Ártemis

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Ártemis frente a Afrodita. Afrodita Detalle de una crátera de volutas. ca. 365 a.C.

Eurípides, Hipólito 1-20, 73-87, 113 ss

(Traducción A. Medina González – J. A. López Férez)

 

(1 ss.) Afrodita. –Soy una diosa poderosa y no exenta de fama, tanto entre los mortales como en el cielo, y mi nombre es Cipris. De cuantos habitan entre el Ponto y los confines del Atlas y ven la luz del sol tengo en consideración a los que reverencian mi poder y derribo a cuantos se ensoberbecen contra mí. En la raza de los dioses también sucede esto: se alegran con las honras de los hombres. Voy a mostrar muy pronto la verdad de estas palabras. El hijo de Teseo y de la Amazona, alumno del santo Piteo, es el único de los ciudadanos de esta tierra de Trozén que dice que soy la más insignificante de las divinidades, rechaza el lecho y no acepta el matrimonio. En cambio honra a la hermana de Febo, a Ártemis, hija de Zeus, teniéndola por la más grande de las divinidades. Por el verdoso bosque, siempre en compañía de la doncella, con rápidos perros extermina los animales salvajes de la tierra, habiendo encontrado una compañía que excede a los mortales.

Ártemis con un cisne. Lecito. Ca. 500 a.C.

(73 ss.) Hipólito. –A ti, oh diosa, te traigo, después de haberla adornado, esta corona trenzada con flores de una pradera intacta, en la cual ni el pastor tiene digno apacentar sus rebaños, ni nunca penetró el hierro; sólo la abeja primaveral recorre este prado virgen. La diosa del Pudor lo cultiva con rocío de los ríos. Cuantos nada han adquirido por aprendizaje, sino que con el nacimiento les tocó en suerte el don de ser sensatos en todo, pueden recoger sus frutos; a los malvados no les está permitido. Vamos, querida soberana, acepta esta diadema para tu áureo cabello ofrecida por mi mano piadosa. Yo soy el único de los mortales que poseo el privilegio de reunirse contigo e intercambiar palabras, oyendo tu voz, aunque no veo tu rostro. ¡Ojalá pueda doblar el límite de mi vida como la he comenzado!

(102 ss.) Hipólito. –Desde lejos la saludo (a Afrodita), pues soy casto...

Sirviente. –Hay que honrar a todos los dioses, hijo mío.

Hipólito.- (A sus compañeros) Vamos, compañeros, entrad en casa y preocupaos de la comida... Hay que almohazar a los caballos, para que, después de uncirlos al carro y saciarme yo de comida, los entrene en los ejercicios oportunos (Dirigiéndose al mismo siervo y haciendo un gesto a la estarua de Afrodita) En cuanto a tu Cipris, le mando mis mejores saludos.

(113 ss.) Sirviente. –(Habla solo, dirigiéndose a la estatua de Afrodita) En lo que a mí respecta – a los jóvenes con semejante arrogancia no se debe imitar -, con el lenguaje que cuadra a los esclavos te suplico ante tu imagen, soberana Cipris: debes perdonar que alguno, por su juventud, a impulsos de su vigoroso corazón, te dirija palabras insensatas. Haz como si no la oyeras, pues los dioses deben ser más sabios que los mortales.

 

Estatua de Ártemis Efesia. Museo Arqueológico de Éfeso.

 

Plinio, Historia Natural XXXVI 95-97 (Traducción Grupo Tempe)

 

Monumento verdaderamente admirable de la grandeza de lo hecho por los griegos es el templo que se conserva de la Diana de Éfeso, edificado a lo largo de veinte años por obra del Asia entera. Lo hicieron sobre un suelo pantanoso, para que estuviera libre de notar terremotos y de tener grietas; y, por lo mismo, para que sus cimientos no descansaran en terreno deslizante y movedizo, los calzaron gracias a un lecho de carbones apisonados y, encima, de pieles de oveja con la lana sin esquilar. El templo en su conjunto tiene 425 pies de largo y 225 de ancho, y 127 columnas de 60 pies de altura, cada una de ellas construida por un rey, y de entre ellas 36 con relieves, una de ellas de Escopas. Dirigió la obra el arquitecto Quersifón. Lo más prodigiosos de todo es que pudieran izarse arquitrabes de peso tan colosal. Lo consiguió Quersifón utilizando espuertas llenas de arena, que, amontonándolas unas sobre otras, formaban una ligera pendiente por sobre las cimas de las columnas, y vaciando poco a poco las espuertas situadas en la parte más inferior, hasta lograr que insensiblemente la obra acabase por reposar en el sitio previsto. Lo más difícil fue alcanzar este resultado en el dintel, cuando estaba intentando colocarlo precisamente sobre la puerta. En efecto, aquel bloque era el de máximo peso, y no encajaba en el asiento que se le había destinado, con lo que el artista, angustiado, pensó en el suicidio como último recurso. Cuentan que agotado por la preocupación, durante la noche vio en sueños a la diosa en cuyo honor se estaba construyendo el templo, y que, apareciéndosele, le animó a seguir viviendo, manifestándole que ya ella misma había colocado la piedra. Y así resultó ser al día siguiente; sin duda la piedra por su propia gravedad vino a ajustarse en su sitio exacto. El resto de las bellezas del edificio daría materia para llenar muchos libros, pues no contienen imitación alguna de la naturaleza.

 

 

Reconstrucción del Artemision de Éfeso

 

Antípatro de Sidón, Antología Palatina IX 58 (Traducción Grupo Tempe)

 

Yo había contemplado las murallas, sobre las que corren los carruajes, de la escarpada Babilonia, y el Zeus junto al Alfeo, y la colgadura de los jardines, y el coloso del Sol, y la obra grandiosa de las altísimas pirámides, y el sepulcro gigantesco de Mausolo; pero cuando vi el templo de Ártemis que se lanza hasta las nubes, todo aquello se me quedó borrado, y dije: “Mira, no siendo el Olimpo, todavía no ha iluminado el Sol nada que se le parezca”.

 

Nacimiento de Apolo y Ártemis. Ánfora procedente de Capua. Ca. 475 a.C.

 

 

Hesíodo, Teogonía 918-920

(Trad. Grupo Tempe)

Leto uniéndose amorosamente a Zeus, portador de la égida, dio a luz a Apolo y a la flechadora Ártemis, hijos encantadores por encima de todos los Uránidas.

 

 

 

Diana de Versalles. Copia romana de original helenístico.

Himnos Homéricos XXVII a Ártemis

(Traducción A. Bernabé)

 

Canto a la tumultuosa Ártemis, la de áureas saetas, la virgen venerable, cazadora de venados, diseminadora de dardos, la hermana carnal de Apolo el del arma de oro, la que por los montes umbríos y los picachos batidos por los vientos, deleitándose con la caza, tensa su arco todo él de oro, lanzando dardos que arrancan gemidos. Retiemblan las cumbres de los elevados montes y retumba terriblemente el bosque umbrío por el rugido de las fieras. Se estremece también la tierra y el mar pródigo en peces. Pero ella, que tiene un ardido corazón, se dirige de un lado a otro, arruinando la raza de las fieras.

Y cuando se ha complacido la diosa que ojea las fieras, la diseminadora de dardos, y ha deleitado su espíritu, tras aflojar su flexible arco, se dirige a la espaciosa morada de su hermano, Febo Apolo, el espléndido pueblo de Delfos, disponiendo allí el hermoso coro de las Musas y las Gracias.

Tras colgar allí su elástico arco y las saetas, dirige los coros, iniciando el canto con encantador aderezo sobre su cuerpo.

Y ellas, dejando oír una voz imperecedera, celebran a Leto, la de hermosos tobillos: cómo parió hijos, con mucho los mejores de los inmortales por su voluntad y sus hazañas.

¡Salve, hijos de Zeus y Leto, de hermosa cabellera, que yo me acordaré de vosotros en otro canto!

 

 

Ártemis en la gigantomaquia, bajo ella Deméter. Ánfora ca. 400 a.C.

 

Calímaco, Himno III a Ártemis, 1-41 (Traducción Jordi Redondo)

 

A Ártemide cantamos – pues no resulta a los aedos fácil echarla en el olvido - , a aquella a la que el arco y la montería ocupan, y el coro bien nutrido, y el juego en la montaña, empezando por cuando, sentada como estaba en las rodillas paternas, niña que aún crecía, esto dijo a su padre: “Concédeme, papá, guardar eterna doncellez, y también una profusión de nombres porque conmigo no rivalice Febo; y concédeme arco y dardos... Déjalo, padre, que no te pido ya una aljaba y un gran arco; en breve tiempo para mí forjarán los Cíclopes saetas, para mí un bien cimbrado arco. Antes bien, que se porten antorchas, y que me ciña yo hasta la rodilla un quitón recamado, para que vaya a matar bestias salvajes. Concédeme también sesenta Oceaninas que completen un coro, todas de nueve años, niñas todas aún sin ceñidor. Concédeme también como criadas veinte ninfas amnísides, para que cuiden bien de mis sandalias, y, cuando ya no dispare contra linces ni ciervos, de mis veloces canes. Concédeme también los montes todos; y asígname, por fin, una ciudad, no importa cuál, la que tú quieras: de cierto que será muy rara vez cuando descienda Ártemis a una ciudad; moraré en las montañas, y me confundiré en las poblaciones de los hombres tan sólo cuando invoquen las mujeres, agobiadas por agudos dolores de parto, a su valedora; a mí me encomendaron las Moiras, al pronto ya, al tiempo que nacía, que les diera socorro, porque además mi madre no padeció al darme a luz ni cuando me llevaba en su seno, sino que sin fatiga alguna me liberó de sus entrañas."

 

Diana después de la caza. Fr. Boucher (1703-1770). Musée Cognacq-Jay, Paris

Leto, Apolo y Ártemis. Ánfora ática. Época clásica temprana

 

Himnos Homéricos III a Apolo 14-18 (Traducción A. Bernabé)

 

¡Salve, Leto bienaventurada, porque pariste hijos ilustres: Apolo soberano y Ártemis, diseminadora de dardos, a la una en Ortigia, al otro en la rocosa Delos, cuando te apoyaste en la gran montaña y en la altura del Cinto, muy cerca de la palmera, cabe las corrientes del Inopo!

 

 

 

Leto, la palmera de Delos, Ártemis, Apolo, quizás Asteria. Crátera, ca. 420 a.C.

 

Servio, Comentarios a Eneida III, 73

(Traducción Grupo Tempe)

 

Se dice que Diana, al nacer, prestó el servicio de comadrona a su madre cuando estaba dando a luz a Apolo: de donde viene que, aunque Diana sea virgen, sea invocada sin embargo por las parturientas.

 

 

Ártemis en su carro tirado por ciervos. Crátera. ca. 450 a.C.

 

Virgilio, Eneida X, 215 s. (trad. Grupo Tempe)

Y ya el día había dejado el cielo y la madre Febe recorría el centro del Olimpo con noctámbulo carro.

 

 

Cicerón, Naturaleza de los dioses 2, 68 (trad. Grupo Tempe)

El nombre de Apolo es desde luego griego, y pretenden que Apolo es el sol; también se cree la gente que Diana y la luna son una misma; la luna tiene ese nombre porque luce; pues también es ella Lucina, y, del mismo modo que entre los griegos a Diana y a la vez Lucífera se la invoca en los partos, así entre nosotros a Juno Lucina. También se la llama Diana errabunda, no por la caza sino porque se la incluye entre los siete astros errabundos; se la ha llamado Diana porque por la noche produce una especie de día. Y se la reclama en los partos porque éstos llegan a sazón al cabo de, algunas veces, siete, o, usualmente, nueve órbitas de la luna, órbitas que se llaman meses porque constituyen tramos medidos.

 

Ártemis. N. Cann

Apolo y Diana. Lucas Cranach (1472-1553). Royal Collection, Windsor

 

Horacio, Poema Secular 1-16 y 33-36

(Trad. Grupo Tempe)

 

¡Oh Febo y Diana, soberana de los bosques, gloria brillante del cielo, oh siempre venerables y venerados! Concedednos lo que os pedimos en el tiempo sagrado, tiempo en que los versos sibilinos aconsejaron que escogidas doncellas y castos donceles dijeran un canto a los dioses a los que pluguieron las siete colinas.

¡Nutricio sol que con fulgente carro sacas el día y lo escondes, y naces otro y el mismo! Nada puedes contemplar más ilustre que la ciudad de Roma.

¡Ilitía, que sabes sin dolor según las reglas abrir los partos maduros!, protege a las madres, ya si consientes en que se te invoque como Alumbradora, ya si como Engendradora.

Guardado tu dardo, Apolo, escucha, afable y sereno, a los jóvenes que te suplican; reina bicorne de las estrellas, Luna, escucha tú a las muchachas.

 

 

 

 

 

 

 

Leto y la Fuente de las Ranas. Palacio de La Granja, San Ildefonso (Segovia)

Ovidio, Metamorfosis VI, 339-381 (trad. Grupo Tempe)

Y ya en el territorio de la Licia, un sol inclemente quemaba los campos, y la diosa sintió sed; y sus hijos hambrientos habían agotado la provisión de leche de sus pechos. Vio entonces en el fondo de un valle un lago de no mucha agua: unos campesinos cogían allí espesos mimbres, juncos y ovas. Se acercó y doblando la rodilla se apoyó en la tierra con la intención de coger y beber el fresco líquido. El grupo de campesinos se los impide; la diosa habló así a los que se le oponían: "¿Por qué me rehusáis el agua? El uso de las aguas es público. La naturaleza no ha hecho particular ni el sol ni el aire ni las ondas suaves; no obstante yo os pido humildemente que me lo concedáis. Que os muevan también éstos que tienden hacia mi pecho los bracitos". ¿A quién no habrían podido mover las palabras suaves de la diosa?

 Sin embargo aquellos hombres persisten en su negativa, añadiendo amenazas, si no se aleja, e insulto además. Y no les basta; con los pies y las manos agitan las aguas y desde el fondo del lago esparcen en todas direcciones un blando cieno.La cólera aplazó la sed; la hija de Ceo no suplica ya y levantando a los astros sus manos dijo: "Que eternamente viváis en esa laguna". Se cumplen los deseos de la diosa: les gusta estar bajo las agua y sumergir unas veces el cuerpo entero en la charca que les cubre, sacar otras veces la cabeza, o nadar en la superficie del abismo, el cuello se les hincha y llena de aire y sus mismos ronquidos ensanchan aún más la enorme abertura de sus bocas. Las espaldas están contiguas a la cabeza, los cuellos parecen haber sido suprimidos, el dorso es verde, el vientre, que es la parte más grande del cuerpo, blanco, y en medio de la cenagosa charca saltan convertidos en flamantes ranas.

 

 

Diana y sus ninfas. Domenichino. 1616-1617. Galleria Borghese. Roma

 

Homero, Odisea VI, 102-109

(Traducción L. Segalá Estalella)

Apenas las esclavas y Nausícaa se hubieron saciado de comida, quitáronse los velos y jugaron a la pelota; y entre ellas Nausícaa, la de los níveos brazos, comenzó a cantar. Cual Artemis, que se complace en tirar flechas, va por el altísimo monte Taigeto o por el Erimanto, donde se deleita en perseguir a los jabalíes o a los veloces ciervos, y en sus juegos tienen parte las ninfas agrestes, hijas de Zeus que lleva la égida, holgándose Leto de contemplarlo; y aquella levanta su cabeza y su frente por encima de los demás y es fácil distinguirla, aunque todas son hermosas: de igual suerte la doncella, libre aún, sobresalía entre las esclavas.

 

 

 

 

 

 

Ártemis y Apolo dan muerte a los Nióbidas. Crátera. Ca. 475-425 a.C. Museo del Louvre, París

Ilíada XXIV, 599 ss. (Traducción L. Segalá Estalella)

(Aquiles se dirige a Príamo:)

—Tu hijo, oh anciano, rescatado está, como pedías: yace en un lecho, y cuando asome el día podrás verlo y llevártelo. Ahora pensemos en cenar; pues hasta Níobe, la de hermosas trenzas, se acordó de tonar alimento cuando en el palacio murieron sus doce vástagos: seis hijas y seis hijos florecientes. A éstos Apolo, airado contra Níobe, los mató disparando el arco de plata; a aquéllas dióles muerte Ártemis, que se complace en tirar flechas, porque la madre osaba compararse con Leto, la de hermosas mejillas, y decía que ésta sólo había dado a luz dos hijos, y ella había parido muchos; y los de la diosa, no siendo más que dos, acabaron con todos los de Níobe. Nueve días permanecieron tendidos en su sangre, y no hubo quien los enterrara, porque el Cronión había convertido a los hombres en piedras; pero al llegar el décimo, los celestiales dioses los sepultaron. Y Níobe, cuando se hubo cansado de llorar, pensó en el alimento. Hállase actualmente en las rocas de los montes yermos de Sipilo, donde, según dicen, están las grutas de las ninfas que bailan junto al Aqueloo; y aunque convertida en piedra, devora aún los dolores que las deidades le causaron. Mas, ea, cuidemos también nosotros de comer, y más tarde, cuando hayas transportado el hijo a Ilión, podrás hacer llanto sobre el mismo. Y será por ti muy llorado.
 

 

 

Heracles con la cierva cerinitia. Ártemis. Ánfora arcaica. British Museum, Londres.

Apolodoro, Biblioteca II, 5, 3

(Traducción M. Rodríguez de Sepúlveda)

 

Como tercer trabajo le ordenó (Euristeo a Heracles) traer viva a Micenas a la cierva cerintia. Tenía cuernos de oro y estaba en Énoe consagrada a Ártemis; por eso Heracles no quería matarla ni herirla, y la persiguió un año entero. Cuando la cierva fatigada por el acoso huyó al monte llamado Artemisio, y desde allí al río Ladón, al ir a cruzarlo, Heracles, flechándola, se apoderó de ella y la transportó sobre sus hombros a través de Arcadia. Pero Ártemis, acompañada por Apolo, se encontró con él, quiso arrebatársela y le reprochó haber atentado contra un animal consagrado a ella. Heracles, alegando su obligación e inculpando a Euristeo, aplacó la cólera de la diosa y llevó el animal vivo a Micenas.

 

 

 

 

 

Diana y Acteón. Jean-Baptiste-Camille Corot (Paris 1796–1875). Robert Lehman Collection, 1975.

Ovidio, Metamorfosis III, 152-252

(Traducción Grupo Tempe)

 

Había un valle consagrado a Diana, la de corto vestido, en cuyo más apartado rincón hay una gruta. A la derecha murmura un manantial de delgada y límpida corriente. Aquí solía la diosa de las selvas, cuando estaba fatigada de la caza, bañar en el cristalino líquido sus miembros virginales.

Cuando llegó allí, entregó a una de sus ninfas, que cuidaba sus armas, la jabalina, la aljaba y el arco destensado; otra recogió en los brazos el vestido que la diosa se ha quitado; otras dos le desatan el calzado; y, más diestra que aquellas, la Isménide Crócale reúne en un moño los cabellos que caían sueltos por el cuello de la diosa, bien que ella misma los llevaba flotantes.

Diana y Acteón. Tiziano. 1559 National Gallery of Scotland, Edinburgh

 

 

 

Sacan el líquido Néfele, Híale y Ránide, así como Psécade y Fiale, y lo vierten de sus voluminosas urnas.

Y mientras allí se baña la Titania en sus aguas acostumbradas, he aquí que el nieto de Cadmo, errando a la ventura por un bosque que no conoce, llega a aquella espesura. Tan pronto como penetró en la fruta las ninfas, al ver un hombre, desnudas como estaban, se golpearon los pechos, llenaron de repentinos alaridos todo el bosque, y rodeando entre ellas a Diana la ocultaron con sus cuerpos;

 

 

 

 

 

Diana y Acteón. F. Albani, 1625-1630.Gemäldegalerie, Dresden

 

pero la diosa es más alta que ellas y les saca a todas la cabeza. El color que suelen tener las nuebes cuando las hiere el sol de frente, o la aurora arrebolada, es el que tenía Diana al sentirse vista sin ropa. Aunque a su alrededor se apiñaba la multitud de sus compañeras, todavía se apartó ella a un lado, volvió atrás la cabeza, y como hubiera querido tener a mano sus flechas, echó mano a lo que tenía, el agua, regó con ella el rostro del hombre, y derramando sobre sus cabellos el líquido vengador, pronunció además estas palabras que anunciaban la inminente catástrofe:

“Ahora te está permitido contar que me has visto desnuda, si es que puedes contarlo”.

 

Ártemis, Acteón atacado por sus perros y Ninfa en su fuente. Ca. 350 -340 a.C. Harvard University Art Museums, Cambridge, Massachusetts, USA

Acteón transformado en ciervo, atacado por sus perros. Ca. 400-350 a.C.Badisches Landensmuseum, Karlsruhe, Alemania

 

 

Y sin más amenazas, le pone en la cabeza que chorreaba unos cuernos de longevo ciervo, le prolonga el cuello, le hace terminar en punta por arriba sus orejas, cambia en pies sus manos, en largas patas sus brazos, y cubre su cuerpo de una piel moteada. Añade también un carácter miedoso; huye el héroe hijo de Autónoe, y en su misma carrera se asombra de verse tan veloz. Y cuando vio en el agua su cara y sus cuernos, “¡Desgraciado de mí!”, iba a decir, pero ninguna palabra salió; dio un gemido, y éste fue su lenguaje; unas lágrimas corrieron por un rostro que no era el suyo, y sólo su primitiva inteligencia le quedó.

 

 

¿Qué podría hacer? Mientras vacila, lo han visto los perros. Toda la jauría lo persigue, ansiosa de botín, por rocas y peñascos, por riscos inaccesibles, por donde el camino es difícil, por donde no existe camino. Huye él a través de parajes por los cuales muchas veces había él perseguido, ¡ay! Huye de sus propios servidores. Anhelaba gritar: “Yo soy Acteón, reconoced a vuestro dueño”. Pero las palabras no acuden a su deseo; atruenan al aire los ladridos. Por todas partes le acosan, y con los hocicos hundidos en su cuerpo despedazan a su dueño bajo la apariencia de un engañoso ciervo. Y dicen que no se sació la cólera de Diana, la de la aljaba, hasta que acabó aquella vida víctima de heridas innumerables.

 

Ártemis y la muerte de Acteón. Crátera ca. 470 a.C.Museum of Fine Arts, Massachusetts, Boston, USA
 

 

 

 

 

 

Ártemis y los Alóadas. Crátera. Ca. 450 a.C. Antiken-museum und Sammlung Ludwig, Basel, Alemania

Apolodoro, Biblioteca I, 7, 4 (Trad. M. Rodríguez de Sepúlveda)

Aloeo se casó con Ifimedea, hija de Tríope, pero ella se enamoró de Posidón, tuvo dos hijos, Oto y Efialtes, llamados los Alóadas. Éstos crecían cada año un codo de anchura y una braza de altura. Cuando cumplieron los nueve años, con una anchura de nueve codos y una talla de nueve brazas, decidieron luchar contra los dioses; habiendo puesto el monte Osa sobre el Olimpo y el Pelión sobre el Osa, amenzaban con subir por estas montañas hasta el cielo, y decían que colmando el mar con los montes lo convertirían en tierra firme, y a la tierra en mar. Efialtes pretendió a Hera, Oto a Ártemis; además ataron a Ares, pero Hermes lo rescató furtivamente. Ártemis mató a los Alóadas en Naxos con una treta: transformada en cierva saltó entre ellos y al querer alcanzarla se atravesaron con sus flechas.

 

 

 

Apolo, Leto atacada por Ticio y Ártemis. Crátera ca. 470 a.C. Museo del Louvre, París.

Odisea 11, 576 ss. (trad. L. Segalá y Estalella)

Vi también a Titio, el hijo de la augusta Gea, echado en el suelo, donde ocupaba nueve yugadas. Dos buitres, uno de cada lado, le roían el hígado, penetrando con el pico en sus entrañas, sin que pudiera rechazarlos con las manos; porque intentó hacer fuerza a Leto, la gloriosa consorte de Zeus, que se encaminaba a Pito por entre la amena Panopeo.

Píndaro, Píticas IV, 90 ss. (Trad. E. Suárez de la Torre)

Y sin duda a Ticio le dio alcance una flecha rauda de Ártemis, sacada de su invencible aljaba, para que sólo aspiremos a alcanzar los amores posibles.
 

 

Constelación de Orión

Escolios a Arato, Fenómenos v. 636, Martin p. 350  (Trad. Grupo Tempe)

 

Y teniendo consigo a Ártemis en una cacería intentó indebidamente violarla; pero ella hizo que la colina de la isla se rasgara y surgiera un escorpión que hizo perecer a Orión con su aguijón. Y fue catasterizado tanto él como el escorpión. Igualmente Orión en el cielo temeroso de él huye permanentemente,  y cuando aquél sale Orión se oculta, y cuando el escorpión se oculta Orión sale.

 Apolodoro, Biblioteca I, 4, 5 (Trad. M. Rodríguez de Sepúlveda)

Orión, según algunos, fue muerto porque desafió a Ártemis a lanzar el disco, mientras que según otros la diosa lo asaeteó por haber violado a Opis, una de las doncellas venida de los Hiperbóreos.

 

 

Ártemis como pótnia therón "señora de las bestias". Crátera. Ca. 570 Museo Archeologico Nazionale di Firenze, Italia.

Homero, Ilíada IX, 527-605 (Traducción L. Segalá)

 (Habla Fénix:)

Todos hemos oído contar hazañas de los héroes de antaño, y sabemos que cuando estaban poseídos de feroz cólera eran placables con dones y exorables a los ruegos. Recuerdo lo que pasó en cierto caso no reciente, sino antiguo, y os lo voy a referir, amigos míos.

Curetes y bravos etolos combatían en torno de Calidón y unos a otros se mataban, defendiendo aquéllos su hermosa ciudad y deseando éstos asolarla por medio de las armas. Había promovido esta contienda Artemis, la de áureo trono, enojada porque Eneo no le dedicó los sacrificios de la siega en el fértil campo: los otros dioses regaláronse con las hecatombes, y sólo a la hija del gran Zeus dejó aquél de ofrecerlas, por olvido o por inadvertencia, cometiendo una gran falta. Airada la deidad que se complace en tirar flechas, hizo aparecer un jabalí de albos dientes, que causó gran destrozo en el campo de Eneo, desarraigando altísimos árboles y echándolos por tierra cuando ya con la flor prometían el fruto. Al fin lo mató Meleagro, hijo de Eneo, ayudado por cazadores y perros de muchas ciudades —pues no era posible vencerle con poca gente, ¡tan corpulento era!, y ya a muchos los había hecho subir a la triste pira—, y la diosa suscitó entonces una clamorosa contienda entre los curetes y los magnánimos aqueos por la cabeza y la hirsuta piel del jabalí.

 

Sacrificio de Ifigenia. Fresco Pompeyano. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles, Italia.

Apolodoro, Epítome 3, 21

(Traducción M. Rodríguez de Sepúlveda)

 

Los griegos zarparon de Argos y llegaron a Áulide por segunda vez, pero al falta de vientos retenía la flota. Calcante declaró que no podrían navegar si no ofrecían en sacrificio a Ártemis la más hermosa de las hijas de Agamenón, pues la diosa estaba encolerizada con él porque habiendo alcanzado a un ciervo había dicho “ni Ártemis”, y también porque Atreo no le había sacrificado la oveja de oro. Recibido este oráculo, Agamenón envió a Odiseo y Taltibio ante Clitemestra para pedir a Ifigenia, con el pretexto de que la había prometido en matrimonio a Aquiles en recompensa por sus servicios. Así, Clitemestra la dejó ir, y cuando Agamenón se disponía a degollarla sobre el altar, Ártemis poniendo en su lugar una cierva, arrebató a Ifigenia y la consagró a su sacerdocio en el país de los Tauros; algunos dicen que la hizo inmortal.

 

 

 

 

Las Erinias persiquen a Orestes. Orestes purificado por Apolo. Ártemis. Crátera, ca. 380 a.C. Museo del Louvre, París

Eurípides, Ifigenia en Táuride 1445 ss. (Grupo Tempe)

“Y tú, Orestes (pues escuchas la voz de la diosa aunque no estés aquí), ahora que conoces mis deseos, marcha llevando la imagen [de Ártemis] y a tu hermana.

Cuando llegues a Atenas, construida por los dioses, en el último extremo del Ática, junto al monte Caristio, hay un lugar sagrado al que mi pueblo ha dado el nombre de Halas. Allí construirás un templo e instalarás la imagen dándole el nombre de la tierra Táurica y de los sufrimientos que padeciste recorriendo la Hélade bajo el aguijón de las Erinies.

En el futuro los hombres celebrarán a Ártemis tonel nombre de diosa Taurópola. Establece este rito: cuando el pueblo celebre tu rescate de la muerte, que pongan un cuchillo sobre el cuello de un hombre y dejen correr su sangre para purificación y a fin de que la diosa reciba sus honras.

Y tú, Ifigenia, has de ser la clavera de esta diosa en los bancales sagrados de Braurón. Allí serás enterrada cuando mueras, y te dedicarán en ofrenda los sutiles peplos bordados que las mujeres dejan en su casa cuando mueren en el parto”.

 

Diana y Calisto. P. Vecchio, 1525

Ovidio, Fastos II, 155-164, 167 s., 171-177 y 181 s. (Trad. Grupo Tempe)

Entre las Hamadríadas y la flechadora Diana tenía Calisto una parte del coro sagrado. Tocó ella el arco de la diosa y dijo: "que el arco que toco sea testigo de mi virginidad". Cintia la felicitó y añadió: "Cumple el pacto que has hecho, y serás la primera de mi comitiva". Habría cumplido el pacto si no hubiera sido hermosa. Pudo mantener a raya a los hombres, pero el delito le vino de Júpiter. Febe regresaba de cazar mil alimañas en las selvas cuando el sol estaba poco más o menos a mitad de su carrera.

 

 

Dijo: "Vamos a bañarnos aquí, en la selva, virgen tegea". La otra se sonrojó por el falso nombre de virgen. Ella misma se traicionó cogida in fraganti con la hinchazón del vientre y la propia denuncia de su carga. La diosa le dijo: "Hija perjura de Licaón, abandona la reunión de las vírgenes y no manches las aguas pudorosas". La luna había llenado por diez veces con sus cuernos el disco nuevo: la que había pasado por virgen era madre. Juno, zaherida, se enfureció y cambió la figura de la muchacha. Como diosa desidiosa vagaba por los montes desolados la que poco antes había sido amada por Júpiter supremo.

Calisto convirtiéndose en osa. Ca. 370 a.C. Malibu. Paul Getty Museum

 

Vista aérea del Santuario de Ártemis Ortia en Esparta

Pausanias III 16, 7-11 (Traducción Grupo Tempe)

El lugar llamado Limeño está consagrado a Ártemis Ortia. Dicen que la xóana es aquella que un día Orestes e Ifigenia robaron del país Táurico. Pero los lacedemonios dicen que fue traída al suyo cuando reinaba allí Orestes; y a mí me parece que su versión es más probable que la de los atenienses. Le fue dado [a los lacedemonios] el oráculo según el cual deberían llenar el altar de sangre humana. Era sacrificado aquel al que le tocase por suerte, pero Licurgo lo cambió por azotes a los efebos, y por esto está lleno el altar con sangre humana. La sacerdotisa está en pie sosteniendo la xóana.

Por lo demás, ésta es ligera, porque es pequeña, pero si los que azotan golpean un día con miramientos a causa de la belleza o la dignidad de un efebo, entonces la xóana se vuelve pesada y ya no es fácil para la mujer llevarlo, que acusa a los que azotan y dice que está oprimida por su causa.

De este modo se ha mantenido para la imagen su complacencia en la sangre humana desde los sacrificios en el país Táurico.

 

 

 

Ártemis se complace en el sacrificio. Pelike ático. Ca. 380 a.C.

Bosque de Diana en Aricia

 

 

 

Servio, Comentarios a Eneida IV 511

(Traducción Grupo Tempe)

Orestes, después de asesinado el rey Toante en la región de los tauros huyó con su hermana Ifigenia, y la imagen de Diana sustraída de allí la colocó no lejos de Aricia.

 

 

 

Asclepio resucita a Hipólito. Cl. Lorrain

Pausanias II, 27, 4 (Trad. Grupo Tempe)

 

Dicen los de Aricia que Asclepio resucitó a Hipólito que había muerto por las maldiciones de Teseo; y cuando vivió de nuevo no quiso perdonar a su padre y, despreciando sus súplicas se marchó a Italia junto a los de Aricia, fue rey allí, y ofrendó un recinto sagrado a Ártemis donde hasta mi época el premio para el vencedor en combate singular era también el sacerdocio de la diosa. Al sacerdocio no podía concurrir ningún hombre libre, sino los esclavos que habían escapado de sus señores.

 

Lago de Nemi

Ovidio, Fastos III, 271-275 (Trad. Grupo Tempe)

Consagrado por una antigua veneración hay en el valle de Aricia un lago al que rodea una espesa selva. Es en ella donde se oculta Hipólito, a quien destrozaron las riendas de sus caballos. (De ahí que a los caballos les está prohibida la entrada en el bosque.) Los largos setos están ocultos por las cintas que de ellos penden, y hay también numerosas tablillas votivas ofrecidas a la diosa en acción de gracias. A menudo las mujeres que han visto cumplidos los deseos que manifestaban en sus plegarias acuden desde Roma con la frente ceñida de coronas y llevando en sus manos antorchas encendidas.

 

 

 

 

Diana en el baño. J.-A. Watteau, 1721

 

 

 

 

Veleyo Patérculo, Historia de Roma II 25, 4 (Traducción Grupo Tempe)

 

Después de su victoria Sila -pues fue cuando subía el monte Tifata cuando se encontró con G. Norbano- cumplió su voto de agradecimiento a Diana, a la cual está consagrada aquella región; y consagró a la diosa las aguas, famosas por su salubridad y sus capacidades curativas, y todos los campos. Una inscripción clavada en la puerta del templo y una tablilla de bronce dentro del templo atestiguan hoy el recuerdo de este grato acto de piedad.

 

 

 

 

 

 

P. Batoni, "Ártemis rompe el arco de Eros", 1761

Pausanias VII 19, 1-4 (Traducción Grupo Tempe)

Los jonios que vivían en Ároe, Antea y Mesatis tenían en común un recinto sagrado y un templo de Ártemis Triclaria, y los jonios celebraban en su honor todos los años una fiesta y un festival nocturno. Una doncella desempeñaba el sacerdocio de la diosa hasta que iba a casarse.

Pues bien, dicen que un día sucedió que era sacerdotisa una doncella, Cometo, y que de ella estaba enamorado precisamente Melanipo. Y Melanipo la pidió en matrimonio a su padre. Es consecuencia de la vejez la insensibilidad respecto a los enamorados. Así, nada agradable obtuvo Melanipo, que quería entonces casarse con Cometo, que también lo quería. El amor destruye las leyes de los hombres y trastorna el culto de los dioses, puesto que Cometo y Melanipo cumplieron el deseo de su amor en el mismo santuario de Ártemis, y en adelante habían de utilizar el santuario como tálamo nupcial. Pero la cólera de Ártemis comenzó a destruir a sus habitantes, y como la tierra no produjese ningún fruto, tuvieron enfermedades inusuales, y como consecuencia de ellas mayor número de muertes que antes.

Acudieron al oráculo de Delfos, y la Pitia acusó a Melanipo y a Cometo. Llegó una orden del oráculo de que los sacrificaran a Ártemis y que cada año sacrificaran a la diosa a la doncella y al joven de figura más hermosa, y que a causa de este sacrificio el río que está junto al santuario de Triclaria fue llamado Amílico.

 

Diana y Endimión. Jean-Honoré Fragonard c. 1753/1755
Timken Collection. National Gallery of Art. Londres

 

Apolodoro Biblioteca I, 7, 5

(Traducción M. Rodríguez de Sepúlveda)

 

De Cálice y Aetlio nació un hijo, Endimión, quien con eolios sacados de Tesalia fundó Élide; algunos dicen que era hijo de Zeus. Por su extraordinaria belleza, Selene se enamoró de él, y Zeus le concedió lo que quisiera. Él eligió dormir por siempre, joven e inmortal.

 

 

 

Diana y Endimión. F. Cr. Jannek

 

 

Cicerón, Tusculanas I 92

(Traducción Grupo Tempe)

 

Ahí tienes a Endimión, que, si damos oídos a los mitos, desde que se durmió, no sé cuándo, en el Latmos, que es un monte de Caria, todavía, tengo entendido, no se ha despertado. ¿Piensas tú que a él le importa algo cuando se eclipsa la Luna, que es la que, según se cree, lo aletargó para besarlo mientras duerme?

 

 

 

 

"A dream of Latmos" por Sir J. N. Paton, 1878-1879

 

Luciano, Diálogos de los dioses 19 (11) (Trad. J. L. Navarro González)

Afrodita. - ¿Qué es eso, Selene, que dicen que haces? ¿Que cada vez que bajas a Caria detienes el carro y te quedas plantada dirigiendo tu mirada a Endimión que duerme al raso, como pastor que es, y que en alguna ocasión bajas a su lado desde la mitad del camino?

Selene. -Pregunta, Afrodita, a tu hijo, que es para mí el culpable de todo eso.

Afrodita. -¡Quita!, que es un insolente... Pero dime ¿es guapo Endimión? Porque en este caso tu desgracia resulta inexorable.

Selene. -A mí me parece guapísimo, Afrodita, sobre todo cuando extendiendo sobre la piedra la clámide se acuesta sosteniendo en la izquierda los dardos que se le escapan de la mano, en tanto que su diestra ligeramente arqueada en torno a la cabeza, se adapta al rostro; él entonces desmadejado por el sueño, exhala un aliento de ambrosía. Yo entonces bajo sin hacer ruido, caminando de puntillas para no despertarle y que se asuste. Ya sabes, pero... ¿a qué contarte lo que viene después? En una palabra; que me muero de amor.

 

 

Hécate. Estatua conservada en Basel, Sammlung Ludwig © Sammlung Ludwig, Basel

 

 

 

 

Servio, Comentarios a Eneida IV 511

(Traducción Grupo Tempe)

Algunos llaman Lucina, Diana, Hécate a la misma por una razón, porque asignan a una sola diosa tres facultades, la de nacer, la de tener salud, la de morir: e incluso dicen que Lucina es la diosa de nacer, Diana la de tener salud, Hécate la de morir; por esta triple potestad la representan triforme y triple, por eso ponen en las encrucijadas templos suyos.

 

 

 

 

 

 

Afrodita, Ártemis y Apolo. Relieve del Tesoro de los Sifnios en Delfos. Ca. 525 a.C.

 

Catulo, Poesía 34, 1-16

(Traducción Grupo Tempe)

Estamos bajo la protección de Diana, jóvenes y doncellas vírgenes: cantemos a Diana, jóvenes y doncellas vírgenes. Hija de Latona, poderosa descendencia del omnipotente Júpiter, a quien tu madre alumbró cerca del olivo Delio, para que fueras la señora de los montes, de los bosques verdeantes, de los recónditos sotos y de los ritos sonoros: A ti te invocan como Juno Lucina las mujeres en los dolores del parto, a ti te invocan como Trivia poderosa y como Luna de luz prestada.

 

 

 

 

 

 

©  Henar Velasco López

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