Agustina Cardinale

Alumna del Curso 2008/2009. Mitología Clásica

 

El mito del Minotauro en "La Casa de Asterión" de J. L. Borges

No son extrañas en la mitología griega las relaciones extramatrimoniales que mantenía el dios de los dioses Zeus. Entre todas las que tuvo nos interesa particularmente el rapto de Europa, pues a esta princesa fenicia la llevó a Creta, importante isla de Grecia ubicada en el mar Egeo. Como todos los amoríos llevados a cabo por el dios, también éste fue fructífero, entre los hijos que nacieron se encuentra Minos. Cuando éste reclama el trono de Creta, le pide a Posidón mediante una libación, que le envíe un bellísimo toro para luego sacrificárselo. Es importante recordar que el toro era el animal que normalmente se le sacrificaba al dios del mar, y por tanto estaba muy ligado a él. Un claro ejemplo de esta relación es la ocasión en que Teseo le pide que mate a su hijo Hipólito y para esto Posidón recurre a un toro que sale del mar.

Fresco cretense

Concediéndole el dios el favor pedido, hace salir del mar un incomparable ejemplar blanco. Sin embargo, violando Minos las leyes que existían entre dioses y hombres y que, por tanto, lo obligaban a cumplir su promesa, se arrepiente y decide quedarse con el animal. Quizás se entienda mejor la actitud del rey y su admiración hacia el regalo de Posidón si tenemos en cuenta que en la cultura minoica existía un culto muy importante al toro, al que se consideraba un animal sagrado y al cual se admiraba por su potencia y vitalidad[1].

La falta de Minos provocó la ira de Posidón quien decidió vengarse infundiendo en su esposa Pasifae una atracción incontrolable hacia el toro. En relación con este castigo a la reina existían múltiples variantes en la Antigüedad: se creía que también podría haber sido provocado por Afrodita, diosa del impulso sexual, en venganza por el rechazo que Pasifae había mostrado hacia su culto; también recaía sobre ella la “maldición” de ser hija del Sol, por lo que estaba condenada a tener amores complicados. El hecho es que la reina recurrió a Dédalo para que le construyera un revestimiento de ternera y de este modo, poder unirse al toro. De esta monstruosa unión nace el Minotauro, con cuerpo de hombre y cabeza de toro.

En “La casa de Asterión” Borges retoma el nombre menos conocido de la bestia y nos lo presenta en su palacio, el laberinto que le había mandado a construir Minos a Dédalo para ocultarlo. También como parte del culto que le rendía la sociedad minoica al toro, cada año se veían obligados a enviar siete jóvenes y siete doncellas vírgenes para que el Minotauro los devorara. La gran originalidad del escritor argentino radica probablemente en que el Minotauro no es presentado aquí como un monstruo antropófago, sino como un ser solitario deseoso de compañía y que intenta rebatir los rumores de misantropía que sobre él recaen. Quizás en el plano plástico la obra que mejor representa a este Minotauro melancólico y en soledad sea el cuadro de George F. Watts, en donde nos encontramos con la bestia mirando hacia el horizonte.

Para comprender mejor el sentido del mito borgiano es necesario recordar que para el autor la historia era circular y como consecuencia los hechos se repetían ad infinitum. En este caso podemos pensar en el Minotauro como alegoría del hombre contemporáneo, perdido en la soledad de su laberinto, sin saber realmente quién es. Pensemos, por ejemplo, en el juego preferido del monstruo, las charlas con su doble. La disociación del yo será un tema privilegiado en la posmodernidad y una obsesión para Borges. Cuando al Minotauro nos habla de que espera a su redentor, también se presenta una ambigüedad acerca de su fisonomía, pues él duda: “¿será un toro o un hombre? ¿será tal vez un toro con cara de hombre?¿o será como yo?”. Es interesante destacar que las representaciones del minotauro no fueron iguales a lo largo de toda la historia del arte, sino que en la edad media se tendió a una “centaurización” del mismo (es decir a representarlo como un toro con cabeza de hombre).

Minotauro centaurizado

Dentro de la misma línea podemos leer la subversión que introduce en esta versión el cuentista argentino. Los sacrificios ofrecidos a la bestia son entendidos  por ésta como un deber con el que debe cumplir para poder beneficiar a estos jóvenes, liberándolos. Asterión no se reconoce como monstruo y esto lleva a que, al final del cuento, la víctima del sacrificio pareciera ser el Minotauro y no los jóvenes. De la misma manera en que él redime, espera que algún día llegue su redentor y lo libre de su soledad, para llevarlo a un lugar con menos puertas y menos pasillos. En este sentido podemos preguntarnos quién es el héroe realmente, quién el redentor y, si lo hay, redentor de quién. Al igual que en otros de sus cuentos, como en “Los teólogos”, Borges diluye los límites entre los adversarios; víctima y victimario se confunden.      

Detrás de la nueva relectura del mito, tan cercana a nosotros, nos encontramos en definitiva con la pregunta esencial del hombre. Será que Borges elige a un ser híbrido para demostrar la ambigüedad del hombre. Será que somos mitad dioses y mitad hombres, o tal vez mitad bestias y mitad hombres. ¿No somos acaso minotauros encerrados en un laberinto esperando por nuestro salvador?   


 

[1] Ejemplo de la gran importancia que tenía el toro entre los cretenses es el palacio de Cnosos.