Herma. Lecito. Ca. 475 a.C. Museo del Louvre, París
Tablilla de Pilo (PY Tn 316.8s.)
(Traducción Grupo Tempe)
En Pilo: para Hermes Areias, un vaso de oro, un hombre. Se celebra una consagración en el santuario de Zeus, se portan presentes y se conducen víctimas. Para Zeus, un vaso de oro, un hombre; para Hera, un vaso de oro, una mujer.
Hermes niño en brazos de Iris. Hidria. Ca. 500-450 a.C.Antiken-sammlungen, Munich
Himno Homérico IV a Hermes (Traducción A. Bernabé)
v. 12 ss. Así que la Ninfa parió un niño versátil, de sutil ingenio, saqueador, ladrón de vacas, caudillo de sueños, espía de la noche, vigilante de las puertas, que rápidamente iba a realizar gloriosas gestas ante los ojos de los dioses inmortales.
Nacido al alba, tañía la lira al mediodía y por la tarde robó las vacas del Certero Apolo…
Cuando saltó de las inmortales entrañas de su madre, no aguardó mucho tiempo tendido en la sacra cuna, sino que se puso en pie de un salto y andaba ya buscando las vacas de Apolo, tras franquear el umbral del antro de alta bóveda.
Al encontrarse allí una tortuga, logró una dicha infinita…
v. 41 ss.
Pinchando con un cincel de grisáceo hierro, vació el meollo de la montaraz tortuga… Una vez que cortó en sus justas medidas tallos de caña, los atravesó, perforándole dorso, a través de la concha de la tortuga. Alrededor tendió una piel de vaca, con la inteligencia que le es propia, le añadió un codo, los ajustó a ambos con un puente y tensó siete cuerdas de tripa de oveja, armonizadas entre sí.
Cuando lo hubo construido, en posesión de un juguete encantador, lo tentaba con el plectro cuerda a cuerda. Al toque de su mano, sonó prodigiosamente y el dios lo acompañaba con su hermoso canto...
Hermes con el ganado. Theseus Painter. Ca. 50 a.C.
v. 64 ss. Llevándose la hueca forminge la dejó en su sacra cuna. Ávido de carne, saltó fuera de la sala fragante hacia una atalaya, meditando en su mente un excelso engaño, como los que disponen los salteadores en la hora de la negra noche.
El Sol se hundía bajo la tierra, en el Océano con sus corceles y su carro, cuando Hermes llegó a la carrera a los umbrosos montes de Pieria. Allí las divinas vacas de los dioses bienaventurados ocupaban su establo paciendo en prados encantadores, jamás segados. De entre ellas entonces el hijo de Maya, el vigilante Argifonte, separó del rebaño cincuenta vacas de fuertes mugido. Las arreaba, descarriadas, por el terreno arenoso, trastrocando sus huellas. Pues no se olvidaba de su habilidad para engañar, cuando ponía del revés las pezuñas; las de delante, atrás, y las de atrás, delante, y el mismo caminaba de frente.
Unas sandalias se tejió en seguida sobre las arenas de la mar, con mimbre, impensables e inimaginables, obra prodigiosa, añadiéndoles tamarices y ramas de mirto.
v. 105 ss. Allí, cuando hubo apacentado bien de hierba a las vacas de fuerte mugido y las hubo arreado, reunidas, al establo, mientras ramoneaban el trébol y la juncia bañada de rocío, recopiló muchos maderos y ejercitó el arte del fuego. Tras tomar una espléndida rama de laurel, la hizo girar en una de granado apretada en su palma y exhaló una ardiente vaharada.
Hermes en efecto inventó por primera vez los enjutos y el fuego… Mientras avivaba el fuego la fuerza del ilustre Hefesto, arrastró puertas adentro dos vacas mugidoras de torcidos cuernos, junto al fuego. Su fuerza era mucha. A ambas derribó al suelo de espaldas, jadeantes, e inclinándose, las hizo rodar, punzándoles los meollos.
…Tras colocarle encima leños secos, consumió bajo la llamarada del fuego las patas enteras y las cabezas enteras…
Luego llegó en seguida a las divinas cumbres de Cilene, mañanero, y no se lo encontró en el largo camino ninguno de los dioses bienaventurados ni de los mortales hombres. Ni siquiera aullaron los perros. El raudo Hermes, hijo de Zeus, pasó al sesgo a través de la cerradura de la sala, semejante al aura otoñal, como niebla… Raudamente se metió en la cuna el glorioso Hermes y yacía envuelto con pañales en torno a sus hombros, como un niño pequeño, jugueteando entre sus manos con el lienzo alrededor de sus rodillas y manteniendo la encantadora tortuga a la izquierda de su mano. Mas no le pasó inadvertido el dios a la diosa, su madre. Y ella le dijo estas palabras:
-¿Y tú, qué, taimado? ¿De dónde vienes aquí en medio de la noche, vestido de desvergüenza? Ahora estoy segura de que tú atravesarás el vestíbulo muy pronto, cargado de irrompibles ataduras, por las manos del hijo de Leto, en vez de andar como un salteador, robando de vez en cuando por los valles. ¡Vuélvete por donde has venido! ¡Tu padre engendró un gran tormento para los hombres mortales y los dioses inmortales!
Hermes conduce un carnero. Stamnos. Ca. 500-480 a.C. Museo del Louvre, París
A ella le respondió Hermes con astutas palabras:
-Madre mía, ¿por qué intentas amedrentarme como a un crío pequeño, que conoce muy pocas maldades en su mente y, asustadizo, teme las riñas de su madre? Yo en cambio me consagraré al mejor oficio, cuidando constantemente como un pastor de mí y de ti. Y no nos resignaremos a permanecer aquí ambos, los únicos entre los dioses inmortales sin ofrendas y sin plegarias, como tú sugieres. Es mejor convivir por siempre entre los inmortales, rico, opulento, sobrado de sementeras, que estar sentado en casa, en la brumosa gruta. En cuando a la honra, también yo conseguiré el mismo rito que Apolo. Y si no me lo concediera mi padre, yo mismo intentaré, que puedo, ser el caudillo de los salteadores. Y si me sigue la pista el hijo de la muy gloriosa Leto, creo que se encontrará con otra cosa, y de más envergadura. Pues iré a Pitón, para allanar su vasta morada. De allí saquearé en abundancia hermosísimos trípodes y calderos, así como oro, y en abundancia, reluciente hierro y mucho ropaje.
Hermes niño, Apolo y Maya. Hidria. Ca. 520 a.C. Museo del Louvre, París
v. 235 ss. Cuando el hijo de Zeus y Maya vio encolerizado por sus vacas al Certero flechador Apolo, se hundió entre sus perfumados pañales y, como cubre la ceniza de leña muchas brasas de los tueros, así se escondía Hermes al ver al Certero flechador. En pocos instantes ovilló su cabeza, manos y pies, como un niño recién bañado que reclama el dulce sueño, mas realmente estaba despierto y tenía la tortuga bajo el sobaco…
Una vez que hubo examinado los rincones de la espaciosa morada el hijo de Leto, le dirigió la palabra al glorioso Hermes:
-Niño que estás tendido en la cuna, confiésame el paradero de las vacas, de prisa, porque rápidamente ambos disputaremos y no de forma cortés, pues te cogeré y te arrojaré al nebuloso Tártaro, a la tiniebla malhadada y sin salida, y ni tu madre ni tu padre te sacarán de nuevo a la luz, sino que vagarás bajo tierra, acaudillando humanas pequeñeces.
Hermes le respondió con astutas palabras:
-¡Hijo de Leto! ¿Qué crueles palabras son éstas que me has dirigido? ¿Y qué es eso de que vienes aquí en busca de tus camperas vacas? No las vi, no me enteré de ello, ni oí el relato de otro. Ni podría denunciarlo ni podría ganarme siquiera una recompensa por la denuncia. Tampoco tengo el aspecto de un varón robusto como para ladrón de vacas. Ese no es asunto mío. Antes me interesan otras cosas: me interesa el sueño, la leche de mi madre, tener pañales en torno a mis hombros y los baños calientes…
Hermes. Stamnos. Ca. 480-470 a.C. Museo del Louvre, París
Sonriendo dulcemente le dijo el Certero Apolo:
-¡Buena pieza! ¡Embaucador, marrullero! En verdad estoy seguro de que muchas veces, tras forzar por la noche casas bien pobladas, dejarás a más de un hombre en el puro suelo, llevándote los enseres por la casa, sin ruido, por la manera en que hablas. Asimismo afligirás a muchos camperos pastores en las gargantas del monte cuando, deseoso de carne, vayas al encuentro de las manadas de vacas y rebaños de ovejas. Pero, ¡ea!, para que no duermas el último y postrero sueño., ¡baja de tu cuna, camarada de la negra noche! Pues sin duda ese privilegio tendrás en el futuro entre los inmortales: ser llamado por siempre Cabecilla de los Ladrones…
Hermes y un sátiro con la lira.
Ánfora.
Ca. 500-490 a.C.
Antikenmuseen, Berlín.
v. 389 ss. Zeus se echó a reír de buena gana al ver al niño bribón que negaba con habilidad y experimentadamente el asunto de las vacas. Ordenó que ambos, teniendo un ánimo concorde, emprendieran la búsqueda y que Hermes el mensajero guiara y señalara, sin dobleces de pensamiento, el lugar en donde había escondido las vigorosas testuces de las vacas….
v. 416 ss. Al gloriosísimo hijo de Leto, al Certero flechador, lo aplacó con gran facilidad, como quería, aun cuando era poderoso. La lira, a la izquierda de su mano, la tentaba con el plectro cuerda a cuerda. Al toque de su mano sonó prodigiosamente. Se echó a reír Febo Apolo regocijado y en su fuero interno penetró el encantador sonido de la música sobrenatural y se adueñó de él, de su corazón, un dulce deseo mientras lo oía.
v. 475 ss. (En boca de Hermes que se dirige a Apolo): pero, puesto que tu ánimo se ve impulsado a tañer la cítara, acompáñate, tañe la cítara y, recibiéndola de mí, conságrate a estos júbilos…
Detalle de Hermes con el caduceo. Crátera ca. 360-340 a.C. Museo del Louvre, París
Dicho esto, se la tendió. La aceptó Febo Apolo y le puso en la mano a Hermes de buen grado un reluciente látigo y le encomendó el pastoreo de sus vacas. Y lo aceptó el hijo de Maya, gozoso…
Así que Apolo, el hijo de Leto, asintió con su cabeza en concordia y amistad que ningún otro de entre los inmortales le sería más querido, ni dios ni mortal prole de Zeus:
-Haré un pacto perfecto entre los inmortales ya la vez de entre todos fiadero en mi corazón y honrado. Mas luego te daré una hermosísima varita de abundancia y riqueza, de oro, de tres hojas, que te conservará sano y salvo, llevando a cumplimiento todos los decretos de palabras y de buenas obras cuantos aseguro haber aprendido de la profética voz de Zeus.
Detalle de Hermes mensajero. Crátera de volutas. Ca. 405-385 a.C. Museo Nazionale Archeologico di Tarento
Homero, Ilíada XXIV 332-377, 440-467 (Traducción L. Segalá)
Mas al atravesar Príamo y el heraldo la llanura, no dejó de advertirlo Zeus, que vio al anciano y se compadeció de él. Y llamando en seguida a su hijo Hermes, hablóle de esta manera:
—¡Hermes! Puesto que te es grato acompañar a los hombres y oyes las súplicas del que quieres, anda, ve y conduce a Príamo a las cóncavas naves aqueas, de suerte que ningún dánao le vea hasta que haya llegado a la tienda del Pelida.
Así habló. El mensajero Argifontes no fue desobediente: calzóse al instante los áureos divinos talares que le llevaban sobre el mar y la tierra inmensa con la rapidez del viento, y tomó la vara con la cual adormece a cuantos quiere o despierta a los que duermen. Llevándola en la mano, el poderoso Argifontes emprendió el vuelo, llegó muy pronto a Troya y al Helesponto, y echó a andar, transfigurado en un joven príncipe a quien comienza a salir el bozo y está graciosísimo en la flor de la juventud.
Cuando Príamo y el heraldo llegaron más allá del gran túmulo de Ilo, detuvieron los mulos y los caballos para que bebiesen en el río. Ya se iba haciendo noche sobre la tierra. Advirtió el heraldo la presencia de Hermes, que estaba junto a él, y hablando a Príamo le dijo:
—Atiende Dardánida, pues el lance que se presenta requiere prudencia. Veo a un hombre y me figuro que en seguida nos matará. Ea, huyamos en el carro, o supliquémosle, abrazando sus rodillas, para ver si se apiada de nosotros.
Esto dijo. Turbósele al anciano la razón, sintió un gran terror, se le erizó el pelo en los flexibles miembros y quedó estupefacto. Entonces el benéfico Hermes se llegó al viejo, tomóle por la mano y le interrogó diciendo:
Detalle de Hermes mensajero. Ánfora, época clásica tardía. Museo Gregoriano Etrusco Vaticano.
—¿ Adónde, padre mío, diriges estos caballos y mulos durante la noche divina, mientras duermen los demás mortales? ¿No temes a los aqueos, que respiran valor, los cuales te son malévolos y enemigos y se hallan cerca de nosotros? Si alguno de ellos te viera conducir tantas riquezas en esta obscura y rápida noche, ¿qué resolución tomarías? Tú no eres joven, éste que te acompaña es también anciano, y no podrías rechazar a quien os ultrajara. Pero yo no te causaré ningún daño, y además te defendería de cualquier hombre, porque te pareces a mi padre.
Respondióle el anciano Príamo, semejante a un
dios:
— Así es como dices, hijo querido. Pero alguna deidad extiende la mano sobre mí,
cuando me hace salir al encuentro un caminante de tan favorable augurio como tú,
que tienes cuerpo y aspecto dignos de admiración y espíritu prudente, y naciste
de padres felices…
(440-467) …el benéfico Hermes; y subiendo al carro, recogió al instante el látigo y las riendas e infundió gran vigor a los corceles y mulos. Cuando llegaron al foso y a las torres que protegían las naves, los centinelas comenzaban a preparar la cena, y el mensajero Argifontes los adormeció a todos; en seguida abrió la puerta, descorriendo los cerrojos, e introdujo a Príamo y el carro que llevaba los espléndidos regalos. Llegaron, por fin, a la alta tienda que los mirmidones habían construido para el rey con troncos de abeto, techándola con frondosas cañas que cortaron en la pradera: rodeábala una gran cerca de muchas estacas y tenía la puerta asegurada por un barra de abeto que quitaban o ponían tres aqueos juntos, y sólo Aquileo la descorría sin ayuda. Entonces el benéfico Hermes abrió la puerta e introdujo al anciano y los presentes para el Pelida, el de los pies ligeros. Y apeándose del carro, dijo a Príamo:
—¡Oh anciano! Yo soy un dios inmortal, soy Hermes; y mi padre me envió para que fuese tu guía. Me vuelvo antes de llegar a la presencia de Aquileo, pues sería indecoroso que un dios inmortal se tomara públicamente tanto interés por los mortales. Entra tú, abraza las rodillas del Pelida, y suplícale por su padre, por su madre de hermosa cabellera y por su hijo, a fin de que conmuevas su corazón.
Júpiter, Mercurio y la verdad. D.Dossi, 151-1518. Kunsthistorisches Museum, Viena
Apolodoro, Biblioteca I 6, 3
(Traducción Grupo Tempe)
Tifón, enroscándose en torno suyo con los anillos, lo inmovilizó (a Zeus), le arrebató la hoz y le cortó los tendones de sus manos y pies y, cargándolo sobre sus hombros, lo transportó a través del mar hasta Cilicia y, llegado a la cueva Coricia, allí lo depositó. Así mismo, ocultando también los tendones dentro de una piel de oso, los dejó allí y puso como guardián a la dragona Delfine. Pero Hermes y Egipán robaron los tendones y se los colocaron a Zeus en su sitio. Zeus, en cuanto recobró su vigor se precipitó desde el cielo con su carro de caballos alados, y lanzando contra Tifón los rayos, lo persiguió.
Hermes atándose las sandalias. J.-B. Pigalle, 1753. Museo del Louvre, París
Homero, Ilíada V 381 ss.
(Traducción L. Segalá)
(Dione consuela a Afrodita)
Contestó Dione divina entre las diosas:
— Sufre el dolor, hija mía, y sopórtalo aunque estés afligida; que muchos de los
moradores del Olimpo hemos tenido que tolerar ofensas de los hombres, a quienes
excitamos para causarnos, unos dioses a otros, horribles males. —Las toleró
Ares, cuando Oto y el fornido Efialtes, hijos de Aloeo, le tuvieron trece meses
atado con fuertes cadenas en una cárcel de bronce: allí pereciera el dios
insaciable de combate, si su madrastra, la bellísima Eribea, no lo hubiese
participado a Hermes, quien sacó furtivamente de la cárcel a Ares casi exánime,
pues las crueles ataduras le agobiaban.
Mercurio y Psique. A. de Vries, 1593. Museo del Louvre, París
Apuleyo, El asno de oro VI, 23
(Traducción Grupo Tempe)
E inmediatamente, [Júpiter] manda que por el ministerio de Mercurio Psique sea arrebatada y transportada al cielo. Dándole una copa de ambrosía, le dice: “Toma, Psique, y sé inmortal; y Cupido no se separará nunca de tus lazos, sino que éstas serán para vosotros unas nupcias para siempre”.
Hermes da muerte a Argos. Stamnos, época clásica.Kunsthistorisches Museum, Viena
Ovidio, Metamorfosis I 625-629, 668-684, 713-719
(Traducción Grupo Tempe)
De cien ojos tenía Argos rodeada la cabeza; de entre ellos, dos por turno se entregaban al sueño, mientras los demás vigilaban. Fuera cual fuera su postura, siempre estaba mirando a Ío.
Mas el soberano de los celestes llamando a su hijo le ordena dar muerte a Argos. Poco tiempo le cuesta ponerse las alas en los pies, coger la varita productora del sueño, y cubrirse la cabellera, y tan pronto como tiene esto preparado, se deja caer a tierra.
Mercury piping Argo. J. K. Loth, antes de 1660. National Gallery, Londres
Al llegar se despoja del sombrero y se quita las alas; sólo la varita queda en su poder. Con ella conduce unas cabras y va tocando un caramillo que ha construido. Atraído el guardián de Juno por el arte de aquellos sonidos desconocidos, le dice Argos: “Quienquiera que seas, podrías sentarte conmigo sobre esta roca; no hay, en efecto, hierba más nutritiva para el ganado que la que aquí se cría, y estás viendo una sombra conveniente para pastores”. Se sentó el Atlantíada; con su abundante conversación llenó las horas del día y con la música de sus cañas ensambladas trata de doblegar los ojos vigilantes.
Mercury and Argos. J. Jordaens, ca.1635-1640.
El Cilenio vio que todos los ojos de Argos habían sucumbido. En el acto interrumpe su relato y consolida el adormecimiento acariciando con su varita mágica los ojos lánguidos. E inmediatamente, mientras él cabecea, lo hiere con su espada curva en donde la cabeza confina con el cuello, lo arroja ensangrentado desde la roca y tiñe de sangre el escarpado peñasco.
Hermes mensajero. Lecito. Ca. 500-450 a.C. Metropolitan Museum, Nueva York.
Homero, Odisea X 275-309 (Traducción L. Segalá)
(Habla Odiseo) Dicho esto, alejéme de la nave y del mar. Pero cuando, yendo por el sacro valle, estaba a punto de llegar al gran palacio de Circe, la conocedora de muchas drogas, y ya enderezaba mis pasos al mismo, salióme al encuentro Hermes, el de la áurea vara, en figura de un mancebo barbiponiente y graciosísimo en la flor de la juventud. Y tomándome la mano, me habló diciendo:
—¡Ah infeliz! ¿Adónde vas por esos altozanos, solo y sin conocer la comarca? Tus amigos han sido encerrados en el palacio de Circe, como puercos, y se hallan en pocilgas sólidamente labradas. ¿Vienes quizá a libertarlos? Pues no creo que vuelvas, antes te quedarás donde están ellos. Ea, quiero preservarte de todo mal, quiero salvarte; toma este excelente remedio que apartará de tu cabeza el día cruel, y ve a la morada de Circe, cuyos malos intentos ha de referirte íntegramente. Te preparará una mixtura y te echará drogas en el manjar; mas, con todo eso, no podrá encantarte porque lo impedirá el excelente remedio que vas a recibir. Te diré ahora lo que ocurrirá después. Cuando Circe te hiriere con su larguísima vara, tira de la aguda espada que llevas cabe el muslo, y acométela como si desearas matarla. Entonces, cobrándote algún temor te invitará a que yazgas con ella; tú no te niegues a participar del lecho de la diosa, para que libre a tus amigos y te acoja benignamente, pero hazle prestar el solemne juramento de los bienaventurados dioses de que no maquinará contra ti ningún otro funesto daño: no sea que, cuando te desnudes de las armas, te prive de tu valor y de tu fuerza.
Cuando así hubo dicho, el Argifontes me dio el remedio, arrancando de tierra una planta cuya naturaleza me enseñó. Tenía negra la raíz y era blanca como la leche su flor, llamándola moly los dioses, y es muy difícil de arrancar para un mortal; pero las deidades lo pueden todo.
Hermes se fue al vasto Olimpo, por entre la selvosa isla; y yo me encaminé a la morada de Circe, revolviendo en mi corazón muchas trazas.
Mercurio por H. Goltzius, 1611. Frans Halsmuseum, Haarlem
Higino, Fábulas 143, 2
(Traducción Grupo Tempe)
Antes, los hombres habían vivido durante muchos siglos hablando una sola lengua. Pero después que Mercurio interpretó las lenguas de los hombres, por lo que es llamado hermeneutés, esto es, intérprete, entonces surgió la discordia entre los mortales, lo que no gustó a Júpiter.
Mercurio educando a Cupido ante Venus. A. da Corregio, ca. 1525. National Gallery, Londres
Higino, Fábulas 277, 1-3
(Traducción Grupo Tempe)
Las Parcas, Cloto, Láquesis y Átropos inventaron las siete letras griegas: A.. B H T I Y; otros dicen que las inventó Mercurio inspirándose en el vuelo de las grullas, que, cuando vuelan, describen letras. El mismo Mercurio enseñó por primera vez a los mortales los ejercicios gimnásticos.
J. H. Muller, Embrancing couple (Mercurius and Lara?). Ca. 1594. Paul Getty Museum
Ovidio, Fastos II 607-616 (Traducción Grupo Tempe)
Luego [Júpiter] llama a Mercurio: “Condúcela hasta el reino de los Manes. Es una ninfa, pero va a ser ninfa de la laguna infernal”. La orden de Júpiter es obedecida. Fue entonces –según cuentan– cuando a su divino guía le pareció deleitosa [Lara]. Se dispone a violarla. Queda preñada y da a luz gemelos, que custodian las encrucijadas y montan constantemente guardia en nuestra ciudad: son los Lares.
© Henar Velasco López