El culto heroico y el culto a los antepasados. Funerales de Patroclo.
Homero, Ilíada 23, 1-286 (Trad. L. Segalá y Estalella)
Así gemían los teucros en la ciudad. Los aqueos, una vez llegados a las naves y al Helesponto, se fueron a sus respectivos bajeles. Pero a los mirmidones no les permitió Aquileo que se dispersaran; y puesto en medio de los belicosos compañeros, les dijo:
—Mirmidones, de rápidos corceles, mis compañeros amados! No desatemos del yugo los solípedos bridones; acerquémonos con ellos y los carros a Patroclo, y llorémosle, que este es el honor que a los muertos se les debe. Y cuando nos hayamos saciado de triste llanto, desunciremos los caballos y aquí mismo cenaremos todos.
Así habló. Ellos seguían a Aquileo y gemían con frecuencia. Y sollozando dieron tres vueltas alrededor del cadáver con los caballos de hermoso pelo: Tetis se hallaba entre los guerreros y les excitaba el deseo de llorar. Regadas de lágrimas quedaron las arenas, regadas de lágrimas se veían las armaduras de los hombres. ¡Tal era el héroe, causa de fuga para los enemigos, de quien entonces padecían soledad! Y el Pelida comenzó entre ellos el funeral lamento colocando sus manos homicidas sobre el pecho del difunto.
—¡Alégrate, oh Patroclo, aunque estés en el Hades! Ya voy a cumplirte cuanto te prometiera: he traído arrastrando el cadáver de Héctor, que entregaré a los perros para que lo despedacen cruelmente; y degollaré ante tu pira a doce hijos de troyanos ilustres por la cólera que me causó tu muerte.
Dijo y para tratar ignominiosamente al divino Héctor, lo tendió boca abajo en el polvo, cabe al lecho del hijo de Menetio. Quitáronse todos la luciente armadura de bronce, desuncieron los corceles, de sonoros relinchos, y sentáronse en gran número cerca de la nave de Eácida, el de los pies ligeros, que les dio un banquete funeral espléndido. Muchos bueyes blancos, ovejas y balantes cabras palpitaban al ser degollados con el hierro; gran copia de grasos puercos, de albos dientes, se asaban, extendidos sobre las brasas; y en torno del cadáver la sangre corría en abundancia por todas partes.
Los reyes aqueos llevaron al Pelida, de pies ligeros, que tenía el corazón afligido por la muerte del compañero, a la tienda de Agamemnón Atrida, después de persuadirle con mucho trabajo; ya en ella, mandaron a los heraldos, de voz sonora, que pusieran al fuego un gran trípode por si lograban que aquél se lavase las manchas de sangre y polvo. Pero Aquileo se negó obstinadamente, e hizo, además, un juramento:
Ánfora funeraria procedente de Dipylon, s. VIII a.C.
—¡No, por Zeus, que es el supremo y más poderoso de los dioses! No es justo que el baño moje mi cabeza hasta que ponga a Patroclo en la pira, le erija un túmulo y me corte la cabellera; porque un pesar tan grande jamás, en la vida, volverá a sentirlo mi corazón. Ahora celebremos el triste banquete; y cuando se descubra la aurora, manda, oh rey de hombres Agamemnón, que traigan leña y la coloquen como conviene a un muerto que baja a la región sombría, para que pronto el fuego infatigable consuma y haga desaparecer de nuestra vista el cadáver de Patroclo, y los guerreros vuelvan a sus ocupaciones.
Así se expresó; y ellos le escucharon y obedecieron. Dispuesta con prontitud la cena, banquetearon, y nadie careció de su respectiva porción. Mas después que hubieron satisfecho de comida y de bebida al apetito, se fueron a dormir a sus tiendas. Quedóse el hijo de Peleo con muchos mirmidones, dando profundos suspiros, a orillas del estruendoso mar, en un lugar limpio donde las olas bañaban la playa; pero no tardó en vencerle el sueño, que disipa los cuidados del ánimo, esparciéndose suave en torno suyo; pues el héroe había fatigado mucho sus fornidos miembros persiguiendo a Héctor alrededor de la ventosa Troya. Entonces vino a encontrarle el alma del mísero Patroclo, semejante en un todo a éste cuando vivía, tanto por su estatura y hermosos ojos, como por las vestiduras que llevaba; y poniéndose sobre la cabeza de Aquileo, le dijo estas palabras:
"Aquiles tratando de coger la sombra de Patroclo", J. H. Füssli, 1805
—¿Duermes, Aquileo y me tienes olvidado? Te cuidabas de mí mientras vivía, y ahora que he muerto me abandonas. Entiérrame cuanto antes, para que pueda pasar las puertas del Hades; pues las almas, que son imágenes de los difuntos, me rechazan y no me permiten que atraviese el río y me junte con ellas; y de este modo voy errante por los alrededores del palacio, de anchas puertas, de Hades. Dame la mano, te lo pido llorando; pues ya no volveré del Hades cuando hayáis entregado mi cadáver al fuego. Ni ya, gozando de vida, conversaremos separadamente de los amigos; pues me devoró la odiosa muerte que el hado cuando nací me deparara. Y tu destino es también, oh Aquileo, semejante a los dioses, morir al pie de los muros de los nobles troyanos. Otra cosa te diré y encargaré, por si quieres complacerme. No dejes mandado, oh Aquileo, que pongan tus huesos separados de los míos: ya que juntos nos hemos criado en tu palacio, desde que Menetio me llevó desde Opunte a vuestra casa por un deplorable homicidio —cuando encolerizándome en el juego de la taba maté involuntariamente al hijo de Anfidamante—, y el caballero Peleo me acogió en su morada, me crió con regalo y me nombró tu escudero; así también, una misma urna, la ánfora de oro que te dio tu veneranda madre, guarde nuestros huesos.
Respondióle Aquileo, el de los pies ligeros:
—¿Por qué, caro amigo, vienes a encargarme estas cosas? Te obedeceré y lo
cumpliré todo como lo mandas. Pero acércate y abracémonos, aunque sea por breves
instantes, para saciarnos de triste llanto.
En diciendo esto, le tendió los brazos, pero no consiguió asirlo: disipóse el alma cual si fuese humo y penetró en la tierra dando chillidos. Aquileo se levantó atónito, dio una palmada y exclamó con voz lúgubre:
—¡Oh dioses! Cierto es que en la morada de Hades queda el alma y la imagen de los que mueren, pero la fuerza vital desaparece por completo. Toda la noche ha estado cerca de mi el alma del mísero Patroclo, derramando lágrimas y despidiendo suspiros, para encargarme lo que debo hacer; y era muy semejante a él cuando vivía.
Ánfora de Dipylon. s. VIII a.C. Museo Arqueológico de Atenas
Tal dijo, y a todos les excitó el deseo de llorar. Todavía se hallaban alrededor del cadáver, sollozando lastimeramente, cuando despuntó Eos de rosados dedos. Entonces el rey Agamemnón mandó que de todas las tiendas saliesen hombres con mulos para ir por leña; y a su frente se puso Meriones, escudero del valeroso Idomeneo. Los mulos iban delante; tras ellos caminaban los hombres, llevando en sus manos hachas de cortar madera y sogas bien torcidas; y así subieron y bajaron cuestas, y recorrieron atajos y veredas. Mas, cuando llegaron a los bosques del Ida, abundante en manantiales, se apresuraron a cortar con el afilado bronce encinas de alta copa, que caían con estrépito. Los aqueos las partieron en rajas y las cargaron sobre los mulos. En seguida éstos, batiendo con sus pies el suelo, volvieron atrás por los espesos matorrales, deseosos de regresar a la llanura. Todos los leñadores llevaban troncos, porque así lo había ordenado Meriones, escudero del valeroso Idomeneo. Y los fueron dejando sucesivamente en un sitio de la orilla del mar, que Aquileo indicó para que allí se erigiera el gran túmulo de Patroclo y de sí mismo.
Después que hubieron descargado la inmensa cantidad de leña, se sentaron todos juntos y aguardaron. Aquileo mandó a los belicosos mirmidones que tomaran las armas y unieran los caballos: y ellos se levantaron, vistieron la armadura, y los caudillos y sus aurigas montaron en los carros. Iban éstos al frente, seguíales la nube de la copiosa infantería, y en medio los amigos llevaban a Patroclo, cubierto de cabello que en su honor se habían cortado. El divino Aquileo sosteníale la cabeza, y estaba triste porque despedía para el Hades al eximio compañero.
Cuando llegaron al lugar que Aquileo les señaló, dejaron el cadáver en el suelo, y en seguida amontonaron abundante leña. Entonces, el divino Aquileo, el de los pies ligeros, tuvo otra idea: separándose de la pira, se cortó la rubia cabellera que conservaba espléndida para ofrecerla al río Esperquio; y exclamó, apenado, fijando los ojos en el vinoso ponto:
—¡Oh Esperquio! En vano mi padre Peleo te hizo el voto de que yo, al volver a la tierra patria, me cortaría la cabellera en tu honor y te inmolaría una sacra hecatombe de cincuenta carneros cerca de tus fuentes, donde están el bosque y el perfumado altar a ti consagrados. Tal voto hizo el anciana, pero tú no has cumplido su deseo. Y ahora, como no he de volver a la tierra patria, daré mi cabellera al héroe Patroclo para que se la lleve consigo.
En diciendo esto puso la cabellera en las manos del amigo, y a todos les excitó el deseo de llorar. Y entregados al llanto los dejara el sol al ponerse, si Aquileo no se hubiese acercado a Agamemnón para decirle:
—¡Oh Atrida! Puesto que los aquivos te obedecerán más que a nadie y tiempo habrá para saciarse de llanto, aparta de la pira a los guerreros y mándales que preparen la cena; y de lo que resta nos cuidaremos nosotros, a quienes corresponde de un modo especial honrar al muerto. Quédense tan sólo los caudillos.
Al oírlo, el rey de hombres Agamemnón despidió la gente para que volviera a las naves bien proporcionadas; y los que cuidaban del funeral amontonaron leña, levantaron una pira de cien pies por lado y con el corazón afligido, pusieron en ella el cuerpo de Patroclo. Delante de la pira mataron y desollaron muchas pingües ovejas y bueyes de tornátiles pies y curvas astas, y el magnánimo Aquileo tomó la grasa de aquellas y de éstos, cubrió con la misma el cadáver de pies a cabeza, y hacinó alrededor los cuerpos desollados. Llevó también a la pira dos ánforas, llenas respectivamente de miel y de aceite, y las abocó al lecho; y exhalando profundos suspiros, arrojó a la hoguera cuatro corceles de erguido cuello. Nueve perros tenía el rey que se alimentaban de su mesa, y degollando a dos, echólos igualmente en la pira. Siguiéronle doce hijos valientes de troyanos ilustres, a quienes mató con el bronce, pues el héroe meditaba en su corazón acciones crueles. Y entregando la pira a la violencia indomable del fuego para que la devorara, gimió y nombró al compañero amado:
—¡Alégrate, oh Patroclo, aunque estés en el Hades! Ya te cumplo cuanto te prometiera. El fuego devora contigo a doce hijos valientes de troyanos ilustres; y a Héctor Priámida no le entregaré a la hoguera, sino a los perros para que lo despedacen.
Así dijo en son de amenaza. Pero los canes no se acercaron a Héctor. La diosa Afrodita, hija de Zeus, los apartó día y noche, y ungió el cadáver con un divino aceite rosado para que Aquileo no lo lacerase al arrastrarlo. Y Febo Apolo cubrió el espacio ocupado por el muerto con una sombría nube que hizo pasar del cielo a la llanura, a fin de que el ardor del sol no secara el cuerpo, con sus nervios y miembros.
Ánfora de Dipylon, detalle de la escena funeraria
En tanto, la pira en que se hallaba el cadáver de Patroclo no ardía. Entonces el divino Aquileo, el de los pies ligeros, tuvo otra idea: apartóse de la pira, oró a los vientos Bóreas y Céfiro y votó ofrecerles solemnes sacrificios; y haciéndoles repetidas libaciones con una copa de oro, les rogó que acudieran para que la leña ardiese bien y los cadáveres fueran consumidos prestamente por el fuego. La veloz Iris oyó las súplicas, y fue a avisar a los vientos, que estaban reunidos celebrando un banquete en la morada del impetuoso Céfiro. Iris llegó corriendo y se detuvo en el umbral de piedra. Así que la vieron, levantáronse todos, y cada uno la llamaba a su lado. Pero ella no quiso sentarse, y pronunció estas palabras:
—No puedo sentarme; porque voy, por cima de la corriente del Océano, a la tierra de los etíopes, que ahora ofrecen hecatombes a los inmortales, para entrar a la parte en los sacrificios. Aquileo ruega al Bóreas y al estruendoso Céfiro, prometiéndoles solemnes sacrificios, que vayan y hagan arder la pira en que yace Patroclo, por el cual gimen los aqueos todos.
Habló así y fuese. Los vientos se levantaron con inmenso ruido esparciendo las nubes; pasaron por cima del ponto y las olas crecían al impulso del sonoro soplo; llegaron, por fin, a la fértil Troya, cayeron en la pira y el fuego abrasador bramó grandemente. Durante toda la noche, los dos vientos, soplando con agudos silbidos, agitaron la llama de la pira; durante toda la noche, el veloz Aquileo, sacando vino de una cratera de oro, con una copa doble, lo vertió y regó la tierra e invocó el alma del mísero Patroclo. Como solloza un padre, quemando los huesos del hijo recién casado, cuya muerte ha sumido en el dolor a sus progenitores; de igual modo sollozaba Aquileo al quemar los huesos del amigo; y arrastrándose en torno de la hoguera, gemía sin cesar.
Cuando el lucero de la mañana apareció sobre la tierra, anunciando el día, y poco después Eos, de azafranado velo, se esparció por el mar, apagábase la hoguera y moría la llama. Los vientos regresaron a su morada por el ponto de Tracia, que gemía a causa de la hinchazón de las olas alborotadas, y el hijo de Peleo, habiéndose separado un poco de la pira, acostóse rendido de cansancio, y el dulce sueño lo venció. Pronto los caudillos se reunieron en gran número alrededor del Atrida; y el alboroto y ruido que hacían al llegar, despertaron a Aquileo. Incorporóse el héroe; y sentándose, les dijo estas palabras:
—¡Atrida y demás príncipes de los aqueos todos! Primeramente apagad con negro vino cuanto de la pira alcanzó la violencia del fuego; recojamos después los huesos de Patroclo Menetíada, distinguiéndolos bien —fácil será reconocerlos, porque el cadáver estaba en medio de la pira y en los extremos se quemaron confundidos hombres y caballos—, y pongámoslos en una urna de oro, cubiertos por doble capa de grasa, donde se guarden hasta que yo descienda al Hades. Quiero que le erijáis un túmulo no muy grande, sino cual corresponde al muerto; y más adelante, aqueos, los que estéis vivos en las naves de muchos bancos cuando yo muera, hacedlo anchuroso y alto.
Así dijo, y ellos obedecieron al Pelida, de pies ligeros. Primeramente, apagaron con negro vino la parte de la pira a que alcanzó la llama, y la ceniza cayó en abundancia; después, recogieron, llorando, los blancos huesos del dulce amigo y los encerraron en una urna de oro, cubiertos por doble capa de grasa; dejaron la urna en la tienda, tendiendo sobre la misma un sutil velo; trazaron el ámbito del túmulo en torno de la pira; echaron los cimientos, e inmediatamente amontonaron la tierra que antes habían excavado. Y, erigido el túmulo, volvieron a su sitio. Aquileo detuvo al pueblo y le hizo sentar, formando un gran circo; y al momento sacó de las naves, para premio de los que vencieren en los juegos, calderas, trípodes, caballos, mulos, bueyes de robusta cabeza, mujeres de hermosa cintura, y luciente hierro.
Empezó por exponer los premios destinados a los veloces aurigas: el que primero llegara, se llevaría una mujer diestra en primorosas labores y un trípode con asas de veintidós medidas; para el segundo ofreció una yegua de seis años, indómita, que llevaba en su vientre un feto de mulo; para el tercero, una hermosa caldera no puesta al fuego y luciente aún, cuya capacidad era de cuatro medidas; para el cuarto, dos talentos de oro; y para el quinto, un vaso con dos asas que la llama no tocara todavía. Y estando en pie, dijo a los argivos:
—¡Atrida y demás aqueos de hermosas grebas! Estos premios, que en medio he colocado, son para los aurigas. Si los juegos se celebraran en honor de otro difunto, me llevaría a mi tienda los mejores. Ya sabéis cuánto mis caballos aventajan en ligereza a los demás, porque son inmortales: Poseidón se los regaló a Peleo, mi padre, y éste me los ha dado a mí. Pero yo permaneceré quieto, y también los solípedos corceles, porque perdieron al ilustre y benigno auriga que tantas veces derramó aceite sobre sus crines, después de lavarlos con agua pura ¡Adelantaos los aqueos que confiéis en vuestros corceles y sólidos carros!
Cf. Funerales de Héctor, Ilíada 24, 692 ss.
Héroes epónimos. El caso de Licaón
I. Platón, República 565d- 566a (trad. C. Eggers Lan)
-Por lo tanto, es evidente que, dondequiera aparece un tirano, es de la raíz del liderazgo de donde brota, y no de otra parte.
-Muy evidente.
-¿Y cuál es el comienzo de este tránsito de un líder hacia un tirano? ¿No es patente que cuando un líder comienza a hacer lo que se narra en el mito respecto del templo de Zeus Liceo en Arcadia?
-¿Y qué es lo que se narra?
Cf. "Homo homini Lupus". T. Hobbes
-Que cuando alguien gusta de entrañas humanas descuartizadas entre otras de otras víctimas, necesariamente se ha de convertir en lobo. ¿O no has escuchado el relato?
-Sí, por cierto.
-Así también cuando el que está a la cabeza del pueblo recibe una masa obediente y no se abstiene de sangre tribal, sino que, con injustas acusaciones –tal como suele pasar– lleva a la gente a los tribunales y la asesina, poniendo fin a vidas humanas y gustando con lengua y boca sacrílegas sangre familiar, y así mata y destierra, y sugiere abolición de deudas y partición de tierras, ¿no es después de esto forzosamente fatal que semejante individuo perezca a manos de sus adversarios o que se haga tirano y de hombre se convierta en lobo?
II. Pausanias, Descripción de Grecia VIII, 1, 4- 4, 2 (trad. Mª C. Herrero Ingelmo).
Dicen los arcadios que Pelasgo fue el primer poblador de su tierra. Pero es natural suponer que hubiese también otros con él y que no estuviese solo, pues ¿sobre qué hombres habría mandado? Sin embargo, Pelasgo sobresalía en estatura, fuerza y belleza, y en entendimiento estaba por encima de los demás, y yo creo que por esta razón fue elegido para reinar sobre ellos. También Asio ha escrito lo siguiente respecto a él:
Playa de Pelasgia
A Pelasgo, semejante a un dios, en los montes de cimas frondosas,
la negra tierra hizo surgir, para que existiera la raza de los mortales.
Cuando Pelasgo fue rey, inventó chozas, para que los hombres no pasaran frío ni se mojaran con la lluvia ni sufrieran con el calor; además, él fue el que inventó los vestidos hechos de la piel de las ovejas, que todavía usan ahora los pobres en Eubea y la Fócide, e hizo también que los hombres que se alimentaban de las hojas todavía verdes, de hierbas y raíces no comestibles y perjudiciales dejasen de hacerlo. Él descubrió que el fruto de las encinas, no de todas, sino de las bellotas del roble asiático, era alimenticio. Este modo de alimentación persistió desde este Pelasgo entre algunas gentes... En el reinado de Pelasgo dicen que la región recibió el nombre de Pelasgia.
2 Licaón, el hijo de Pelasgo, realizó las siguientes invenciones, todavía más inteligentes que las de su padre: fundó la ciudad de Licosura en el monte Liceo, dio a Zeus el nombre de Liceo y fundó los Juegos Liceos. Que las Panateneas entre los atenienses no fueron establecidas antes yo lo creo. Efectivamente, el nombre de estos juegos era Ateneas, y dicen que fueron llamadas Panateneas en tiempo de Teseo porque fueron instituidas por todos los atenienses reunidos en una sola ciudad.
Los Juegos Olímpicos, como los remontan a antes de la raza humana, diciendo que Crono y Zeus lucharon allí y que los Curetes fueron los primeros que corrieron, por este motivo los excluyo de la presente relación. Yo creo que Cécrope, rey de los atenienses, y Licaón eran contemporáneos, pero no tenían la misma sabiduría en los asuntos divinos. Cécrope, en efecto, fue el primero que llamó a Zeus Hípato y consideró justo no sacrificar nada de lo que tuviese vida, sino que ofreció sobre el altar tortas locales que todavía en nuestro tiempo los atenienses llaman pélanoi.
Pero Licaón, por su parte, llevó al altar de Zeus Liceo a un niño recién nacido, lo sacrificó y derramó como libación su sangre sobre el altar, y dicen que él inmediatamente después del sacrificio se convirtió en lobo. Yo, al menos, creo en esta leyenda que los arcadios cuentan desde antiguo y posee verosimilitud. En efecto, los hombres de entonces por su justicia y su piedad eran huéspedes y compañeros de mesa de los dioses, y cuando eran buenos, los dioses manifiestamente los honraban, y de la misma manera, cuando pecaban, caía su ira sobre ellos. En esta época, algunos hombres de convertían en dioses, los cuales incluso ahora reciben honores, como Aristeo, Britomartis de Creta, Heracles, hijo de Alcmena, Anfiarao, hijo de Oícles, y además Polideuctes y Cástor.
Así es como se podría creer que Licaón se convirtió en una fiera y Níobe, hija de Tántalo, en piedra. Pero en mi tiempo, como la maldad ha aumentado muchísimo y se ha extendido por toda la tierra y todas las ciudades, ya ningún hombre se convierte en dios, excepto en la adulación a los poderosos, y la venganza de los dioses está reservada para los injustos tarde y cuando se van de aquí.
En todos los tiempos, muchas cosas que sucedieron antiguamente y otras que todavía están sucediendo los que han construido mentiras sobre verdades las han hecho increíbles para la mayoría de la gente. Por ejemplo, dicen que después de Licaón se convertía siempre un hombre en lobo en el sacrificio de Zeus Liceo, pero que no lo era para toda su vida, pues si, cuando era lobo, se mantenía alejado de la carne humana, después, a los diez años, se convertía de nuevo en hombre, pero si la probaba, permanecía para siempre fiera salvaje.
De la misma manera dicen que Níobe llora en el monte Sípilo en verano. He oído también otras cosas: que los grifos tienen manchas como las de las panteras y que los Tritones hablan con voz humana. Otros también dicen que soplan a través de conchas agujereadas. Los que disfrutan oyendo cuentos son también propensos a añadir otros elementos maravillosos, y así dañan las verdades mezclándolas con las mentiras.
3 En la tercera generación después de Pelasgo la región aumentó el número de sus ciudades y hombres. Níctimo era el hijo mayor y ostentaba todo el poder. Los restantes hijos de Licaón fundaron ciudades donde cada uno prefirió. Palante fundó Palantio; Oresteo, Orestasio, y Fígalo, Figalía...
Por Helisonte han recibido la ciudad y el río Helisonte sus nombres, de la misma manera que Macaria, Dasea y Trapezunte recibieron también los suyos de los hijos de Licaón. Orcómeno fue el fundador de la llamada Metidrio y de Orcómeno, a la que Homero llamó en sus versos “rica en rebaños”...
Ménalo fundó la ciudad más famosa de Arcadia antiguamente, Ménalo, y Tegeates y Mantineo fundaron Tegea y Mantinea respectivamente. Cromos recibió el nombre por Cromo, y Carisia tiene como fundador a Carisio, Trícolonos recibió su nombre por Trícolono, por Pereto Peretes, Asea por Aseatas, Licoa por Licio y Sumatia por Sumateo. Alifero y también Hereo fueron epónimos de ciudades.
Pero Enotro, el más joven de los hijos varones de Licaón, le pidió a su hermano Níctimo dinero y hombres y cruzó con naves a Italia, y la región de Enotria recibió su nombre del rey Enotro. Ésta fue la primera expedición que se envió fuera de la Hélade para fundar una colonia. Según un cálculo exacto, ninguno de los bárbaros llegó antes que Enotro a una tierra extraña.
Además de toda su prole varonil, Licaón tuvo una hija, Calisto, y con esta Calisto –cuento lo que cuentan los griegos– se unió Zeus, que estaba enamorado de ella. Pero cuando Hera los descubrió, convirtió a Calisto en osa, y Ártemis la asaeteó para complacer a Hera. Zeus envió a Hermes con el encargo de que salvara al niño que Calisto tenía en su vientre. A la propia Calisto la convirtió en una constelación llamada Osa Mayor, de la que Homero hace mención en el viaje de Odiseo de vuelta del lado de Calipso:
Bootes (El boyero) y la Osa Mayor
Mirando a las Pléyades y a Bootes que se oculta tarde
y a la Osa, a la que dan el sobrenombre de carro.
Pero las estrellas tal vez tengan simplemente su nombre en honor de Calisto, puesto que los arcadios muestran su tumba.
4 Después de morir Níctimo, Árcade, hijo de Calisto, recibió el reino. Introdujo el cultivo de los frutos que aprendió de Triptólemo y enseño a hacer el pan y a tejer vestidos y otras cosas, y el oficio de hilar lo había aprendido de Adristas. Después de este rey la región se llamó Arcadia en lugar de Pelasgia y sus habitantes se llamaron arcadios en lugar de pelasgos.
Dicen que se casó no con una mujer mortal sino con una ninfa Dríade, pues hay ninfas que son llamadas Dríades, Epimelíades y otras Náyades.
III. Ovidio, Metamorfosis I, 1, 211 ss. (trad. J. A. Enríquez, Madrid, Espasa Calpe, 1994)
[Habla Zeus]
"La infamia de estos tiempos había llegado a mis oídos; con la esperanza de que no fuera verdad desciendo del Olimpo y, dios con semblanza humana, recorro la tierra. Sería demasiado largo enumerar la cantidad de delitos que encontré por todas partes: la realidad superaba las infamia que se contaban. Había atravesado el Ménalo, espantoso escondrijo de fieras, y junto con el Cilene también los pinares del gélido Liceo; tras ello entré en la sede, en la inhóspita morada del tirano de Arcadia, cuando ya el crepúsculo daba paso a la noche. Di señales de que había llegado un dios, por lo que el pueblo empezó a rezar. Entonces, Licaón primero se rió de las devotas oraciones, y luego dijo: "Voy a demostraros con una prueba evidente si éste es un dios o un mortal, y no quedarán dudas sobre la verdad." Planea darme muerte por la noche, cogiéndome por sorpresa cuando me halle vencido por el sueño (tal es la prueba de la verdad que quiere poner en acto), y, no contento con eso, le corta el cuello con una espada a un rehén que le había enviado el pueblo de los molosos, y mientras cuece una parte de sus miembros todavía palpitantes en agua hirviendo, asa otra parte sobre el fuego. Tan pronto como los puso sobre la mesa, con un rayo vengador hice que la casa se derrumbara sobre aquel lugar digno de su dueño. Éste huye aterrado, y una vez en el silencio de los campos aúlla, e inútilmente intenta hablar; la rabia se refleja en su rostro desde lo más profundo de su ser, el deseo de matar que ya solía demostrar lo dirige ahora hacia los rebaños, y también ahora sigue disfrutando con la sangre. Sus ropas se transforman en pelo, los brazos en patas: se convierte en un lobo. Pero conserva rastros de su antigua forma: tiene el mismo pelo canoso, la misma violencia en el rostro, el mismo brillo en la mirada y la misma ferocidad en su aspecto. Una casa ha caído, pero más de una tenía que haber sido destruida; allí por donde se extiende la tierra reina la feroz Erinis. Se diría que hay una conjura del delito: ¡que reciban todos, pues, al punto el castigo que merecen! ¡Ésa es mi sentencia!"
Algunos aprueban abiertamente las palabras de Júpiter, alimentando aún más su ira, mientras que otros se limitan a asentir. A todos les duele, sin embargo, la pérdida de la raza humana, e inquieren cuál será en el futuro el aspecto de la tierra cuando esté privada de los mortales, quién llevará incienso a los altares, y si piensa dejar que sean las fieras las que pueblen el mundo. Ante tales preguntas el supremo rey, puesto que él se va a encargar de todo, les dice que no teman y les promete el milagroso nacimiento de una estirpe distinta a la anterior.
Valor paradigmático de los héroes. El ejemplo de Sócrates
J. L. David, "La muerte de Sócrates"
Platón, Apología 28b (trad. J. Calonge)
[Habla Sócrates]
“Quizás alguien diga: ‘¿No te da vergüenza, Sócrates, haberte dedicado a una ocupación tal por la que ahora corres peligro de morir?’ A éste yo, a mi vez, le diría unas palabras justas: ‘No tienes razón, amigo, si crees que un hombre que sea de algún provecho ha de tener en cuenta el riesgo de vivir o morir, sino el examinar solamente, al obrar, si hace cosas justas o injustas y actos propios de un hombre bueno o de un hombre malo.
De poco valor serían, según tu idea, cuantos semidioses murieron en Troya y, especialmente, el hijo de Tetis, el cual, ante la idea de aceptar algo deshonroso, despreció el peligro hasta el punto de que, cuando, ansioso de matar a Héctor, su madre, que era diosas, le dijo, según creo, algo así como: ‘Hijo, si vengas la muerte de tu compañero Patroclo y matas a Héctor, tú mismo morirás, pues el destino está dispuesto para ti inmediatamente después de Héctor’; él, tras oírlo, desdeñó la muerte y el peligro, temiendo mucho más vivir siendo cobarde sin vengar a los amigos, y dijo: ‘Que muere yo en seguida después de haber hecho justicia al culpable, a fin de que no quede yo aquí junto a las cóncavas naves, siendo objeto de risa, inútil peso de la tierra’. ¿Crees que pensó en la muerte y en el peligro?”
© Henar Velasco López