Deméter

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El camino a Eleusis

 

Fotos, cortesía de Aítor Blanco, Verano 2007. Véase otro viaje a Eleusis

 

 

Himno a Deméter 90 ss. (Traducción de Alberto Bernabé Pajares)

Pero a ella un dolor más cruel y más perro le llegó al ánimo. Irritada contra el Cronión, amontonador de nubarrones, tras apartarse en seguida de la asamblea de los dioses y del grande Olimpo, marchó a las ciudades de los hombres y a sus pingües cultivos, desfigurando por mucho tiempo su aspecto. Ninguno de los hombres ni de las mujeres de ajustada cintura la reconocían al verla, hasta cuando llegó a la morada del prudente Céleo, que era por entonces señor de Eleusis, fragante de Incienso.

 

 

 

 

Se sentó a la vera del camino, afligida en su corazón, en el pozo Partenio, de donde sacaban agua los de la ciudad. A la sombra, pues por encima de ella crecía la espesura de un olivo, y con el aspecto de una anciana muy vieja, que está ya lejos del parto y de los dones de Afrodita amante de las coronas, como son las nodrizas de los hijos de los reyes que dictan sentencias, y las despenseras en sus moradas llenas de ecos.

La vieron las hijas de Céleo, el Eleusínida, cuando iban a por el agua cómoda de sacar, para llevársela en broncíneas cántaras a las moradas de su padre...

 

 

 

...la diosa puso sus pies sobre el umbral (de la casa de Céleo) y su cabeza tocó el techo. Llenó las puertas con su divino resplandor. Le cedió su sitial (Metanira, la esposa de Céleo) y la invitó a sentarse. Mas no quiso Deméter, dispensadora de las estaciones, la de espléndidos dones, sentarse sobre el resplandeciente sitial, sino que permanecía taciturna, fijos en tierra sus bellos ojos, hasta que la diligente Yambe dispuso para ella un bien ajustado asiento y lo cubrió por encima con un vellón blanco como la plata.

 

 

 

 

Sentada allí, se echó el velo por delante con sus manos. Largo rato, silenciosa, apesadumbrada, estuvo sentada sobre su asiento y a nadie se dirigió ni de palabra ni con su gesto. Sin una sonrisa, sin probar comida ni bebida, se estuvo sentada, consumida por la nostalgia de su hija de ajustada cintura, hasta que la diligente Yambe, con sus chanzas y sus muchas bromas, movió a la sacra soberana a sonreír, a reír y a tener un talante propicio, ella que también luego, más adelante, agradó a su modo de ser.

 

 

 

Metanira le dio una copa de vino dulce como la miel, una vez que la llenó. Pero ella rehusó, pues decía que no le era lícito beber rojo vino. Le instó, en cambio, a que le sirviera para beber harina de cebada y agua, después de mezclarla con tierno poleo.

Y ella, tras preparar el ciceón, se lo dio a la diosa como le había encargado. Al aceptárselo, inauguró el rito la muy augusta Deó. Y entre ellas comenzó a hablar Metanira...

(Habla Deméter) -De tu hijo (del de Metanira) me ocuparé de buen grado, como me encargas. Lo criaré y no le hará daño, por negligencias de su nodriza, espero, el maleficio ni la hierba venenosa. Pues conozco un antídoto mucho más poderoso que el cortador de hierba y conozco un excelente amuleto contra el muy penoso maleficio.

Metanira:

-¡Hijo mío, Demofoonte! ¡La extranjera te oculta en un gran fuego y me sume en llanto y en crueles preocupaciones!

Así dijo, angustiada, y la oyó la divina entre las diosas. Irritada contra ella, Deméter, la de hermosa corona, al hijo amado al que ella había engendrado, inesperado, en el palacio, lo dejó con sus manos inmortales lejos de sí, en el suelo, tras sacarlo del fuego, terriblemente encolerizada en su ánimo. Y al tiempo le dijo a Metanira, la de hermosa cintura:

-¡Hombres ignorantes, ofuscados para prever el destino de lo bueno y lo malo que os acucia. También tú, efectivamente, por tus insensateces has causado un desastre irreparable. Sépalo, pues, el agua inexorable de la Éstige, por la que los dioses juran. Inmortal y desconocedor por siempre de la vejez iba a hacer a tu hijo, e iba a concederle un privilegio imperecedero. Mas ahora no es posible que escape a la muerte y al destino fatal.

Con todo, un privilegio imperecedero tendrá por siempre, a causa de que estuvo subido en mis rodillas y se durmió en mis brazos. En las debidas estaciones, cuando los años cumplan su ciclo, los hijos de los eleusinos trabarán en su honor un combate y una lucha terrible entre sí por siempre, por el resto de sus días.

 

Soy Deméter, la venerada, que proporciona el mayor provecho y alegría a inmortales y mortales. Pero ¡ea!, que todo el pueblo me erija un gran templo y un altar dentro de él, al pie de la ciudadela y del elevado muro, por cima del Calícoro, sobre una eminencia de la colina. Los ritos, los fundaré yo misma, para que en lo sucesivo, celebrándolos piadosamente, aplaquéis mi ánimo.

Dicho esto, la diosa cambió de estatura y de aspecto, rechazando la vejez. En su torno y por doquier respiraba belleza. Un aroma encantador de su fragante templo se esparcía. De lejos brillaba la luminosidad del cuerpo inmortal de la diosa. Sus rubios cabellos cubrían sus hombros, y la sólida casa se llenó de un resplandor como el de un relámpago.

....Ellos de inmediato obedecieron, y prestaban oído a lo que decía; así que lo construyeron como había ordenado, y fue progresando según la voluntad de la diosa.

 

...Mientras, la rubia Deméter, sentada allí aparte de los Bienaventurados todos, permanecía consumida por la nostalgia de su hija de ajustada cintura.

Hizo que aquel fuera el año más espantoso para los hombres sobre la tierra fecunda, y el más perro de todos, pues la tierra ni siquiera hacía medrar semilla alguna, ya que las ocultaba Deméter, la bien coronada. Muchos corvos arados arrastraban en vano los bueyes sobre los labrantíos y mucha cebada blanca cayó, inútil, a tierra.

De seguro habría hecho perecer a la raza toda de los hombres de antaño por la terrible hambre, y habría privado del magnífico honor de las ofrendas y sacrificios a los que ocupan olímpicas moradas, si Zeus no se hubiese percatado y lo hubiera meditado en su ánimo.

 

(Después de haber recuperado a Perséfone, Zeus envía a Iris, la mensajera de los dioses, quien dirige estas palabras a Deméter)

-¡Aquí, hija! Te llama Zeus tonante, cuya voz se oye de lejos, para que vayas junto a las estirpes de los dioses. Prometió que te daría las honras que quisieras entre los dioses inmortales. Accedió asimismo a que tu hija permaneciera la tercera parte del transcurso del año bajo la nebulosa tiniebla, <pero las otras dos junto a ti y a los demás> inmortales. <Aseguró que esto se cum>plirá y lo confirmó con una señal de su cabeza. Así que ven, hija mía, y obedécele. No sigas constantemente irritada, fuera ya de lugar, contra el Cronión amontonador de nubarrones, sino haz crecer en seguida el fruto que da vida a los hombres.

Así habló. Y no desobedeció la bien coronada Deméter. En seguida hizo surgir el fruto de los labrantíos de glebas fecundas. La ancha tierra se cargó toda de frondas y flores.

 

 

Ruinas del Telesterion, donde se celebraban los Misterios

 

 

 

Y ella se puso en marcha y enseñó a los reyes que dictan sentencias, a Triptólemo, a Diocles, fustigador de corceles, al vigor de Eumolpo, y a Céleo, caudillo de huestes, el ceremonial de los ritos y les reveló los hermosos misterios, misterios venerables que no es posible en modo alguno trasgredir, ni averiguar, ni divulgar, pues una gran veneración por las diosas contiene la voz.

 

 

 

 

¡Feliz aquel de entre los hombres que sobre la tierra viven que llegó a contemplarlos! Mas el no iniciado en los ritos, el que de ellos no participa, nunca tendrá un destino semejante, al menos una vez muerto, bajo la sombría tiniebla.

Así pues, cuando los hubo instruido en todo la divina entre las diosas, se pusieron en marcha hacia el Olimpo a la asamblea de los demás dioses. Allí habitan, junto a Zeus, que se goza con el rayo, augustas y venerables.

¡Muy feliz aquel de los hombres que sobre la tierra viven a quien ellas benévolamente aman! ¡En seguida le envían a su gran morada, para que se asiente en su hogar, a Pluto, que concede a los mortales la riqueza!

Pero, ¡ea!, vosotras que poseéis el pueblo de Eleusis fragante de incienso, Paros, ceñida por el oleaje y la rocosa Antrón: augusta soberana de hermosos dones, Deó, dispensadora de las estaciones, tú y tu hija, la bellísima Perséfone, concededme, benévolas, en pago de mi canto la deseada prosperidad, que yo me acordaré también de otro canto y de ti.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

"¡Dichoso el que contempla aquello y luego va bajo tierra! Conoce ya el fin de la vida y conoce su comienzo, que Zeus da" (Píndaro, Fr. 131. Trad. E. Suárez de la Torre)

"Tres veces felices son aquellos de los mortales que habiendo visto tales ritos parten al Hades, pues solamente para ellos hay seguridad de llevar allí una vida verdadera. Para el resto todo allí es maligno" (Sófocles, Fr. 837).

 

Deméter, Triptólemo y Core

 

Apolodoro, Biblioteca I, 5 (Traducción de Julia García Moreno)

 

A Triptólemo, el mayor de los hijos de Metanira, le procuró un carro de dragones alados y le entregó trigo, con el que, remontándose a través del cielo, sembró toda la tierra habitada. Sin embargo, Paniasis asegura que Triptólemo es hijo de Eleusis, pues afirma que Deméter se unió a él. En cambio Ferécides dice que es hijo de Océano y Gea.

 

 

 

 

Deméter entrega las semillas a Triptólemo

Triptólemo en el carro

Cicerón, Verrinas IV, 48 y 49 (Traducción Grupo Tempe)

Es una vieja creencia que descansa en escritos y monumentos antiquísimos de los griegos el que toda la isla de Sicilia está consagrada a Ceres y Líbera. Y así, creen que las citadas diosas nacieron en aquellos lugares y que los cereales se encontraron en aquella tierra por primera vez y que Líbera, a la que llaman igualmente Prosérpina, fue raptada del bosque de los henenses, un lugar que, por estar situado en el centro de la isla, se le conoce como el ombligo de Sicilia. Al querer Ceres seguirle la pista, recorrió todo el orbe de las tierras.

Debido a la antigüedad de esta creencia, existe un extraordinario culto de Ceres Henense en toda Sicilia, privada y públicamente. Parece que además de habitar esta isla, la habita y custodia.

Ante el templo de Ceres hay dos estatuas, una de Ceres y otra de Triptólemo, muy bellas y grandes.

 

©  Henar Velasco López

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