Ana Isabel Blasco Torres

Alumna de Filología Clásica. Curso 2006/2007 Mitología Clásica

 "Eros y Psique"

 

     Era ya de noche; había llegado el marido, y después de unas escaramuzas en amorosa lucha, cayó sumido en profundo sueño. Psique, entonces, en constante duda, pero sostenida por la fuerza del destino, recobró las suyas, de manera que al coger la lámpara y la navaja, su debilidad se transformó en audacia. Al alumbrar con el pábilo de la lámpara los secretos del lecho, vio la más apacible y dulce fiera de todas las posibles: era el propio dios Cupido hermosamente dormido, a cuya vista hasta la luz de la lámpara se avivó, recreándose, y relumbró la navaja de sacrílego filo. Psique, disuadida por la aparición, cayó de rodillas, lívida y trémula, procurando esconder el arma, pero en su propio pecho; y lo hubiera conseguido, si no se le hubiera caído el acero, horrorizado de la infamia que iba a cometer. Abatida y sin salida ninguna, se puso a contemplar por largo rato la perfección del divino rostro, y fue reanimándose poco a poco: observaba la abundancia dorada de la cabellera perfumada con ambrosía, la blanca frente, las rosadas mejillas surcadas de cabellos rizados esparcidos en mechones, en caída hacia adelante unos, hacia atrás otros, a cuyo resplandor la misma llama de la lámpara palidecía. En la espalda del dios volador blanqueaban unas alas húmedas como flores palpitantes en las que, aunque en reposo, jugueteaban revoltosos unos plumones tiernos y delicados en constante temblor. El resto del cuerpo era tan terso y hermoso, que ni Venus podría lamentarse de haberlo parido. Al pie mismo del lecho reposaban el arco, el carcaj y las flechas, las armas todas de ese gran dios.

    Mientras Psique, con su insaciable curiosidad, tentaba admirada las armas de su marido, sacó una flecha del carcaj, y al palpar la afilada punta con la yema del pulgar, le temblaron las manos y de pinchó lo suficiente como para que unas gotas de sangre rodaran por la piel, y así, sin darse cuenta, cayó rendidamente enamorada del Amor. 

                         APULEYO, El asno de oro, V, 21-23 (traducción de J. M. Royo)

 

    Como podemos observar, este texto, perteneciente a la obra El asno de oro, realizada por Apuleyo en el S. II d.C., se trata de un fragmento relativo al mito de Eros, el Cupido romano, y Psique, la personificación del alma. Este fragmento se centra exclusivamente en la descripción del dios Eros cuando Psique, habiéndolo traicionado, lo observa a escondidas. Así pues, en primer lugar, para una mejor comprensión del texto y, en última instancia, de la figura de Eros y del papel que éste desempeña en la mitología clásica, debemos tener en cuenta algunos aspectos relacionados con el dios y, principalmente, las circunstancias en torno a su nacimiento.

    Al igual que ocurre con Afrodita, la Venus de los romanos, existen varias tradiciones acerca del nacimiento de Eros. Según Hesíodo, Eros nació en los inicios mismos del mundo, después del Caos y conjuntamente con Gea y Tártaro. Eros sería, en este caso, el principio universal que asegura la continuidad de las especies y el orden interno del cosmos. Constituye una fuerza cósmica, una de las fuerzas esenciales del mundo, siendo descrito como el más bello entre los dioses inmortales. Aparece, por tanto, en los orígenes divinos, pero no tiene descendencia ni se une con ningún otro ser. Por otra parte, el culto órfico, una religión mistérica de gran importancia en la Antigüedad clásica, sitúa en el origen a una fuerza primordial, el Tiempo o la Noche, según las tradiciones, de las que surge un huevo original que, al dividirse, habría dado lugar al Cielo y a la Tierra. Éste es el huevo que, a su vez, da origen a Fanes (el Brillante) o a Eros (el deseo amoroso), quien es denominado a menudo Protogonos, el primer nacido, siendo descrito con frecuencia como un ser hermafrodita con alas de oro. Al contrario de lo que ocurre en la Teogonía, que va del Caos al orden, la historia del mundo a partir de este huevo, la totalidad perfecta, se compone de sucesivas particiones y degradaciones. En este caso, podemos percibir que Eros desempeña, al igual que en la Teogonía de Hesíodo, un papel esencial en el mundo; la teología órfica lo concebía, de hecho, como un ser capaz de unificar aspectos contrarios en un mundo caracterizado por la fragmentación y la degradación de aquel ser inicial. Por otra parte, en su obra el Banquete, Platón también explica el nacimiento de Eros. Según esta versión, Eros sería un genio intermediario entre los dioses y los hombres; es el hijo de Poros, el Recurso, y Penía, la Pobreza. Platón lo describe como una fuerza insatisfecha e inquieta que siempre se hace con lo que persigue. Sin embargo, hay que advertir que el mito creado por Platón se trata de un mito sin antigüedad, y carece, por tanto, de relevancia cultural.

    Entre la gran cantidad de genealogías atribuidas a Eros por la tradición, la más difundida lo hace hijo de Hermes o, incluso, de Ares y de Afrodita o Venus, y, además, hermano de Anteros, el Amor correspondido. Eros se trataría entonces de un dios del amor, personificando el impulso erótico y el anhelo amoroso que, con frecuencia, conduce a quien los posee a acciones incontroladas. El Eros que aparece en el texto se corresponde con este mismo dios, con el hijo de Afrodita; de hecho, en el momento en que Psique está observando su extrema belleza, se llega a afirmar que su cuerpo era tan terso y hermoso, que ni siquiera Venus podría lamentarse de haberlo parido. En efecto, es el dios del amor, descrito como un adolescente tan bello como su propia madre; así, en el texto se menciona la abundancia dorada de la cabellera perfumada con ambrosía, la blanca frente, las rosadas mejillas surcadas de cabellos rizados esparcidos en mechones,... Para expresar la indescriptible hermosura de Eros, el autor del texto afirma que, a la vista del dios, hasta la luz de la lámpara se avivó, recreándose. Es aquí, en la descripción de Eros, donde se manifiesta, una vez más, el antropomorfismo que caracteriza a los dioses clásicos.

    Como queda reflejado en el texto, a este tipo de Eros pertenecen el arco y las flechas; así, con las flechas cuya punta es de oro causará la pasión amorosa, mientras que con las de plomo provocará en sus víctimas el rechazo al amor. Este hecho queda ejemplificado en el mito de Apolo y Dafne; a Dafne, Eros le envía una flecha con la punta de plomo, que hace que no quiera saber nada más del amor, y a Apolo, una flecha con la punta de oro, inflamándolo, por consiguiente, de pasión.  Aunque en el texto no se hacen distinciones respecto a los tipos de flechas del dios, sí se menciona uno de los efectos que conlleva herirse con estos peligrosos objetos; de este modo, Psique, al pincharse con una de las flechas, sin darse cuenta, cayó rendidamente enamorada de Amor. Es el dios que hace que los dioses y los humanos se enamoren disparando flechas a su corazón, con lo que a menudo provoca disturbios. Eros puede, incluso, causar el enamoramiento de la propia Afrodita, como queda reflejado en el episodio de Anquises; en otra ocasión, al abrazar a su hijo, Afrodita se hirió con una de sus flechas, enamorándose, en consecuencia, de Adonis. Este tipo de Eros también se caracteriza por su naturaleza especialmente caprichosa y juguetona; con frecuencia, en la tradición posterior, se le representará como un dios travieso que hace lo que desea sin tener en cuenta compromisos anteriores o incluso el bienestar de aquellos que se convierten en su objetivo. Esta representación del dios destacará principalmente en época romana, cuando al personaje de Cupido, que es como se pasó a llamar Eros, se le presentó con la apariencia de un niño travieso, armado también con arco y con flechas, con las que dispara tanto contra los dioses como contra los hombres, o con unas antorchas con las que inflama los corazones de irresistible pasión amorosa. En la tradición artística la evolución que sufre Eros o Cupido a lo largo de la historia queda reflejada en gran medida. Así, aunque en el arte temprano es representado como un hombre adulto, a partir del S. V se le presentará cada vez más como un niño con alas, arco y flechas, siendo frecuentes las representaciones pictóricas o escultóricas en las que aparece dedicado a juegos infantiles e inocentes. En la Antigüedad tardía, la lucha entre Eros y Pan simbolizará la lucha entre las fuerzas celestiales y las terrenales. En la Edad Media abundan las representaciones de Eros en un sentido específicamente cristiano; su figura se utiliza entonces como una personificación del amor carnal frente al amor divino. Ya en la época moderna, Eros simboliza el amor en todos sus aspectos; en el Renacimiento se empleará a Eros y a Anteros como símbolos del amor carnal y el amor espiritual, respectivamente. De hecho, como símbolo del amor, Eros será objeto de un gran protagonismo en el arte y en la literatura de todas las épocas. Atendiendo al proceso de evolución de la figura de este dios a lo largo de la historia, podemos observar, por tanto, que, a pesar de que este Eros ha perdido aparentemente toda relación con el poderoso dios de imponente presencia que había sido en un principio entre los antiguos griegos, como lo era el Eros descrito por Hesíodo, siempre mantiene su carácter de dios del amor o su relación con el mismo, ya sea personificándolo o simbolizándolo. Por otra parte, a pesar de la evolución de la representación del Eros hijo de Afrodita como un joven al principio y como un niño más tarde, este Eros siempre mantiene sus armas características: el arco y las flechas.

    Este dios, aunque conserva cierta independencia de su madre Afrodita, aparece con ella frecuentemente como ejecutor de sus mandatos. Entre la gran cantidad de ocasiones en las que su madre recurre a él, destaca la descrita en la Eneida por Virgilio, cuando la diosa pide a Cupido que provoque el amor de Dido hacia Eneas. Ya en la Teogonía de Hesíodo, en la que Eros aparece considerado como la potencia creadora anterior a la división de sexos, se afirma, después del relato del nacimiento de Afrodita en el mar de los genitales de Urano, que Eros, surgido anteriormente, la acompañó desde su nacimiento. Así pues, a pesar de que en esta versión Afrodita no se considera madre del dios, aparece igualmente acompañada por él. Para conocer mejor la relación entre Eros y Afrodita debemos tener también presente el mito de Cupido y Psique, en el que Eros adopta la forma de un joven, aunque no lo bastante mayor como para ser del todo independiente de su madre.

  Fr. Gérard, "El padre de Psique consultando el oráculo" (1796)

Psique era una princesa de belleza tan perfecta que se la comparaba con la misma Venus. Asombrados todos de su hermosura, el culto a Venus se vio sustituido por la adoración a Psique, una muchacha mortal. La diosa, irritada de ver cómo sus altares iban quedando desiertos, encargó a su hijo Eros que la vengara. Mientras que las hermanas de Psique estaban ya casadas, Psique, a pesar de su belleza, permanecía virgen. Su padre, deseando casarla y sospechando al mismo tiempo una maldición celeste, fue a consultar al oráculo de Apolo y, siguiendo sus indicaciones, Psique fue llevada hasta la roca de un abrupto monte.

    W. A. Bouguerau, "El rapto de Psique"           

Cuando la joven esperaba la aparición del monstruo que el destino le tenía reservado como esposo, un dulce céfiro la transportó a un valle, donde se quedó dormida. Al despertar se encontró ante un palacio encantado en el que se fue adentrando, guiada por voces incorpóreas y descubriendo por todas partes belleza y opulencia. Al llegar la noche, Psique notó cerca de ella la presencia del marido; con las primeras luces del alba, su esposo desapareció. Pasado cierto tiempo, Psique empezó a echar de menos a su familia, y le pidió a su esposo que le permitiera ver a sus hermanas. Éste aceptó, haciéndole prometer que nunca intentaría verle el rostro, ya que, si esto ocurría, Psique nunca volvería a estar con él. Sin embargo, las hermanas de Psique, envidiando su felicidad, hicieron surgir la duda en su corazón, afirmando que indudablemente su esposo se trataba de un monstruo. Convencida por sus hermanas, una noche Psique, mientras su marido dormía, se preparó para matar al supuesto monstruo. A la luz de la lámpara, Psique pudo ver entonces que su marido era al mismísimo Eros; un monstruo cruel , en efecto, pero en sentido figurado, debido a que hace sufrir a los hombres  haciendo que se enamoren. Sorprendida y maravillada, dejó caer una gota de aceite que despertó al dormido. Eros desapareció volando. Psique iniciará entonces un largo peregrinar en busca de su esposo, quien se había refugiado en el palacio de su madre Venus. La diosa se lanzó de inmediato tras los pasos de Psique para vengarse. De este modo, cuando la encontró con ayuda de Mercurio, le impuso cuatro pruebas aparentemente imposibles de realizar. La primera prueba consistió en separar un montón desordenado de semillas; en este caso, las hormigas ayudarán a Psique, encargándose de separarlas. Como segunda prueba, Venus mandó a Psique coger la lana dorada de unas ovejas poseídas por una fiera excitación; cuando las ovejas se encontraban a la frescura de un río y libradas de su furor, Psique recogió la lana dorada que estaba enganchada en los espinos. Más tarde, Venus encargará a Psique llevarle agua del nacimiento de un manantial situado en una montaña muy escarpada en la que había unos dragones terribles; el águila de Júpiter la ayudará en esta ocasión. Por último, Venus le ordenó llevar una pequeña caja a las moradas infernales y entregársela a Proserpina. Psique consiguió llegar a los Infiernos pero, al regresar, abrió la caja, que Proserpina había rellenado y cerrado a escondidas para Venus. La joven cayó entonces en un sueño mortal, pero Cupido la encontró y consiguió despertarla, obteniendo de Júpiter que los uniera en legítimo matrimonio. Psique, elevada al Olimpo, comió la ambrosía que la convertiría en una diosa. De la unión de Cupido y Psique nacerá una hija, la Voluptuosidad.

 

W. Etty, "Cupido y Psique" (1877)

Como se desprende del mito, Venus intenta, en este caso, ayudarse de Cupido para acabar con la fortuna de Psique, aunque Cupido, ignorando a propósito lo acordado con su madre, se une él mismo con la joven. En este mito destaca, por otra parte, la actuación de Venus con relación a Psique. Generalmente, los dioses siempre estaban dispuestos a castigar la arrogancia de cualquier mortal que se creyera a su altura. Lo peor que hay para un hombre es, de hecho, creerse superior, cometer la falta de hybris, el orgullo, la altanería. Este acto no queda sin castigo, habiendo provocado la envidia de los dioses; quien lo comete acaba siendo víctima del ate, la ceguera del alma, la locura enviada por los dioses.

 

L. Giordano, "Psique adorada por el pueblo" 1692-1702)

Es por eso por lo que Venus, al empezar toda la población de Grecia y sus alrededores a visitar a Psique para adorarla, descuidando el culto a la diosa, pidió a Cupido que castigara a la joven hiriéndola en su corazón, de modo que se enamorara de algún hombre mísero y desdichado y compartiera con él un matrimonio infeliz. Sin embargo, aunque los relatos sobre la imprudencia y la arrogancia humana siempre acaban mal para el hombre, el mito de Cupido y Psique puede considerarse en cierto modo una excepción, a pesar de que Psique tuvo que sufrir grandes penalidades antes de alcanzar la felicidad. Tal vez el final feliz de esta historia se debe a que no fue la misma Psique la que comparó su belleza con la de la diosa; la joven permanecía, de hecho, entristecida por el hecho de que la gente la tratara como a una diosa y nadie la amara como mujer y le propusiera matrimonio. Finalmente, a través del proceso de la apoteosis, Psique verá transformada su condición de mortal a diosa.

    Una vez herida con las flechas de Cupido y enamorada de él, Psique, después de la huida de su amado al hogar materno, emprende su búsqueda, sufriendo experiencias terribles y pensando con frecuencia en el suicidio. Por su parte, Cupido, consumido por el amor, volverá finalmente junto a Psique para despertarla del sueño mortal. Para explicar la fuerza y la naturaleza del amor, Platón crea un mito sobre los primeros humanos. Según este mito, antes los hombres eran criaturas circulares, con dos rostros en un solo cuello, cuatro brazos y cuatro piernas, y se desplazaban rodando por el suelo. Zeus se enfadó con los humanos cuando desafiaron la ley de los dioses, y dividió a cada uno de ellos en dos mitades, dejándolos con un solo rostro, dos brazos y dos piernas. Zeus entonces los amenazó, diciéndoles que si volvían a ocasionar problemas los dividiría nuevamente en dos; de este modo, con una pierna y un brazo, limitados a ir saltando a todas partes, los hombres aprenderían por fin a tratar a los dioses con el debido respeto. De acuerdo con este mito, los humanos son la mitad de un todo perdido, y anhelan y buscan la mitad que les falta. El amor, como se refleja en el mito de Cupido y Psique en múltiples ocasiones, es el deseo de encontrar la totalidad.

    Fr. Gérard, "Cupido y Psique"

La influencia del mito de Cupido y Psique en la cultura occidental es inmensa. Aunque Eros no recibía culto en Grecia de modo habitual, hay numerosas alusiones a su poder divino en la literatura arcaica, clásica y helenística, al igual que posteriormente, en la literatura latina. En el arte y la literatura occidental de todas las épocas posteriores, el mito de Eros constituye un tema especialmente frecuente. Con la extensión del cristianismo, los mitos clásicos se relacionarán con la doctrina cristiana; se considerará que, a pesar de ser paganos, los mitos contienen grandes verdades ocultas. Así, Eros pasará a simbolizar el amor terrenal frente al amor divino. En la lengua, este mito deja entrever su influencia en la creación de palabras como erótico para definir lo relativo al amor y a la sexualidad. En el campo científico, la teoría psicoanalítica le dará el nombre de eros a los impulsos relacionados con la sexualidad. Con la pérdida de la originaria relevancia cultural del mito, éste influirá en enorme medida en el surgimiento de cuentos como La Bella y la Bestia, relato con el que el mito de Eros y Psique guarda gran similitud. De este modo, al principio ni la Bella ni Psique superan la prueba que se les impone, ya que la Bella no aprende a amar a la Bestia hasta que éste yace agonizante, y Psique cree las palabras de sus hermanas, según las cuales su marido es un monstruo terrible. Sin embargo, mientras que la Bella se enfrenta a una Bestia real, sólo en la imaginación de Psique Eros se trata de un ser monstruoso. En ambas historias, tanto la Bella como Psique tienen algo que aprender antes de poder hacerse con sus amados y amar plenamente. Toda la influencia en nuestra cultura de este mito, y en general de la mayoría de los mitos clásicos a lo largo de la historia, pone de manifiesto, una vez más, la importancia del conocimiento de la Antigüedad clásica y, en última instancia, su importante papel en la configuración de la cultura, la sociedad y la mentalidad actual.