Píndaro, Olímpica 10, 44 ss. (trad. E. Suárez de la Torre)
Con el aliento propio de su audaz corazón, llegó antaño el hijo de Dánae (guiábalo Atena) hasta aquella congregación de bienaventurados
Mató a Górgona, y su cabeza adornada por el penacho de serpientes vino a traerla, como pétrea muerte para los isleños. Cuando los dioses llevan algo a cabo, nada me parece increíble, por más que asombre.
Píndaro, Olímpica
12, 1 ss. (trad. E. Suárez de la Torre)
Te pido, amante de la fiesta, la más bella de las ciudades mortales... que tú, soberana, con la misma benevolencia que los inmortales y los hombres, aceptes propicia esta corona, que de Pitón procede, en gracia al glorioso Midas, y que a él mismo le acojas, vencedor de la Hélade gracias al arte que una vez Palas, Atenea, inventó cuando trenzó el funesto treno de las audaces Górgonas.
Oyolo Perseo derramarse por las virgíneas cabezas intocables de las serpientes, entre horribles sufrimientos, cuando lanzó el grito, al llevar la tercera porción de las hermanas como fatalidad para la marina Sérifo y su pueblo. En verdad cegó al divino linaje de Forco y tornó en luctuosa su contribución al banquete de Polidectes, la perenne esclavitud de su madre y la forzada unión, al haber arrasado la cabeza de Medusa, la de hermosas mejillas, él, el hijo de Dánae, que afirmamos que procede de oro que fluyó espontáneamente. Mas cuando la Virgen hubo liberado de aquellos trabajos a su querido héroe, creó el sonoro canto de las flautas, para que con aquel instrumento imitara el estruendoso llanto expelido de las enloquecidas mandíbulas de Euríale.
Hesíodo, Teogonía
270 ss. (trad. A. Pérez Jiménez – A. Martínez Díez)
A su vez Ceto tuvo con Forcis a las Grayas de bellas mejillas canosas desde su nacimiento; las llaman Viejas los dioses inmortales y los hombres que pululan por la tierra. También a Penfredo de bello peplo, a Enío de peplo azafranado y a las Gorgonas que viven al otro lado del ilustre Océano, en el confín del mundo hacia la noche, donde las Hespérides de aguda voz: Esteno, Euríale y la Medusa desventurada; ésta era mortal y las otras inmortales y exentas de vejez las dos.
Con
ella sola se acostó el de Azulada Cabellera en un suave prado, entre
primaverales flores.
Y cuando Perseo le cercenó la cabeza, de dentro brotó el enorme Crisaor y el caballo Pégaso.
A éste le venía el nombre de que nació junto a
los manantiales del Océano, y a aquél porque tenía en sus manos una espada de
oro.
Pégaso, levantando el vuelo y abandonando la tierra madre de rebaños, marchó a la mansión de los Inmortales y allí habita, en los palacios de Zeus, llevando el trueno y el rayo al prudente Zeus. Crisaor engendró al tricéfalo Gerión unido a Calírroe hija del ilustre Océano; a éste lo mató el fornido Heracles por sus bueyes en marcha basculante en Eritea rodeada de corrientes. Fue aquel día en que arrastró los bueyes de ancha frente hasta la sagrada Tirinto, atravesando la corriente del Océano [después de matar a Orto y al boyero Euritión en su sombrío establo, al otro lado del ilustre Océano].
Apolodoro, Biblioteca II, 4, 2 s.
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda,
Madrid, Gredos, 1985)
Perseo, Górgona, Hermes
El
hermano de Dictis, Polidectes, que
era rey de Sérifos, se enamoró de Dánae, pero ante la
dificultad de yacer con ella porque Perseo era ya adulto, convocó a sus amigos y
con ellos a Perseo diciéndoles que reunieran regalos de boda para Hipodamía,
hija de Enómao. Al decir Perseo que no vacilaría ni ante la cabeza de la Górgona,
Polidectes pidió a los demás que buscasen caballos, pero de Perseo no aceptó
caballos sino que le ordenó traer la cabeza de la Górgona.
Sir Edward Burne-Jones. The Arming of Perseus. 1877, Southampton Art Gallery, UK
Ayudado
por Hermes y Atenea, Perseo marchó al encuentro de las Fórcides, Enío, Pefredo y
Dino; éstas eran hijas de Ceto y Forco, hermanas de las Górgonas, viejas de
nacimiento. Las tres disponían de un solo ojo y un solo diente, que compartían:
Perseo los cogió y cuando se los reclamaron dijo que los devolvería si le
indicaban el camino que llevaba hasta las ninfas.
Estas ninfas tenían sandalias aladas y la kíbisis, que al parecer era un zurrón. Píndaro, y también Hesíodo en el Escudo, dicen de Perseo: "Toda la espalda la cubría la cabeza de un horrible monstruo, Górgona, y la kíbisis lo rodeaba".
La kíbisis se llama así porque el vestido y la comida se depositaban en ella; las ninfas poseían además el casco de Hades. Cuando las Fórcides hubieron encaminado a Perseo, les devolvió el ojo y el diente, y al llegar ante las ninfas obtuvo lo que buscaba. Cogió la kíbisis, ajustó las sandalias a sus tobillos y se caló el yelmo en la cabeza; cubierto con él veía a quien quería, pero era invisible para los demás. Con una hoz de acero recibida de Hermes llegó volando al Océano y sorprendió dormidas a las Górgonas, Esteno, Euríale y Medusa. Ésta era la única mortal, por eso Perseo fue enviado a buscar su cabeza.
Las Górgonas
tenían cabezas rodeadas de escamas de dragón, grandes colmillos como de jabalí,
manos broncíneas y alas doradas con las que volaban; petrificaban a quien las
miraba. Perseo se detuvo junto a ellas aún dormidas y, guiada su mano por
Atenea, volviendo la mirada hacia el escudo de bronce en el que se reflejaba la
imagen de la Górgona, la decapitó. Al cortar la cabeza, surgieron de la Górgona
el caballo alado Pegaso y Crisaro, el padre de Gerión; a éstos los había
engendrado Posidón. Perseo guardó la cabeza de Medusa en el talego y emprendió
el regreso. Las otras Górgonas despertaron de su sueño y lo persiguieron, pero
no podían verlo pues iba cubierto con el yelmo.
Véase: trabajos de los alumnos
Pegaso, Belerofonte y la Quimera
Homero, Ilíada VI, 144-211 (Traducción de L. Segalá y Estalella)
Respondióle el preclaro hijo de Hipóloco:
— ¡Magnánimo Tidida! Por qué me interrogas sobre el abolengo? Cual la generación
de las hojas, así la de los hombres. Esparce el viento las hojas por el suelo y
la selva, reverdeciendo, produce otras al llegar la primavera: de igual suerte,
una generación humana nace y otra perece. Pero ya que deseas saberlo, te diré
cuál es mi linaje, de muchos conocido. Hay una ciudad llamada
Efira en el riñón de la
Argólide, criadora de caballos, y en ella vivía Sísifo
Eólida, que fue el más ladino de los hombres. Sísifo engendró a Glauco, y éste
al eximio Belerofonte, a quien los dioses concedieron gentileza y envidiable
valor. Mas Preto, que era muy poderoso entre los argivos, pues a su cetro los
había sometido Zeus, hízole blanco de sus maquinaciones y le echó de la ciudad.
La divina Antea, mujer de Preto, había deseado con locura juntarse
clandestinamente con Belerofonte; pero no pudo persuadir al prudente héroe, que
sólo pensaba en cosas honestas, y mintiendo dijo al rey Preto:
—¡Preto! Muérete o mata a Belerofonte, que ha querido juntarse conmigo sin que yo lo deseara.
—Así habló. El rey se encendió en ira al oírla; y si bien se abstuvo de matar a aquél por el religioso temor que sintió su corazón, le envió a la Licia, y haciendo en un díptico pequeño mortíferas señales, entrególe los perniciosos signos con orden de que los mostrase a su suegro para que éste le hiciera perecer. Belerofonte, poniéndose en camino debajo del fausto patrocinio de los dioses, llegó a la vasta Licia y a la corriente del Janto: el rey recibióle con afabilidad, hospedóle durante nueve días y mandó matar otros tantos bueyes pero al aparecer por décima vez Eos de rosados dedos, le interrogó y quiso ver la nota que de su yerno Preto le traía.
Y
así que tuvo la funesta nota ordenó a Belerofonte que lo primero de todo matara
a la ineluctable Quimera, ser de naturaleza no humana, sino divina, con cabeza
de león, cola de dragón y cuerpo de cabra, que respiraba encendidas y horribles
llamas; y aquél le dio muerte, alentado por divinales indicaciones. Luego tuvo
que luchar con los afamados Solimos, y decía que éste fue el más recio combate
que con hombres sostuviera. Más tarde quitó la vida a las varoniles
Amazonas. Y cuando regresaba a la ciudad, el rey,
urdiendo otra dolosa trama, armóle una celada con los varones más fuertes que
halló en la espaciosa Licia; y ninguno de éstos volvió a su casa, porque a todos
les dio muerte el eximio Belerofonte. Comprendió el rey que el héroe era vástago
ilustre de alguna deidad y le retuvo allí, le casó con su hija y compartió con
él la realeza, los licios, a su vez, acotáronle un hermoso campo de frutales y
sembradío que a los demás aventajaba, para que pudiese cultivarlo. Tres hijos
dio a luz la esposa del aguerrido Belerofonte: Isandro, Hipóloco y Laodamia; y
ésta, amada por el próvido Zeus, parió al deiforme Sarpedón, que lleva armadura
de bronce. Cuando Belerofonte se atrajo el odio de todas las deidades, vagaba
solo por los campos de
Ale, royendo su ánimo y apartándose de los hombres;
Ares, insaciable de pelea, hizo morir a Isandro en un combate con los afamados
Solimos, y Artemis, la que usa riendas de oro, irritada, mató a su hija. A mí me
engendró Hipóloco —de éste, pues, soy hijo— y envióme a Troya, recomendándome
muy mucho que descollara y sobresaliera entre todos y no deshonrase el linaje de
mis antepasados, que fueron los hombres más valientes de Efira y la extensa
Licia. Tal alcurnia y tal sangre me glorío de tener.
Así dijo. Alegróse Diomedes...
Apolodoro, Biblioteca II, 3
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda,
Madrid, Gredos, 1985)
Belerofontes,
hijo de Glauco, hijo de Sísifo, después de matar involuntariamente a su hermano
Delíades -al que algunos llaman Pirén y otros Alcímenes-, llegó ante Preto,
quien lo purificó. Pero Estenebea se enamoró de él y le envió propuesta para un
encuentro; como éste rehusara, ella dijo a Preto que Belerofontes le había hecho
proposiciones infames. Preto lo creyó y entregó a Belerofontes una carta para
Yóbates, en la que había escrito que le diese muerte. Yóbates, después de leer
la carta, le ordenó matar a la Quimera, esperando que la fiera acabaría con él,
ya que no era fácil de dominar por muchos y menos por uno: tenía la parte
anterior de león, la cola de dragón y en medio una tercera cabeza de cabra por
la que arrojaba fuego. Devastaba la región y destruía los ganados, pues era una
sola criatura con la fuerza de tres animales.
Se dice también que la Quimera había sido criada por Amisodaro, y así lo asegura también Homero, y que había nacido de Tifón y Equidna, según relata Hesíodo. Belerofontes, montado en Pegaso, caballo alado nacido de Medusa y Posidón, elevándose por los aires, asaeteó desde allí a la Quimera. Después de este lance, Yóbates le mandó combatir contra los sólimos, y una vez cumplida esta tarea, le ordenó luchar contra las amazonas; y como también las aniquilara, Yóbates escogió a los licios sobresalientes por su valentía, y les encargó que lo mataran tendiéndole una emboscada. Pero cuando todos ellos habían sucumbido a manos de Belerofontes, Yóbates, admirado de su fuerza, le mostró la carta y le invitó a quedarse junto a él; además de entregarle a su hija Filónoe, al morir le legó el reino.
Ovidio, Metamorfosis IV, 665 ss. (trad. E. Leonetti Jungl)
Perseo vuelve a coger las alas y se las ata en los pies a uno y otro lado, se ciñe la curva espada, e impulsado por sus sandalias surca el aire transparente. Debajo de él y a su alrededor van quedando innumerables pueblos, hasta que llega a divisar el país de los etíopes y los campos de Cefeo. Allí, el despiadado Amón había ordenado que la inocente Andrómeda pagara el castigo por la insolencia de su madre.
Perseo, Andrómeda atada. Perseo y Cefeo.
Cuando el Abantíada
la vio atada por los brazos a las duras rocas (y de no ser porque una leve brisa
movía sus cabellos y cálidas lágrimas manaban de sus ojos, habría creído que
estaba esculpida en mármol), sin saberlo ardió de amor por ella, se quedó
pasmado, y cautivado por la imagen de la belleza que había ante sus ojos casi se
olvidó de batir las alas en el aire.
Entonces se posó y dijo: “Tú, que no eres digna de llevar otras cadenas sino aquellas que enlazan a los apasionados amantes, responde a mis preguntas y dime el nombre de tu país y el tuyo, y por qué llevas esas cadenas!”.
Al principio ella permaneció callada, sin atreverse a hablarle, ella, una virgen, a un hombre, y si no hubiese estado atada se habría cubierto con las manos el rostro lleno de vergüenza; sus ojos, eso fue lo único que pudo hacer, se llenaron de lágrimas. Por fin, puesto que él insistía una y otra vez, para que no pareciera que le ocultaba algún delito que hubiese cometido, le indicó cuál era su nombre y el de su patria, y cuál había sido la soberbia confianza de su madre en su propia belleza.
Y aún no le había relatado todo cuando las olas resonaron fragorosamente y un monstruo surgió del inmenso mar, recubriendo con su pecho una vasta superficie de agua. La virgen grita. El padre, enlutado, se hallaba presente junto con la madre, afligidos ambos, pero ella con más razón. No le prestaban auxilio alguno, sino sólo lágrimas y lamentos dignos de tal circunstancia, y se aferraban a su cuerpo encadenado.
Perseo conversa con Cefeo
Entonces, el
extranjero dijo: “Para llorar os quedará mucho tiempo, pero para ayudarla
tenemos muy poco. Si yo la pidiera en matrimonio, yo, Perseo, hijo de Júpiter y
de Dánae, a la que Júpiter fecundó con su lluvia de oro cuando estaba encerrada,
yo, Perseo, que he vencido a la Gorgona de cabellera de serpiente y que oso
viajar por los espacios etéreos con el batir de mis alas, sin duda me
preferiríais como yerno antes que a cualquier otro. Además, a todas estas dotes,
si los dioses me asisten, intentaré añadir también mis propios méritos. Que sea
mía si mi valentía consigue salvarla, ese es el trato”. Sus padres aceptan lo
pactado (¿quién lo dudaría?), le suplican y le prometen, además, un reino en
dote.
Frederic Leighton, Liverpool Museum
Y he aquí que como una nave surca veloz las aguas
hundiendo la proa en las olas, empujada por jóvenes brazos sudoroso, así el
monstruo, hendiendo las olas con el empuje de su pecho, se encontraba a tanta
distancia de los escollos como la que podría recorrer por el aire una bala de
plomo arrojada por una honda baleárica; entonces, de repente, el joven se dio
impulso con los pies y se lanzó audaz hacia las nubes. Cuando su sombra se
proyectó sobre la superficie del mar, la fiera se ensañó con la sombra que veía;
como el ave de Júpiter que ha visto en campo abierto una serpiente que ofrece su
dorso lívido a los rayos del sol, y se lanza sobre ella desde atrás y le clava
las ávidas garras en el cuello cubierto de escamas para que no pueda volver sus
crueles fauces, así el descendiente de Ínaco se arroja en rápido vuelo cruzando
el vacío y cae sobre el lomo de la fiera que se debate, y en el hombro derecho
le clava la corva espada hasta la empuñadura.
Perseo se enfrenta al monstruo marino en presencia de un Erotes
Atormentada por la
profunda herida, la bestia unas veces se yergue elevándose en el aire, otras se
sumerge en el agua, otras se revuelve como un feroz jabalí al que acosara una
manada de perros ladrando a su alrededor. Él rehúye sus voraces mordiscos con la
velocidad de sus alas, y allí por donde encuentra vía libre le asesta golpes con
su espada falciforme, ora en el lomo cubierto de cóncavas conchas, ora por los
flancos hasta las costillas, ora en donde la parte más delgada de la cola
termina en una aleta de pez. La fiera vomita chorros de agua mezclados con
purpúrea sangre. Las alas cogen peso, salpicadas por el agua; sin atreverse a
confiar más en las sandalias empapadas, Perseo ve un escollo cuya cima
sobresalía cuando el mar estaba en clama y quedaba sumergida cuando estaba
agitado: allí se posa, y sujetándose con la mano izquierda a los salientes más
cercanos atraviesa repetidamente, tres, cuatro veces, los ijares del monstruo
con el filo de su espada.
El griterío y los aplausos llenaron la playa y las moradas de los dioses en el cielo. Cefeo, el padre, y Casiopea, llenos de gozo, lo saludan como yerno, llamándolo auxiliador y salvador de la familia; la muchacha, causa y precio de su esfuerzo, avanza liberada ya de sus cadenas.
Él
saca agua del mar y se lava las manos victoriosas, y para que la aspereza de la
arena no dañe la cabeza cubierta de serpientes de la gorgona mulle el suelo
cubriéndolo de hojas y de unas ramitas nacidas del mar, y sobre ellas coloca la
cabeza de Medusa, hija de Forco. Las ramitas, aún frescas, absorbieron en su
médula esponjosa y aún viva la fuerza de la monstruosa criatura, y se
endurecieron al contacto con ella, y sus hojas y sus tallos adquirieron una
inusitada rigidez. Las ninfas del mar intentan reproducir el prodigio con otras
ramitas, y se regocijan al ver que vuelve a ocurrir, y lo repiten una y otra vez
sembrando con ellas las olas. Todavía hoy los corales conservan esa propiedad:
se endurecen al contacto con el aire, y lo que bajo el agua era un tallo
flexible se hace de piedra cuando está por encima de la superficie.
Perseo erigió a tres dioses otros tantos altares: el de la izquierda a Mercurio, el de la derecha a ti, virgen guerrera, y el del centro a Júpiter. Para Minerva sacrifica una vaca, para el dios de pies alados un ternero, y para ti, el más grande de los dioses, un toro.
Después, en
seguida se llevó a Andrómeda, premio de su gran hazaña, pero sin la dote; Amor e
Himeneo agitan las antorchas nupciales, los fuegos son alimentados con profusión
de perfumes, de los techos cuelgan guirnaldas, y por todas partes resuenan
liras, flautas y cantos, jubiloso indicio de la felicidad de los corazones.
Todas las salas doradas abren sus puertas de par en par, y los próceres cefenos
se dirigen al banquete que el rey ha organizado con gran pompa.
Cuando hubieron terminado el festín, y un vino generoso, don de Baco, hubo aligerado sus corazones, el Lincida quiso saber cuáles eran los modos de vida y las características del lugar: en seguida uno de ellos le describió las costumbres y la mentalidad de los habitantes, y tras su explicación le dijo: “Ahora, fortísimo Perseo, cuéntanos, te lo ruego, con cuánto valor y con qué artes robaste la cabeza de cabellos de serpiente”.
El Agenórida contó entonces cómo debajo del gélido Atlas se encontraba un lugar defendido por sólidas murallas fortificadas, en cuyo acceso habitaban dos hermanas, hijas de Forco, que compartían el uso de un solo ojo. Él, con pronta astucia, se lo había robado alargando la mano furtivamente cuando se lo pasaban de una a otra, y por lugares apartados y desconocidos, a través de ásperos peñascos y escarpadas selvas, había llegado a la morada de la gorgona.
Por
todas partes, en los campos y en los caminos, había visto estatuas de hombres y
de animales, que se habían convertido en piedra al mirar a Medusa, pero él había
mirado su terrorífica figura cuando se reflejaba en el bronce del escudo que
empuñaba en su izquierda, y mientras un sueño profundo se apoderaba de ella y de
las serpientes le cortó la cabeza; de su sangre habían nacido Pegaso, de alas
veloces, y su hermano. Contó también los peligros, peligros serios, de su largo
viaje, qué mares y qué tierras había contemplado desde el cielo, y qué estrellas
había tocado llevado por sus alas.
Sin
embargo, calló antes de lo esperado: uno de los próceres había intervenido
preguntando por qué Medusa era la única de las hermanas que tenía serpientes
entre sus cabellos. El huésped respondió: “Puesto que lo que deseas saber es
digno de contarse, aquí tienes la respuesta: Medusa era de una belleza
deslumbrante, y muchos nobles rivalizaban con la esperanza de poseerla, y nada
en ella era más hermoso que sus cabellos: así me dijo uno que aseguraba haberla
visto. Dicen que el dios del mar la violó en un templo dedicado a Minerva: la
hija de Júpiter se volvió de espaldas, cubriéndose los castos ojos con la égida,
pero para que el hecho no quedase impune, transformó la cabellera de la gorgona
en serpientes repugnantes. Todavía hoy la diosa lleva ante su pecho, para
paralizar de terror a sus enemigos, las serpientes que ella misma generó”.
Andrómeda conducida a su suplicio
Apolodoro, Biblioteca II, 4, 3 s.
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda,
Madrid, Gredos, 1985)
Llegado [Perseo] a Etiopía, donde reinaba Cefeo, encontró a la hija de éste, Andrómeda, expuesta como presa para un monstruo marino. Pues Casiopea, la esposa de Cefeo, había competido en belleza con las Nereidas y se había jactado de ser mejor que todas; por ellos éstas se encolerizaron y Posidón, compartiendo su ira, afligió al país con un monstruo y una inundación.
Amón reveló que cesaría la calamidad si Andrómeda, la hija de Casiopea, era ofrecida como alimento del monstruo. Cefeo, obligado a hacerlo por los etíopes, la encadenó a una roca. Cuando Perseo la vio, enamorado de ella, prometió a Cefeo acabar con el cetáceo si una vez rescatada se la otorgaba en matrimonio. Hechos los juramentos en estos términos, Perseo acechando al monstruo lo mató y liberó a Andrómeda.
Andrómeda liberada, Perseo conversa con Cefeo, debajo lucha de Perseo con el monstruo marino
Pero
Fineo, hermano de Cefeo, a quien antes había sido prometido Andrómeda, conspiró
contra Perseo; éste enterado de la maquinación, mostrando la cabeza de la
Górgona a los confabulado los petrificó al instante.
Andrómeda perdona a su madre Casiopea
Al regeresar a Sérifos halló a su madre y a Dictis refugiados en los altares a causa de la violencia de Polidectes; entró en el palacio donde Polidectes había reunido a sus amigos, y volviéndose les mostró la cabeza de la Górgona: cada uno de los que miraron quedó petrificado en la posición en que se encontraba.
Después de dejar a Dictis como rey de Sérifos, restituyó a Hermes las sandalias, la kíbisis y el yelmo, mientras que la cabeza de la Górgona se la entregó a Atenea. Hermes devolvió aquellas cosas a las ninfas, y Atenea insertó en medio de su escudo la cabeza de la Górgona. Algunos dicen que Medusa fue decapitada a causa de Atenea, pues esta Górgona había querido rivalizar en belleza con ella.
Perseo con Dánae y Andrómeda se marchó rápidamente a Argos para ver a Acrisio. Éste al enterarse, temeroso del oráculo, abandonó Argos y se retiró a la tierra pelásgica. Por entonces, Teutámidas, rey de Larisa, organizaba juegos deportivos en honor de su padre muerto, y Perseo acudió allí con intención de tomar parte en ellos; cuando competía en el petatlon alcanzó con el disco a Acrisio en un pie, matándolo al instante. Al comprender que el oráculo se había cumplido, enterró a Acrisio fuera de la ciudad y, sintiendo vergüenza de volver a Argos en busca de la herencia de su víctima, se dirigió a Tirinto, y por intercambio con Megapentes, hijo de Preto, éste fue rey de los argivos y Perseo de Tirinto, después de haber fortificado Midea y Micenas.
"The Baleful Head", por Sir Edward Coley Burne-Jones:
Perseo muestra a Andrómeda la cabeza de Medusa reflejada en una fuente.
Apolodoro, Biblioteca II, 4, 5 s.
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda,
Madrid, Gredos, 1985)
[Perseo] tuvo hijos de Andrómeda: antes de ir a la Hélade, Perses, a quien dejó con Cefeo (se dice que de él descienden los reyes de Persia); y en Micenas, Alceo, Esténelo.... y Electrión...
De Alceo y Astidamía, hija de Pélope, nacieron Anfitrión y una hija, Anaxo...
Electrión se casó con Anaxo, la hija de Alceo, y engendró una hija, Alcmena...
De Esténelo y Nicipe, hija de Pélope, nacieron Alcíone y Medusa, y más tarde Euristeo, que reinó también en Micenas. Cuando Heracles estaba a punto de nacer, Zeus declaró ante los dioses que el primer descendiente de Perseo reinaría en Micenas, y Hera por envidia convenció a las Ilitías para que retrasaran el parto de Alcmena, y apresuró el nacimiento del hijo de Esténelo, Euristeo, que así fue sietemesino.
© Henar Velasco López