Pablo Rodríguez Ramos

 Alumno de Filología Clásica. Curso 2006/2007 Mitología Clásica

 

Dioses y héroes en La Ilíada. Atenea y Diomedes

 

1. INTRODUCCIÓN

 

Parece complicado comenzar a tratar el tema que aquí me ocupa sin antes dedicar, cuanto menos, unas líneas al comentario de una obra de tal magnitud y relevancia para la historia de la literatura como es La Ilíada. Sin embargo, puesto que una cosa llevaría a la otra y ese breve comentario podría acabar resultando demasiado extenso, y que ya es mucho lo que se ha escrito y lo que sabemos del texto homérico, me ceñiré exclusivamente a lo que es el objeto de mi comentario, y que no es otra cosa que las relaciones entre dioses y héroes que se aprecian a lo largo de la obra; aún así, el trabajo resultaría largo y requeriría un arduo esfuerzo, para el que, desafortunadamente, hoy por hoy no dispongo de tiempo. Por todo ello, tras hacer un breve comentario general de las relaciones dios-héroe en la obra, me centraré en una de ellas, la existente entre Atenea y Diomedes, a partir de un par de fragmentos pertenecientes a esta obra.

 

 

1.1. Dioses y Héroes en La Ilíada.

 

      Antes de comenzar a investigar y adentrarme en este complejo mundo, tenía, no se por qué, la necia idea de que no sería difícil establecer lazos entre dioses y héroes, buscando los orígenes bien del dios, bien del héroe, o por el culto que se realizara en la ciudad de procedencia del héroe. Sin embargo pronto me di cuenta de que aquello no sería tan sencillo como me había imaginado.

         Hay que darse cuenta, lo cual fue lo primero que me pasó a mí, que en lo que se refiere al por qué de cada una de las relaciones en La Ilíada confluyen varias causas: la primera, como es lógico, es la propia guerra; la segunda, el conocido “juicio de Paris”; en tercer lugar las relaciones específicas entre alguna deidad y un héroe; y por último, la simple voluntad de alguna divinidad de proteger a quien más le favoreciera en cada momento. Así, los dioses no protegen simplemente a un solo y determinado héroe, sino que ciertas deidades respaldan a los griegos y otras a los teucros. Un caso especial es el de Zeus, quien actúa en función de la balanza de la justicia. Pero esto no es todo, pues en cada uno de los bandos contendientes determinados dioses protegen a algún héroe en especial por algún motivo; tales son, por ejemplo, los casos de Afrodita y Eneas, madre e hijo, o, el que en breve será centro de mi atención, el de Atenea y Diomedes.

        

En cuanto al primer punto, es evidente que tres diosas, Hera, Atenea y Afrodita, tienen una motivación especial para respaldar a una u otra de las facciones: el juicio de Paris. Así pues las dos primeras están del lado de los dánaos, mientras que la tercera con los troyanos. Especialmente curioso es el caso de Atenea: si bien es cierto que tenía motivos para respaldar a los griegos, tanto por el juicio de Paris como por ser la deidad principal de Atenas y tener culto en otras ciudades de la Hélade, no es menos cierto que en Troya era también especialmente venerada a través del antiquísimo Paladio, ídolo que impedía que la ciudad fuera tomada mientras estuviera en ella, y que durante la guerra sería robada por Ulises y Diomedes, ayudados por la propia Helena.

 

 

"Diomedes con el paladio, ca. 380 a.C."

 

2. ATENEA Y DIOMEDES.

 

2.1. Presentación del texto.

 

«”Enq' aâ TudedV Διομήδεϊ Pall¦j 'Aq»nh dîke mšnoj kaˆ q£rsoj, †n' œkdhloj met¦ p©sin 'Arge…oisi gšnoito „d klšoj ™sqlÕn ¥roito· da‹š oƒ ™k kÒruqÒj te kaˆ ¢sp…doj ¢k£maton pàr ¢stšr' Ñpwrinù ™nal…gkion, Ój te m£lista lamprÕn pamfa…nVsi leloumšnoj çkeano‹o· to‹Òn oƒ pàr da‹en ¢pÕ kratÒj te kaˆ êmwn, ðrse dš min kat¦ mšsson Óqi ple‹stoi klonšonto.»

                                   

«Entonces de nuevo al Tidida Diomedes Palas Atenea infundió furia y audacia, para que destacado entre todos los argivos se hiciera y se alzara con noble gloria. Inflamó un infatigable fuego que salía de su casco y su broquel, semejante a la estrella otoñal, que es la que con más brillo resplandece, una vez bañada en las aguas del Océano; tal era el fuego inflamado que brotaba de su cabeza y sus hombros y lo impulsó al centro, donde eran más los que se atropellaban.»

 

Homero, Ilíada, V, 1-8

 

         Con estos versos comienza el Canto V de La Ilíada, canto en que se narran las hazañas de Diomedes. Desde el comienzo vemos de forma clara que existe una relación de protección entre Atenea y Diomedes. Ésta es una de las pocas relaciones en La Ilíada en la que podemos encontrar, si seguimos leyendo este canto V e investigamos un poco, un motivo visible. Pero antes de ello convendría realizar una pequeña presentación tanto de la diosa como del héroe.

 

 

2.2. Presentación de los personajes.

 

 

-2.2.1.  Diomedes. 

         Aunque de claro origen etolio por parte de su padre, la historia familiar de éste héroe es un tanto compleja. Es hijo de Tideo (a quien más tarde recurriremos) y Deípile, hija ésta de Adrasto, rey de Argos, patria adoptiva de Diomedes. Su abuelo paterno era Eneo, rey de la ciudad etolia de Calidón, y que perdió su reino a manos de los hijos de Agrio (hermano suyo) quienes se lo entregaron a su padre. Diomedes vengaría tal traición matando a los hijos de Agrio en Argos.

         En lo que se refiere a la guerra de Troya, Diomedes partió de Grecia con los Atridas como antiguo pretendiente a la mano de Helena. Durante la Ilíada aparece casi siempre como compañero de Ulises en la mayoría de los trabajos que les encargan. Era tanto un valeroso combatiente como un buen orador, consiguiendo numerosas victorias ya con la fuerza de las armas, ya con la de las palabras, como convencer a Aquiles de que regresara a la batalla, y que probablemente fue lo que decantó el resultado de la guerra. Respaldado siempre por Atenea, ésta le infunde valor y le aconseja; no hemos de olvidar que la principal diferencia entre ella y Ares radica en que Atenea siempre planifica lo que hace y aconseja a sus protegidos. Sin embargo la diosa Palas también piensa en sí misma, y en una ocasión un consejo suyo perjudicará a Diomedes: Atenea, irritada por la decisión de Paris, dice al héroe argivo que ataque a Afrodita. Esto hará que a su regreso a casa Diomedes se encuentre con que su esposa le ha sido infiel.

        

No obstante, para encontrar el origen de esa relación entre el héroe y Atenea, habrá que centrarse en su procedencia, especialmente en su padre, Tideo (cf. 2.3.1 sobre el padre de Diomedes, Tideo), pero también en Argos (cf. 2.3.2 sobre el culto a Atenea). 

 

 

 -2.2.2. Atenea, protectora de héroes.

       Como ya sabemos Atenea es hija de Zeus y Metis; Zeus, por consejo de Urano y Gea, se tragó a Metis. Así pues, en el momento del parto Hefesto, o según otros Prometeo (Píndaro, Olímpicas VII, v.35 ss., refiere esta acción a Hefesto, mientras que Eurípides, Ión 454 ss., la atribuye a Prometeo), asesta un hachazo en la cabeza a Zeus, por donde salió Atenea.

Diosa de la guerra, una de las competencias de Atenea era la protección de héroes. Durante la guerra de Troya da su protección a los héroes griegos, a pesar del importante culto que se le rendía en la ciudad anatolia, a raíz del juicio de Paris en el monte Ida, cuando el troyano sentenció que la más hermosa de las diosas era Afrodita; de hecho la propia Atenea permite a Diomedes que ataque, si se le presenta la ocasión, a Afrodita, mientras que le persuade de no agredir a las demás divinidades. Así, en plena batalla, Diomedes llegará a herir a la deidad del amor.  

         Además de a Diomedes, Atenea presta su protección a otros héroes de gran relevancia. Tal es el caso de Odiseo, a quien protege también a lo largo de la Odisea, o el de Aquiles.

 

 

2.3. La relación entre Atenea y Diomedes.

 

      

 -2.3.1. El padre de Diomedes, Tideo:

 

           Habrá, como sería lógico, quien se pregunte que a cuento de qué viene hablar ahora del padre de Diomedes. Por ello voy a pasar aquí a presentar el segundo fragmento del que me valdré para realizar este comentario. Para encontrarlo no hay más que, como he dicho anteriormente, continuar la lectura de este Canto V; así encontraremos el siguiente pasaje:

 

«•Wj ¥r' œfh, Sqšneloj d kaq' †ppwn «lto cam©ze, p¦r d st¦j bšloj çkÝ diamperj ™xšrus' êmou· aŒma d' ¢nhkÒntize di¦ strepto‹o citînoj. D¾ tÒt' œpeit' ºr©to bo¾n ¢gaqÕj Diom»dhj· klàq… meu a„giÒcoio DiÕj tškoj 'Atrutènh, e‡ potš moi kaˆ patrˆ f…la fronšousa paršsthj dhJ ™n polšmJ, nàn aât' ™m f‹lai 'Aq»nh· dÕj dš tš m' ¥ndra ˜le‹n kaˆ ™j Ðrm¾n œgceoj ™lqe‹n Ój m' œbale fq£menoj kaˆ ™peÚcetai, oÙdš mš fhsi dhrÕn œt' Ôyesqai lamprÕn f£oj ºel…oio.

 •Wj œfat' eÙcÒmenoj· toà d' œklue Pall¦j 'Aq»nh, gu‹a d' œqhken ™lafr£, pÒdaj kaˆ ce‹raj Ûperqen· ¢gcoà d' ƒstamšnh œpea pterÒenta proshÚda· qarsîn nàn DiÒmhdej ™pˆ Trèessi m£cesqai· ™n g£r toi st»qessi mšnoj patrèion Âka ¥tromon, oŒon œceske sakšspaloj ƒppÒta TudeÚj· ¢clÝn d' aâ toi ¢p' Ñfqalmîn ›lon ¿ prˆn ™pÁen, Ôfr' eâ gignèskVj ºmn qeÕn ºd kaˆ ¥ndra. të nàn a‡ ke qeÕj peirèmenoj ™nq£d' †khtai m» ti sÚ g' ¢qan£toisi qeo‹j ¢ntikrÝ m£cesqai to‹j ¥lloij· ¢t¦r e‡ ke DiÕj qug£thr 'Afrod…th œlqVs' ™j pÒlemon, t»n g' oÙt£men Ñxši calkù.»

 

«Así dijo, y Estéleno saltó de los caballos a tierra, y se acercó y le extrajo el ligero dardo traspasando su hombro, y la sangre se agolpó a través de la entretejida túnica. Entonces imploró Diomedes, valeroso en el grito de guerra: “¡Óyeme hija de Zeus, portador de la égida, indómita! Si alguna vez también tu benevolencia asistió a mi padre en el hostil combate, muéstrame ahora otra vez tu amor, Atenea. Concédeme capturar y que llegue al alcance de mi pica el varón que me ha acertado anticipándose y que ahora se jacta y asegura que no veré ya mucho tiempo la brillante luz del sol.”

Así habló en su súplica, y le escuchó Palas Atenea, que tornó ágiles sus miembros, tanto las piernas como los brazos. Se detuvo cerca y le dijo estas aladas palabras: “Diomedes, pelea ahora con confianza ante los troyanos, pues te he infundido en el pecho el paterno ardor intrépido que tuvo el cochero Tideo, blandidor del escudo. También te he quitado de los ojos la niebla que los tapaba, para que distingas bien lo mismo a un dios que a un hombre. Por eso ahora, si un dios llega aquí a hacer una tentativa, guárdate de luchar frente a frente con los inmortales dioses restantes, y sólo en el caso de que Afrodita, hija de Zeus, venga al combate, hiérela con el agudo bronce.”»

         Homero, Ilíada, V, 111-132

 

         Seguramente este texto suponga una respuesta a esas preguntas; pero al mismo tiempo nos abordan otras, pues en él comprobamos que para entender La Ilíada se precisa de un conocimiento amplio de la historia y mitología griegas. Pero antes de plantearnos nuevas cuestiones vamos a echar un vistazo a este fragmento.

Como ya sabemos, el canto V nos narra las hazañas de Diomedes, hazañas que van acompañadas de la ayuda de Atenea, de lo que este texto es una clara muestra. Así pues, Diomedes, herido, solicita auxilio a la diosa, recordándole a Atenea la ayuda prestada a su padre en otro tiempo. Es aquí donde nos comienzan a asaltar las dudas: ¿a que se refiere Diomedes? ¿Quién es ese intrépido Tideo del que habla Atenea? Indagando un poco no resulta difícil responder estas preguntas, incluso podemos encontrar algunas pistas en la propia obra homérica. Si bien es cierto que, como ya he dicho antes, la completa comprensión de La Ilíada requiere un profundo conocimiento del mundo griego, no es menos cierto que podemos conseguir mucha información, dispersa a lo largo de toda la obra, acerca de cada personaje, o al menos de los más relevantes. Tal es así que en al menos dos ocasiones podemos encontrar en La Ilíada fragmentos que nos ayudarán a encontrar más fácilmente la meta que aquí me propongo. El primero lo hayamos antes de llegar a este canto V, en el IV:

 

«eáre d Tudšoj uƒÕn Øpšrqumon Diom»dea ˜staÒt' œn q' †ppoisi kaˆ ¤rmasi kollhto‹si· p¦r dš oƒ ˜st»kei Sqšneloj Kapan»ioj uƒÒj. kaˆ tÕn mn ne…kessen „dën kre…wn 'Agamšmnwn, ka… min fwn»saj œpea pterÒenta proshÚda·

“ê moi Tudšoj uƒ dafronoj ƒppod£moio t… ptèsseij, t… d' ÑpipeÚeij polšmoio gefÚraj; oÙ mn Tudši g' ïde f…lon ptwskazšmen Ãen, ¢ll¦ polÝ prÕ f…lwn ˜t£rwn dhoisi m£cesqai, æj f£san o† min ‡donto poneÚmenon· oÙ g¦r œgwge ½nths' oÙd ‡don· perˆ d' ¥llwn fasˆ genšsqai. ½toi mn g¦r ¥ter polšmou e„sÁlqe Muk»naj xe‹noj ¤m' ¢ntiqšJ Polune…kei laÕn ¢ge…rwn· o‰ d tÒt' ™stratÒwnq' ƒer¦ prÕj te…cea Q»bhj, ka… ·a m£la l…ssonto dÒmen kleitoÝj ™pikoÚrouj· o‰ d' œqelon dÒmenai kaˆ ™pÇneon æj ™kšleuon· ¢ll¦ ZeÝj œtreye para…sia s»mata fa…nwn. o‰ d' ™peˆ oân õconto „d prÕ Ðdoà ™gšnonto, 'AswpÕn d' †konto baqÚscoinon lecepo…hn, œnq' aât' ¢ggel…hn ™pˆ TudÁ ste‹lan 'Acaio…. aÙt¦r Ö bÁ, polšaj d kic»sato Kadmewnaj dainumšnouj kat¦ dîma b…hj 'Eteoklhe…hj. œnq' oÙd xe‹nÒj per ™ën ƒpphl£ta TudeÝj t£rbei, moànoj ™ën polšsin met¦ Kadme…oisin, ¢ll' Ó g' ¢eqleÚein prokal…zeto, p£nta d' ™n…ka ·hid…wj· to…h oƒ ™p…rroqoj Ãen 'Aq»nh. […]” »

 

         «Halló al hijo de Tideo, al soberbio Diomedes, de pie detrás de los caballos en el bien ensamblado carro. A su lado estaba erguido Esténelo, hijo de Capaneo. También recriminó a aquél, al verlo, el poderoso Agamenón y, dirigiéndose a él, pronunció estas aladas palabras:

         “¡Ay, hijo del belicoso Tideo, domador de caballos! ¿Por qué te quedas medroso, mirando los puentes del combate? No le resultaba grato a Tideo amedrentarse así, sino luchar con los enemigos muy por delante de los propios compañeros. Así lo decían quienes lo vieron en tales labores, pues yo ni lo presencié ni lo vi; pero dicen que superaba a los demás. Ciertamente penetró en Micenas sin luchar, sino como huésped, con polinices, comparable a un dios, cuando reclutaba tropa. Preparaban una expedición contra los sacros muros de Tebas y pidieron con insistencia que les dieran insignes aliados. estaban dispuestos a dárselos y aprobaban sus propuestas, mas Zeus los hizo mudar de idea al mostrar fatídicas señales. Se marcharon, pues, y cuando ya estaban de camino y habían llegado al Asopo, de espesos juncos y herboso lecho, de nuevo los aqueos enviaron a Tideo en embajada. Se puso en camino y halló a los cadmeos, que en gran número participaban del banquete en la morada del pujante Etéocles. Ni allí, aun siendo extranjero, Tideo, el conductor de carros, se intimidó, a pesar de estar solo entre tantos cadmeos, sino que los fue desafiando y en todos los certámenes venció con facilidad: ¡tal era Atenea, el refuerzo que tenía!” »

 

Homero, Ilíada, IV, 365-390

 

El segundo en el mismo canto V:

 

«a„dëj 'Arge‹oi k£k' ™lšgcea edoj ¢ghto…· Ôfra mn ™j pÒlemon pwlšsketo d‹oj 'AcilleÚj, oÙdš pote Trîej prÕ pul£wn Dardani£wn o‡cneskon· ke…nou g¦r ™de…disan Ôbrimon œgcoj· nàn d ˜k¦j pÒlioj ko…lVj ™pˆ nhusˆ m£contai.

     •Wj e„poàs' Ôtrune mšnoj kaˆ qumÕn ˜k£stou. TudedV d' ™pÒrouse qe¦ glaukîpij 'Aq»nh· eáre d tÒn ge ¥nakta par' †ppoisin kaˆ Ôcesfin ›lkoj ¢nayÚconta tÒ min b£le P£ndaroj „ù. ƒdrëj g£r min œteiren ØpÕ platšoj telamînoj ¢sp…doj eÙkÚlou· tù te…reto, k£mne d ce‹ra, ¨n d' ‡scwn telamîna kelainefj aŒm' ¢pomÒrgnu. ƒppe…ou d qe¦ zugoà ¼yato fènhsšn te· à Ñl…gon oŒ pa‹da ™oikÒta ge…nato TudeÚj. TudeÚj toi mikrÕj mn œhn dšmaj, ¢ll¦ macht»j· ka… ·' Óte pšr min ™gë polem…zein oÙk e‡askon oÙd' ™kpaif£ssein, Óte t' ½luqe nÒsfin 'Acaiîn ¥ggeloj ™j Q»baj polšaj met¦ Kadme…wnaj· da…nusqa… min ¥nwgon ™nˆ meg£roisin ›khlon· aÙt¦r Ö qumÕn œcwn Ön karterÕn æj tÕ p£roj per koÚrouj Kadme…wn prokal…zeto, p£nta d' ™n…ka ·hid…wj· to…h oƒ ™gën ™pit£rroqoj Ãa. soˆ d' ½toi mn ™gë par£ q' †stamai ºd ful£ssw, ka… se profronšwj kšlomai Trèessi m£cesqai· ¢ll£ seu À k£matoj polu©ix gu‹a dšduken ½ nÚ sš pou dšoj ‡scei ¢k»rion· oÙ sÚ g' œpeita Tudšoj œkgonÒj ™ssi dafronoj O„nedao.     

      T¾n d' ¢pameibÒmenoj prosšfh kraterÕj Diom»dhj·

“gignèskw se qe¦ qÚgater DiÕj a„giÒcoio· tè toi profronšwj ™ršw œpoj oÙd' ™pikeÚsw. oÜtš t… me dšoj ‡scei ¢k»rion oÜtš tij Ôknoj, ¢ll' œti sšwn mšmnhmai ™fetmšwn §j ™pšteilaj· oÜ m' e‡aj mak£ressi qeo‹j ¢ntikrÝ m£cesqai to‹j ¥lloij· ¢t¦r e‡ ke DiÕj qug£thr 'Afrod…th œlqVs' ™j pÒlemon, t»n g' oÙt£men Ñxši calkù. toÜneka nàn aÙtÒj t' ¢nac£zomai ºd kaˆ ¥llouj 'Arge…ouj ™kšleusa ¢l»menai ™nd£de p£ntaj· gignèskw g¦r ”Arha m£chn ¢n¦ koiranšonta.

     TÕn d' ºme…bet' œpeita qe¦ glaukîpij 'Aq»nh·

“Tudedh DiÒmhdej ™mù kecarismšne qumù m»te sÚ g' ”Arha tÒ ge de…diqi m»te tin' ¥llon ¢qan£twn, to…h toi ™gën ™pit£rroqÒj e„mi· ¢ll' ¥g' ™p' ”Arhi prètJ œce mènucaj †ppouj, tÚyon d sced…hn mhd' ¤zeo qoàron ”Arha toàton mainÒmenon, tuktÕn kakÒn, ¢lloprÒsallon, Öj próhn mn ™mo… te kaˆ “HrV steàt' ¢goreÚwn Trwsˆ mac»sesqai, ¢t¦r 'Arge…oisin ¢r»xein, nàn d met¦ Trèessin Ðmile‹, tîn d lšlastai.”»  

 

«“¡Vergüenza, argivos, malos baldones de aspecto admirable! Mientras frecuentaba el combate Aquiles, de la casta de Zeus, nunca los troyanos más allá de las puertas dardánicas pasaron, pues temían la robusta pica de aquél. Mas ahora lucha lejos de la ciudad junto a las cóncavas naves.”

         Con estas palabras excitó la furia y el ánimo de cada uno. Atenea, la ojizarca diosa, partió en busca del Tidida y halló al soberano junto a los caballos y al carro oreando la herida que Pándaro le había causado con la saeta. El sudor le agobiaba bajo el ancho tahalí del circular broquel; abrumado por él, se le fatigaba el brazo y alzándose el tahalí se enjugaba la sangre, oscura como nube. La diosa puso la mano sobre el ecuestre yugo y exclamó:

         “¡A fe que Tideo engendró a un hijo poco parecido a él! Sí, Tideo era de talla menuda pero luchador, incluso aquellas veces que no le permitía combatir ni dejaba estallar su ardor, como cuando lejos de los aqueos fue como mensajero a Tebas en medio de numerosos cadmeidas. Le mandé participar del banquete tranquilo en el palacio; mas él, que como siempre conservaba su esforzado ánimo, a los jóvenes de los cadmeos fue desafiando y venció en todo con facilidad; tal patrona era yo para él. A ti, en cambio, te asisto y te protejo, y amistosamente te ordeno luchar contra los troyanos; mas la extenuante fatiga ha penetrado en tus miembros, o quizá es el exánime miedo lo que te retiene. No eres tú entonces el descendiente directo del belicoso Tideo Enida.”

         En respuesta, le dijo el esforzado Diomedes:

         “Te conozco, diosa, hija de Zeus, portador de la égida. Por eso te diré algo de modo amistoso y no te lo ocultaré: ni el exánime miedo me retiene ni tampoco desidia alguna, sino que aún recuerdo los encargos que tú me has encomendado: me has prohibido luchar frente a frente con los felices dioses restantes, y sólo en caso de que Afrodita, hija de Zeus, viniera al combate, me mandaste herirla con el agudo bronce. Por eso ahora yo retrocedo y también a los demás argivos sin excepción he ordenado replegarse aquí; pues he reconocido a Ares enseñoreándose en la lucha.”

         Respondióle entonces Atenea, la ojizarca diosa:

         “¡Tidida Diomedes, favorito de mi ánimo! No temas a Ares por eso ni a ningún otro de los inmortales: tal patrona soy yo para ti. Ea, guía primero contra Ares los solípedos caballos y aséstale un golpe de cerca, y no respetes al impetuoso Ares, ese enloquecido. Una calamidad encarnada y veleidosa, que no hace nada porfiaba ante Hera y ante mí y proclamaba que lucharía contra los troyanos y defendería a los argivos, y que ahora se une a los troyanos y a aquéllos ha olvidado.”»

          

Homero, Ilíada, V, 787-834

"Diomedes y Atenea atacando a Ares" (John Flaxman, 1755-1826)

 

 

Como vemos, en ambos textos queda claro que Tideo fue un valeroso hombre, acompañado de la protección de Atenea, y que participó en una campaña contra Tebas. No obstante, son datos aún algo difusos para el fin que nos proponemos, así que habrá que dejar por un momento el texto homérico, y recurrir a otras fuentes de información. Antes de ello, quiero hacer un pequeño inciso: ya dijimos más arriba que Atenea da permiso a Diomedes para atacar a Afrodita; pues bien, como vemos, en esta ocasión Atenea va más allá, y no solo permite a Diomedes que ataque a Ares, sino que incluso se lo ordena, y critica a ese “enloquecido”. Así pues, Diomedes vuelve al combate y, ayudado de nuevo por Atenea, hiere a Ares, que se retira suplicante junto a Zeus.

Pero regresemos al centro de la cuestión. Como decía antes, si “preguntamos” a un diccionario mitológico por Tideo, fácilmente hallamos respuesta, y nos encontramos con que Tideo fue uno de los siete reyes que participaron en la expedición contra Tebas, conocida como “Los siete contra Tebas”, y nos reafirma que siempre estuvo protegido por una deidad: Palas Atenea. Sin embargo, no tan sencillo resultó encontrar un fragmento o un texto clásico en que se viera de forma clara esta protección durante la ofensiva contra Tebas. Tras consultar varias fuentes, di con un relato de esta batalla en que se aprecia esta relación; se trata de un fragmento de la Biblioteca de Apolodoro, en la que, hablando de la expedición de los Siete contra Tebas, se dice lo siguiente:

 

«Mel£nippoj d Ð loipÕj tîn 'Astakoà pa…dwn e„j t¾n gastšra Tudša titrèskei. ¹miqnÁtoj d aÙtoà keimšnou par¦ DiÕj a„thsamšnh 'Aqhn© f£rmakon ½negke, di' oá poie‹n œmellen ¢q£naton aÙtÒn. 'Amfi£raoj d a„sqÒmenoj toàto, misîn Tudša Óti par¦ t¾n ™ke…nou gnèmhn e„j Q»baj œpeise toÝj 'Arge…ouj strateÚesqai, t¾n Melan…ppou kefal¾n ¢potemën œdwken aÙtù (titrwskÒmenoj d TudeÝj œkteinen aÙtÒn). Ð d dielën tÕn ™gkšfalon ™xerrÒfhsen. æj d eden 'Aqhn©, musacqe‹sa t¾n eÙerges…an ™pšsce te kaˆ ™fqÒnhsen.»  

 

«El restante hijo de Ástaco, Melanipo, hirió a Tideo en el vientre. Cuando éste yacía moribundo, Atenea trajo una pócima que había pedido a Zeus, con la que tenía la intención de hacerlo inmortal. Pero, al percatarse de ello, Anfiarao, que odiaba a Tideo por haber persuadido a los argivos de marchar contra Tebas en contra de su parecer, cortó la cabeza de Melanipo y se la entregó a Tideo que, pese a estar herido, le había dado muerte, y éste, abriéndole la cabeza, engulló sus sesos. Cuando Atenea lo vio, sintiéndose asqueada, suspendió su buena acción y lo odió.»

Apolodoro, Biblioteca Mitológica

 

Poco hay ya que comentar: queda claro que se trata de una relación que viene de familia, y que no es reciente, como se podría pensar.

         Pero ésta no es más que una de las numerosas relaciones familiares que se han dado a lo largo de la mitología griega; sin ir más lejos, podríamos encontrar una relación similar en lo que se refiere a Atenea y Ulises, pues al igual que con Diomedes, la relación ya viene de su padre. No me detendré, por otra parte, a comentar los demás puntos del texto, pues en este momento no es lo que me ocupa.

         Así pues ya hemos aclarado uno de los caminos que nos llevan al por qué de esa relación Atenea-Diomedes; queda ahora que despejar el otro, un camino que no nos lleva a nuestro destino directamente, sino que nos lo muestra aún un poco difuso. No obstante considero necesario el destacarlo pues no deja de ser una posible conexión, no directa, como digo, con Diomedes, sino más bien con su origen: me refiero al culto a Atenea en Argos.

 

 

 -2.3.2. El culto a Atenea: Argos.

 

         Así pues, voy a intentar mostrar ahora que Argos supone un segundo lazo de unión, aunque no sea tan fuerte, entre Diomedes y Atenea.

Sabemos que Atenea era una de las deidades griegas más veneradas, y prueba de ello son el gran número de ciudades que le rendían culto. Patrona y protectora de Atenas, era venerada en numerosos puntos de la geografía griega, tanto del istmo europeo como de Asia Menor: así pues no resultaba difícil encontrar templos dedicados a ella tanto en Ática o la Argólide, como en la propia Tróade.

         Como ya he dicho, Atenea es especialmente conocida por ser la deidad principal de Atenas. Sin embargo existían otras dos ciudades, de entre las que hasta ahora hemos hablado, en las que se rendía culto a Atenea: una, donde esta veneración era mayor, es Troya, donde residía el Paladio, y de lo que ya he comentado algo anteriormente; la segunda es la que en estos momentos más nos compete: Argos.

        

En un principio dudé de que consiguiera encontrar esa relación, pero cual fue mi asombro y satisfacción cuando, en busca de algo que relacionara a Atenea y Argos, encontré, en primer lugar, lo que me confirmó esa relación, el que en Argos se rendía culto a Atenea. Ratificado esto, me dispuse a buscar algún texto clásico que hiciera referencia o pudiera ser un indicio de este culto, el cual encontré recurriendo a la siempre útil Descripción de Grecia de Pausanias. Aquí, en el libro II, podemos leer lo siguiente acerca de Argos: “También hay un templo de Atenea digno de ver.” (Pausanias, Descripción de Grecia, libro II, 24, 3).  Podría entonces aparecer la duda de si el culto a Atenea viene realmente de tiempo atrás, o si se erigió gracias a Diomedes, con su regreso a casa después de la guerra de Troya, debido a la ayuda que le prestó la diosa, especialmente porque en ese mismo capítulo también leemos: “Con Apolo Diradiotes linda un santuario de Atenea llamada Oxiderces, dedicado por Diomedes porque, cuando luchaba en otro tiempo en Ilion, la diosa le había quitado la nube de sus ojos.”(Pausanias, Descripción de Grecia, libro II, 24, 2). No obstante, interpretando la información podemos encontrar alguna respuesta. En primer lugar, es probable que si el culto a Atenea en Argos hubiera nacido tras la guerra de Troya, Pausanias hubiera hecho algún comentario acerca de esto cuando habla del templo, al igual que lo hace acerca del santuario del que habla más tarde.

Por otra parte, acerca del templo Pausanias dice “allí […] hay una xóana”; como sabemos, las xóanas eran estatuas muy antiguas, de época arcaica, hechas en madera, y podría pensarse que anteriores a la guerra de Troya…nada más lejos de la realidad, pues las xóanas comienzan a aparecer a partir del 700 a.C. aproximadamente, por tanto posteriores a la guerra de Troya.

Llegados a este punto no tenemos ninguna prueba material de que el culto a Atenea en Argos fuera anterior a Diomedes. Nos quedan, tan sólo, nuestras hipótesis basadas en la simple lógica: las xóanas pudieron estar precedidas por otras imágenes, ya fueran de arte móvil, como estas estatuillas, ya fueran pinturas, y que la xóana del templo de Argos no sea sino lo que las sustituyó.

 

Bibliografía:

 

- Homero, Ilíada, ed. de Antonio López Eire, Madrid, Cátedra-Letras Universales, 2005. (Para la traducción de los textos de La Ilíada)

- TLG e Ilíada, ed. de J. García Blanco y Luís M. Macía Aparicio, CSIC, Madrid, Alma Mater, 1998. (Para los textos originales de La Ilíada)

- Higino, Fábulas, Jean-Yves Boriaud, París, Les Belles Lettres, 1997.

- Pierre Grimal, Diccionario de mitología griega y romana, Barcelona, Paidós, 1981(Ed. en castellano).

- Apolodoro, Biblioteca mitológica, ed. de Julia García Moreno, Madrid, Alianza editorial, 1993.

- Pausanias, Descripción de Grecia, libro II, ed. de Mª Cruz Herrero Ingelmo, Madrid, Biblioteca Clásica Gredos, 1998.

- Los dioses del Olimpo, Madrid, Grupo Tempe, Alianza editorial, 1998.

- Antonio Blanco Freijeiro, Arte griego, CSIC, Madrid, Textos universitarios, 1996.