Prolegómenos de la Guerra de Troya

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Helena. Nacimiento y esponsales.

Leda y el Cisne. Miguel Ángel

 

Apolodoro, Biblioteca III, 10, 7 ss.(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Zeus en figura de cisne yació con Leda, y en la misma noche lo hizo también Tindáreo; Zeus engendró a Pólux y a Helena, y Tindáreo a Cástor y a Clitemestra. Algunos dicen que Helena era hija de Zeus y Némesis, pues ésta, para escapar al asedio de Zeus, se había convertido en oca, pero Zeus la había poseído transformado en cisne; como fruto de esta unión ella puso un huevo, que un pastor encontró en el bosque y se lo llevó a Leda, quien lo guardó en un arca. Cuando a su tiempo nació Helena, la crió como si fuera su propia hija.

 

 

 

Helena raptada por Teseo

 

 

Helena creció con extraordinaria belleza, y Teseo la raptó y la llevó a Afidnas. Mientras Teseo estaba en el Hades, Cástor y Pólux guerrearon contra Afidnas y tomaron la ciudad rescatando a Helena y llevándose cautiva a Etra, madre de Teseo.

 

 

 

 

 

 

 

Helena por G. Moreau

 

Para obtener la mano de Helena llegaron a Esparta los reyes de la Hélade. Éstos fueron los pretendientes: Odiseo, hijo de Laertes; Diomedes, hijo de Tideo; Antíloco, hijo de Néstor; Agapénor, hijo de Anceo; Esténelo, hijo de Capaneo; Anfímaco, hijo de Cteato; Talpio, hijo de Éurito; Meges, hijo de Fileo; Anfíloco, hijo de Anfiarao; Menesteo, hijo de Peteo; Esquedio y Epístrofo, hijos de Ífito; Políxeno, hijo de Agástenes; Penéleo, hijo de Hipálcimo; Leito, hijo de Aléctor; Áyax, hijo de Oileo; Ascálafo y Yálmeno, hijos de Ares; Elefénor, hijo de Calcodonte; Eumelo, hijo de Admeto; Polipetes, hijo de Pirítoo; Leonteo, hijo de Corono; Podalirio y Macaón, hijos de Asclepio; Filoctetes, hijo de Peante; Eurípilo, hijo de Evemón; Protesilao, hijo de Ificles; Menelao, hijode Atreo; Áyax y Teucro, hijos de Telamón; y Patroclo, hijo de Menecio.

Al ver esta multitud Tindáreo temió que si uno era favorecido los demás suscitasen discordias, pero Odiseo prometió que, si le ayudaba a obtener a Penélope, le indicaría el medio de que no se produjese ninguna riña. Tindáreo aceptó y Odiseo le dijo que hiciera jurar a todos los pretendientes que defenderían al novio elegido si recibía de alguien ultraje a su matrimonio.

Oído esto, Tindáreo tomó juramento a los pretendientes y él mismo designó a Menelao; luego solicitó de Icario la mano de Penélope para Odiseo.

 

Pausanias, Descripción de Grecia III, 20, 9 (trad. Mª C. Herrero Ingelmo, Madrid, Gredos, 1994)
 

(Yendo por el camino que va de Esparta a Arcadia)

Más adelante está el sepulcro llamado del Caballo, pues Tindáreo sacrificó un caballo aquí e hizo jurar a los pretendientes de Helena colocándolos sobre los trozos del caballo. Este juramento consistía en defender a Helena y al que fuese elegido para casarse con ella, si recibieran ofensa. Después de hacerlos jurar, enterró allí al caballo.

 

 

 

Menelao toma de la mano a Helena con el gesto de los esponsales

 

 

 

 

Bodas de Tetis y Peleo

 

Tetis vencida por Peleo, pese a sus transformaciones

 

Apolodoro, Biblioteca III, 13, 5 (trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

... (Peleo) se casó con Tetis, hija de Nereo; Zeus y Posidón habían rivalizado por ella, pero cuando Temis vaticinó que el hijo de Tetis sería más fuerte que su padre, desistieron. Algunos afirman que cuando Zeus iba a unirse a ella, Prometeo había declarado que el hijo que naciera reinaría en el cielo; otros, en cambio, que Tetis no quiso yacer con Zeus por haber sido criada por Hera, y que Zeus, indignado, la obligó a convivir con un mortal. Por consejo de Quirón, Peleo la mantuvo agarrada mientras Tetis se metamorfoseaba, y aunque unas veces era fuego, otras agua, otras un animal, no la soltó hasta verla recuperar su forma primitiva. Peleo se casó con ella en el Pelión, y allí los dioses celebraron la boda con banquetes y cantos. Quirón regaló a Peleo una lanza de fresno, y Posidón los caballos Balio y Janto, que eran inmortales.

 

 

 

 

 

 

 

Detalle del Vaso François: los dioses se dirigen a las Bodas de Tetis y Peleo

 

Homero, Ilíada XXIV, 55 ss. (Traducción de Luis Segalá y Estalella)

Respondióle irritada Hera, la de los níveos brazos:
—Sería como dices, oh tú que llevas arco de plata, si a Aquileo y a Héctor los tuviérais en igual estima. Pero Héctor fue mortal y dióle el pecho una mujer; mientras que Aquileo es hijo de una diosa a quien yo misma alimenté y crié y casé luego con Peleo, varón cordialmente amado por los inmortales. Todos los dioses presenciasteis la boda; y tú pulsaste la cítara y con los demás tuviste parte en el festín, ¡oh amigo de los malos, siempre pérfido!

 

Detalle del Pintor Sophilos, cortejo de las Bodas de Tetis y Peleo: Quirón, Hebe, Dioniso, Leto

Píndaro, Pítica III, 86 ss.(trad. E. Suárez de la Torre, Madrid, Cátedra, 2000)

...la existencia no se presentó incólume ni para el Eácida Peleo ni para Cadmo, a los dioses igualado. Aun así dicen que ellos obtuvieron una dicha superior a la de los demás mortales... cuando el uno se casó con Harmonía, de vacuno rostro, y el otro con Tetis, hija gloriosa del prudente Nereo, y los dioses participaron del convite de ambos y pudieron ver sentados en áureos tronos a los soberanos hijos de Crono, cuyos obsequios recibieron. Se ganaron la gracia de Zeus a cambio de los anteriores sufrimientos y levantaron erguido el corazón. De nuevo con el tiempo las hijas de uno de ellos, tres de ellas, devastaron con agudos padecimientos su parte de felicidad, mas el padre Zeus llegó hasta el lecho deseable de Tione, la de blancos brazos. El hijo del otro, único alumbrado por la inmortal Tetis en Ptía, después de perder la vida por el arco en la guerra suscitó el llanto de los Dánaos al ser incinerado en la pira. Si en su espíritu el mortal posee el camino de la verdad, por fuerza del beneficio goza de los bienaventurados. Cambiantes son las rachas de los vientos de alto vuelo. La dicha del hombre no se mantiene intacta por largo tiempo, cuando les llega cargada de abundantes frutos.

 

Eris, "Discordia"

 

Luciano, Diálogos marinos 7 (5) (trad. J. L. Navarro González, Madrid, Gredos, 1992)

Pánope. – ¿Viste, Galene, qué clase de acción llevó a cabo Éride en el banquete celebrado ayer en Tesalia porque no fue invitada al simposio?

Galene. – Es que yo no asistí con vosotras a la comida, Poseidón me ordenó, Pánope, que durante ese tiempo mantuviera el mar sin olas. Pero ¿qué es lo que hizo Éride aun sin estar presente?

Pánope. –Tetis y Peleo se habían marchado a la cama acompañados por Anfítrite y Posidón. Éride, entre tanto, sin nadie se diera cuenta –pudo hacerlo con facilidad pues unos bebían y otros aplaudían con la atención puesta en Apolo, que tocaba la cítara o en las Musas, que cantaban– lanzó en medio de los asistentes una manzana preciosa, toda ella de oro, Galene, sobre cuya piel había escrito “Para la más hermosa”;

 

 

 

 

 la manzana luego de dar unas cuantas vueltas fue a parar como aposta adonde estaban reclinadas Hera, Afrodita y Atenea. Y una vez que Hermes cogiéndola del suelo leyó la inscripción, nosotras, las Nereidas, nos quedamos calladas, ¿qué debíamos hacer estando ellas presentes? Ellas forcejearon entre sí y cada una se consideraba acreedora a la manzana. Y si Zeus no las hubiera separado, puede incluso que hubieran llegado a las manos. Pero él les dijo: “No voy a juzgar yo sobre este punto” –y eso que ellas lo consideraban idóneo para dictaminar–, marchad al Ida, a casa del hijo de Príamo que, como buen amante de la belleza, sabe dictaminar lo más hermoso y no emitiría un mal fallo.

Las tres diosas conducidas por Hermes se dirigen a Paris

Galene. –¿Y qué hicieron las diosas, Pánope?

Pánope. –Hoy, creo, marchan al Ida y alguien vendrá al cabo de un rato con la noticia de quién es la vencedora.

Galene. –Ya te digo yo que estando en el certamen Afrodita no habrá otra vencedora, a no ser que el juez sea un miope.

 

Eurípides, Ifigenia en Áulide 1300 ss. (trad. C. García Gual, Madrid, Gredos, 2000).

 

Allí acudieron en cierta ocasión Palas, y la taimada Cipris, y Hera y Hermes, el mensajero de los dioses; una, Cipris, enorgulleciéndose del deseo que inspira, la otra, Atenea, de su lanza, y Hera de compartir el lecho regio del soberano Zeus, para un odioso juicio, una competición de belleza.

 

Paris sentado toca la lira, Hermes conduce a Atenea, Hera y Afrodita

 

 

Homero, Ilíada XXIV, 22 ss. (Traducción de Luis Segalá y Estalella)

De tal manera Aquileo, enojado, insultaba al divino Héctor. Compadecidos de éste los bienaventurados dioses, instigaban al vigilante Argifontes a que hurtase el cadáver. A todos les placía tal propósito, menos a Hera, a Poseidón y a la virgen de los brillantes ojos, que odiaban como antes a la sagrada Ilión, a Príamo y a su pueblo por la injuria que Alejandro infiriera a las diosas cuando fueron a su cabaña y declaró vencedora a la que le había ofrecido funesta liviandad.

 

 

 

 

 

Helena y Paris

 

Paris toma de la mano a Helena con el gesto de los esponsales

Ciprias, Resumen de Proclo (trad. A. Bernabé, Fragmentos de épica griega arcaica, Madrid, Gredos, 1979, p. 101 s.)

Eris, presentándose mientras los dioses se banquetean en las bodas de Peleo, suscita un altercado a propósito de la belleza entre Atenea, Hera y Afrodita, que son conducidas por Hermes, de acuerdo con el mandato de Zeus, a presencia de Alejandro, en el Ida, para someterse a juicio. Alejandro prefiere a Afrodita, enardecido por la promesa de la boda con Helena.

Luego, a instancias de Afrodita, se construye una flota. Héleno les profetiza acerca de lo venidero y Afrodita ordena que Eneas lo acompañe en la travesía. También Casandra hace revelaciones acerca de lo venidero.

Tras poner pie en Lacedemonia, Alejandro es hospedado en casa de los Tindáridas, y después en Esparta, en la de Menelao. Alejandro en el transcurso de un festín le hace regalos a Helena. Después de eso, Menelao zarpa en dirección a Creta, tras haberle encargado a Helena que les procure a los huéspedes lo necesario, hasta que partan. Entretanto, Afrodita une a Helena con Alejandro. Tras su unión, una vez embarcada la mayor cantidad posible de riquezas, emprenden de noche la navegación.

Hera les envía una tempestad. Tocando en Sidón, Alejandro se apodera de la ciudad. Tras emprender la navegación hacia Troya, celebra por fin las bodas con Helena.

 

 Helena y Paris. Dibujo sobre un fresco pompeyano. Museo de Nápoles

 

 

Homero, Ilíada III, 437-446 (trad. L. Segalá y Estalella)

Contestó Paris:

—Mujer, no me zahieras con amargos reproches. Hoy ha vencido Menelao con el auxilio de Atenea; otro día le venceré yo, pues también tenemos dioses que nos protegen. Mas ea, acostémonos y volvamos a ser amigos. Jamás la pasión se apoderó de mi espíritu como ahora; ni cuando después de robarte, partimos de la amena Lacedemonia en las naves que atraviesan el ponto y llegamos a la isla de Cránae, donde me unió contigo amoroso consorcio: con tal ansia te amo en este momento y tan dulce es el deseo que de mí se apodera.

 

Homero, Ilíada VI, 286 ss. (trad. L. Segalá y Estalella)

De esta suerte se expresó. Hécuba volviendo al palacio, llamó a las esclavas, y éstas anduvieron por la ciudad y congregaron a las matronas; bajó luego al fragante aposento donde se guardaban los peplos bordados, obra de las mujeres que se llevara de Sidón el deiforme Alejandro en el mismo viaje en que robó a Helena, la de nobles padres; tomó, para ofrecerlo a Atenea, el peplo mayor y más hermoso por sus bordaduras, que resplandecía como un astro y se hallaba debajo de todos, y partió acompañada de muchas matronas.

Helena y Afrodita

 

 

 

 

Homero, Ilíada III, 171 ss. (trad. L. Segalá y Estalella)

Contestó Helena, divina entre las mujeres:
— Me inspiras, suegro amado, respeto y temor. ¡Ojalá la muerte me hubiese sido grata cuando vine con tu hijo, dejando a la vez que el tálamo, a mis hermanos, mi hija querida y mis amables compañeras! Pero no sucedió así, y ahora me consumo llorando. Voy a responder a tu pregunta: Ese es el poderosísimo Agamemnón Atrida, buen rey y esforzado combatiente, que fue cuñado de esta desvergonzada, si todo no ha sido un sueño.

 

 

 

 

 

 

 

Helena por Leighton

Eurípides, Troyanas 971 ss. (trad. J. L. Calvo Martínez)

 

Hécuba. –No creo que Hera y la virgen Palas llegaran a tal punto de insensatez como para que una vendiera Argos a los bárbaros y Palas esclavizara Atenas a los frigios, cuando vinieran al Ida de broma y por coquetería. ¿Por qué iba a tener Hera tantos deseos de aparentar belleza? ¿Acaso para conseguir un marido mejor que Zeus? Y Atenea, ¿perseguía el amor de algún dios, ella que pidió la virginidad a su padre por huir del matrimonio? No trates de hacer de las diosas unas insensatas por adornar tu maldad; no vas a persuadir a personas juiciosas.

Has dicho que Cipris –y esto sí que es ridículo– marchó junto con mi hijo a casa de Menelao. ¿No podría haberse quedado tranquilamente en el cielo y transportarte a ti con todo Amiclas hasta Ilión?

Si mi hijo era sobresaliente por su belleza, tu mente al verlo se convirtió en Cipris; que a todas sus insensateces dan los mortales el nombre de Afrodita. ¡Con razón el nombre de las diosas comienza por ‘insensatez’!

Cuando lo contemplaste con ropajes extranjeros y brillante de oro se desbocó tu mente. Y es que en Argos te desenvolvías con pocas cosas, pero si abandonabas Esparta pensabas que inundarías con tus gastos la ciudad de los frigios que manaba oro. ¡El palacio de Menelao no era suficiente para que te insolentaras con tus lujos!

Bien. Dices que mi hijo te llevó a la fuerza. ¿Quién se enteró en Esparta? ¿Qué voces diste –y esto que el joven Cástor y su gemelo aún vivían y no estaban entre los astros?

Cuando llegaste a Troya –los argivos siguiendo tus pasos– y se trabó combate a lanza, si te anunciaban las hazañas de Menelao lo elogiabas para que mi hijo sufriera por tener tan gran competidor de su amor. Si eran los troyanos quienes tenían éxito, éste ni existía.

 

Eurípides, Helena 31-37 (trad. J. L. Calvo Martínez)

Hera, ofendida por no haber vencido a su rival, convirtió en vano viento mi unión con Alejandro. Y no fui yo la que abrazaba al hijo del rey Píamo sino una imagen viva semejante a mí que la esposa de Zeus había fabricado con aire celeste. Y él creyó que me poseía, vana apariencia, sin poseerme.

 

 

Convocatoria de la guerra de Troya

 

1. El reclutamiento de las tropas. Odiseo y Palamedes

Batalla en el mar. Fresco procedente de Tera

 

 

 

 

Apolodoro, Epítome 3, 6-8 (trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

 

 

Cuando Menelao se enteró del rapto, se dirigió a Micenas y pidió a Agamenón que reclutara tropas de la Hélade y organizara una expedición contra Troya. Éste envió un heraldo a cada uno de los reyes con el fin de recordarles que se preocupasen de la seguridad de sus respectivas esposas, diciendo que la afrenta había sido igual y común para toda la Hélade.

 

Dispuestos ya muchos a ir a la guerra, se dirigieron también a Odiseo en Ítaca. Éste, que no quería participar en la expedición, se mostró como enajenado, pero Palamedes, hijo de Nauplio, hizo ver que fingía: cuando Odiseo simulaba estar loco lo siguió y cogiendo a Telémaco del regazo de Penélope sacó la espada como para matarlo. Odiseo, preocupado por su hijo, reconoció que había fingido y se unió a la expedición.

 

 

 

 

La fingida locura de Odiseo

 

 

Después de haber hecho prisionero a un frigio, Odiseo le obligó a escribir una carta de traición supuestamente enviada por Príamo a Palamedes, y habiendo enterrado oro en la tienda de éste dejó caer la carta en el campamento. Agamenón la leyó, encontró el oro y entregó a Palamedes a los aliados para que lo apedreasen por traidor.

 

 

 

 

2. La flota en Áulide. El prodigio de la serpiente

Mapa con la localización de Áulide

Homero, Ilíada II, 301-330 (trad. L. Segalá y Estalella)

(Habla Odiseo)

—¡Atrida! Los aqueos, oh rey, quieren cubrirte de baldón ante todos los mortales de voz articulada y no cumplen lo que te prometieron al venir de la Argólide, criadora de caballos: que no te irías sin destruir la bien murada Ilión. Cual si fuesen niños o viudas, se lamentan unos con otros y desean regresar a su casa. Y es, en verdad, penoso que hayamos de volver afligidos. Cierto que cualquiera se impacienta al mes de estar separado de su mujer, cuando ve detenida su nave de muchos bancos por las borrascas invernales y el mar alborotado; y nosotros hace ya nueve años, con el presente, que aquí permanecemos. No me enfado, pues, porque los aqueos se impacienten junto a las cóncavas naves; pero sería bochornoso haber estado aquí tanto tiempo y volvernos sin conseguir nuestro propósito. Tened paciencia, amigos, y aguardad un poco más, para que sepamos si fue verídica la predicción de Calcante. Bien grabada la tenemos en la memoria, y todos vosotros, los que no habéis sido arrebatados por las Moiras, sois testigos de lo que ocurrió en Aulide cuando se reunieron las naves aqueas que tantos males habían de traer a Príamo y a los troyanos. En sacros altares inmolábamos hecatombes perfectas a los inmortales junto a una fuente y a la sombra de un hermoso plátano a cuyo pie manaba el agua cristalina. Allí se nos ofreció un gran portento.

La diosa de las serpientes de Creta. J. Duncan

 

Un horrible dragón de roja espalda, que el mismo Olímpico sacara a la luz, saltó de debajo del altar al plátano. En la rama cimera de éste hallábanse los hijuelos recién nacidos de un ave, que medrosos se acurrucaban debajo de las hojas; eran ocho, y con la madre que los parió, nueve. El dragón devoró a los pajarillos, que piaban lastimeramente; la madre revoloteaba quejándose, y aquel volvióse y la cogió por el ala, mientras ella chillaba. Después que el dragón se hubo comido al ave y a los polluelos, el dios que lo hiciera aparecer obró en él un prodigio: el hijo del artero Cronos transformólo en piedra, y nosotros, inmóviles, admirábamos lo que ocurría. De este modo, las grandes y portentosas acciones de los dioses interrumpieron las hecatombes. Y en seguida Calcante, vaticinando, exclamó:

—¿Por qué enmudecéis, aqueos de larga cabellera? El próvido Zeus es quien nos muestra ese prodigio grande, tardío, de lejano cumplimiento, pero cuya gloria jamás perecerá. Como el dragón devoró a los polluelos del ave y al ave misma, los cuales eran ocho, y con la madre que los dio a luz, nueve, así nosotros combatiremos allí igual número de años, y al décimo tomaremos la ciudad de anchas calles. Tal fue lo que dijo y todo se va cumpliendo. ¡Ea, aqueos de hermosas grebas, quedaos todos hasta que tomemos la gran ciudad de Príamo!

 

 

 

 

 

3. El sacrificio de Ifigenia

 

Sacrificio de Ifigenia - cierva en Áulide

 

 

Apolodoro, Epítome 3, 21 (trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Los griegos zarparon de Argos y llegaron a Áulide por segunda vez, pero la falta de vientos retenía la flota. Calcante declaró que no podrían navegar si no ofrecían en sacrificio a Ártemis la más hermosa de las hijas de Agamenón, pues la diosa estaba encolerizada con él porque habiendo alcanzado a un ciervo había dicho “ni Ártemis”, y también porque Atreo no le había sacrificado la oveja de oro. Recibido este oráculo, Agamenón envió a Odiseo y Taltibio ante Clitemestra para pedir a Ifigenia, con el pretexto de que la había prometido en matrimonio a Aquiles en recompensa por sus servicios. Así, Clitemestra la dejó ir, y cuando Agamenón se disponía a degollarla sobre el altar, Ártemis poniendo en su lugar una cierva, arrebató a Ifigenia y la consagró a su sacerdocio en el país de los Tauros; algunos dicen que la hizo inmortal.

 

 

 

Ifigenia por Battista

 

 

 

 

 

 

Ciprias, Resumen de Proclo (trad. A. Bernabé, Fragmentos de épica griega arcaica, Madrid, Gredos, 1979, p. 103)

Reunida por segunda vez la expedición, en Áulide, Agamenón, al alcanzar a una corza en una cacería, se jacta de que aventajaba incluso a Ártemis. Irritada la diosa, les impide la expedición naval, enviándoles tempestades. Al explicar Calcante la cólera de la diosa y exhortarles a que sacrifiquen a Ifigenia en honor de Ártemis, se preparan para sacrificarla, después de hacerla venir como para casarse con Aquiles. Pero Ártemis, arrebatándola de allí, la traslada junto a los tauros y la hace inmortal. Es una corza a la que ofrecen en el altar en lugar de a la muchacha.

 

Ifigenia por Tiépolo

 

 

 

 

Ovidio, Metamorfosis 12, 24 ss. (trad. E. Leonetti Jungl, Madrid, Espasa Calpe, 199417)

Cuando el bien común se impuso al afecto y el rey se impuso al padre, cuando Ifigenia estuvo ante el altar ante las lágrimas de los oficiantes, lista a ofrecer su casta sangre, la diosa cedió y descorrió una nube ante los ojos de los presentes; luego, en medio de la ceremonia, entre la multitud que asistía al rito y a las voces de los que rezaban, dicen que cambió a la muchacha de Micenas, colocando en su lugar a una cierva.

 

 

 

 

Ifigenia por Feuerbach

Eurípides, Ifigenia en Áulide 1468 ss. (Trad. C. García Gual)

Ifigenia. –Prohibido derramar lágrimas. Y vosotras, jóvenes, entonad propiciamente un peán, por mi destino, a Ártemis hija de Zeus. ¡Que resulte un presagio feliz para los Danaides! ¡Que alguien apreste los canastillos, y que se encienda el fuego con los granos de cebada purificatorios, y que mi padre se dirija al altar por la derecha! Porque voy para procurar a Grecia la salvación y la victoria.

¡Conducidme a mí, la conquistadora de la ciudad de Ilión y del país de los frigios! ¡Dadme coronas que ceñirme, traedlas! Esta cabellera ha de coronarse. ¡Y aguas lustrales! ¡Danzad en ronda alrededor del templo, en torno al altar de Ártemis, la soberana Ártemis, la feliz! Porque, si así es preciso, satisfaceré con mi sangre y con mi sacrificio las prescripciones del oráculo!

¡Oh venerable, venerable madre, no te ofreceré mis lágrimas a ti, pues no se permite en los actos rituales!

Fresco pompeyano con el sacrificio de Ifigenia

v. 1540 ss. (El mensajero se dirige a Clitemestra)

“Entonces, querida señora, lo sabrás todo con claridad. Lo contaré todo desde el comienzo... Así que, una vez llegamos al bosque y a las praderas cargadas de flores consagradas a Ártemis la hija de Zeus, donde era el lugar de reunión del campamento de los aqueos, conduciendo a tu hija, al punto se congregó la multitud de los argivos. Y apenas el rey Agamenón vio avanzar a la muchacha a través del bosque sagrado hacia su sacrificio, comenzó a lanzar gemidos, mientras que, a la vez, desviando la cabeza, prorrumpía en lágrimas, extendiendo su manto ante sus ojos. Pero ella se detuvo al lado de su progenitor y le dijo: “Padre, aquí estoy junto a ti, y mi cuerpo por mi patria y por toda la Grecia entrego voluntariamente a los que me conducen al sacrificio en el altar de la diosa, ya que éste es el mandato del oráculo. ¡Y por lo que de mí depende, que seáis felices y consigáis la victoria para nuestras lanzas y el regreso a la tierra patria! Por eso, que ninguno de los argivos me toque, que ofreceré en silencio mi garganta con animoso corazón”. Eso fue lo que dijo. Y todo el mundo, al oírla, admiró su magnanimidad y el valor de la muchacha virgen. Alzóse en medio Taltibio, a cuyo oficio esto concernía, y ordenó comportamiento respetuoso y silencio a la tropa. Y el adivino Calcante en el canastillo labrado de oro depositó el puñal afilado, que con su mano había desenvainado, en medio de los granos de cebada; y coronó la cabeza de la joven. Y el hijo de Peleo agarró el canastillo y el cántaro del agua ritual y roció el altar de la diosa en derredor, y dijo: “Hija de Zeus, tú que cazas animales salvajes, y que en la noche volteas la blanca luz astral, acepta esta víctima que te ofrecemos como regalo el ejército de los aqueos y el soberano Agamenón: la sangre pura de un cuello hermoso y virginal. Y concédenos realizar una navegación indemne y arrasar los muros de Troya por la lanza”.

Cólera de Aquiles en Áulide. David, 1819.

Ifigenia había sido conducida allí bajo el engaño de ser desposada con Aquiles

Los Atridas y todo el ejército estaban firmes con la vista fija en el suelo. El sacerdote tomó la espada e hizo su oración, mientras escrutaba su cuello, para hincar allí un golpe seguro. Y a mí me inundaba un enorme dolor en mi corazón y me quedé con la cabeza baja. ¡Y de repente sobrevino un milagro espectacular! Pues todo el mundo percibió claramente el ruido de golpe, pero nadie vio a la joven, por dónde desapareció en la tierra. Da un grito el sacerdote, y todo el ejército respondió con un griterío, al contemplar aquel inesperado prodigio realizado por algún dios, que ni siquiera viéndolo se podía creer. Pues una cierva, en los pálpitos de la agonía, yacía en el suelo; era de gran tamaño y admirable aspecto; el altar de la diosa estaba regado de arriba abajo con su sangre. Y a esto Calcante ¿qué te parece?, lleno de gozo, dijo: “Oh caudillo de este ejército confederado de los aqueos! ¿Veis esta víctima del sacrificio, que la diosa ha aportado a su altar, una cierva montaraz? Aprecia más esta víctima que a la muchacha para no manchar su altar con una sangre noble. Propicia acogió el sacrificio, y nos concede un viento favorable y el asalto a Ilión. Ante esto, que todo navegante eleve su coraje y marche hacia su nave. Porque en este día de hoy debemos abandonar las cóncavas calas de Áulide y cruzar las ondas del Egeo.”

Después que toda la víctima se hubo carbonizado bajo la llama de Hefesto, hizo las oraciones convenientes para que el ejército lograra un feliz regreso. Y Agamenón me envía para comunicarte todo esto, y decirte de qué destino goza entre los dioses, y qué fama inmortal ha obtenido en Grecia. Y yo, que estuve presente y vi el suceso, te lo cuento. Tu hija voló evidentemente hacia los dioses. Deja tu dolor y desecha el rencor contra tu esposo. Desde luego los designios de los dioses son imprevisibles para los hombres. Pero ellos salvan a los que aman. Así este día vio a tu hija muerta y viva.

 

4. Aquiles

 

Tetis intenta hacer inmortal a Aquiles sumergiéndolo en la Estigia. Rubens.

 

 

Apolodoro, Biblioteca III, 13, 6 (trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Tetis tuvo un hijo de Peleo y, queriendo hacerlo inmortal, a escondidas de su marido por la noche lo ocultaba entre el fuego para destruir la porción mortal paterna del niño, y de día lo untaba con ambrosía. Pero Peleo la vigilaba y, al ver al niño retorciéndose en el fuego, gritó. Tetis, impedida de llevar a término su plan, abandonó al hijo aún pequeño y se fue con las Nereidas.

 

 

 

 

Quirón recibe a Aquiles de manos de Peleo

 

Peleo llevó el niño a Quirón, que lo crió con entrañas de leones y jabalíes, y con médula de osos; lo llamó Aquiles (antes su nombre era Ligirón) porque sus labios no habían mamado...

Cuando Aquiles tuvo nueve años, Calcante declaró que Troya no podría ser tomada sin él. Tetis, sabiendo que perecería si participaba en la guerra, lo vistió de mujer y se lo confió a Licomedes como una muchacha. Criado allí, Aquiles yació con Deidamía, hija de Licomedes, y engendró un hijo, Pirro, llamado más tarde Neoptólemo. Odiseo, denunciada la presencia de Aquiles en casa de Licomedes, lo buscó allí y lo descubrió mediante el son de una trompeta. Así es como Aquiles fue a Troya.

 

 

Aquiles en Esciros. Pintura Pompeyana

Filóstrato el joven, Descripciones de cuadros III, 1 (trad. F. Mestre, Madrid, Gredos, 1996).

...Cuando Tetis se enteró por su padre Nereo del decreto de las Moiras sobre su hijo –que una de estas dos cosas le había sido otorgada: o vivir sin gloria o morir joven envuelto por la gloria– decició llevarse al niño y esconderlo en Esciro, junto a las hijas de Licomedes. Pasaba por ser una muchacha entre las otras muchachas, pero se enamoró en secreto de una de ellas, la más joven, y ya se acerca el tiempo en que ésta dará a luz a Pirro.

Nada de esto se ve en la pintura... Todas son increíblemente bellas, pero así como la mayoría tienen los rasgos habituales de la belleza femenina –resplandor en la mirada, mejillas sonrosada– y en todo cuanto hacen se ve la huella de la feminidad, a ésta de aquí, por el contrario, la que está trenzando su cabellera hacia atrás, con aire grave al tiempo que gracioso, no tardará mucho en traicionarla su naturaleza y en desnudarse el aspecto que ha tomado por necesidad, revelando que es, en realidad, Aquiles. Puesto que ya corre el rumor entre los griegos del secreto de Tetis; ya Diomedes, junto con Ulises, pone rumbo a Esciros para averiguar qué es lo que hay.

Míralos a los dos: uno lanzando penetrantes miradas, como corresponde a su astucia, creo, y a su habilidad de estar siempre fingiendo; el otro, el hijo de Tideo, prudente, pero siempre a punto para un buen consejo y dispuesto a la acción. ¿Qué significa este hombre que va detrás de ellos con una trompeta? ¿Cuál es el significado de la pintura?

 

 

Aquiles en Esciros por Poussin

Ulises, que es hombre sabio y hábil desvelador de secretos, ha ideado el siguiente plan para descubrir a éste: lanza por el prado cestitas y toda clase de objetos propios para los juegos de niñas y también una armadura completa; las hijas de Licomedes cogerán lo que les corresponde por sexo, pero el hijo de Peleo, aunque diga que le gustan las cestitas y los husos de tejer, se lo deja todo a las muchachas y ya se dirige hacia la armadura, desvistiéndose por el camino.

 

 

 

 

Aquiles venda las heridas de Patroclo

 

 

 

Apolodoro, Biblioteca III, 13, 8 (trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

(A Aquiles) lo acompañó el hijo de Amíntor, Fénix. Éste había sido cegado por su padre, cuya concubina, Ftía, lo había acusado en falso de violación. Pero Peleo, después de llevarlo a que Quirón le devolviese la vista, lo hizo rey de los dólopes.

También acompañó a Aquiles, Patroclo, hijo de Menecio y de Esténele... En Opunte, cuando disputaban por un juego de dados, Patroclo había matado al niño Clitónimo, hijo de Anfidamante; y habiendo huido con su padre, vivió con Peleo y llegó a ser el favorito de Aquiles.

 

 

 

 

4. Otros episodios que jalonan los primeros años de la guerra

Llegada de los helenos a Ténedos.

Filoctetes

 

La herida de Filoctetes

Apolodoro, Epítome 3, 27 (trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Cuando los helenos ofrecían un sacrificio a Apolo (en la isla de Ténedos), una hidra avanzó desde el altar y mordió a Filoctetes. Como la llaga era incurable y pestilente, y el ejército no podía soportar el hedor, Odiseo, según las órdenes de Agamenón, abandonó a Filoctetes en Lemnos; con el arco y las flechas de Heracles que poseía; allí, asaeteando aves, obtenía alimento en el desierto.

 

 

 

Aquiles y Ayante entretienen los tiempos muertos jugando. Detalle de la pintura de Exequias.

 

 

 

La frustrada embajada de Odiseo y Menelao para recuperar a Helena.

El desembarco en las costas de Troya:

Muerte de Protesilao

Muerte de Cicno

Conquistas y saqueos de islas y ciudades próximas a Troya en las que los griegos consiguen fama y botín: riquezas y mujeres, entre otras, Briseida entregada a Aquiles y Criseida a Agamenón.

 

 

 

©  Henar Velasco López

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