Heracles

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Nacimiento e infancia

 

Apolodoro, Biblioteca II, 4, 6 s.
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Reinando Electrión en Micenas llegaron los hijos de Pterelato con algunos tafios y reclamaron el reino de Méstor, su abuelo materno; al no acceder Electrión le robaron el ganado, y cuando sus hijos trataron de impedirlo, los desafiaron y se mataron unos a otros... Electrión, deseoso de vengar la muerte de sus hijos, entregó el reino a Anfitrión, juntamente con su hija Alcmena, haciéndole jurar que la mantendría virgen hasta su regreso, y se dispuso a guerrear contra los téleboas. Pero mientras recogía las vacas, una lo atacó, y Anfitrión le arrojó una clava que tenía en las manos, la cual, rebotando en los cuernos, fue a parar a la cabeza de Electrión y lo mató. Esténelo se valió de ello como pretexto para expulsar a Anfitrión de todo Argos y adueñarse del trono de Micenas y Tirinto; mandó llamar a los hijos de Pélope, Atreo y Tiestes, y les entregó Midea.

Zeus intenta seducir a Alcmena

 

Anfitrión con Alcmena... llegó a Tebas, donde, purificado por Creonte... Alcmena dijo que se casaría con Anfitrión después que fuera vengada la muerte de sus hermanos, y Anfitrión, habiéndoselo prometido, se aprestó a luchar contra los teléboas, e invitó a Creonte a ayudarle....

Antes de que Anfitrión regresara a Tebas, Zeus se presentó una noche y, haciéndola durar como tres, yació con Alcmena en figura de Anfitrión y le relató lo sucedido con los teléboas. Cuando llegó Anfitrión y vio que su mujer lo acogía sin entusiasmo, le preguntó el motivo, y al decirle Alcmena que a su regreso la noche anterior ya se había acostado con ella, Tiresias le aclaró que la unión amorosa había sido con Zeus. Alcmena concibió dos hijos, de Zeus a Heracles, mayor en una noche que Ificles, habido de Anfitrión.

 

 

 

Zeus con Hera

 

 

Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica IV, 9, 1-3  (trad. J. J. Torres Esbaranch, Madrid, Gredos, 2004)

Afirman que de Dánae, hija de Acrisio, y Zeus nació Perseo; y unida a éste, Andrómeda, hija de Cefeo, engendró a Electrión; a continuación Eurídice, hija de Pélope, se casó con él y dio a luz a Alcmena, a la que se unió a su vez Zeus gracias a un engaño y engendró a Heracles. Así, pues, se dice que su línea genealógica remonta, por parte de sus dos progenitores, al más grande de los dioses, de la manera que hemos indicado. Las virtudes que le adornan se han considerado no sólo a partir de sus hazañas, sino que ya antes de su nacimiento le han sido reconocidas. Porque, cuando Zeus se unió a Alcmena, triplicó la duración de la noche y, por la magnitud del tiempo que se empleó en la procreación, presagió la fuerza extraordinaria del que iba a nacer. Y no tuvo en absoluto esta relación para satisfacer un deseo erótico, como ocurrió en el caso de otras mujeres, sino más bien por el placer de la procreación. Por ello, puesto que quería legitimar aquella unión, no optó por el uso de la violencia, ni tampoco confió en persuadir a la mujer, a causa de su decencia; así que se decidió por el engaño para seducir a Alcmena y tomó completamente la apariencia de Anfitrión.

 

 

 

Crátera procedente de Paestum, ca. 330 a.C.: Alcmena, condenada a morir en una pira por su esposo Anfitrión, es salvada por la lluvia de Zeus vertida por las Híades, que pone de manifiesto su inocencia.

 

Homero, Ilíada XIX, 78-144 (Traducción de L. Segalá y Estalella)

(Habla Agamenón)

—¡Oh amigos, héroes dánaos, ministros de Ares. Bueno será que escuchéis sin interrumpirme, pues lo contrario molesta aun al que está ejercitado en el hablar. ¿Cómo se podría oír o decir algo en medio del tumulto producido por muchos hombres? Hasta un orador, elocuente se turbaría. Yo me dirigiré al Pelida; pero vosotros, los demás argivos, prestadme atención y cada uno comprenda bien mis palabras. Muchas veces los aqueos me han increpado por lo ocurrido, y yo no soy el culpable, sino Zeus, el Hado y la Furia, que vaga en las tinieblas; los cuales hicieron padecer a mi alma, durante la junta, cruel ofuscación el día en que le arrebaté a Aquileo la recompensa. Mas ¿qué podía hacer? La divinidad es quien lo dispone todo. Hija veneranda de Zeus es la perniciosa Ate, a todos tan funesta: sus pies son delicados y no los acerca al suelo, sino que anda sobre las cabezas de los hombres, a quienes causa daño, y se apodera de uno, por lo menos, de los que contienden. En otro tiempo fue aciaga para el mismo Zeus, que es tenido por el más poderoso de los hombres y de los dioses; pues Hera, no obstante ser hembra, le engañó cuando Alcmena había de parir al fornido Heracles en Tebas, ceñida de hermosas murallas. El dios, gloriándose, dijo así ante todas las deidades:

 Nacimiento de Heracles, J.-J.F. Le Barbierthe

—Oídme todos, dioses y diosas, para que os manifieste lo que en el pecho mi corazón me dicta. Hoy Ilitia, la que preside los partos, sacará a luz un varón que, perteneciendo a la familia de los hombres engendrados de mi sangre, reinará sobre todos sus vecinos.

Respondióle con astucia la venerable Hera:
—Mientes, y no cumplirás lo que dices. Y si no ea, Zeus Olímpico, jura solemnemente que reinará sobre todos sus vecinos el niño que, perteneciendo a la familia de los hombres engendrados de tu sangre, caiga hoy a los pies de una mujer.

—Tal dijo: Zeus, no sospechando el dolo, prestó el gran juramento que tan funesto le había de ser. Hera dejó en raudo vuelo la cima del Olimpo, y pronto llegó a Argos de Acaya, donde vivía la esposa ilustre de Esténelo Perseida. Y como ésta se hallara encinta de siete meses cumplidos, la diosa sacó a luz el niño, aunque era prematuro, y retardó el parto de Alcmena, deteniendo a las Ilitias. Y en seguida participóselo a Jove Cronión, diciendo:

—¡Padre Zeus, fulminador! Una noticia tengo que darte. Ya nació el noble varón que reinará sobre los argivos: Euristeo, hijo de Esténelo Perseida, descendiente tuyo. No es indigno de reinar sobre aquéllos.

Tales fueron sus palabras y un agudo dolor penetró el alma del dios, que, irritado en su corazón, cogió a Ate por los nítidos cabellos y prestó solemne juramento de que Ate, tan funesta a todos, jamás volvería al Olimpo y al cielo estrellado. Y volteándola con la mano, la arrojó del cielo. En seguida llegó Ate a los campos cultivados por los hombres. Y Zeus gemía por causa de ella, siempre que contemplaba a su hijo realizando los penosos trabajos que Euristeo le impusiera.

Por esto, cuando el gran Héctor, de tremolante casco, mataba a los argivos junto a las popas de las naves, yo no podía olvidarme de Ate, cuyo funesto influjo había experimentado. Pero ya que falté y Zeus me hizo perder el juicio, quiero aplacarte y hacerte muchos regalos, y tú marcha al combate y anima a los demás guerreros. Voy a darte cuanto ayer te ofreció en tu tienda el divino Odiseo. Y si quieres, aguarda, aunque estés impaciente por combatir, y mis servidores traerán de la nave los presentes para que veas si son capaces de apaciguar tu ánimo los que te brindo.

 

 

Rubens, "La vía láctea"

Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica IV, 6-7 (trad. J. J. Torres Esbaranch, Madrid, Gredos, 2004)

Entonces Alcmena dio a luz y, temerosa de los celos de Hera, expuso al recién nacido en un lugar que actualmente recibe por él el nombre de "Llanura de Heracles". En esto Atenea, acercándose al lugar en compañía de Hera y maravillada por la naturaleza del niño, persuadió a Hera para que le diera el pecho; pero, al tirar el niño del pecho con una fuerza superior a la que por su edad correspondía, Hera no pudo resistir el intenso dolor y se quitó de encima al recién nacido; luego Atenea lo llevó junto a su madre y le ordenó que lo criara....

 

Atenea, Heracles vence a las serpientes, Ificles intenta huir

 

 

...Después de esto, Hera envió dos serpientes para matar al recién nacido, pero el niño, en lugar de espantarse, las agarró por el cuello, una en cada mano, y estranguló así a las serpientes. Por ello precisamente los argivos, al enterarse de lo sucedido, aunque antes se llamaba Alceo, le dieron el nombre de Heracles, porque gracias a Hera había obtenido la gloria (kléos). A los otros niños, pues, los padres les imponen un nombre, pero a éste solo le dio nombre el valor.

 

 

 

 

Píndaro, Nemeas 1, 31 ss. (trad. E. Suárez de la Torre)

No deseo poseer mucha riqueza oculta en mi casa, sino disponer de la que tenga para ser feliz y que digan de mí que ayudo a los amigos. En común caminan las esperanzas de los hombres que mucho sufren.

Yo deseo perseverar de buen grado en las grandes cimas de las virtudes de Heracles, evocando la antigua tradición de que, en cuanto de las entrañas de su madre hasta la asombrosa luz el hijo de Zeus, escapando al dolor del parto, junto con su hermano gemelo, llegó sin ocultarse a Hera, la de áureo trono, se echó entre azafranados pañales.

 

Mas la reina de los dioses con impulsiva animosidad al momento envió unas serpientes. Las puertas estaban abiertas: ellas penetraron en el amplio recinto de la habitación ansiosas de envolver a los niños con sus voraces mandíbulas.

 

 

Heracles niño se enfrenta a las serpientes, Reynolds

Mas él irguió derecha la cabeza y por vez primera trabó combate, sujetando con sus dos manos, sin escapatoria, por los cuellos a las dos serpientes. El tiempo que así ahorcadas estuvieron hízoles exhalar el aliento de sus indescriptibles cuerpos. Entonces un insoportable pavor petrificó a todas las mujeres que atendían al lecho de Alcmena. Incluso ella misma, incorporada de la cama por su pie, sin peplo, intentaba defenderse a duras penas de la violencia de los monstruos.   

Pronto los capitanes Cadmeos, todos a una, con broncíneas armas concurrieron y Anfitrión llegó blandiendo en su mano la espada, desnuda de vaina, afectado por aguda preocupación, pues a todos por igual nos angustia lo propio, mientras que pronto se descuida el corazón de la desgracia ajena.

Detúvose lleno de asombro de agridulce mezcla, pues había visto el valor inusitado y la fuerza de su hijo. Contradijeron los inmortales las palabras de los mensajeros. Hizo venir a su vecino, el excelso profeta de Zeus altísimo, Tiresias, adivino infalible; éste le reveló, a él y a todo su pueblo, con qué clase de vicisitudes iba a encontrarse su hijo, a cuántas fieras salvajes en tierra firme mataría y a cuántas en el mar. Afirmó que habría de dar la más espantosa muerte a aquel hombre que caminara apoyado en torcida insolencia. Que cuando los dioses en la llanura de Flegra con los gigantes trabasen batalla, éstos, alcanzados por sus flechas, por tierras habrían de cubrir de polvo sus luminosas cabezas predijo. Mas él, luego de obtener, viviendo en continua paz por el resto de los días en feliz morada, tranquilidad sin par y tras recibir por esposa a la floreciente Hebe y celebrar el nupcial banquete con Zeus Crónida cubriría de alabanzas su venerable ley.

 

Anfitrión. Pintura pompeyana

 

Hesíodo, Escudo 77 ss. (trad. A. Pérez Jiménez – A. Martínez Díez)

 

Y aquél (Heracles) entonces se dirigió a su auriga, el poderoso Yolao:

“¡Héroe Yolao, el más querido con mucho de los mortales! Sin duda que algún gran pecado contra los Inmortales bienaventurados que habitan el Olimpo cometió Anfitrión cuando llegó a la bien coronada Tebas abandonando Tirinto, ciudad bien construida, tras matar a Electrión por unas vacas de ancha frente.

Acudió a Creonte y a Heníoca la de largo peplo, que le recibieron y le procuraron todo tipo de comodidas, cual es norma para con los suplicantes; y le honraron entonces mucho, de corazón. Vivía ufano con la Electriona de bellos tobillos, su esposa; y en seguida, al cabo de los años, nacimos nosotros, ni en físico parecidos, ni en espíritu, tu padre y yo.

A aquél, Zeus le hizo perder la razón; pues, abandonando su casa y sus padres, se marchó para honrar al impío Euristeo, ¡desventurado! Muchas veces debió lamentarse luego, al soportar su ruina; mas ésta es irrevocable. A mí, por el contrario, un dios me puso terribles trabajos.

 

 

 

Heracles en la encrucijada

Pródico de Ceos, citado por Jenofonte, Memorables II, 21-29

"Cuando Heracles estaba pasando de la niñez a la adolescencia, momento en el que los jóvenes al hacerse independiente revelan si se orientarán en la vida por el camino de la virtud o por el del vicio, cuentan que salió a un lugar tranquilo y se sentó sin saber por cual de los dos caminos se dirigiría. Y aunque se le aparecieron dos mujeres altas que se acercaban a él, una de ellas de hermoso aspecto y naturaleza noble, engalanado de pureza su cuerpo, la mirada púdica, su figura sobria, vestida de blanco. La otra estaba bien nutrida, metida en carnes y blanda, embellecida de color, de modo que parecí más blanca y roja de lo que era, tenía los ojos abiertos de par en par y llevaba un vestido que dejaba entrever sus encantos juveniles. Se contemplaba sin parar, mirando si algún otro la observaba, y a cada momento incluso se volvía a mirar su propia sombra.

Cuando estuvieron más cerca de Heracles, mientras la descrita en primer lugar seguía andando al mismo paso, la segunda se adelantó ansiosa de acercarse a Heracles y dijo: " te veo indeciso, Heracles, sobre el camino de la vida que has de tomar. Por ello, si me tomas por amiga, yo te llevaré por el camino más dulce y fácil, no te quedarás sin probar ninguno de los placeres y vivirás sin conocer las dificultades. en primer lugar, no tendrás que preocuparte de guerras ni trabajos, sino que te pasarás la vida pensando qué comida o bebida agradable podrías encontrar, qué podrías ver u oír para deleitarte, qué te gustaría oler o tocar, con qué jovencitos te gustaría más estar acompañado, cómo dormirías más blando, y cómo conseguirías todo ello con el menor trabajo. Y si alguna vez te entra el recelo de los gastos para conseguir todo eso, no temas que yo te lleve a esforzarte y atormentar tu cuerpo y tu espíritu para procurártelo, sino que tú aprovecharas el trabajo de los otros, sin privarte de nada de lo que se pueda sacar algún provecho, porque a los que me siguen yo les doy la facultad de sacar ventajas por todas partes".

Dijo Heracles al oír estas palabras: " Mujer, ¿cuál es tu nombre? Y ella respondió: " Mis amigos me llaman Felicidad, pero los que me odian, para denigrarme, me llaman Maldad".

En esto se acercó la otra mujer y dijo: "Yo he venido también a ti, Heracles, porque sé quiénes son tus padres y me he dado cuenta de tu carácter durante tu educación. Por ello tengo la esperanza de que, si orientas tu camino hacia mi, seguro que podrás llegar a ser un buen ejecutor de nobles y hermosas hazañas y que yo misma seré mucho mas estimada e ilustre por los bienes que te otorgo. No te voy a engañar con preludios de placer, sino que te explicaré cómo son las cosas en realidad, tal como los dioses las establecieron. Porque de cuantas cosas buenas y nobles existen, los dioses no conceden nada a los hombres sin esfuerzo ni solicitud, sino que, si quieres que los dioses te sean propicios, tienes que honrarles, si quieres que tus amigos te estimen, tienes que hacerles favores, y si quieres que alguna ciudad te honre, tienes que servir a la ciudad; si pretendes que toda Grecia te admire por tu valor, has de internar hacerle a Grecia algún bien; si quieres que la tierra te dé frutos abundantes, tienes que cuidarla; si crees que debes enriquecerte con el ganado, debes preocuparte del ganado, si aspiras a prosperar con la guerra y quieres ser capaz de ayudar a tus amigos y someter a tus enemigos, debes aprender las artes marciales de quienes las conocen y ejercitarte en la manera de utilizarlas. Si quieres adquirir fuerza física, tendrás que acostumbrar a tu cuerpo a someterse a la inteligencia y entrenarlo a fuerza de trabajos y sudores".

 

 

Los Doce Trabajos (athloí)

 

Sarcófago con los doce trabajos procedente de Genzano. British Museum

Pausanias V, 10, 9 (trad. Mª C. Herrero Ingelmo)

En Olimpia están también representados la mayoría de los trabajos de Heracles. Encima de las puertas del templo está la caza del jabalí de Arcadia, el trabajo contra Diomedes el tracio y el trabajo contra Geríones en Eritea, y disponiéndose a recibir la carga de Atlas, y limpiando la región de los eleos de estiércol. Encima de las puertass del opistódomo está quitando el cinturón a la Amazona, y el tema de la cierva y del toro en Cnoso, de los pájaros de Estinfelo, y de la hidra y del león del país de Argos.

 

 

 

Heracles sentado sobre la piel de león y apoyado en su maza. Crátera del Sur de Italia ca. 400 a.C.

Progenie de los monstruos abatidos por Heracles

Hesíodo, Teogonía  306 ss. (trad. A. Pérez Jiménez – A. Martínez Díez)

Con ella (Equidna) cuentan que el terrible, violento y malvado Tifón tuvo contacto amoroso, con la joven de vivos ojos. Y preñada, dio a luz feroces hijos: primero parió al perro Orto para Gerión. En segundo lugar tuvo un prodigioso hijo, indecible, el sanguinario Cerbero, perro de broncíneo ladrido de Hades, de cincuenta cabezas, despiadado y feror. En tercer lugar engendró a la perversa Hidra de Lerna, a la que alimentó Hera, diosa de blancos brazos, irritada terriblemente con el fornido Heracles. La aniquiló el hijo de Zeus con su implacable bronce, el Anfitriónida Heracles, con la ayuda del belicoso Yolao, según los planes de Atenea amiga de botín.

La Hidra parió a la terrible, enorme, ágil y violenta Quimera, que exhala indómito fuego. Tres eran sus cabezas: una de león de encendidos ojos, otra de cabra y la tercera de serpiente, de violento dragón. [León por delante, dragón por detrás y cabra en medio, resoplaba una terrible y ardiente llama de fuego]. Pégaso la mató y el valiente Belerofonte.

Ésta, amancebada con Orto, parió a la funesta Esfinge, ruina para los cadmeos, y al león de Nemea, al que Hera, célebre esposa de Zeus, crió y puso en los montes de Nemea, calamidad para los hombres. Allí devastaba las tribus de hombres que habitaban el lugar y era dueño de Treto, Nemea y Apesante. Pero lo mató el vigor del fornido Heracles.

 

La locura de Heracles

 

 

Apolodoro, Biblioteca II, 4, 12 - 5, 1
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

...Hera, celosa, lo enloqueció y Heracles arrojó al fuego a sus hijos habidos en Mégara y a dos de Ificles; por ello se condenó a sí mismo al exilio y, purificado por Tespio, marchó a Delfos y preguntó al dios dónde debería vivir. La Pitia entonces lo llamó por primera vez Heracles, pues antes era conocido por Alcies, y le dijo que habitara en Tirinto sirviendo a Euristeo doce años y que realizara los diez trabajos que le impondrían; y añadió que, una vez terminados, sería inmortal. Al oír aquello, Heracles marchó a Tirinto y cumplió lo mandado por Euristeo. Éste primero le ordenó traer la piel del león de Nemea...

 

 

 

 

 

Seis primeros Trabajos desarrollados en el Peloponeso:

El león de Nemea, la hidra de Lerna, la cierva cerinitia, el jabalí de Erimanto, el establo de Augías en Élide, las aves del lago Estínfalo

 

 

 

 

 

1. El León de Nemea

Teócrito, Idilios XXV, 194 ss. (trad. M. García Teijeiro – T. Molinos)

 

(Habla Heracles)

“...En cuanto a ese monstruoso león, puedo contarte cómo sucedió todo, pues que quieres saberlo, menos de dónde vino, que eso, aun siendo muchos los argivos, ninguno podría decirlo con certeza. Suponemos sólo que algún inmortal, irritado con los descendientes de Foroneo por los sacrificios, les envió tal azote.

Cual río desbordado, asaltaba el león con gran violencia a todos los del valle; a los de Bembina especialmente, que moraban cerca de él y padecían lo insufrible. Ése fue el primer trabajo que me ordenó realizar Euristeo, él me mandó matar a la terrible bestia.

Yo me puse en camino con mi flexible arco y la hueca aljaba repleta de flechas. Llevaba en la otra mano una sólida maza de copudo acebuche, con corteza y con médula, que había yo hallado al pie del sagrado Helicón y arrancado de cuajo con toda su maraña de raíces.

Cuando llegué al lugar frecuentado por el león, tomé el arco, sujeté a su corvo extremo la cuerda y les puse enseguida una saeta cargada de gemidos. Por todas partes paseaba la vista acechando al monstruo destructor, tratando de verlo antes de que él a mí me divisara. Era mediodía, y aún no había podido encontrar sus huellas ni percibir su rugido. Tampoco se veía a ningún hombre con sus bueyes, a ninguno ocupado en los surcos, que esperaban la siembra, a quien yo preguntar: el pálido temor retenía a cada cual en las majadas. Mas no cesé de andar y de explorar el frondoso monte hasta que llegué a verlo y pude presto poner mi fuerza a prueba.

Llegó antes de que cayera la tarde, camino de su cueva, ahíto de carnes y de sangre, su áspera melena y torvo rostro y pecho sucios de la matanza, lamiéndose las fauces con la lengua. Yo me oculté al punto en la umbrosa maleza junto a una vereda del bosque, aguardando a que viniera; y, según llegaba, lo alcancé con un dardo cerca del flanco izquierdo sin nada conseguir, que la flecha no penetró en su carne, aunque era aguda, sino que de rebote fue a caer sobre la verde hierba. El león, asombrado, alzó del suelo su parda cabeza con rapidez y lo recorrió todo atentamente con la vista, abiertas sus fauces y mostrando los voraces dientes.

Yo le envié con el arco otra flecha, irritado porque la anterior hubiera salido inútil de mis manos, y lo alcancé en medio del pecho, donde están los pulmones; mas ni aun así el dardo repleto de dolores atravesó su piel, sino que le cayó delante de los pies inútilmente. Iba a tensar el arco por tercera vez, con el corazón lleno de profundo disgusto, cuando aquella bestia terrible, mirando en torno suyo, me divisó, y, recogiendo su larga cola alrededor de los corvejones, se dispuso enseguida a luchar. Todo su cuello se llenó de furor, y con la rabia se le erizó la rojiza melena; el espinazo se le encorvó como si fuera un arco, mientras todo su cuerpo se encogía sobre ijares y grupa.

Como cuando un fabricante de carros, diestro en muchas labores, dobla ramos nuevos de hendible cabrahígo, después de haberlos calentado al fuego, para hacer las ruedas de un carro de eje, y mientras la está combando, escapa de sus mano la larga rama y salta lejos con su solo impulso, así se precipitó sobre mí bruscamente el terrible león desde lejos, ansioso de cebarse en mi carne. Con una mano interpuse yo mis dardos y el doble manto que quité de los hombros; con la otra levanté la seca clava sobre mi cabeza y le golpeé en el cráneo. Sobre la velluda testa de aquel animal invencible se me partió el rugoso acebuche, pero él cayó al suelo de su salte antes de alcanzarme, y se quedó parado sobre sus patas inseguras sacudiendo la cabeza. Las tinieblas rodearon sus dos ojos, pues con el golpe se le habían sacudido los sesos dentro del cráneo.

Yo, comprendiendo que los agudos dolores habíanlo aturdido, antes de que volviera a recobrarse, arrojé al suelo arco y aljaba de muchas costuras, y me apresuré a golpear la cerviz de aquel cuello inquebrantable. Luego procuré estrangularlo con el apretar de mis manos poderosas desde atrás, para que no me destrozara la carne con sus garras; con los talones pisaba sus patas traseras y las sujetaba firmemente contra el suelo, y con mis muslos aprisionaba sus ijares, hasta que lo alcé con mis brazos, lo extendí exánime en el suelo, y el espacioso Hades recibió su ánima.

Me puse entonces a pensar en cómo arrancar de los miembros de la fiera muerta la velluda piel, tarea nada fácil, porque, cuando lo intentaba, no le hacían mella ni el hierro, ni las piedras, ni la madera. Algún inmortal me inspiró en aquel trance la idea de cortar la piel con las mismas garras del león. Con ellas lo desollé en seguida, y la puse sobre mi cuerpo como protección en las tajantes batallas de la guerra. Tal, amigo, fue el fin de la fiera nemea, que tantos males había causado antes a hombres y a rebaños.

 

2. La hidra de Lerna

Heracles y la Hidra

 

Apolodoro, Biblioteca II, 5, 2
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Como segundo trabajo le ordenó matar a la Hidra de Lerna. Ésta, criada en el pantano de Lerna, irrumpía en el llano y destruía el campo y los ganados. La Hidra tenía un cuerpo enorme, con nueve cabezas, ocho mortales y la del centro inmortal. Heracles, montado en un carro que guiaba Yolao, llegó a Lerna y refrenó los caballos; al descubrir la Hidra en una colina, junto a la fuente Amimone donde tenía su madriguera, la obligó a salir arrojándole flechas encendidas, y una vez fuera la apresó y dominó, aunque ella se mantuvo enroscada en una de sus piernas.

 

Atenea, Heracles, mordido por el cangrejo enviado por Hera, la Hidra y Yolao

 

De nada servía golpear las cabezas con la maza, pues cuando aplastaba una surgían dos. Un enorme cangrejo favorecía a la Hidra mordiendo el pie de Heracles. Él lo mató y luego pidió ayuda a Yolao, quien, después de incendiar parte de un bosque cercano, con los tizones quemó los cuellos de las cabezas e impidió que resurgieran. Evitada así su proliferación cortó la cabeza inmortal, la enterró y le puso encima una pesada roca, cerca del camino que a través de Lerna conduce a Eleúnte. Abrió el cuerpo de la Hidra y sumergió las flechas en su bilis. Pero Euristeo dijo que este trabajo no sería contado entre los diez porque no había vencido a la Hidra Heracles solo sino con ayuda de Yolao.

 

Véase: trabajos de los alumnos

 

3. La cierva cerinitia

Atenea, Heracles, cierva cerinitia y Ártemis

 

Apolodoro, Biblioteca II, 5, 3
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Como tercer trabajo le ordenó traer viva a Micenas la cierva cerinitia. Tenía cuernos de oro y estaba en Énoe consagrada a Ártemis; por eso Heracles no quería matarla ni herirla, y la persiguió un año entero. Cuando la cierva fatigada por el acoso huyó al monte llamado Artemisio, y desde allí al río Ladón, al ir a cruzarlo, Heracles, flechándola, se apoderó de ella y la transportó sobre sus hombros a través de Arcadia. Pero Ártemis, acompañada por Apolo, se encontró con él, quiso arrebatársela y le reprochó haber atentado contra un animal consagrado a ella. Heracles, alegando su obligación e inculpando a Euristeo, aplacó la cólera de la diosa y llevó el animal vivo a Micenas.

 

 

 

 

 

4. El jabalí de Erimanto

Euristeo refugiado en la tinaja, Heracles con el jabalí

 

 

Apolodoro, Biblioteca II, 5, 4
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Como cuarto trabajo le mandó traer vivo el jabalí erimantio; este animal devastaba Psófide, bajando el monte que llamaban Erimanto. Heracles, al atravear Fóloe, se hospedó en casa del centauro Folo... marchó a cazar el jabalí; cuando con sus gritos lo hubo ahuyentado de un matorral, lo hizo adentrarse, ya exhausto, en un lugar de nieve espesa, y enlazadolo condujo a Micenas.

 

 

Yolao, Heracles con el jabalí, Euristeo refugiado en la tinaja y Atenea

Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica IV, 12, 1-2 (trad. J. J. Torres Esbaranch, Madrid, Gredos, 2004)

El tercer encargo que recibió fue llevar vivo el jabalí de Erimanto, que habitaba en el Lampea, en Arcadia. Este encargo parecía ser de una gran dificultad, puesto que quien luchara con tal fiera precisaba tener una superioridad tan grande que le permitiera, en el momento del combate, calcular con precisión el momento oportuno. Porque, si dejaba libre la fuerza del animal, tendría que afrontar el peligro de sus colmillos, mientras que si le atacaba más de lo necesario, le mataría, con lo que el trabajo quedaría sin cumplimiento. Sin embargo, durante el combate, Heracles consiguió aplicar exactamente la justa proporción y llevó el jabalí vivo a Euristeo. El rey, cuando le vio con la fiera a las espaldas, tuvo miedo y se escondió en un tonel de bronce.

 

 

5. Los establos de Augías

Heracles desvía el curso del Alfeo

 

Apolodoro, Biblioteca II, 5, 5
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

 

Como quinto trabajo Euristeo le ordenó sacar en un día el estiércol del ganado de Augías. Éste era rey de Élide, hijo de Helios, según unos, según otros de Posidón, y según otros aún de Forbante, y poseía muchos rebaños de ganado. Heracles se presentó a él y sin revelarle la orden de Euristeo le dijo que sacaría el estiércol en un solo día a cambio de la décima parte del ganado. Augías, aunque incrédulo, aceptó el trato; Heracles, puesto por testigo Fileo, el hijo de Augías, abrió una brecha en los cimientos del establo y desviando el curso del Alfeo y del Peneo, que discurrían cercanos, los encauzó hacia allí e hizo otra abertura como desagüe. Al enterarse Augías de que esto se había realizado por orden de Euristeo, no quiso pagar lo estipulado, y ademásnegó haberlo prometido, y se manifestó dispuesto a comparecer en juicio por ello. Cuando los jueces ocuparon sus asientos, Fileo, citado por Heracles, testificó contra su padre, afirmando que éste había accedido a recompensarlo. Augías, colérico, antes de que se emitiera el fallo desterró de Élide a Fileo y a Heracles. Fileo se dirigió a Duliquio y allí habitó; Heracles se presentó en Oleno ante Dexámeno, cuando éste se veía forzado a entregar en matrimonio su hija Mnesímaca al centauro Euritión; al requerir su ayuda Dexámeno, mató a Euritión, que ya iba en busca de su prometida. Mas Euristeo tampoco aceptó el trabajo entre los diez, alegando que se había hecho por salario.

 

 

 

 

 

 

 

 

6. Las aves del lago Estínfalo

Heracles flechando a las aves estinfálidas

 

Apolodoro, Biblioteca II, 5, 6
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Como sexto trabajo le encargó ahuyentar las aves estinfálidas. En la ciudad de Estínfalo, en Arcadia, había un lago llamado Estinfálide, oculto por abundante vegetación, donde se habían refugiado innumerables aves, temerosas de ser presa de los lobos. Heracles no sabía cómo hacerlas salir de la espesura, pero Atenea le proporcionó unos crótalos de bronce, dádiva de Hefesto, y él entonces, haciéndolos sonar en una montaña próxima a lago, espantó a las aves, que incapaces de soportar el ruido alzaron el vuelo atemorizadas y de esta manera Heracles las flechó.

 

 

 

Seis Trabajos desarrollados fuera del Peloponeso > Heracles panhelénico

 

7. El toro de Creta

Heracles y el toro cretense

Apolodoro, Biblioteca II, 5, 7
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Como séptimo trabajo le impuso traer el toro de Creta. Según Acusilao éste había transportado a Europa para Zeus. Según otros, Posidón lo había hecho surgir del mar cuando Minos prometió ofrendarle lo que saliera del mar: se dice que, admirado de la belleza del toro, lo envió a la manara y en su lugar sacrificó otro a Posidión, por lo cual el dios encolerizado hizo salvaje al toro. Heracles marchó a Creta en su busca, y al pedir ayuda a Minos éste le contestó que luchara por apresarlo; una vez capturado el toro, Heracles lo llevó a Euristeo, quien al verlo lo dejó en libertad. El toro anduvo errante por Esparta y toda la Arcadia, y atravesando el Istmo llegó a Maratón, en el Ática, donde dañaba a los habitantes.

 

 

 

 

8. Las yeguas de Diomedes

Heracles con una yegua de Diomedes. Metopa procedente del Hefesteion

 

Apolodoro, Biblioteca II, 5, 8
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Como octavo trabajo le ordenó llevar a Micenas las yeguas de Diomedes el tracio. Éste, hijo de Ares y Cirene, era rey de los bístones, pueblo tracio muy belicoso, y poseía yeguas antropófogas. Heracles zarpó con algunos voluntarios y, dominando a los guardianes de los pesebres, condujo a las yeguas en dirección al mar. Cuando los bístones acudieron armados a rescatar las yeguas, él las encomendó a la custodia de Abdero, hijo de Hermes, oriundo de Opunte, en Lócride, y favorito de Heracles; pero las yeguas lo mataron arrastrándolo. Heracles en combate con los bístones dio muerte a Diomedes y obligó a huir a los restantes; fundó la ciudad de Abdera junto al sepulcro del desaparecido Abdero, y reuniendo las yeguas se las entregó a Euristeo. Éste las soltó y las yeguas se dirigieron al monte Olimpo donde acabaron devoradas por las fieras.

 

"Los caballos de Diomedes", G. Moreau (1826-1898)

 

 

Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica IV, 15, 3 (trad. J. J. Torres Esbaranch, Madrid, Gredos, 2004)

A continuación emprendió el trabajo de traer las yeguas de Diomedes, el Tracio. Tenían comederos de bronce a causa de su ferocidad y estaban atadas con cadenas de hierro a causa de su fuerza; como alimento, no tomaban lo que producía la tierra, sino los miembros de los extranjeros que ellas mismas despedazaban, con lo que tenían como alimento la desgracia de los pobres. Heracles, para domarlas, les echó a su dueño Diomedes y, una vez que hubo saciado el apetito de aquellas bestias con la carne del que les enseñaba las fechorías, consiguió domeñarlas. Cuando le llevaron las yeguas, Euristeo las consagró a Hera, y ocurrió que su descendencia continuó consagrada hasta el reinado de Alejandro, el Macedón.

 

 

 

 

9. El cinturón de Hipólita

Heracles se enfrenta a las amazonas

Apolodoro, Biblioteca II, 5, 9
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Como noveno trabajo ordenó a Heracles conseguir el cinturón de Hipólita. Ésta era reina de las amazonas, que habitaban cerca del río Termodote, pueblo sobresaliente en la guerra, pues practicaban las costumbres viriles; y cada vez que, a causa de relaciones sexuales, tenían hijos, criaban sólo a las hembras y les comprimían el pecho derecho para que no les estorbara al lanzar la jabalina, mientras que les dejaban el izquierdo para amamantar. Hipólita ostentaba el cinturón de Ares, símbolo de su soberanía. Heracles fue enviado a buscar este cinturón porque Admete, hija de Euristeo, deseaba poseerlo. Acompañado por voluntarios se hizo a la mar con una sola nave y arribó a la isla de Paros...

Hipólita. Museo del Ermitage

Llegado al puerto de Temiscira, se presentó ante él Hipólita, le preguntó por qué había ido y le prometió entregarle el cinturón; pero Hera, bajo la apariencia de una de las amazonas, iba y venía entre la multitud diciendo que los extranjeros recién llegados habían raptado a su reina; así ellas cabalgaron con las armas hacia la nave. Cuando Heracles las vio armadas, creyendo que se trataba de un engaño, mató a Hipólita y la despojó del cinturón; después de pelear con las restantes se hizo a la mar y arribó a Troya.

 

10. Las vacas de Gerión

Atenea, Heracles, Euritión en el suelo, Gerión, Menetes

 

Apolodoro, Biblioteca II, 5, 10
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Como décimo trabajo le encargó traer de Eritía las vacas de Gerión. Eritía, ahora llamada Gadir, era una isla situada cerca del Océano; la habitaba Gerión, hijo de Crisaor y de la oceánide Calírroe; tenía el cuerpo de tres hombres, fundidos en el vientre, y se escindía en tres desde las caderas y los muslos.

Poseía unas vacas rojas, cuyo vaquero era Euritión, y su guardián Orto, el perro de dos cabezas nacido de Tifón y Equidna. Yendo, pues, en busca de las vacas de Gerión a través de Europa, después de matar muchos animales salvajes, entró en Libia y, una vez en Tartessos, erigió como testimonio de su viaje dos columnas enfrentadas en los límites de Europa y Libia.

Helios asaeteado por Heracles

Abrasado por Helios en el trayecto tendió el arco contra el dios, y éste, admirado de su audacia, le proporcionó una vasija de oro en la que cruzó el océano.

Heracles en la copa de Helios

 

 

 

 

 

 

 

 

Heracles, Ortro y Gerión

 

Ya en Eritía, pasó la noche en el monte Abas; el perro, al darse cuenta, lo atacó, pero él lo golpeó con la maza y mató al vaquerizo Euritión, que había acudido en ayuda del perro. Menetes, que apacentaba allí las vacas de Hades, comunicó lo sucedido a Gerión, quien alcanzó a Heracles cerca del río Antemunte cuando se llevaba las vacas y, trabajo combate, murió de un flechazo. Heracles embarcó el ganado en la copa, y habiendo navegado hasta Tartesos, se la devolvió a Helios.... Llevó las vacas a Micenas y las entregó a Euristeo, quien las sacrificó a Hera.

 

 

Heracles conduce la vacada de Gerión

Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica IV, 19-21 (trad. J. J. Torres Esbaranch, Madrid, Gredos, 2004)

Heracles confió el reino de los iberos a los indígenas más nobles, luego tomó sus tropas y llegó a la Céltica y, recorriéndola en su totalidad, puso fin a los delitos y asesinatos de extranjeros que allí eran usuales... Luego Heracles siguió camino desde la Céltica hasta Italia y, al atravesar la región montañosa de los Alpes, abrió una nueva ruta que suavizó la dureza y la dificultad de acceso del camino, de modo que pudiera ser accesible a los ejércitos y a las bestias de carga.... Y después de haber atravesado los Alpes y la llanura de la región llamada actualmente Galia, siguió camino a través de Liguria... Después de haber atravesado el país de los ligures y el de los tirrenos, Heracles llegó al río Tíber y estableció su campamento en el lugar donde actualmente se encuentra Roma.

 

 

 

 

Caco por Poussin

Ovidio, Fastos I, 543-578 (trad. M. A. Marcos Casquero, Univ. León, 1990). Véase Virgilio, Eneida VIII, 190-433

Mas he aquí que el héroe portador de la maza, que ha recorrido un largo camino a través del mundo, conduce a estos lugares los bueyes eriteos. Mientras la morada tegea le ofrece hospitalidad, los bueyes sin vigilancia alguna vagan errantes por los dilatados pastizales. Llega la mañana: el mayoral tirintio, despertado de su sueño, se da cuenta de que le han desaparecido dos bueyes. En su búsqueda no ve huella alguna del furtivo robo: el feroz Caco había arrastrado a los animales a reculas hasta su cueva; Caco, terror y deshonra del bosque Aventino, no pequeña calamidad para vecinos y extranjeros. Siniestro era el aspecto de aquel hombre; sus fuerzas, en consonancia con su cuerpo, que era enorme; (el padre de este monstruo era Mulciber [Hefesto/Vulcano]; como morada habitaba una ingente caverna de largas galerías, escondida y difícilmente localizable incluso para las fieras salvajes. Sobre la puerta pendían clavadas cabezas y brazos; y el árido suelo blanqueaba de osamentas humanas. Después de haber perdido una parte de sus bueyes, el hijo de Júpiter se marchaba, cuando los animales robados lanzaron un mugido de ronca resonancia. “Atiendo a vuestra llamada”, -dijo-, y guiado por el sonido, a través de los bosques, el Vencedor llegó hasta la impía caverna.

Heracles vence a Caco. Florencia, Plaza de la Segnoria

Caco había obstruido la entrada con una barricada de roca; a duras penas diez yuntas hubieran podido remover aquella mole. Hércules apoya en ella sus espaldas –aquellas en las que había descansado el cielo mismo- y con su sacudida desplaza hacia un lado el enorme bloque. Al volcarlo, su estrépito aterró a los cielos, y la tierra se hundió bajo el impacto del peso de aquella masa. Viniendo a las manos, es Caco quien ataca primero y, feroz, combate con piedras y troncos de árbol. Como con ello nada consigue sintiéndose inferior, recurre a las artimañas de su padre y comienza a vomitar llamas por su retumbante boca. Cada vez que las exhala se creería que Tifeo respira y que el fuego del Etna lanza un feroz rayo. Se le anticipa Alcides y la maza de tres nudos que enarbola se abate tres y cuatro veces sobre el rostro de su enemigo. Caco sucumbe y vomita humo mezclado con sangre; moribundo, va a golpear la tierra con su ancho pecho. El Vencedor inmola en tu honor, Júpiter, uno de aquellos toros, e invita a Evandro y a los campesino de aquellos lugares, y se erige a sí mismo un Ara, que es denominada Máxima, en aquella zona de Roma que toma su nombre del buey. La madre de Evandro no oculta que está cercano el momento en que la tierra deje de disfrutar de los servicios de su amado Hércules. Por su parte, la feliz profetisa, después de haber vivido muy apreciada por los dioses, preside como diosa este día en el mes de Jano [el día undécimo].

 

 

 

11.Las manzanas del Jardín de las Hespérides

 

Hespérides en su jardín con el dragón que defiende las manzanas

 

Apolodoro, Biblioteca II, 5, 11
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Cumplidos los trabajos en ocho años y un mes, al no aceptar Euristeo ni el del ganado de Augías ni el de la Hidra, como undécimo trabajo le ordenó hacerse con las manzanas de oro de las Hespérides. Estas manzanas no estaban en Libia como han dicho algunos, sino en el Atlas, entre los Hiperbóreos. Gea se las había regalado a Zeus cuando se desposó con Hera. Las guardaba un dragón inmortal, hijo de Tifón y Equidna, que tenía cien cabezas y emitía muchas y diversas voces. Con él vigilaban también las Hespérides, Egle, Eritía, Hesperia y Aretusa....

 

Heracles y Nereo

Heracles a través de Iliria se dirigió apresuradamente al río Erídano y llegó ante las ninfas, hijas de Zeus y Temis. Éstas lo encaminaron a Nereo, a quien Heracles apresó mientras dormía y, aunque el dios adoptó toda clase de formas, lo ató y no lo soltó hasta que supo por él dónde se encontraban las Hespérides y sus manzanas.

 

 

 

 

 

 

 

 

Una vez informado atravesó Libia. Reinaba allí Anteo, hijo de Posidón, que daba muerte a los extranjeros obligándolos a luchas. Forzado a pelear con él, Heracles lo mató con su abrazo mientras lo mantenía en vilo, pues si tocaba la tierra se vigorizaba, y por ello algunos dijeron que era hijo de Gea.

 

 

Heracles y Anteo

 

Heracles y Busiris

Después de Libia cruzó Egipto, donde reinaba Busiris, hijo de Posidón y Lisianasa, hija de Épafo. Busiris solía inmolar extranjeros en el ara de Zeus en cumplimiento de cierto oráculo: desde hacía nueve años la escasez afligía a Egipto, y Frasio, un adivino llegado de Chipre, había dicho que cesaría la esterilidad si cada año se sacrificaba un extranjero a Zeus. Busiris empezó por degollar al adivino y continuó con los extranjeros que llegaban. También Heracles fue apresado y llevado al altar, pero rompiendo las ligaduras dio muerte a Busiris y a su hijo Anfidamante.

A través de Asia llegó a Termidras, puerto de los lindios, y después de desuncir uno de los bueyes del carro de un boyero lo sacrificó y se dio un festín. El boyero, incapaz de defenderse, desde una montaña lo maldijo; por eso también hoy, cuando se ofrecen sacrificios a Heracles, se hacen acompañados de imprecaciones.

A su paso por Arabia mató a Ematión, hijo de Titono. Al llegar, por tierras de Libia, al mar exterior, recibió la copa de Helios; habiendo cruzado al continente opuesto flechó en el Cáucaso al águila, nacida de Equidna y Tifón, que devoraba el hígado de Prometeo.

Heracles y Prometeo con el águila que le devora el hígado

 

Liberó a éste escogiendo como vínculo el olivo, y presentó ante Zeus a Quirón que, aunque inmortal, estaba dispuesto a morir en su lugar.

Prometeo había advertido a Heracles que no fuera él mismo a buscar las manzanas, sino que enviase a Atlante, y que sostuviera entretanto la bóveda celeste; así, cuando llegó al país de los Hiperbóreos ante Atlante, lo reemplazó, según el consejo recibido.

 

 

 

Atenea, Heracles que sostiene la bóveda del mundo, Atlas que le presenta las manzanas. Metopa de Olimpia

 

 

Atlante, después de coger de las Hespérides tres manzanas, regresó junto a Heracles. Y para no cargar de nuevo con el cielo dijo que él mismo llevaría las manzanas a Euristeo, y ordenó a Heracles que sostuviera la bóveda celeste en su lugar. Heracles accedió, pero con astucia consiguió devolvérsela a Atlante. Aconsejado por Prometeo lo invitó a soportarla mientras él se colocaba una almohadilla en la cabeza. Al oír esto, Atlante dejó las manzanas en el suelo y sostuvo la bóveda; entonces Heracles recogió las manzanas y se marchó. Algunos dicen que no las consiguió por mediación de Atlante sino que las cogió él mismo después de matar a la serpiente que las custodiaba.

 

 

 

 

 

Jardín de las Hespérides

 

 

 

Obtenidas las manzanas, las entregó a Euristeo. Éste, tomándolas, las regaló a Heracles, de quien las recibió Atenea, que las devolvió, pues era impío que estuviesen en cualquier otro lugar.

 

 

 

 

 

12. Bajada al Hades en busca de Cerbero

Heracles y Cerbero

Homero, Ilíada VIII, 350 ss. (Traducción de L. Segalá y Estalella)

Hera, la diosa de los níveos brazos, al ver a los aqueos compadeciólos, y dirigió a Atenea estas aladas palabras.

—¡Oh dioses! ¡Hija de Zeus, que lleva la égida! ¿No nos cuidaremos de socorrer, aunque tarde, a los dánaos moribundos? Perecerán, cumpliéndose su aciago destino, por el arrojo de un solo hombre, de Héctor Priámida, que se enfurece de intolerable modo y ha causado ya gran estrago.

Respondióle Atenea, la diosa de los brillantes ojos:
—Tiempo ha que ése hubiera perdido fuerza y vida, muerto en su misma patria por los aqueos; pero mi padre revuelve en su mente funestos propósitos, ¡cruel, siempre injusto, desbaratador de mis planes!, y no recuerdo cuántas veces salvé a su hijo abrumado por los trabajos que Euristeo le impusiera. Heracles clamaba al cielo, llorando, y Zeus me enviaba a socorrerle. Si mi sabia mente hubiese presentido lo de ahora, no hubiera escapado el hijo de Zeus de las hondas corrientes de la Estix, cuando aquél le mandó que fuera al Hades, de sólidas puertas, y sacara del Erebo el horrendo can de Hades. Al presente, Zeus me aborrece y cumple los deseos de Tetis, que besó sus rodillas y le tocó la barba, suplicándole que honrase a Aquileo, asolador de ciudades. Día vendrá en que me llame nuevamente su amada hija, la de los brillantes ojos. Pero unce los solípedos corceles, mientras yo, entrando en el palacio de Zeus, me armo para la guerra; quiero ver si el hijo de Príamo, Héctor, de tremolante casco, se alegrará cuando aparezcamos en el campo de la batalla. Alguno de los teucros, cayendo junto a las naves aqueas, saciará con su grasa y con su carne a los perros y a las aves.

 Heracles y Cerbero

Apolodoro, Biblioteca II, 5, 12
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Como duodécimo trabajo se le ordenó traer del Hades a Cerbero. Éste tenía tres cabezas de perro, cola de dragón y en el dorso cabezas de toda clase de serpientes. Antes de ir en su busca Heracles se presentó ante Eumolpo, en Eleusis, con el deseo de ser iniciado. Entonces a los extranjeros no se les permitía la iniciación, pero al ser adoptado por Pilio la consiguió. No pudiendo contemplar los misterios por no haber expiado la matanza de los centauros, fue purificado por Eumolpo y después iniciado. Al llegar a Ténaro en Laconia, donde estaba la entrada al Hades, bajó por ella. Las almas, al verlo, huyeron, excepto la de Meleagro y la de la Górgona Medusa. A ésta la atacó Heracles como si estuviera viva, pero Hermes le hizo saber que se trataba sólo de una sombra vana.

 

Fragmento de Heracles, Teseo y Pirítoo

 

 

Cerca ya de las puertas del Hades encontró a Teseo, y a Pirítoo –quien había pretendido en matrimonio a Perséfone y por ello fue encadenado. Cuando éstos vieron a Heracles, extendieron las manos como si la fuerza de éste pudiera rescatarlos. Heracles asiendo a Teseo de la mano, lo levantó, pero al querer alzar a Pirítoo la tierra tembló y tuvo que soltarlo. También hizo rodar la piedra de Ascálafo. Para proporcionar sangre a las almas mató a una de las vacas de Hades  , por lo que el pastor que las apacentaba, Menetes, hijo de Ceutónimo, lo desafió a luchar. Heracles, cogiéndolo por la cintura, le rompió las costillas, pero a instancias de Perséfone lo dejó.

 

 

Perséfone, Hermes, Cerbero y Heracles

Cuando Heracles pidió a Cerbero a Plutón, éste le concedió llevárselo si lo dominaba sin hacer uso de las armas que portaba. Heracles, cubierto con la coraza y la piel de león, lo encontró a las puertas del Aqueronte, rodeó con sus brazos la cabeza de la bestia, y aunque lo mordió la serpiente de la cola, no lo soltó, oprimiéndolo y ahogándolo, hasta que se hubo rendido. Tras la captura subió de regreso por Trezén. Deméter transformó a Ascálafo en búho, y Heracles, una vez mostrado el Cerbero a Euristeo, lo volvió al Hades.

 

 

 

Una visión conjunta de los trabajos y aventuras de Heracles

Heracles y el león de Nemea

Eurípides, Heracles 348 ss. (trad. J. L. Calvo Martínez)

Coro. –“¡Ay Lino!” –tras feliz tonada–, Febo canta conduciendo su cítara de sonido hermoso con pulsador de oro. Y yo, al que de lo profundo de la tierra sube a la luz, al hijo no sé si llamarlo de Zeus o retoño de Anfitrión, cantar como corona de sus trabajos quiero con buen lenguaje. Que virtudes de nobles esfuerzos para los muertos son gloria.

Primero al bosque de Zeus libró del león y echándose a la espalda la parda pelliza, cubrió su rubia cabeza con las terribles fauces de la fiera.

 Heracles y los centauros

Antístrofa 1ª

Luego la raza de los montaraces y salvajes Centauros derribó con mortíferas flechas atravesándolos con alados dardos.

Fue testigo el Peneo de hermosas aguas y las infinitas tierras de la estéril llanura y los paisajes del Pelión y los lugares vecinos del Hómola donde –sus manos llenas de antorchas– asolaban con sus cabalgadas la tierra de los Tesalios.

 

Heracles y la cierva cerinitia

Y cuando mató a la cierva de cuernos de oro, de moteado lomo, destructora y salvaje, honró con sus despojos de la diosa de Énoe, cazadora de fieras.

 

Estrofa 1ª

Y montó las cuadrigas y domó con el freno las potras de Diomedes, las cuales en sangrientos pesebres, sin freno devoraban con sus mandíbulas alimentos sangrientos banqueteándose

–¡maldito festín! – con el placer de bocados humanos.

Atravesó las orillas del Hebro de corriente de plata sufriendo por causa del rey de Micenas.

 

Heracles y Cicno

Y en la ribera del Pelión junto a las fuentes de Anauro a Cicno, matador de viajeros, con sus dardos mató, al insociable habitante de Anfaneas.

 

Antístrofa 2ª

Y se llegó a las doncellas cantoras, hasta su morada del Poniente para arrancar con su brazo de las ramas de oro el fruto de la manzana y mató a la serpiente de rojizo lomo que las vigilaba inaccesibles enroscando su espiral. Entró en lo más hondo del piélago marino haciéndolo tranquilo para los mortales con el remo.

Y puso sus manos en el punto medio de apoyo del cielo, cuando marchó a casa de Atlas y sostuvo la estrellada morada de los dioses con su hombría.

 Heracles combate a las Amazonas

Estrofa 2ª

Y marchó en busca del escuadrón montado de las Amazonas en Meótide, de abundantes ríos, atravesando el camino del mar Hospitalario.

¿Qué tropa de amigos de toda Grecia no escogió para cobrar el dorado ceñidor del peplo de la hija de Ares –la caza mortífera del cíngulo–? La Hélade tomó este brillante despojo de la moza extranjera y ahora se conserva en Micenas.

Y abrasó a la perra de mil cabezas, a la Hidra asesina de Lerna y untó de veneno sus flechas con las que dio muerte al pastor de triple cuerpo de Eritea.

 

Barca de Caronte y Hermes

Antístrofa 3ª

Otras expediciones ha terminado con éxito y traído los trofeos. Y ahora –último de sus trabajos– ha navegado hasta el Hades de mil lágrimas donde está llegando desdichado al término de su vida. Y no ha vuelto.

Esta su mansión está huera de amigos y la barca de Caronte aguarda el camino sin retorno de sus hijos –camino sin dioses ni justicia–.

Tu casa pone los ojos en tus manos aunque no estés presente.

Si yo tuviera el vigor de un mozo y blandiera mi lanza en la batalla –y lo mismo los tebanos de mi edad–, me pondría delante de los niños para defenderlos. Mas ahora estoy lejos de mi feliz juventud. (Sale del palacio Mégara con los niños amortajados).

 

Otras expediciones (práxeis) y aventuras paralelas (párerga)

 

a. Heracles frente a Geras, "Vejez"

 

 

Homero, Ilíada V, 395 ss. (Traducción de L. Segalá y Estalella)

Y las toleró [ofensas de los hombres] también el ingente Hades, cuando el mismo hijo de Zeus, que lleva la égida, disparándole en la puerta del infierno veloz saeta, a él, que estaba entre los muertos, le entregó al dolor: con el corazón afligido, traspasado de dolor —pues la flecha se le había clavado en la robusta espalda y abatía su ánimo,— fue el dios al palacio de Zeus, al vasto Olimpo, y Peón curóle, que mortal no naciera, esparciendo sobre la herida drogas calmantes. ¡Osado! ¡Temerario! No se abstenía de cometer acciones nefandas y contristaba con el arco a los dioses que habitan el Olimpo.
 

 

 

b. Heracles arrebata Alcestis de las manos de Tánato, "Muerte"

Tánato, Alcestis y Heracles

Eurípides,  Alcestis 836 ss.(trad. A. Medina González – A. López Férez)

Heracles. -¡Oh corazón y mano mía que tanto habéis soportado, muestra ahora qué clase de hijo la tirintia Alcmena, hija de Electrión, le dio a Zeus! Tengo que salvar a la mujer que acaba de morir e instalar de nuevo a Alcestis en esta casa y dar a Admeto una prueba de mi agradecimiento. Me voy a ir a acechar a la reina de los muertos, de negra túnica, a la Muerte. Creo que la encontraré cerca de la tumba, bebiendo la sangre de sus víctimas. Y si, lanzándome desde mi escondrijo, consigo atraparla y la rodeo con mis brazos, nadie conseguirá arrebatarme sus costados doloridos, hasta que me entregue a esta mujer.

Pero si yo fallo esta presa y no se aproxima a la sangrienta ofrenda, descenderé a las moradas sin sol de los de abajo, de Core y del Soberano y la reclamaré, y tengo confianza en que conduciré arriba a Alcestis, para poder dejarla en los brazos de mi huésped, que me recibió en su casa y no me expulsó, a pesar de estar golpeado por una pesada desgracia; sino que me la ocultó, como noble que es, en consideración a mí. ¿Quién de los tesalios más hospitalario que él? De seguro que no tendrá que decir que un hombre noble como él se ha portado generosamente con un hombre vil.

 

 

c. Heracles contra los gigantes

 

 

 

Alcioneo reposa dormido tras haber robado las vacas de Helios

 

 

 

 

 

 

Heracles mata a Alcioneo en agradecimiento a Helios que le prestó su copa para ir en pos de las vacas de Gerión

 

 

Apolodoro, Biblioteca II, 7, 1
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Tras devastar Cos se dirigió a Flegra, llamado por Atenea, y luchó al lado de los dioses contra los gigantes.

 

 

d. Heracles da muerte a su esposa e hijos

 

 

 

Eurípides, Heracles 932 ss. (trad. J. L. Calvo Martínez, Madrid, Gredos, 2000)

“(Heracles ha regresado a Tebas después de terminar los trabajos que le encomendara Euristeo) Heracles ya no era el mismo: alterado en el movimiento de sus ojos y dejando ver en ellos las raíces enrojecidas, arrojaba espuma sobre su barba bien poblada... Ya estaba en Micenas, según sus palabras, y gritaba terribles amenazas contra Euristeo. Entonces su padre le tocó el robusto brazo y le dijo: “Hijo, ¿qué te pasa? ¿Qué viaje es éste? ¿Es que te ha desquiciado la muerte de éstos a los que acabas de matar?

Pero él, creyendo que es el padre de Euristeo quien le toca el brazo suplicante y tembloroso, lo aparta de sí y prepara el carcaj y el arco contra sus propios hijos creyendo que va a matar a los de Euristeo. Éstos temblando de miedo, se lanzaron cada uno por un lado: uno se refugió tembloroso en el manto de su desdichada madre, otro en la sombra de una columna, otro en el altar, como un pájaro. Su madre le gritaba: “Oh tú, que los engendraste, ¿qué haces? ¿Vas a matar a tus hijos?” Y gritaba el anciano yel grupo de servidores...

Y nosotros, librando nuestro pie de su persecución, lo sujetamos con correas a una columna con la ayuda del anciano, para que al despertar del suño no añadiera ninguna acción más a las ya realizadas. Ahora duerme el desdichado un sueño nada feliz, pues ha matado a sus hijos y a su esposa. En verdad, yo no conozco a ningún mortal que sea más infortunado”.

 

 

 

 

 

e. Heracles busca una nueva esposa: Yole

Heracles banquetea con la familia de Yole

 

 

Apolodoro, Biblioteca II, 6, 1
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

“Después de los trabajos Heracles llegó a Tebas y entregó Mégara a Yolao. Él mismo deseaba casarse: habiéndose enterado de que Éurito, señor de Ecalia, había prometido dar su hija Yole a quien lo venciera a él y a sus hijos en el tiro con arco, llegó a Ecalia y a pesar de vencerlos no consiguió el matrimonio. Ífito, el mayor de los hijos, dijo que se entregase Yole a Heracles, pero Éurito y los otros hijos lo rehusaron por temor a que matara a su prole una vez más”.

 

 

Sófocles, Traquinias 249 ss. (trad. J.Mª Lucas de Dios)

(Licas se dirige a Deyanira)

La mayor parte del tiempo estuvo retenido entre los lidios, según dice él, no en calidad de hombre libre, sino adquirido en compra. Pero a esta palabra no es preciso que se una, mujer, la ofensa, cuando Zeus aparece como causante. Él fue vendido a Ónfale la bárbara y un año completó a su servicio, según dice él, y fue tal la mordedura de sufrir esta afrenta, que se ató a un juramento comprometiéndose a esclavizar algún día al causante inmediato de este padecimiento junto con su mujer e hijo.

Heracles con la familia de Yole. Detalle

Y no dejó en vano lo dicho, sino que una vez que estuvo purificado, toma un ejército aliado y marcha contra la ciudad de Eurito, pues éste, decía, fue de entre los mortales el único cómplice de este sufrimiento.

Éste, cuando él llegó a su palacio en calidad de amigo, siendo ya de antiguo huésped suyo, gran número de improperios le dirigió con duras palabras, gran número, con ofuscada mente, diciéndole que, era inferior a sus hijos en la prueba del arco, y a voz en grito le dice que es objeto de agravio como esclavo que es de un hombre libre. Y en un banquete, cuando llegó a estar ebrio, lo arrojó fuera. Por esta razón se llenó de rencor, y cuando luego Ifito se encaminó a la ladera de Tirinto siguiendo las huellas de una yeguada que por allí pacía errante, en esa ocasión, en un momento en que éste tenía la mirada en una dirección pero la mente en otra, lo arrojó desde lo alto de la terraza de una torre. Por esta acción se encolerizó el soberano, el padre de todos, Zeus Olímpico, y en venta lo envió fuera, y no soportó que sólo a este hombre matara con engañdo. Si se hubiera vengado abiertamente, Zeus sin duda habría tenido comprensión al vencer con justicia: la insolencia no la estiman ni siquiera los dioses.

Aquéllos, arrogantes en su lengua malévola, moradores son todos ellos del Hades...

 

 Atenea, Heracles que intenta arrebatar a Apolo el trípode de Delfos y una mujer oliendo una flor

Apolodoro, Biblioteca II, 6, 2-3 (trad. M. Rodríguez de Sepúlveda)

Poco después Autólico robó algunas vacas en Eubea y Éurito supuso que Heracles era el autor. Ífito no lo creyó y fue en su busca; encontró a Heracles cuando volvía de Feras de rescatar a la muerta Alcestis para Admeto, y le pidió que lo acompañara a buscar las vacas. Heracles lo prometió y lo hospedó; pero al enloquecer otra vez precipitó a Ífito desde las murallas de Tirinto. Con el deseo de ser purificado del crimen se presentó a Neleo, rey de los pilios. Al negarse éste por su amistad con Éurito, Heracles se dirigió a Amiclas, donde fue purificado por Deífobo, hijo de Hipólito. Atacado por una grave enfermedad a causa del asesinato de Ífito, llegó a Delfos y preguntó cómo curarse. La Pitia no quiso responderle y Heracles intentó saquear el templo, llevarse el trípode e instituir su propio oráculo. Apolo luchó con él, pero Zeus lanzó un rayo en medio de ellos. Ya separados, el oráculo hizo saber a Heracles que cesaría su enfermedad si, vendido, servía durante tres años y entregaba el precio a Éurito en compensación por el crimen.

Recibido el oráculo, Hermes vendió a Heracles y lo compró Ónfale, hija de Yárdano, reina de Lidia, a quien había dejado el trono su esposo Tmolo al morir. Éurito no aceptó la reparación presentada. Heracles mientras sirvió a Ónfale como esclavo, capturó y encadenó a los Cércopes en Éfeso; a Silero, que en Áulide obligaba a los extranjeros transeúntes a cavar sus viñedos, lo mató junto con su hija Jenódoce, después de haber quemado las cepas hasta la raíz. Cuando llegó a la isla de Dólique, al ver el cuerpo de Ícaro que yacía en la costa, lo enterró y llamó Icaria a la isla en lugar de Dólique; por ello Dédalo talló en Pisa una estatua de Heracles. Por la noche Heracles, que lo ignoraba, creyéndola viva, la golpeó con una piedra.

Se dice que durante el tiempo que estuvo al servicio de Ónfale tuvieron lugar el viaje a la Cólquide y la caza del jabalí de Calidón, y también que Teseo, regresando de Trezén, libró el istmo de malhechores.

 

 

f. Heracles en Troya

Reconstrucción de Troya

Ilíada V, 633 ss. (Traducción de L. Segalá y Estalella)

—¡Sarpedón, príncipe de los licios! ¿Qué necesidad tienes, no estando ejercitado en la guerra, de venir a temblar? Mienten cuantos afirman que eres hijo de Zeus, que lleva la égida, pues desmereces mucho de los varones engendrados en tiempos anteriores por este dios, como dicen que fue mi intrépido padre, el fornido Heracles, de corazón de león, el cual, habiendo venido por los caballos de Laomedonte, con seis solas naves y pocos hombres, consiguió saquear la ciudad y despoblar sus calles. Pero tú eres de ánimo apocado, dejas que las tropas perezcan, y no creo que tu venida de la Licia sirva para la defensa de los troyanos por muy vigoroso que seas; pues vencido por mi, entrarás por las puertas del Hades.

Respondióle Sarpedón, caudillo de los licios:
— ¡Tlepólemo! Aquél destruyó, con efecto, la sacra Ilión a causa de la perfidia del ilustre Laomedonte, que pagó con injuriosas palabras sus beneficios y no quiso entregarle los caballos por los que viniera de tan lejos. Pero yo te digo que la perdición y la negra muerte de mi mano te vendrán; y muriendo, herido por mi lanza, me darás gloria, y a Hades el de los famosos corceles, el alma.

Heracles defiende a Hesíone del Monstruo Marino enviado por Posidón

Apolodoro, Biblioteca II, 5, 9
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Y arribó a Troya. Por entonces la ciudad padecía infortunios por la cólera de Apolo y Posidón. Pues éstos, deseando probar la soberbia de Laomedonte, adoptaron forma humana y le propusieron fortificar Pérgamo a cambio de un salario, pero una vez que la hubieron fortificado, aquél se negó a pagarles. Por eso Apolo envió una peste y Posidón un monstruo marino que, elevado por una marea, arrebataba a los hombres de la planicie. Cuando los oráculos vaticinaron que cesarían las desgracias si Laomedonte ofrecía a su hija Hesíone como alimento del monstuo, él la ató a unas rocas del litoral. Heracles, al verla allí expuesta, prometió salvarla a cambio de las yeguas que Zeus había dado en compensación por el rapto de Ganimedes. Laomedonte accedió a entregarlas y Heracles, matando al monstruo, liberó a Hesíone; pero como Laomedonte rehusara cumplir lo acordado, Heracles lo amenazó con guerrear contra Troya y se hizo a la mar.

Telamón

 

 

Apolodoro, Biblioteca II, 6, 4
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Después de la servidumbre (de Ónfale), y curado de su enfermedad, Heracles se dirigió a Ilión con dieciocho naves de cincuenta remos, habiendo reunido un ejército de nobles dispuestos a hacer la guerra. Al arribar a Ilión encomendó a Oícles la custodia de las naves, y con los otros nobles marchó contra la ciudad. Entonces Laomedonte llegó con una muchedumbre hasta las naves y mató a Oícles en combate, pero los compañeros de Heracles lo repelieron y fue sitiado. Establecido el cerco, Telamón, abriendo brecha en la muralla, entró primero, y a continuación Heracles. Éste, que vio que Telamón lo había precedido, desnudó la espada para atacarlo, pues no quería que nadie fuera considerado superior a él. Telamón, al darse cuenta de ello, reunió unas piedras cercanas y cuando Heracles le preguntó qué hacía contestó que estaba erigiendo un altar en honor a Heracles Calínico. Éste lo aprobó, y una vez tomada la ciudad, después de matar a Laomedonte y a sus hijos excepto a Podarces, entregó a Telamón como premio la hija de Laomedonte, Hesíone, y a ella le permitió llevarse uno cualquiera de los cautivos. Como eligiese a su hermano Podarces, Heracles dijo que antes debía hacerse esclavo y luego ser rescatado por ella. Así se puso en venta y Hesíone, quitándose el velo de la cabeza, lo entregó como rescate. Desde entonces Podarces fue llamado Príamo.

 

 

 

 

g. Heracles y Deyanira

Eneo, Aqueloo, Heracles y Deyanira

 

Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica IV, 34 (trad. J. J. Torres Esbaranch, Madrid, Gredos, 2004)

...apesadumbrado... Heracles abandonó voluntariamente Arcadia y todo el Peloponeso. Muchos dejaron Arcadia con él, que se dirigió a Calidón de Etolia, donde se estableció. Al no tener hijos legítimos ni esposa legal se casó con Deyanira, la hija de Eneo, cuando ya había muerto Meleagro.

 

 

 

 

Deyanira, Heracles y Aqueloo

Apolodoro, Biblioteca II, 6, 5
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Heracles, habiendo llegado a Calidón, pretendió a Deyanira, hija de Eneo, y por conseguirla luchó contra Aqueloo metamorfoseado en toro, y le quebró uno de los cuernos. Se casó con Deyanira y Aqueloo recobró el cuerno entregando a cambio el de Amaltea. Amaltea era hija de Hemonio, y poseía un cuerno de toro que, según Ferecides, tenía el poder de proporcionar en abundancia la comida o bebida que se desease.

 

 

Cornucopia o Cuerno de Amaltea o de la abundancia

Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica IV, 35, 3-4 (trad. J. J. Torres Esbaranch, Madrid, Gredos, 2004)

En su deseo de complacer a los calidonios, Heracles desvió el curso del río Aqueloo y, al disponer otro lecho para el río, hizo que fuera fértil una vasta franja de tierra, regada a partir de entonces por el curso de agua mencionado. Por eso algunos poetas han convertido el hecho en un relato mítico. Presentan, en efecto, a Heracles entablando combate con Aqueloo, tras tomar el río la forma de un toro. En el curso de la lucha, Heracles le partió uno de sus cuernos y lo entregó como regalo a los etolios. Lo llaman “Cuerno de Amaltea” y en él imaginan una gran abundancia de todos los frutos otoñales; uvas, manzanas y otras frutas similares. Pero, en esta figuración enigmática de los poetas, el cuerno de Aqueloo representa la corriente de agua que discurre por el canal, y las manzanas, las granadas y los racimos significan la región fructífera regada por el río y la profusión de plantas productoras de fruto. Por otra parte, dicen que el cuerno es de “Amaltea”, es decir, de algo así como una “falta de blandura (amalakistía)”, con lo que se quiere significar la fortaleza del constructor de la obra.

 

Heracles defiende a Deyanira del ataque del centauro Neso

 

Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica IV, 36 (trad. J. J. Torres Esbaranch, Madrid, Gredos, 2004)

Heracles efectuó una expedición con los calidonios contra los tresprotos... Tres años después del matrimonio con Deyanira, en una ocasión en que Heracles estaba comiendo en casa de Eneo, Eurínomo, el hijo de Arquíteles, todavía un muchacho, se encargaba del servicio y, al cometer un error mientras servía, Heracles le dio un puñetazo, y fue tan fuerte el golpe que mató involuntariamente al muchacho. Profundamente afligido por este accidente, de nuevo se exilió de Calidón por voluntad propia, con su esposa Deyanira e Hilo, el hijo de ambos, que todavía era un muchacho. En su viaje, cuando llegó al río Eveno, encontró al centauro Neso, que cobraba el transporte de una orilla a otra. Éste hizo pasar primero a Deyanira y, prendido de su belleza, trató de violarla. Al llamar a su marido para que la socorriera, Heracles alcanzó con una flecha al centauro, y Neso, que entretanto intentaba unirse a la mujer, cuando estaba a punto de morir a causa de la profundidad de la herida, dijo a Deyanira que le daría un filtro para que Heracles no quisiera acercarse a ninguna otra mujer. Así, pues, le encargó que recogiera el semen que se había desprendido de él, que lo mezclara con aceite y con la sangre que goteaba de la punta del dardo, y que untara con ello la túnica de Heracles. Y después de dar este consejo a Deyanira, expiró al instante. De acuerdo con las instrucciones de Neso, Deyanira recogió el semen en una vasija, en la que sumergió la punta del dardo, y lo guardó a escondidas de Heracles. Éste, después de cruzar el río, llegó a casa de Ceix, el rey de Traquis, y se instaló allí, con los arcadios que siempre le habían acompañado en sus campañas.

 

Heracles flecha al centauro Neso que intenta violentar a Deyanira

Apolodoro, Biblioteca II, 6, 6
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Heracles, junto con los Calidonios, emprendió una expedición contra los tresprotos, y tomada la ciudad de Éfira, de la que era rey Filante, se unió con su hija Astíoque, y tuvo un hijo, Tlepólemo. Mientras permanecía con éstos, ordenó a Tespio que se quedara con siete de sus hijos y enviara otros tres a Tebas y los cuarenta restantes a la isla de Cerdeña para colonizarla. Después de estos sucesos, estando en un banquete con Eneo, mató de un manotazo a Éunomo, hijo de Arquíteles, cuando vertía agua en sus manos; éste era pariente de Eneo. Pero el padre del muchacho, comprendiendo que había sido un acto involuntario, se lo perdonó. Con todo Heracles quiso sufrir el castigo de exilio estipulado en laley, y determinó acogerse a Ceix, en Traquis. Llegó con Deyanira al río Eveno, junto al cual se situaba el centauro Neso para cruzar a los viajeros mediante paga, alegando que había recibido tal privilegio de los dioses por su rectitud. Heracles pasó el río por sí solo y, cuando Neso reclamó el estipendio, le encargó que transportara a Deyanira. Neso, mientras la cruzaba, intentó forzarla; al gritar ella, Heracles la oyó e hirió a Neso con una flecha en el corazón una vez que hubo salido del río. Neso, ya moribundo, llamó a Deyanira y le dijo que, si quería un filtro amoroso para retener a Heracles, debía mezclar el semen derramado en tierra con la sangre que fluía de la herida causada por la flecha. Ella lo hizo así y lo guardó para sí.

 

 

h. Heracles y los Centauros

Dos Centauros llegan al banquete de Folo y Heracles que ha destapado la tinaja común

Apolodoro, Biblioteca II, 5, 4
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Heracles, al atravesar Fóloe, se hospedó en casa del centauro Folo, hijo de Sileno y de una ninfa melia. Éste ofreció a su huésped carne asada, mientras que él la comía cruda. Cuando Heracles pidió vino, le dijo que temía abrir la tinaja común de los centauros; pero Heracles, animándolo, la abrió y no mucho después, atraído por el olor, acudieron a la cueva de Folo los centauros armados con rocas y abetos. A los primeros que osaron entrar, Anquio y Agrio, Heracles los rechazó con tizones, y a los restantes los persiguió a flechazos hasta Malea.

Quirón

Allí se refugiaron junto a Quirón, que expulsado del monte Pelión por los lapitas se había establecido cerca de Malea. Al agruparse en torno suyo los centauros, Heracles arrojó una flecha que después de atravesar el brazo de Élato se clavó en la rodilla de Quirón; Heracles, afligido, corrió hacia él, extrajo la flecha y le aplicó un remedio entregado por el mismo Quirón. Éste, como la herida era incurable, se retiró a la cueva deseoso de morir allí, pero por su condición de inmortal no lo consiguió hasta que Prometeo se ofreció a Zeus para ser inmortal en su lugar. Los otros centauros huyeron a sitios diferentes, unos al monte Malea, Euritión a Fóloe, Neso al río Eveno. Posidón acogió a los demás en Eleusis y los ocultó en un monte. Folo arrancó la flecha de un cadáver y se maravillaba de que algo tan pequeño pudiera dar muerte a seres tan grandes; entonces la flecha resbaló de su mano y al hincársele en un pie lo mató en el acto. Heracles, de regreso a Fóloe, encontró a Folo muerto y después de enterrarlo marchó a cazar el jabalí (de Erimanto).

 

Heracles, amigo de comilonas y francachelas

 

 

Apolodoro, Biblioteca II, 6, 7
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Mientras atravesaba hambriento la región de los dríopes, Heracles se encontró con Tiodamante que acarreaba una yunta de bueyes, y desatando y degollando uno de ellos, lo devoró. Cuando llegó a Traquis fue hospedado por Ceix, y venció a los dríopes.

 

 

 

Muerte y Apoteosis de Heracles

 

Yole y Hércules. Fotograma de la película Labors of Hercules

 

Apolodoro, Biblioteca II, 6, 7
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

...De nuevo en Traquis reunió un ejército contra Ecalia, para vengarse de Éurito. Aliado con los arcadios, los melios de Traquis y los locrios epicnemidios, mató a Éurito y a sus hijos y tomó la ciudad. Tras sepultar a los muertos de su bando, Hípaso, hijo de Ceix, Argio y Melas, hijos de Licimnio, saqueó la ciudad y se llevó a Yole cautiva. Al arribar a Ceneo, promontorio de Eubea, erigió un altar a Zeus Ceneo. Con el fin de celebrar sacrificios envió el mensajero Licas a Traquis en busca de un hermoso vestido. Por él Deyanira supo de Yole y temerosa de que Heracles la prefiriese, creyendo que la sangre vertida por Neso era realmente un filtro amoroso, untó con él la túnica.

Hércules abrasado por la túnica de Neso

Vestido con ella, Heracles se disponía a ofrecer el sacrificio, cuando, por calentarse la túnica, el veneno de la Hidra empezó a descomponer la piel; Heracles, cogiendo a Licas de los pies, lo despeñó, y al intentar arrancarse la túnica, fuertemente adherida a su cuerpo, se desollaba.

Afligido por tal desgracia fue llevado a Traquis en una nave. Deyanira, enterada de lo sucedido, se ahorcó. Heracles, después de ordenar a Hilo, su hijo mayor habido con Deyanira, que desposara a Yole al llegar a la edad adulta, se dirigió al monte Eta, en Traquis; allí formó una pira y subiendo a ella ordenó prenderle fuego.

Como nadie quería hacerlo, Peante, que pasaba en busca de su ganado, la encendió; por eso Heracles le regaló el arco y las flechas.

Se dice que mientras la pira ardía, una nube se situó debajo de Heracles, y con truenos lo elevó al cielo. Desde entonces fue inmortal, y reconciliado con Hera se desposó con su hija Hebe, de la cual nacieron Alexíares y Aniceto.

 

 

Heracles y Deyanira, quien le entrega la túnica de Neso

Sófocles, Traquinias 757 ss. (trad. J.Mª Lucas de Dios)

(Hilo se dirige a Deyanira)

Y cuando él iba a dar paso a sacrificios de muchas víctimas, llegó de casa su propio mensajero Licas llevando tu regalo, el mortal vestido. Él se lo pone y, como tú con anterioridad habías mandado, sacrifica doce bueyes sin mancha que tenía como primicia de botín, y a la par arrima al altar todas las restantes víctimas hasta la centena mezcladas de diferentes tipos.

Y en primer lugar el infeliz con el corazón gozoso y el ornamento del vestido en acción de gracias elevaba una súplica; pero cuando la llama sanguinolenta y de resinosa madera de los venerables ritos comenzaba a arder, un sudor le subía por la piel y el manto por todo el cuerpo se le abrazaba bien adherido a sus costados como obra de escultor, hasta los huesos le llegó un escozor espasmódico, luego le devoraba algo como veneno de una sanguinaria y hostil víbora.

En ese momento llamó a grandes voces al desdichado Licas, en nada culpable de tu maldad, preguntándole con qué clase de maquinaciones había traído este vestido, pero el infeliz, que nada sabía, dijo que había traído el regalo de parte exclusivamente tuya, y tal y como le había sido preparado. Y él cuando lo oyó y una convulsión de dolor penetrante se agarró a sus entrañas, le coge por el pie donde la articulación se dobla y lo arroja contra una roca que sale del mar y por él es batida en derredor, fuera de los cabellos hace brotar su blanca sesera diseminados alrededor el cráneo y la sangre.

Heracles en la pira, Guillaume I Coustou (French, 1677-1746). Museo del Louvre

 

 

Toda la multitud en pleno levantó un grito de dolor: el uno presa de mal, el otro callado, y nadie se atrevía a ponerse frente a él. Se tiraba por la tierra y daba saltos al aire mientras lanzaba gritos y alaridos, y a su alrededor resonaban las rocas, los promontorios elevados de los locrios y los cabos de Eubea. Y una vez que se cansó de arrojarse desdichado cien veces contra el suelo y de otras tantas explotar en gritos de dolor maldiciendo el lecho de infausta compañera, el tuyo desgraciada, y el matrimonio acordado con Eneo -¡cuán destructor de su vida lo había convenido!-, en ese momento, levantando su mirada extraviada de la nube que le cubría, me divisó derramando lágrimas en medio de una numerosa muchedumbre, y dirigiéndome su mirada me llama: “Hijo, acércate, no huyas de mi desventura, ni aunque te sea preciso morir uniéndote a mi muerte. Por el contrario, levántame y sácame de aquí, y sobre todo colócame allí donde ninguno de los mortales pueda verme en el futuro; y si tienes compasión, al menos trasládame fuera de esta tierra lo más pronto posible, que no muera yo aquí”.

Sólo estas recomendaciones nos hizo, luego tras ponerlo en medio de un barco a esta tierra arribamos a duras penas, pues continuamente bramaba presa de convulsiones, y al punto lo podréis contemplar o vivo o muerto recientemente. Tales cosas, madre, fuiste planeando y ejecutando contra mi padre, de lo cual ojalá te den la recompensa Justicia vengadora y la Erinis. Y si es lícito, pido por ello. Y es lícito, porque tú me despreciaste con anterioridad lo lícito matando al mejor hombre de los que hay sobre la tierra, cual otro no verás nunca.

 

 P. Puget, "Hercules at rest", 1661. Museo del Louvre

v. 1049 ss.

Heracles. ...Nunca hasta ahora una tal ni la esposa de Zeus ni el odioso Euristeo me impusieron, cual esta que la pérfida hija de Eneo ciñó a mis hombros, tejida red de las Erinis por la cual perezco. Adherida a mis costados por entero devoradas tiene mis carnes más profundas, y las venas de mis entrañas consume a ellas unida. Por entero mi fresca sangre tiene ya bebida, y perdido estoy en todo mi cuerpo vencido por esta malla indecible. Y esto ni lanza de la llanura, ni el ejército de los gigantes, nacidos de la tierra, ni la violencia de las fieras, ni Grecia, ni el bárbaro, ni cuanto lugar liberé en mi camino, nunca hasta ahora lo llevó a cabo.

Sin embargo, una mujer, que hembra es y no de naturaleza de varón, ella sola me derribó sin espada. Hijo, sé para mí un hijo auténtico, y no estimes en más el nombre de tu madre. Pon en mi mano, tras sacarla tú mismo de la casa con tus dos manos, a la que te engendró, para que pueda yo ver con toda evidencia si de mi ultrajada figura te dueles más o de la de ella, cuando la contemples maltratada en medio de justicia. Ve, hijo, tan valor, y compadécete de mí, digno para muchos de compasión, que como una doncella doy gritos de dolor en mi llanto; y esto nadie podría nunca decir que vio a este hombre haberlo hecho antes, sino que lejos de todo lamento me sometí siempre a las desgracias, pero ahora lejos del que era me encuentro como una mujer, desgraciado...

 Deyanira y Neso por G. Reni, 1621

v. 1138 ss.

Hilo. Creyendo aplicarte un filtro amoroso se equivocó por completo, cuando se dio cuenta de la nueva esposa que había dentro de casa.

Heracles. ¿Y quién fue tal encantador de entre los traquinios?

Hilo. El centauro Neso hace mucho tiempo la convenció de que con tal filtro inflamaría tu deseo.

Heracles. ¡Ay, ay desventurado, ya me voy infeliz! ¡Perdido, perdido estoy, ya no existe para mí la luz!... Tuve yo hace ya tiempo una predicción de boca de mi padre sobre que no caería muerto a manos de ninguno de los que aún respiran, sino que sería cualquier habitante ya desvanecido del Hades. Pues bien, éste fue, la fiera del centauro, según rezaba la predicción divina, el que de esta manera a mí aún vivo me mató él ya muerto. Y te diré que semejantes a éstos sobrevinieron unos nuevos oráculos, concordes con los de antaño, los cuales, al entrar yo en el bosque sagrado de los montaraces Selos que duermen en el suelo, me hice escribir de boca de la paterna encina de muchas lenguas, la cual me comunicó que en el tiempo que ahora vive y está presente sería llevada a cumplimiento la liberación de las fatigas que me estaban impuestas. Y yo creía que en el futuro viviría feliz. Pero eso no era otra cosa que el que yo muriera, pues a los muertos no se les añade fatiga alguna...

 

 

 Heracles en la pira del monte Eta, mientras Atenea sobrevuela en su carro, dispuesta a llevárselo al Olimpo

 

v. 1191 ss.

Heracles. Pues bien, ¿conoces la elevada colina del Eta consagrada a Zeus?

Hilo. La conozco, porque como sacrificador muchas veces en efecto estuve allí arriba.

Heracles. Pues allí es preciso que lleves este cuerpo mío por tu propia mano y con aquellos que necesites de entre los amigos, y que, tras cortar abundante madera de encina de profunda raíz y arrancar también abundante olivo macho silvestre, arrojes mi cuerpo dentro y prendas fuego utilizando la llama de una antorcha de pino. Y no se derrame lágrima alguna de lamento, sino que sin sollozos ni lágrimas actúa, si realmente eres hijo de este hombre. Si no, de continuo seré para ti yo, incluso cuando esté allí abajo, una maldición por siempre pesada.

 

 

 

 

Atenea conduce a Heracles al Olimpo

Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica IV, 38, 2-5 (trad. J. J. Torres Esbaranch, Madrid, Gredos, 2004)

Heracles se puso la túnica untada y, al hacer su efecto poco a poco el poder séptico del veneno, padeció el sufrimiento más terrible. La punta del dardo, en efecto, había sido recubierta con veneno de serpiente, y por esto la túnica, con el calor ulceró la carne de su cuerpo. Heracles se vio acometido por un dolor inmenso y mató a Licas, que había sido su asistente, y luego licenció su ejército y regresó a Traquis.

Cada vez más agobiado por el mal, envió a Licimnio y a Yolao a Delfos para preguntar a Apolo qué debía hacer para vencer el mal. Deyanira, conmovida por la magnitud del infortunio de Heracles, y consciente de su error, puso fin a su vida colgándose con un lazo.

 

 

 

 

Entrada de Heracles en el Olimpo: Hermes, Hera, Zeus, Nike, Atenea, Afrodita con Eros

El dios respondió que se debía trasladar a Heracles al Eta, con su armadura de guerra, y levantar a su lado una gran pira; del resto, dijo, se cuidaría Zeus. Una vez que los que estaban con Yolao hubieron ejecutado las órdenes y se hubieron situado a cierta distancia para observar lo que iba a ocurrir, Heracles, ya sin esperanza respecto a su curación, se acercó a la pira y se puso a pedir a cada uno de los que se aproximaban que encendiera la hoguera. Al no atreverse nadie a obedecerle, sólo Filoctetes se dejó convencer; y así, tras recibir como regalo el arco y las flechas de Heracles en correspondencia a su ayuda, prendió el fuego. Inmediatamente los rayos también cayeron del cielo por todas partes, y la pira se consumió completamente. A continuación los compañeros de Yolao fueron a recoger los huesos, pero, al no encontrar ni uno solo, pensaron que Heracles, de acuerdo con los oráculos, había dejado el mundo de los hombres para estar en compañía de los dioses.

 

 

 

 

Arnold Böcklin The Sanctuary of Hercules, 1884Andrew W. Mellon Fund

 

 

Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica IV, 39 (trad. J. J. Torres Esbaranch, Madrid, Gredos, 2004)

Por esta razón le dedicaron sacrificios funerarios como a un héroe, le construyeron un túmulo y luego regresaron a Traquis. Siguiendo este ejemplo, Menecio, el hijo de Áctor, que era amigo de Heracles, le sacrificó un jabalí, un toro y un carnero como a un héroe e instituyó que cada año en Opunte se ofrecieran sacrificios a Heracles y se le honrara como a un héroe. Algo semejante hicieron también los tebanos, pero los atenienses fueron los primeros de todos en honrar a Heracles con los sacrificios que se tributan a un dios, y, ofreciendo a los demás hombres el ejemplo de su piedad hacia este dios, indujeron primero a todos los griegos, y a continuación a todos los hombres de la tierra habitada, a honrar a Heracles como a un dios.

 

 

 

Debemos añadir a lo dicho que, después de su apoteosis, Zeus persuadió a Hera para que adoptase a Heracles como hijo y le diese un afecto maternal durante todo el resto de los tiempos. Esta adopción se realizó, dicen, del modo siguiente: Hera se subió al lecho y, tras atraer junto a su cuerpo a Heracles, dejó que se deslizara al suelo a través de sus vestidos, imitando un verdadero nacimiento. Esto precisamente es lo que hacen los bárbaros hasta nuestros días cuando quieren adoptar un hijo.

Después de la adopción, Hera, cuentan los mitos, unió a Heracles en matrimonio con Hebe, en relación con la cual también el poeta en la Nekyía ha escrito:

 

La sombra (de Heracles), pues él entre los inmortales

se complace en los festines y tiene a Hebe de hermosos tobillos.

 

Dicen asimismo que Heracles fue inscrito por Zeus en la lista de los doce dioses, pero que él no aceptó este honor, puesto que era imposible esta inscripción sin la exclusión previa de uno de los doce dioses, por lo que le parecía fuera de lugar aceptar un honor que comportaba el deshonor de otro dios.

 

 

 

Heracles festeja un banquete con Atenea

 

 

El retorno de los Heraclidas

 

¿La Atenas en la que se refugian los Heraclidas?

 

Apolodoro, Biblioteca II, 6, 7
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Una vez que Heracles se hubo sentado entre los dioses, sus hijos se refuriegon junto a Ceix huyendo de Euristeo. Pero cuando éste exigió que se les entregara amenazando con la guerra, por miedo abandonaron Traquis y huyeron por la Hélade. Perseguidos hasta Atenas pidieron protección sentándose junto al altar de la Piedad. Los atenienses, por negarse a entregarlos, sostuvieron una guerra con Euristeo, a quien mataron varios hijos: Alejandro, Ifimedonte, Euribio, Méntor y Perimedes. El propio Euristeo huyó en un carro y cerca de las rocas Escironias, Hilo, que iba en pos de él, lo mató; cortó su cabeza y se la entregó a Alcmena, que le arrancó los ojos con una lanzadera.

Delfos

 

Después de la muerte de Euristeo, los Heraclidas invadieron el Peloponeso y se apoderaron de todas las ciudades. Un año después de su regreso se extendió una epidemia por todo el Peloponeso y el oráculo reveló que se debía al prematuro regreso de los Heraclidas; de ahí que, abandonando el Peloponeso, retrocedieran hasta Maratón, donde habitaron. Antes de salir del Peloponeso, Tlepólemo había matado involuntariamente a Licimnio (pues mientras golpeaba a un criado con el bastón, Licimnio se interpuso), y huyendo con no pocos llegó a Rodas y allí se estableció. Hilo, en cumplimiento del encargo de su padre, desposó a Yole y procuraba el regreso de los Heraclidas. Por ello fue hasta Delfos a preguntar cómo podrían volver, y el dios le contestó que esperasen hasta la tercera cosecha, pero Hilo, creyendo que la tercera cosecha significaba el tercer año, después de aguardar ese tiempo regresó con el ejército... de Heracles al Peloponeso, donde reinaba Tisámeno, hijo de Orestes.

 

Mapa con la invasión doria. "Regreso de los Heraclidas"

De nuevo en combate vencieron los peloponesios y Aristómaco murió. Cuando los hijos de Cleodeo llegaron a la edad adulta consultaron al oráculo sobre su retorno. Al darles el dios la misma respuesta que antes, Témeno le reprochó que por obedecerle hubiesen sido desafortunados; pero el dios replicó que ellos mismos habían sido culpables de sus desgracias, pues no habían entendido el oráculo, que se refería no al tercer fruto de la tierra sino a la tercera generación....

Una vez conquistado el Peloponeso, erigieron tres altares a Zeus Patrio en los que ofrecieron sacrificios y sortearon las ciudades. El primer lote fue Argos, el segundo Lacedemonia y el tercero, Mesenia.

 

Mapa con la situación de los pueblos griegos a finales del II Milenio

Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica IV, 58, 1 ss. (trad. J. J. Torres Esbaranch, Madrid, Gredos, 2004)

A continuación al haber vencido a Euristeo en una batalla sonada con un gran número de aliados gracias a su éxito, todos los Heraclidas emprendieron una expedición contra el Peloponeso bajo el mando de Hilo. Después de la muerte de Euristeo, Atreo se hizo cargo del reino de Micenas y tomando consigo como aliados a los tegeatas y a algunos otros, salió al encuentro de los Heraclidas. Cuando los ejércitos estaban reunidos en el Istmo, Hilo, el hijo de Heracles, retó a un combate singular a cualquier enemigo que quisiera enfrentársele, proponiendo las condiciones siguientes: si Hilo vencía a su adversario, los Heraclidas recibirían el reino de Euristeo, mientras que si Hilo era derrotado, los Heraclidas no volverían al Peloponeso durante un período de cincuenta años. Équemo, el rey de los tegeatas, aceptó el reto y, en un combate singular, Hilo sucumbió y los Heraclidas, de acuerdo con lo pactado, renunciaron al regreso... Y, cuando transcurrió el período de cincuenta años, bajaron al Peloponeso...

Alcmena llegó a Tebas y luego, al desaparecer, recibió honores divinos por parte de los tebanos. Los otros Heraclidas, dicen, se dirigieron a casa de Egimio, el hijo de Doro, le reclamaron las tierras que Heracles le había confiado, y se establecieron con los dorios.

 

Vaso micénico con guerreros

Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso I, 9, 2 ss. (trad. J. J. Torres Esbarranch, Madrid, Gredos, 2000)

 

Dicen, por cierto, quienes han recogido de los antepasados las tradiciones más precisas sobre los peloponesios, que primero Pélope, gracias a la gran fortuna con la que desde Asia llegó a un pueblo sin recursos, se hizo con el poder y, a pesar de ser extranjero, alcanzó el honor de dar su nombre al país, y que después el poder de sus descendientes todavía aumentó cuando Euristeo murió en el Ática a manos de los Heraclidas tras haber confiado, al partir hacia la guerra, Micenas y su imperio a Atreo debido a su parentesco, ya que Atreo (desterrado entonces por su padre a causa de la muerte de Crisipo) era hermano de la madre de Euristeo. Y como que Euristeo ya no regresó, Atreo heredó el reino de Micenas y todos los dominios de Euristeo, tal como quisieron los micénicos por miedo a los Heráclidas y porque, además, parecía un hombre fuerte y se había ganado al pueblo. Así los Pelópidas se hicieron más poderosos que los Perseidas. Agamenón, en mi opinión, gracias a que había recibido esta herencia y, además, por tener una mayor fuerza naval que los otros, pudo emprender y llevar a cabo la expedición, no tanto por el reconocimiento de que era objeto como por el temor que inspiraba.

 

 

 

©  Henar Velasco López

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