni el vi que en el rostro se enjugara una lágrima; instábame en ruegos constantes a salir del caballo, empuñando en sus manos la espada y la lanza broncínea con ansia del mal de los teucros.
     Arrasado por fin el alcázar excelso de Príamo, con su parte de presa y honor embarcó en su navío sin sufrir ningún daño: no herido por lanza de bronce ni alcanzado tampoco de cerca, cual suele en la guerra ocurrir tantas veces, que es ciega la furia de Ares."
      Tal le dije y el alma del rápido Eácida fuese por el prado de asfódelos dando sus pasos gigantes, satisfecho de oír el honor que alcanzaba su hijo. 



       2.3. Minos, Orión


Homero, Odisea XI, 568-575  (Traducción de Luis Segalá y Estalella)


    Allí vi a Minos, ilustre vástago de Zeus, sentado y empuñando áureo cetro, pues administraba justicia a los difuntos. Estos, unos sentados y otros en pie a su alrededor, exponían sus causas al soberano en la morada de Hades.

     Vi después al gigantesco Orión, el cual perseguía por la pradera de asfódelos las fieras que antes había herido de muerte en las solitarias montañas, manejando irrompible clava toda de bronce.


    
                                                              2.4. Ticio, Tántalo, Sísifo
 



TicioporTizianoTicio por Tiziano, Museo del Prado, ca. 1565



                 Homero, Odisea XI, 576-600  (Traducción de Luis Segalá y Estalella)
 
     Vi también a Titio, el hijo de la augusta Gea, echado en el suelo, donde ocupaba nueve yugadas. Dos buitres, uno de cada lado, le roían el hígado, penetrando con el pico en sus entrañas, sin que pudiera rechazarlos con las manos; porque intentó hacer fuerza a Leto, la gloriosa consorte de Zeus, que se encaminaba a Pito por entre la amena Panopeo.

TantaloBernardPicart


     
Vi asimismo a Tántalo, el cual padecía crueles tormentos, de pie en un algo cuya agua le llegaba a la barba. Tenía sed y no conseguí tomar el agua y beber: cuantas veces se bajaba el anciano con la intención de beber, otras tantas desaparecía el agua absorbida por la tierra, la cual se mostraba negruzca en torno a sus pies y un dios la secaba. Encima de él colgaban las frutas de altos árboles -perales, manzanos de espléndidas pomas, higueras y verdes olivos-; y cuando el viejo levantaba los brazos para cogerlas, el viento se las llevaba a las sombrías nubes.


      SisifoAthenianBlackFigure
       Vi de igual modo a Sísifo, el cual padecía duros trabajos empujando con entrambas manos una enorme piedra. Forcejeaba con los pies y las manos e iba conduciendo la piedra hacia la cumbre de un monte; pero cuando ya le faltaba poco para doblarla, una fuerza poderosa derrocaba la insolente piedra, que caía rodando a la llanura. Tornaba entonces a empujarla, haciendo fuerza, y el sudor le corría de los miembros y el polvo se levantaba sobre su cabeza.




Sísifo, vasija ática de figuras negras, ca. 510 a.C. Beazley Archives



                                                               2.5. Heracles


HerculesLucaCambiasoMuseoPrado

Homero, Odisea XI, 601-614 (Traducción de Luis Segalá y Estalella)


Vi después, al fornido Heracles o, por mejor decir, su imagen, pues él está con los inmortales dioses, se deleita en sus banquetes, y tiene por esposa a Hebe, la de los pies hermosos, hija de Zeus y de Hera, la de áureas sandalias. En torno suyo dejábase oír la gritería de los muertos -cual si fueran aves-, que huían espantados a todas partes; y Heracles, semejante a tenebrosa noche, traía desnudo el arcon con la flecha sobre la cuerda, y volvía los ojos atrozmente como si fuese a disparar. Llevaba alrededor del pecho un tahalí de oro, de horrenda vista, en el cual se habían labrado obras admirables: osos, agrestes jabalíes, leones de relucientes ojos, luchas, combates, matanzas y homicidios. Ni el mismo que con su arte construyó aquel tahalí hubiera podido hacer otro igual.


Hércules disparando. Luca Cambiaso, 1544-50. Museo del Prado




II. Los Campos Elíseos en Homero. Las Islas de los Bienaventurados en Hesíodo y Píndaro
 


       Homero, Odisea 4, 561 ss. (Traducción de Luis Segalá y Estalella)

 

EdaddeOroIngress(Habla Proteo) Por lo que a ti se refiere, oh Menelao, alumno de Zeus, el hado no ordena que acabes la vida y cumplas tu destino en Argos, país fértil de corceles, sino que los inmortales te enviarán a los campos Elíseos, al extremo de la tierra, donde se halla el rubio Radamantis -allí los hombres viven dichosamente, allí jamás hay nieve, ni invierno largo, ni lluvia, sino que el Océano manda siempre las brisas del Céfiro, de sonoro soplo, para dar a los hombres más frescura-, porque siendo Helena tu mujer, eres para los dioses el yerno de Zeus.


Hesíodo, Trabajos y Días 166 ss. (Trad. A. Pérez Jiménez)

 

[Allí, por tanto, la muerte se apoderó de unos.] A los otros, el padre Zeus Crónida determinó concederles vida y residencia lejos de los hombres, hacia los confines de la tierra. Éstos viven con un corazón exento de dolores en las Islas de los Afortunados, junto al Océano de profundas corrientes, héroes felices a los que el campo fértil les produce frutos que germinan tres veces al año, dulces como la miel.

                                                                                                                                                                                                                    La Edad de Oro según Ingress
                                                                                                                                                                                                                                                                             



Píndaro, Olímpica II 68 ss.
(Trad. E. Suárez de la Torre, Madrid, Cátedra, 2000)

PradoVerdeEscatologiaIndoeuropeaHenarVelascoLopez 

Y cuantos tienen el valor de permanecer tres veces
en una y otra parte y de apartar por completo de las iniquidades
su alma, concluyen el camino de Zeus
que lleva a la torre de Crono; allí de los Bienaventurados
a la isla oceánicas brisas envuelven. La flor de oro flamea:
unas nacen en tierra firme de espléndidos árboles
y el agua nutre a otras,
con cuyos brazaletes se adornan y trenzan coronas con ellas,
siguiendo las rectas decisiones de Radamantis,
a quien el Padre poderoso tiene dispuesto como asesor suyo,
el esposo de Rea, la que ocupa
el trono más elevado de todos.
Peleo y Cadmo entre ellos se cuentan
y a Aquiles allí llevó, cuando de Zeus el corazón
con súplicas persuadió, su madre.

                    Píndaro, Pítica II 73 ss. (Trad. E. Suárez de la Torre, Madrid, Cátedra, 2000)

H. Velasco López, El Paisaje del Más Allá, Valladolid, 2000.                                      ...Qué destino tan perfecto el de Radamantis,
porque ha obtenido el fruto irreprochable de su espíritu...



III. El Himno a Deméter


Himno Homérico I a Deméter 1-45  (Trad. A. Bernabé, Madrid, Gredos, 1998)

PersefoneNarciso
       Comienzo por cantar a Deméter de hermosa cabellera, la augusta diosa: a ella y a su hija de esbeltos tobillos, a la que raptó Aidoneo (y lo permitió Zeus tonante, cuya voz se oye de lejos), cuando, apartada de Deméter la del arma de oro, de hermosos frutos, jugaba con las muchachas de ajustado regazo, hijas de Océano, y recogía flores: rosas, azafrá y hermosas violetas, en el tierno prado y también gladiolos, y jacinto, así como el narciso que, como señuelo, hizo brotar para la muchacha de suave tex de flor la Tierra, según los deseos de Zeus, por halagar al que a muchos acoge; flor de prodigioso brillo, asombro entonces de ver para todos, tanto dioses inmortales como hombres mortales. Y es que de su raíz habían crecido cien brotes, y al fragante aroma todo el ancho cielo en lo alto, y la tierra toda sonreían, así como el acre oleaje del mar. De modo que ella, atónita, tendió ambas manos para tomar el hermoso juguete.

      Pero se abrió la tierra de anchos caminos en la llanura de Nisa y de allí surgió con ímpetu, con sus yeguas inmortales, el Soberano que a muchos acoge, el hijo de Crono de múltiples advocaciones. Se apoderó de ella, mal de su grado y se la llevaba entre lamentos sobre su áureo carro. Lanzó agudos gritos, invocando a su padre, el Crónida, el más excelso y poderoso.

      Mas ninguno de los inmortales ni de los hombres mortales oyó su voz ni siquiera los olivos de hermosso frutos. Sólo la hija de Perses, la de ingenuos sentimientos, la oyño desde su antro: Hécate, la de brillante tocado (y asimismo el soberano Sol, el ilustre hijo de Hiperión), cuando la muchacha invocaba a su padre, el Crónida.



Mosaico procedente de la Tumba de Anfípolis: Hermes precede a Hades que rapta a Perséfone

      RaptoPersefoneAnfipolis     



        Pero él se hallaba lejos, sentado aparte de los dioses, en un templo pleno de súplicas, recibiendo hermosas ofrendas de los hombres mortales.

         Mal de su grado, pues, se la llevaba con sus yeguas inmortales, según la voluntad de Zeus, su tío paterno, el que de muchos es soberano, el que a muchos acoge, el hijo de Crono de múltiples advocaciones.

         Mientras la diosa veía aún la tierra, el cielo estrellado y el ponto de impetuosa corriente, rico en peces, así como los resplandores del sol, aún confiaba en ver a su amada madre y las estirpes de los dioses sempiternos. La esperanza confortaba todavía su gran ánimo, pese a estar afligida.

         ....Resonaron las cimas de los montes y los abismos del mar por la voz inmortal. Y la oyó su venerable madre. Un agudo dolor se apoderó de su corazón. En  torno a sus cabellos perfumados de ambrosía destrozaba con sus propias manos su tocado. Se echó un sombrío velo sobre ambos hombros y se lanzó, como un ave de presa, sobre lo firme y lo húmedo, en su busca.




Himno Homérico I a Deméter 340-440  (Trad. A. Bernabé, Madrid, Gredos, 1998)


HadesPersfonebanquete
      Hermes no desobedeció, sino que en seguida se lanzó raudamente bajo las profundidades de la tierra, tras abandonar la sede del Olimpo.  
Y encontró al soberano, que se hallaba dentro de sus moradas, sentado en un lecho con su venerable esposa, muy contrariada por la nostalgia de su madre...


    Deteniéndose cerca de ellos, dijo el poderoso Argicida:

   -¡Hades de oscuro cabello, soberano de los que han perecido! Zeus, el padre me ordena llevaarme a la augusta Perséfone fuera del Érebo, junto a ellos, para que su madre, al verla con sus ojos, haga cesar su cólera y su terrible rencor contra los inmortales. Pues medita una tremenda acción: aniquilar a las impotentes estirpes de los hombres que sobre la tierra nacen, ocultando bajo la tierra la semilla, y arruinando así las ofrendas debidas a los inmortales. Terrible es el rencor que guarda. Ni siquiera se reúne con los dioses; sino que, lejos de ellos, dentro de un templo fragante de incienso, permanece sentada, ocupando la escarpada ciudadela de Eleusis.
   
    Así dijo. Sonrió el Señor de los muertos, Aidoneo, con un gesto de cejas, y no desobedeció los mandatos de Zeus soberano, sino que ordenó sin tardanza a la prudente Perséfone:

   -Vuelve, Perséfone, junto a tu madre de oscuro peplo, conservando apacibles en tu pecho el talante y el ánimo. No lo tomes a mal en exceso, mucho más que los demás. De seguro no seré para ti un esposo indigno entre los inmortales, hermano como soy del padre Zeus. Cuando estés aquí, reinarás sobre todos cuantos vivoen y se mueven y alcanzarás entre los inmortales los mayores honores. Habrá siempre un castigo para los que te injurien, los que no traten de propiciarse tu ánimo con sacrificios, celebrando los ritos piadosamente y ofreciéndote los dones que te son propios.

Hermes, Hades trae de regreso a Perséfone, Hécate. Ca. 350 a.C. Museo Británico

     RetornoPersefoneHadesHermes
    Así habló. Se regocijó la prudente Perséfone y rápidamente dio un salto de alegría. Pero él, mirando furtivamente en torno suyo, le dio de comer grano de granada, dulce como la miel para que no permaneciera por siempre allá con la venerable Deméter de oscuro peplo.

      Delante del áureo carro enganchó sus inmortales corceles el que de muchos es soberano, Aidoneo. Subió ella al carro. A su lado, el poderoso Argicida, tomando las riendas y el látigo en sus manos, lo guió fuera del palacio. Ambos corceles volaban, no mal de su grado.

      Raudamente recorrieron los largos caminos. Ni el mar, ni el agua de los ríos, ni los valles herbosos contenían el ímpetu de los inmortales corceles. Ni siquiera las cumbres que sobre ellas hendían en su marcha el denso aire.

      Se detuvo Hermes, que los guiaba, allá donde permanecía la bien coronada Deméter, delante del templo fragrante de incienso.

      Ella, al verla, se lanzó como una ménade por el monte sombreado por el follaje. Desde el otro lado, ´Perséfone, cuando vio los hermosos ojos de su madre, dejando el carro y los corceles, se lanzó a la carrera y le echó los brazos al cuello, abrazándola. Mas cuando aún tenía en los brazos a su hija, en seguida su ánimo sospechó un engaño y tembló terriblemente. Cesando en su abrazo, le preguntó en seguida:


  
-Hija, ¿no habrás acaso tomado algún manjar mientras estabas abajo? RetornoPersefoneHecateDímelo, no lo ocultes, para que ambas lo sepamos. Pues si no lo has hecho, de vuelta del aborrecible Hades habitarás juntos a mí y junto al padre Cronión, encapotado de nubarrones, honrada entre todos los inmortales. Pero si hubieras comido, yéndote de nuevo a las profundidades de la tierra, habitarás allí la tercera parte de cada año, y las otras dos, junto a mí y a los demás inmortales. Cuando la tierra verdee con toda clase de fragantes flores primaverales, entonces ascenderás de nuebo de la nebulosa tiniebla, gran maravilla para los dioses y los hombres mortales. Así pues, ¿con qué fraude te engañó el Poderoso, que a muchos acoge?

      A su vez le respondió la hermosísima Perséfone:

      PersfoneGranadaRosetti-Pues bien, madre, te lo contaré todo sin engaño: Cuando llegó el mensajero Hermes, el raudo corredor, de parte del padre Crónida y de los demás dioses celestes, para sacarme del Érebo, a fin de que al verme tú con tus ojos cesaras en tu cólera y en tu terrible rencor contra los inmortales, yo di un salto de alegría; pero él me trajo a escondidas un grano de la granada, manjar dulce como la miel, y a pesar mío, por la fuerza, me obligó a comerlos. Mas cómo fue que, raptándome de acuerdo con el sagaz designio del Crónida, se me había llevado a las profundidades de la tierra, te lo contaré y lo referiré puntualmente tal como me lo preguntas.



Hades rapta a Perséfone. Pintura mural de un tumba de Vergina


     HadesraptoPersefoneVerginaTodas nosotras en un prado encantador (Leucipe, Feno, Electra, Yante, Mélite, Yaque, Rodia, Calírroe, Melóbosis, Tique, así como Ocírroe, de suave tez de flor, Criseida, Yanira, Acaste, Admete, Ródope, Pluto y la graciosa Calipso, Éstige, Urania y la amable Galaxaura, Palas, la que suscita el combate y Ártemis, diseminadora de dardos), jugábamos y cogíamos en un ramo con nuestras manos encantadoras flores: el suave azafrán, los gladiolos y el jacinto, cálices de rosa, lirios, maravilla de ver, y el narciso que la ancha tierra hacía brotar como el azafrán. Yo estaba cogiéndolas con alegría, pero la tierra se abrió desde lo más profundo y por allí se lanzó fuera el poderoso que a muchos acoge. Partió llevándome con él bajo tierra en su áureo carro, muy mal de mi grado y yo lancé agudos gritos con mi voz. Esto que te digo, muy afligida, es toda la verdad.


     Así entonces, el día entero, con unánime anhelo, confortaban de múltiples formas su corazón y su ánimo, demostrándose mutuo cariño. Su ánimo se liberaba de dolores, y recibían una de otra alegrías y a la vez se las daban. Cerca de ellas llegó Hécate de brillante diadema y dio muchos pruebas de cariño a la hija del sacra Deméter. Desde entonces la soberana la precede y la sigue.


Perséfone por Rosetti



IV. Las Láminas de Oro


 

LaminaOroHiponioLámina de Hiponio (traducción propia)


“Bajo la protección de Mnemósine está esta tumba, cuando esté a punto de morir... (para el que vaya) a las bien ajustadas mansiones de Hades, hay a la derecha una fuente y junto a ella se yergue un blanco ciprés. Allí, cuando bajan, se refrescan las almas de los muertos. A esta fuente, ni siquiera un poco te acerques. Más adelante encontrarás de Mnemósine el agua fresca que de su laguna fluye; unos guardianes hay encima, éstos te preguntarán con sus penetrantes ánimos qué andas escudriñando las tinieblas del caliginoso Hades. Dí: “hijo de la Tierra soy y del Cielo estrellado, estoy seco de sed y me muero, pero dadme pronto de beber el agua fresca de la laguna de la propia Mnemósine”. Y en verdad se lo dirán al rey subterráneo. Y en verdad te darán de beber de la laguna de Mnemósine. Y en efecto, tú tras beber, irás por un camino sagrado, precisamente por el que otros iniciados y bacos, vía sagrada, avanzan gloriosos”.


HadesPersephoneLocri
Lámina de
Turios 3 (traducción propia)

 

        “Vengo de entre los puros pura, reina de los seres subterráneos, Eucles y Eubuleo y dioses, cuantos son los demás espíritus. Pues yo también me vanaglorio de ser de vuestro dichoso linaje, he expiado la culpa por obras impías. Ya me domeñara la moira, ya por el que arroja los rayos de los truenos. Pero ahora suplicante llego ante la veneranda Perséfone, para que benévola me envíe a las moradas de los bienaventurados”.


Lámina de Turios 4 (traducción propia)

 

“Pero cuando el alma abandona la luz del sol, derecho... debes de ir tras haber guardado bien todo. Bienvenido, has sufrido una experiencia cual antes en modo alguno habías experimentado. Te has convertido en dios, cabrito en la leche has caído. Bienvenido, mientras recorres (el camino) derecho, las praderas sagradas y los bosques de Perséfone.




V. Los Jueces en el Hades según Platón



Platón, Apología 40 e - 41 c (traducción de J. Calonge, Madrid, Gredos, 2000)


      Si, en efecto, la muerte es algo así, RadamantisEacoMinosdigo que es una ganancia, pues la totalidad del tiempo no resulta ser más que una sola noche. Si, por otra parte, la muerte es como emigrar de aquí a otro lugar y es verdad, como se dice, que allí están todos los que han muerto, ¿qué bien habría mayor que éste, jueces? Pues si, llegado uno al Hades, libre ya de éstos que dicen que son jueces, va a encontrar a los verdaderos jueces, los que se dice que hacen justicia allí: Minos, Radamanto, Éaco y Triptólemo y a cuantos semidioses fueron justos en sus vidas, ¿sería acaso malo el viaje? Además, ¿cuánto daría alguno de vosotros por estar junto a Orfeo, Museo, Hesíodo y Homero? Yo estoy dispuesto a morir muchas veces, si esto es verdad y sería un entretenimiento maravilloso, sobre todo para mí, cuando me encuentre allí con Palamedes, con Ayante, el hijo de Telamón, y con algún otro de los antiguos que haya muerto a causa de un juicio injusto, comparar mis sufrimientos con los de ellos; esto no sería desagradable, según creo. Y lo más importante, pasar el tiempo examinando e investigando a los de allí, como ahora a los de aquí, para ver quién de ellos es sabio, y quién cree serlo y no lo es. ¿Cuánto se daría, jueces, por examinar al que llevó a Troya aquel gran ejército, o bien a Odiseo o a Sísifo o a otros infinitos hombres y mujeres que se podrían citar? Dialogar allí con ellos, estar en su compañía y examinarlos sería el colmo de la felicidad. En todo caso, los de allí no condenan a muerte por esto. Por otras maneras son los de allí más felices que los de aquí, especialmente, porque ya el resto del tiempo son inmortales, si es verdad lo que se dice.                                                               
             
                                                                                                                 
Radamantis, Minos y Éaco, crátera apulia, s. IV a.C.



                                                                                                                                                                                                          Platón, Gorgias 523 a - 524a (traducción de J. Calonge, Madrid, Gredos, 2000)

Difuntos, Caronte, Los tres jueces, Cerbero

      JuicioUltramundanoEscucha, pues, como dices, un precioso relato que tú, según opino, considerarás un mito, pero que yo creo un relato verdadero, pues lo que voy a contarte lo digo convencido de que es verdad. Como dice Homero, Zeus, Posidón y Plutón se repartieron el gobierno cuando lo recibieron de su padre. Existía en tiempos de Crono, y aun ahora continúa entre los dioses, una ley acerca de los hombres según la cual el que ha pasado la vida justa y piadosamente debe ir, después de muerto, a las Islas de los Bienaventurados y residir allí en la mayor, felicidad, libre de todo mal, pero el que ha sido injusto e impío debe ir a la cárcel de la expiación y del castigo, que llaman Tártaro. En tiempos de Crono y aun más recientemente, ya en el reinado de Zeus, los jueces estaban vivos y juzgaban a los hombres vivos en el día en que iban a morir; por tanto, los juicios eran defectuosos. En consecuencia, Plutón y los guardianes de las Islas de los Bienaventurados se presentaron a Zeus y le dijeron que, con frecuencia, iban a uno y otro lugar hombres que no lo merecían. Zeus dijo:
     "Yo haré que esto deje de suceder. En efecto, ahora se deciden mal los juicios; se juzga a los hombres -dijo- vestidos, pues se los juzga en vida... En efecto, deben ser juzgados después de la muerte. También es preciso que el juez esté desnudo y que haya muerto; que examine solamente con su alma el alma de cada uno inmediatamente después de la muerte, cuando está aislada de todos sus parientes y cuando ha dejado en la tierra todo su ornamento, a fin de que el juicio sea justo. Yo ya había advertido esto antes que vosotros y nombré jueces a hijos míos, dos de Asia, Minos y Radamantis, y uno de Europa: Éaco. Éstos, después de que los hombres hayan muerto, celebrarán los juicios en la pradera en la encrucijada de la que parten los dos caminos que conducen el uno a las Islas de los Bienaventurados y el otro al Tártaro. A los de Asia les jugará Radamantis, a los de Europa, Éaco; a Minos le daré la misión de pronuncia la sentencia definitiva cuando los otros dos tengan duda, a fin de que sea lo más justo posible el juicio sobre el camino que han de seguir los hombres".



VI. Otras figuras del Ultramundo griego


         
                                       1. Cerbero

          

Atenea, Heracles, Cerbero


HeraclesCerberoAtenea     Homero, Ilíada 8, 362 ss. (Traducción de Luis Segalá y Estalella)

(Habla Atenea) No recuerdo cuántas veces salvé a su hijo abrumado por los trabajos que Euristeo le impusiera. Heracles clamaba al cielo, llorando, y Zeus me enviaba a socorrerle. Si mi sabia mente hubiese presentido lo de ahora, no hubiera escapado el hijo de Zeus de las hondas corrientes de la Estix, cuando aquél le mandó que fuera al Hades, de sólidas puertas, y sacara del Erebo el horrendo can de Hades. Al presente, Zeus me aborrece y cumple los deseos de Tetis, que besó sus rodillas y le tocó la barba, suplicándole que honrase a Aquileo, asolador de ciudades. Día vendrá en que me llame nuevamente su amada hija, la de los brillantes ojos.



        Pausanias, Descripción de Grecia III, 25, 5 (Traducción de Mª Cruz Herrero Ingelmo, Madrid, Gredos, 1994)

Algunos poetas griegos afirman que Heracles hizo subir por aquí (Promontonio Ténaro) al perro de Hades, aunque no hay ningún camino bajo tierra a través de la cueva, y no es fácil creer que uno de los dioses tuviera una vivienda bajo tierra, en la que reuniera a las almas. Pero Hecateo de Mileto inventó una historia verosímil, diciendo que en el Ténaro se crió una terrible serpiente, y que se llamó perro de Hades, porque el que era mordido necesariamente moría enseguida por el venero y dijo que ésa fue la serpiente que llevó Heracles junto a Euristeo. Pero Homero -pues fue el primero que llamó perro del Hades al que llevó Heracles- no le puso ningún nombre ni lo imaginó de una determinada forma, como en el caso de la Quimera. Los poetas posteriores le pusieron el nombre de Cerbero, y aunque en lo demás lo hicieron igual a un perro, le atribuyeron tres cabezas, a pesar de que Homero no lo ha descrito como un perro, el compañero del hombre, más que llamándolo perro del Hades siendo una serpiente.




                               2. Vacada de Hades

          



HeraclesEuritionGerion Heracles



Pseudo-Apolodoro, Biblioteca II, 5, 10
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)


      Como décimo trabajo le encargó (Euristeo) traer de Eritía las vacas de Gerión. Eriía, ahora Gadir, era una isla situada cerca del Océano; la habitaba Gerión, hijo de Crisaor y de la oceánide Calírroe; tenía el cuerpo de tres hombres, fundidos en el vientre, y se escindía en tres desde las caderas y los muslos. Poseía unas vacas rojas, cuyo vaquero era Euritión, y su guardián Orto, el perro de dos cabezas nacido de Tifón y Equidna...
      Ya en Eritía, pasó la noche en el monte Abas; el perro, al darse cuenta, lo atacó, pero él lo golpeó con la maza y mató al vaquerizo Euritión, que había acudido en ayuda del perro. Menetes, que apacentaba allí las vacas de Hades, comunicó lo sucedido a Gerión, quien alcanzó a Heracles cerca del río Antemunte cuando se llevaba las vacas y, trabajo combate, murió de un flechazo. Heracles embarcó el ganado en la copa, y habiendo navegado hasta Tartesos, se la devolvió a Helios.



Heracles, Euritión, Gerión




                                  3. Caronte



GoethellegaCamposEliseosFrNadorp

Luciano, Diálogos de los muertos 2 (22)  (trad. J. L. Navarro González, Madrid, Gredos, 1992)


      CARONTE. -Paga, bribón, el importe del pasaje...
      MENIPO. -Que te pague por mí Hermes, que es quien me entregó a ti.
      HERMES. -Pues apañado voy si tengo encima que pagar por los muertos.

Luciano, Diálogos de los muertos 5 (18)  (trad. J. L. Navarro González)


      MENIPO. -A ver, ¿dónde están los tipos guapos y las tipas guapas, Hermes? Guíame que estoy recién llegado.
      HERMES. -No tengo tiempo, Menipo. Pero echa un vistazo allí a la derecha donde están Jacinto y Narciso y Nireo y Aquiles y Tiro y Helena y Leda; en una palabra, todas las bellezas de la Antigüedad.
      MENIPO. -Huesos solamente veo y calaveras desprovistas de carnes, parecidas la mayoría.


Goethe llega a los Campos Elíseos por Fr. Nadorp (1794-1876)
Verlag der Kunstanstalt von Piloty & Loehle in München. Aus dem König-Ludwig-Album, Nr. 173


CaronteHermesDifunto

Luciano, Diálogos de los muertos 14 (4)  (trad. J. L. Navarro González, Madrid, Gredos, 1992)


HERMES. -Calculemos, barquero, si te paree, lo que me debes ya para que no discutamos otra vez por el mismo tema.
CARONTE. -Vamos a hacer las cuentas, Hermes, pues es mejor y mucho más cómodo dejar el tema zanjado.
HERMES. -Por un ancla que me encargaste, cinco dracmas.
CARONTE. -Mucho dices.
HERMES. -Sí, por Aidoneo, que la compré por cinco dracmas y un estrobo por dos óbolos.
CARONTE. -Anota, cinco dracmas y dos óbolos.
HERMES. -Y una aguja para remendar la vela, cinco óbolos pagué.
CARONTE. -Pues anádelos.
HERMES. -Y cera para parchear las grietas del bote, y clavos y el cordel del que hiciste la braza; dos dracmas, todo.
CARONTE. -Bien, eso lo compraste a un precio razonable.
HERMES. -Eso es todo, si es que no se me ha olvidado nada al echar la cuenta. Por cierto ¿cuándo dices que me pagarás?
CARONTE. -Ahora, imposible, Hermes. Si una peste o una guerra envía aquí una buena remesa, entonces podré sacar alguna ganancia a base de cobrar más caro el pasaje.
HERMES. -¿O sea que voy a tener que sentarme aquí a suplicar que acaezca alguna catástrofe a ver si a resultas de ella puedo cobrar?
CARONTE. -No hay otra solución, Hermes. Ahora, y lo ves, nos llegan pocos, hay paz.
HERMES. -Mejor así, aunque se alargue el plazo de la cuenta que tenemos pendiente. Por lo demás los hombres de antaño, Caronte, ya sabes cómo se presentaban aquí, valientes todos, bañados en sangre y cubiertos de heridas la mayoria. Ahora, en cambio, el uno muerto envenenado por su hijo o por su mujer o con el vientre y las piernas abotargadas por la molicie; pálidos todos ellos, sin clase, en nada semejantes a aquellos de antaño. Y la mayoría de ellos llegan hasta aquí según parece de múltiples maquinaciones mutuas por culpa del dichoso dinero.
CARONTE. -Es que es muy codiciado.
HERMES. -No te vaya a parecer entonces que desvarío al reclamarte con insistencia lo que me debes.

                                                                                                                                                                                          
                                                                                                                                                                                               Lecito blanco con Caronte, Hermes y una difunta


PatinirCaronte
      Luciano, Diálogos de los muertos 20 (10)  (trad. J. L. Navarro González
, Madrid, Gredos, 1992)


      CARONTE. -Escuchad cuál es nuestra situación: la barquichuela es pequeña para vosotros, ya lo veis, encima está la madera medio carcomida y hace agua por muchos sititios, y si se inclina a uno y otro lado, zozobrará. Además, vosotros llegáis, semejante cantidad, de golpe, cada uno con mucho equipaje. Conque si embarcáis con él temo que no tardéis en arrepentiros, muy especialmente todos los que no sabéis nadar.
     HERMES. -Pues ¿qué tenemos que hacer para tener una buena travesía?
     CARONTE. -Yo os lo voy a decir. Tenéis que embarcar desnudos luego de dejar en la orilla todos esos bultos que traéis de más. Pues incluso así difícilmente podría sosteneros la barca. Tú te encargarás, Hermes, a partir de ahora de no aceptar a ninguno de ellos que no esté mondo y lirondo y que, como dije, no haya arrojado sus bártulos. Plantado junto a la escalerilla, examínalos y vete recibiéndolos a bordo obligándolos a embarcar desnudos.



El paso de la laguna Estigia, Patinis, 1520-24, Museo del Prado




                       4. Danaides





DanaidesSisifo

Danaides y Sísifo. Beazley ArchiveDanaidesWaterhouse
      


Higino, Fábulas 68  (trad. Santiago Rubio Fernaz, Madrid, Ed. Clásicas, 1997)


      Dánao, hijo de Belo, tuvo de sus muchas esposas cincuenta hijas. Igual número de hijos tuvo su hermano Egipto, quien quería matar a su hermano Dánao para ocupar él solo el reino paterno. Pidió las hijas de su hermano como esposas para sus hijos.


    
          Dánao, enterado del asunto, huyó de África a Argos con la ayuda de Minerva. Se dice que entonces Minerva fabricó por primera vez una nave con dos proas, en la cual huyó Dánao. Pero, cuando Egipto se enteró de que Dánao había huido, envió a sus hijos a perseguir a su hermano y les ordenó matar a Dánao o no regresar nunca.


    Después de llegar a Argos, comenzaron a asediar a su tío. Cuando Dánaro vio que no podía hacerles frente, les prometió darles a sus hijas como esposas para que desistieran del combate.

 
           Tomaron como esposas a las primas tal como habían pedido, pero ellas, por orden del padre, asesinaron a sus maridos. Hipermestra sola salvó a Linceo.
 
            Se dice que las demás, por este hecho, echan agua en los infiernos dentro de una tinaja agujereada. A Hipermestra y Linceo se les construyó un templo.






                                                                                                                                                              Danaides por J. W. Waterhouse, 1903




                 5. Ixión



IxionCastigoA


 Castigo de Ixión. Beazley Archive. de izquierda a derecha: Hera, Ares, Ixión, Hermes y AteneaIxionCastigoB



Pseudo-Apolodoro, Epítome I, 20
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)


Ixión, enamorado de Hera, intentó forzarla. Cuando Hera lo denunció, Zeus deseoso de conocer la verdad formó una nube semejante a hera y la colocó cerca de Ixión. Éste, por ufanarse de haber gozado a Hera, fue atado por Zeus a una rueda en la que llevado por los vientos paga su culpa. La nube fecundada por Ixión parió a Centauro.



                                                                                           


         
IxionRiberaMuseoPrado

Higino, Fábulas 62  (trad. Santiago Rubio Fernaz, Madrid, Ed. Clásicas, 1997)


      Ixión, hijo de Leonteo, intentó forzar a Juno. Por orden de Júpiter puso en su lugar una nube, que Ixión creyó ser la imagen de Juno. De esta unión nacieron los centauros. Pero Mercurio, por orden de Júpiter, amarró a Ixión a una rueda en los infiernos y se dice que todavía allí da vueltas.


Luciano, Diálogos de los muertos 9 (6), 3  (trad. J. L. Navarro González, Madrid, Gredos, 1992)
       
      HERA. -Y ahora sé que vas a perdonar a Ixión porque tú también en cierta ocasión cometiste adulterio con su mujer, que te engendró a Pirítoo.
      ZEUS. -¿Aún te acuerdas de las diversiones con los que me entretenía al bajar a la tierra? Pero ¿sabes qué opinión tengo de Ixión? En modo alguno castigarlo o dejarlo fuera del banquete, estaría feo. Pero puesto que está enamorado, según dices, y anda llorando y sufre lo insufrible...
      HERA. -¿Qué, Zeus? Temo que vayas a formular una propuesta insolente.
      ZEUS. -En absoluto; si modelamos de una nube una imagen que se parezca a ti, una vez que el banquete haya acabado y él, como es lógico, no pueda conciliar el sueño por culpa del amor, se la llevaremos y la acostaremos con él, así tal vez dejará de afligirse cuando crea que ha alcanzado sus deseos.
      HERA. -¡Quita, quita! Que se vaya a hacer puñetas por codiciar lo que está por encima de él.
      ZEUS. -Sin embargo cálmate, Hera, ¿qué daño podrías sufrir de una iamgen, en caso que Ixión se una con una nube?
      HERA. -Pues yo pareceré ser la nube y a causa de ese parecido cometeré ese acto ignominioso contra mí.
      ZEUS. -No digas eso, que ni la nube podrá jamás ser Hera, ni tú la nube; Ixión será la única víctima del engaño.
      HERA. -Pero los hombres todos son vulgares; tal vez cuando baje presumirá e irá explicando a todos que se ha acostado con Hera y que ha compartido el lecho de Zeus, e incluso podría decis que yo estaba enamorada de él, y ellos -los hombres- darán crédito a sus palabras, pues no saben que se acostó con una nube.
      ZEUS. -Bien, pues caso que cuente historias semejantes lo dejaré caer en el Hades y, encadenado, pobre de él, a una rueda, estará siempre dando vueltas con ella y tendrá un quehacer inacabable como castigo no de su pasión amorosa -que eso no es nada malo- sino de su arrogancia.                                                                                                                                 

Ixión, José de Ribera, 1632, Museo del Prado, "Las Furias"

  

                                                          
                                                                                                  


                       6. Tánato




Heracles se enfrenta a Tánato por el cuerpor de Alcestis, Lord Fr. Leighton, ca. 1870

AlcestisLeighton     Eurípides, Alcestis  840 ss. (trad. A. Medina González, Madrid, Gredos, 2000)
     
 

     (Habla Heracles) Tengo que salvar a la mujer que acaba de morir e instalar de nuevo a Alcestis en esta casa y dar a Admeto una prueba de mi agradecimiento. me voy a acechar a la reina de los muertos, de negra túnica, a la Muerte. Creo que la encontraré cerca de la tumba, bebiendo la sangre de sus víctimas. Y si, lanzándome desde mi escondrijo, consigo atraparla y al rodeo con mis brazos, nadie conseguirá arrebatarme sus costados doloridos, hasta que me entregue a esta mujer. Pero si yo fallo esta presa y no se aproxima a la sangrienta ofrenda, descenderé a las moradas sin sol de los de abajo, de Core y del Soberano y la reclamaré, y tengo confianza en que conduciré arriba a Alcestis, para poder dejarla en los brazos de mi huésped, que me recibió en su casa y no me expulsó, a pesar de estar golpeado por una pesada desgracia; sino que me la ocultó, como noble que es, en consideración a mí. ¿Quién de los tesalio más hospitalario que él? De seguro que no tendrá que decir que un hombre noble como él se ha portado generosamente con un hombre vil.

             Heracles se va y aparece Admeto seguido del cortejo fúnebre.

     Admeto. -¡Ay, umbrales odiosos, vista odiosa de mi casa viuda, ay de mí! ¡Ay, ay! ¿Dónde iré? ¿Dónde me detendré? ¿Qué diré? ¿Qué no diré? ¿Cómo podría morir? Mi madre me engendró para un pesado destino. Envidio a los muertos, siento pasión por ellos, deseo habitar sus moradas. Ya no gozo viendo los rayos del sol, ni poniendo el pie sobre la tierra. Tal es el rehén que la Muerte me ha arrebatado, para entregárselo a Hades.




                        7. Eurídice y Orfeo




       Orfeo y Eurídice, Jean Raoux, 1718

OrfeoEuridiceJRaoux                  Ovidio, Metamorfosis X, 8-63 (trad. Ana Pérez Vega)

 

      …Pues por las hierbas, mientras la nueva novia, cortejada por la multitud de las náyades, deambula, muere al recibir en el tobillo el diente de una serpiente…
       El vate… a la Estige osó descender por la puerta del Ténaro, y a través de los leves pueblos y de los espectros que cumplieran con el sepulcro, a Perséfone acude y al que los inamenos reinos posee, de las sombras el señor, y pulsados al son de sus cantos los nervios, así dice:
       “Oh divinidades del mundo puesto bajo el cosmos, al que volvemos a caer cuanto mortal somos creados, si me es lícito, y, dejando los rodeos de una falsa boca, la verdad decir dejáis, no aquí para ver los opacos Tártaros he descendido, ni para encadenar las triples gargantas, vellosas de culebras, del monstruo de Medusa. Causa de mi camino es mi esposa, en la cual, pisada, su venero derramó una víbora y le arrebató sus crecientes años. Poder soportarlo quise y no negaré que lo he intentado: me venció Amor. En la altísima orilla el dios este bien conocido es. Si lo es también aquí lo dudo, pero también aquí, aun así, auguro que lo es y si no es mentida la fama de tu antiguo rapto, a vosotros también os unió Amor. Por estos lugares yo, llenos de temor, por el Caos este ingente y los silencios del vasto reino, os imploro, de Eurídice detened sus apretados hados. Todas las cosas os somos debidas, y un poco de tiempo demorados, más tarde o más pronto a la sede nos apresuramos única. Aquí nos encaminamos todos, esta es la casa última y vosotros los más largos reinados poseéis del género humano. Ella también, cuando sus justos años, madura, haya pasado, de la potestad vuestra será: por regalo os demando su disfrute. Y si los hados niega la venia por mi esposa, decidido he que no querré volver tampoco yo. De la muerte de los dos gozaos”.




Hermes, Eurídice y Orfeo. Bajorrelieve, Museo de Nápoles

EuridiceOrfeoHermes


     Al que tal decía y sus nervios al son de sus palabras movía, exangües le lloraban las ánimas; y Tántalo no siguió buscando la onda rehuida, y atónita quedó la rueda de Ixión, OrfeoEuridiceni desgarraron el hígado las aves, y de sus arcas libraron las Bélides, y en tu roca, Sísifo, tú te sentaste. Entonces por primera vez con tus lágrimas, vencidas por esa canción, fama es que se humedecieron las mejillas de las Euménides, y tampoco la regia esposa puede sostener, ni el que gobierna las profundidades, decir que no a esos ruegos, y a Eurídice llaman: de las sombras recientes estaba ella en medio, y avanzó con un paso de la herida tardo.

 
     A ella, junto con la condición, la recibe el rodopeio Héroe, de que no gire atrás sus ojos hasta que los valles haya dejado del Averno, o defraudados de sus dones han de ser. Se coge cuesta arriba por lo mudos silencios un sendero, arduo, oscuro, de bruma opaca denso, y no mucho distaban de la margen de la suprema tierra. Aquí, que no abandonara ella temiendo y ávido de verla, giró el amante sus ojos, y en seguida ella se volvió a bajar de nuevo, y ella, sus brazos tendiendo y por ser sostenida y sostenerse contendiendo, nada, sino las que cedían, la infeliz agarró auras. Y ya por segunda vez muriendo no hubo, de su esposo, de qué quejarse, pues de qué se quejara, sino de haber sido amada, y su supremo adiós, cual ya apenas con sus oídos él alcanzara, le dijo, y se rodó de nuevo adonde mismo.






                         8. Psique y Eros



Hermes junto con Eros y Afrodita en un Pinax procedente de Locri      

HermesErosAfroditaPinaxLocri  

Apuleyo, El asno de oro VI, 20 (traducción J. Mª Royo, Madrid, Cátedra, 1986)


        No tardó Psique en llegar a Ténaro, hacerse con las monedas y las hogazas, y ponerse en camino de los Infiernos. Después de pasar en silencia ante el inválido cabestrero; después de darle al barqueto la moneda para que pasase el río... llegó por fin ante Proserpina. Renunció luego al delicado asiento y a la exquisita comida que le ofrecía la huésped; se sentó a sus pies y, mientras se conformaba con una sencilla comida, le transmitió el encargo de Venus. Recibida que fue la caja -rellenada y cerrada a escondidas- volvió a entretener las facuces del perro con la otra hogaza; le dio al barquero otra moneda y salió de los infiernos con una gran seguridad en sí misma. Al volver a ver, y venerar otra vez la luz, aunque llevaba prisa en acabar con el encargo se sintió tentada por una temeraria curiosidad....
       Destapó la caja. Pero allí dentro no había ni ratro de hermosura, sino una adormidera realmente infernal, un sueño estigio, que en cuanto se levantó la tapadera, la invadió...
Cupido... se marchó volando hasta Psique, recogió la adormidera que se volatilizara por la curiosidad de la muchacha, y la volvió a meter en la caja. A ella la despertó con la inofensiva punzada de sus flechas... Se marchó volando, mientras Psique le llevaba a Venus el regalo de Proserpina.
      Cupido, consumido de amor, con la faz atormentada por miedo a una repentina destemplanza de su madre, volvió a las andadas y subió a lo más alto del cielo con la ligereza de sus alas, le expuso su caso a Júpiter, y le aportó sus razones....
      (Júpiter) mandó a Mercurio que convocara asamblea de los dioses,,, y abrió la sesión diciendo: "...ya conocéis a este muchacho... ha elegido ya a una muchacha a la que ya ha desflorado, pues que la tenga y que disfrute para siempre de sus amores con Psique..."

     Al punto le ordenó a Mercurio que raptara a Psique y que la llevara al cielo; y ofreciéndole una copa de ambrosía, le dijo:
     -Toma, Psique. Sé inmortal, y que Cupido no se aparte nunca de este vínculo que lo une a ti, porque este matrimonio vuestro habrá de ser eterno.




VII. Para la visión escatológica de Virgilio, léase el canto VI de La Eneida.