El Final de Troya

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1. Aquiles y Pentesilea

 

Aquiles y Pentesilea

 

 

 

Apolodoro, Epítome 5, 1-2 (trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

 Pentesilea, hija de Otrere y Ares que había dado muerte involuntariamente a Hipólita, fue purificada por Príamo. Mató a muchos en combate, entre ellos a Macaón, pero más tarde murió a manos de Aquiles; éste, enamorado de la amazona después de muerta, mató a Tersites por haberse burlado de él.

La madre de Hipólito fue Hipólita, llamada también Glauce y Melanipe. Cuando se celebraban las bodas de Fedra se presentó armada y amenazó con matar a los convidados de Teseo, pero fue muerta en la pelea, ya involuntariamente por su aliada Pentesilea, ya por Teseo o por quienes lo rodeaban, que al ver la actitud de las amazonas cerraron rápidamente las puertas y apresándola la mataron.

 

 

 

 

 

 

 

 

Aquiles y Pentesilea. Detalle

Diodoro II, 46, 5 (trad. F. Parreu Alasà, Madrid, Gredos, 2001)

Tras la campaña de Heracles, pocos años después, durante la guerra troyana, afirman que Pentesilea, la reina de las Amazonas supervivientes, que era hija de Ares, después de haber cometido un asesinato familiar, huyó de su patria por el crimen. Aliada con los troyanos después de la muerte de Héctor, eliminó a muchos griegos y, después de distinguirse en el combate, perdió heroicamente la vida, eliminada por Aquiles. Dicen, pues, que ésa fue la última de las Amazonas que destacó con valentía; en adelante, el pueblo fue disminuyendo y se debilitó totalmente; por tanto, en las épocas más recientes, cuando algunos tratan de su valentía, lo contado sobre las Amazonas en la antigüedad se considera mitos inventados.

 

 

Aquiles y Pentesilea

 

Etiópida, Resumen de Proclo (trad. A. Bernabé, Fragmentos de épica griega arcaica, Madrid, Gredos, 1979, p. 141 s.)

La amazona Pentesilea, hija de Ares, tracia de origen, llega junto a los troyanos, dispuesta a combatir como aliada de ellos. Cuando destacaba en la batalla, la mata Aquiles y los troyanos la sepultan.

Aquiles mata a Tersites, al ser objeto de las injurias de éste y por haberle echado en cara su supuesto amor por Pentesilea. Después de eso surge una disputa entre los aqueos a propósito de la muerte de Tersites.

Después de eso, Aquiles se embarca en dirección a Lesbos y tras haber celebrado un sacrificio en honor de Apolo, Ártemis y Leto, es purificado del crimen por Ulises.

Memnón...

Luego entierran a Antíloco y exponen el cadáver de Aquiles.

Tetis, llegada con las Musas y sus hermanas, entona el planto por su hijo. Después de eso, Tetis, tras arrebatar a su hijo de la pira, se lo lleva a la isla Leuca (“Blanca”).

Los aqueos levantan un túmulo e instituyen juegos. A propósito de las armas de Aquiles sobreviene una disputa entre Ulises y Áyax.

 

 

 

 

 

 

 

2. Aquiles y Memnón

 

Aquiles y Memnón

 

Apolodoro, Epítome 5, 3-4 (trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Memnón, hijo de Titono y Eos, que había llegado a Troya con una gran fuerza de etíopes contra los helenos, mató a muchos y también a Antíloco, pero a él le dio muerte Aquiles. Éste, cuando perseguía a los troyanos, fue herido en el talón con una flecha por Alejandro y Apolo junto a las puertas Esceas. Entablado combate por su cadáver, Áyax mató a Glauco, entregó las armas para que las llevasen a las naves y, aunque, hostigado por las flechas, cogió el cuerpo y lo transportó a través de los enemigos, mientras Odiseo rechazaba a los atacantes.

 

 

 

 

Eos se lleva el cadáver de su hijo Memnón


Etiópida, Resumen de Proclo (trad. A. Bernabé, Fragmentos de épica griega arcaica, Madrid, Gredos, 1979, p. 141 s.)

Memnón, hijo de la Aurora, provisto de panoplia forjada por Hefesto, llega junto a los troyanos, dispuesto a ayudarlos. Tetis le predice a su hijo lo que se refiere a Memnón.

Al producirse un choque, Antíloco muere a manos de Memnón. Luego, Aquiles mata a Memnón. La Aurora le concede la inmortalidad, tras habérselo suplicado a Zeus.

 

 

 

 

Colosos de Memnón en Egipto

 

 

3. Muerte de Aquiles

 

Aquiles y su tendón

Homero, Ilíada XIX, 408 ss.
((Traducción de Luis Segalá y Estalella)

(Janto, el caballo de Aquiles, se dirige a su amo)

—Hoy te salvaremos aún, impetuoso Aquileo; pero está cercano el día de tu muerte, y los culpables no seremos nosotros, sino un dios poderoso y el hado cruel.

Homero, Ilíada XXI, 273 ss.
((Traducción de Luis Segalá y Estalella)

(Habla Aquiles)

—¡Padre Zeus! ¿Cómo no viene ningún dios a salvarme a mí, miserando, de la persecución del río; y luego sufriré cuanto sea preciso. Ninguna de las deidades del cielo tiene tanta culpa como mi madre que me halagó con falsas predicciones: dijo que me matarían al pie del muro de los troyanos, armados de coraza, las veloces flechas de Apolo. ¡Ojalá me hubiese muerto Héctor, que es aquí el más bravo! Entonces un valiente hubiera muerto y despojado a otro valiente. Mas ahora quiere el destino que yo perezca de miserable muerte, cercado por un gran río; como el niño porquerizo a quien arrastran las aguas invernales del torrente que intentaba atravesar.


G. Hamilton, "Muerte de Aquiles":

 

 

Homero, Ilíada XXII, 355 ss.
((Traducción de Luis Segalá y Estalella)

Contestó [a Aquiles], ya moribundo, Héctor, el de tremolante casco:
— ¡Bien te conozco, y no era posible que te persuadiese, porque tienes en el pecho un corazón de hierro. Guárdate de que atraiga sobre ti la cólera de los dioses, el día en que Paris y Febo Apolo te harán perecer, no obstante tu valor, en las puertas Esceas.

 

 

 

 

Rubens, "Muerte de Aquiles": Paris dispara guiado por Apolo

Filóstrato, Heroico 51 (trad. F. Mestre, Madrid, Gredos 1996)

 La muerte de Aquiles se produjo tal como da a entender Homero, pues cuando dice que va a morir a manos de Paris y de Apolo, es porque sabía lo que había pasado en el templo de Apolo Timbreo y cómo, mientras hacía sacrificios y juramentos teniendo a Apolo por testigo, cayó muerto a traición. En cuanto al sacrificio de Políxema sobre el túmulo de Aquiles y el amor que hubo entre ambos, del que suelen hablar los poetas, esto es lo que hay: Aquiles amaba a Políxena y obtuvo permiso para realizar la boda, a condición de que persuadiera a los aqueos de levantar el sitio de Troya; Políxena también amaba a Aquiles. Se habían visto uno al otro cuando el rescate de Héctor, pues Príamo fue a casa de Aquiles e hizo que su hija, la más joven de las que le había dado Hécuba, lo condujera de la mano –porque eran siempre los hijos más jóvenes los que acompañaban los pasos de los padres–. Ciertamente, Aquiles era tan respetuoso con la justicia que, a pesar de estar muy enamorado, no intentó raptar a la muchacha cuando se encontraba en su casa, sino que se puso de acuerdo con Príamo para poder casarse con ella, depositando en él su confianza aun cuando Príamo quería aplazar la boda.

Así que, al morir sin armas en el transcurso de aquellos juramentos, se dice que, aunque las troyanas huyeron del santuario y los troyanos se dispersaron –no habían podido aguantar la caída de Aquiles sin sentir miedo–, Políxena desertó y huyó al campo de los griegos; la llevaron a casa de Agamenón donde vivió con mucha dignidad y prudencia, como una hija en casa de su padre; pero cuando ya hacía tres días que yacía Aquiles, se fue corriendo, de noche, a su túmulo y se dejó caer sobre su espada, profiriendo lamentos por su boda frustrada, y rogando a Aquiles que siguiera amándola y que la llevara para no traicionar su promesa de matrimonio.

 

 

Tetis y Nereidas lloran a Aquiles. Museo del Louvre

 

J. H. Schönfeld, "Alejandro visita la tumba de Aquiles", ca. 1630

Apolodoro, Epítome 5, 5-7 (trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

 La muerte de Aquiles llenó de consternación al ejército. Lo enterraron con Patroclo en la isla Leuca, mezclando los huesos de ambos.

Se dice que después de muerto Aquiles, habitó con Medea en las islas de los Bienaventurados. En los juegos celebrados en su honor Eumelo venció en la carrera de carros, Diomedes en la pedestre, Áyax con el disco y Teucro con el arco. Las armas de Aquiles se ofrecieron como premio al más valiente, y por ellas rivalizaron Áyax y Odiseo. Los jueces fueron los troyanos, o según algunos los aliados. Fue elegido Odiseo, y Áyax, perturbado por el despecho, planeó un ataque al ejército durante la noche; pero Atenea lo enloqueció y lo dirigió, armado con una espada, contra los rebaños. Furioso, mató reses y pastores, creyéndolos aqueos; más tarde, al recobrar la razón, se suicidó. Agamenón prohibió incinerarlo y así es el único de cuantos murieron en Ilión que yace en un sarcófago; su tumba está en Reteo.

 

 

4. Muerte de Ayante

 

Ayante carga a sus hombros el cadáver de Aquiles

Filóstrato, Heroico 18 (trad. F. Mestre, Madrid, Gredos 1996)

...Todo el ganado que se pierde, es por culpa de Áyax, por aquella leyenda de que enloqueció y la emprendió con los rebaños; dicen que los descuartizó, creyendo que asesinaba a aqueos, concluida ya la contienda. Ya nadie lleva sus rebaños a pastar cerca de su túmulo, por miedo a que la hierba crezca infectada y sea venenosa para los animales.

También se suele contar que, una vez, los pastores troyanos se portaron insolentemente con Áyax porque sus reses estaban enfermas; se pusieron alrededor de su túmulo y llamaban al héroe “enemigo de Héctor”, “enemigo de Troya y de sus greyes”; el uno aseguraba que había estado loco, el otro que aún lo estaba y el más desvergonzado de los pastores exclamaba: “Áyax ya no resistió...”, interrumpiendo aquí el verso, como si se tratara de un cobarde. Pero Áyax, profiriendo un grito terrorífico desde su tumba, “¡todavía resisto!”, exclamó. Entonces, dicen, hacía ruido con las armas, como solía hacerlo en las batallas. No debe extrañarnos lo que les pasó, después de esta experiencia, a aquellos infelices; aunque troyanos, no eran más que pastores y estaban aterrados por si Áyax los atacaba. Unos se cayeron al suelo, otros temblaban sin parar, otros corrieron huyendo hacia donde estaban los rebaños. A pesar de todo, Áyax es digno de admiración: pues no mató a ninguno, sino que soportó las ofensas que le hicieron, y se contentó con mostrarles que los había oído. En cambio, Héctor... el año pasado le violentó un muchacho, un jovencito, al parecer, con poca cultura; se abalanzó sobre él y lo mató en medio del camino, encargándole el trabajo a un río.

 

Exequias, "Ayante prepara la espada para su suicidio".

Sófocles, Áyax 815 ss. (trad. A. Alamillo, Madrid, Gredos, 2000)

Áyax. –La que me ha de matar está clavada por donde más cortante podrá ser, si alguno tiene, incluso, la calma de calcularlo. Es un regalo de Héctor, el que me es más aborrecible de mis huéspedes, y el más odioso a mi vista. Está hundida en tierra enemiga, en la Tróade, recién afilada con la piedra que roe el hierro. Yo la he fijado con buen cuidado, de modo que, muy complaciente para este hombre, cuanto antes le haga morir. Y así bien equipados vamos a estar.

Después de estos preparativos, tú el primero, ¡oh Zeus!, como es justo, socórreme. No te pido alcanzar un gran privilegio: que envíes un mensajero que lleve la noticia fatal a Teucro, a fin de que él, el primero, me levante, cuando haya caído en esta espada, con la sangre aún reciente, y no suceda que, reconocido antes por alguno de mis enemigos, me dejen expuesto, presa y botín de perros y aves de rapiña. Esto es lo que te suplico, oh Zeus, y a la vez invoco a Hermes, el que conduce al mundo subterráneo, que bien me haga dormir, después que, sin convulsiones y en rápido salto, me haya traspasado el costado con esta espada.

Invoco también en mi ayuda a las siempre vírgenes, que sin cesar contemplan los sufrimientos de los mortales, a las augustas Erinis, de largos pasos, para que sepan cómo yo perezco, desdichado, por culpa de los Atridas. ¡Ojalá los arrebaten a ellos, malvados, del peor modo, destruidos por completo, igual que ven que yo caigo muerto por mi propia mano! ¡Así perezcan aniquilados por sus más queridos familiares! Venid, rápidas y vengadoras Erinis, hartaros, no tengáis clemencia con ninguno del ejército.

Y tú también, oh Sol, que el inaccesible cielo recorres en tu carro, cuando veas mi tierra patria, sujeta la rienda dorada y anuncia mi desgracia y mi destino a mi anciano padre y a mi desgraciada madre. De seguro que la infeliz, cuando oiga esta noticia, un gran gemido lanzará por toda la ciudad. Pero no es provechoso lamentarse en vano de estas cosas, sino que hay que poner manos a la obra cuanto antes.

Ayante se arroja sobre la espada

¡Oh Muerte, muerte!, ven ahora a visitarme. Pero a ti también allí te hablaré cuando viva contigo, en cambio a ti, oh resplandor actual del brillante día, y a ti,el auriga Sol, os saludo por última vez y nunca más lo haré de nuevo. ¡Oh luz, oh suelo sagrado de mi tierra de Salamina!, ¡oh fuentes y ríos de aquí, llanura troyana!, a vosotros os hablo y os digo adiós, ¡oh vosotros que habéis sido alimento para mí! Esta palabra es la última que os dirijo, las demás se las diré a los de abajo en el Hades.

 

Ib. 897 ss.

Tecmesa. –Áyax yace aquí, se nos acaba de sacrificar atravesado por la espada que está oculta.

Coro. –¡Ay de mi regreso! ¡Ay, has matado a la vez, oh señor, a este compañero de travesía, oh desgraciado de mí! ¡Oh desdichada mujer!...

 

Tecmesa cubre el cadáver de Ayante, su esposo.

Tecmesa. –No está para ser visto. Yo lo cubriré con este manto que le abarca por completo, ya que nadie, ni siquiera un amigo, podría soportar verle expulsando negra sangre por las narices y de su mortal herida por su propio suicidio. ¡Ay de mí! ¿Qué haré? ¿Quién de tus amigos te levantará? ¿Dónde está Teucro? ¡Qué a punto vendría, si llegara, para ayudarme a enterrar a su hermano! Aquí yaces muerto, ¡oh infortunado, Áyax!, siendo cual ere, ¡En qué estado te encuentras, que te hace merecedor de alcanzar lamentos, incluso, de tus enemigos!...

Palas, la terrible diosa hija de Zeus, ha causado, sin embargo, tal dolor para agrado de Odiseo.

Coro. –Sin duda que el muy osado varón se ensoberbece en su sombrío corazón y ríe por estos frenéticos males con estentórea carcajada, ¡ay, ay! y juntamente los dos soberanos Atridas al escucharlo.

Tecmesa. –Pues bien, ¡que ellos se rían y se regocijen con las desgracias de éste! Que, tal vez, aunque no le echaban de menos mientras vivía, le lamenten muerto por la necesidad de su lanza. Los torpes no conocen lo valioso, aun teniéndolo en sus manos, hasta que se lo arrebatan... A los dioses concierne su muerte, no a aquéllos, no... Áyax no existe ya para ellos, se ha ido dejándome penas y lamentos.

 

 

 

5. El destino de Filoctetes

 

Sófocles, Filoctetes 261 ss.

Yo soy aquel de quien tal vez has oído decir que es dueño de las armas de Heracles, Filoctetes, el hijo de Peante, al que los caudillos y el rey de los cefalonios [Odiseo] abandonaron vergonzosamente, indefenso, cuando me consumía por cruel enfermedad, atacado por sangrienta mordedura de una víbora matadora de hombres. En compañía de mi mal, hijo, aquellos me dejaron aquí solo y se marcharon una vez que atracaron aquí con la flota naval procedentes de la marina Crisa.

Entonces, tan pronto como vieron que yo estaba durmiendo después de la fuerte marejada, junto a la orilla, en una abovedada gruta, contentos me abandonaron y se fueron tras dejarme, como para un mendigo, unos pocos andrajos y también algo de alimento. ¡Mínima ayuda que ojalá obtengan ellos!

Filoctetes en la isla de Lemnos

v. 1018 ss.

Y ahora, respecto a mí, desgraciado, tienes intención de sacarme atado de este promontorio en donde tú me arrojaste antes, sin amigos, abandonado, sin patria, como un muerto entre vivos. ¡Ah! ¡Ojalá perezcas! En muchas ocasiones he pedido esto para ti, pero los dioses nada agradable me conceden, y, mientras tú disfrutas de vivir, yo me atormento por eso mismo, porque vivo entre abundantes desgracias, miserable, siendo objeto de burla por parte tuya y de los dos jefes hijos de Atreo, de quienes ahora tú estás cumpliendo órdenes...

Y ahora, ¿por qué me conducís? ¿Por qué me lleváis? ¿Con qué objeto? A mí, que nada soy y estoy muerto para vosotros desde hace tiempo. ¿Cómo es, oh ser aborrecido por los dioses, que ahora ya no me consideráis un cojo pestilente? ¿Cómo podréis quemar ofrendas a los dioses si yo voy en la travesía? ¿Cómo hacer libaciones? Pues éste era para ti el pretexto para arrojarme. ¡Así pereciérais infamemente! Y pereceréis por haber sido injustos conmigo, si es que a los dioses les preocupa la justicia. Y sé que les preocupa, en efecto, ya que en otro caso nunca hubiérais hecho esta expedición por causa mía, desdichado, a no ser que un aguijón de origen divino os hubiera guiado en mi busca.

Pero, ¡oh tierra paterna y dioses que todo veis!, castigadlos, castigadlos, aunque tarde, a todos ellos, si sentís alguna compasión por mí. Porque vivo lastimosamente, pero, si pudiera verlos muertos, me parecería que me habría liberado de mi dolencia.

 

 

Apolodoro, Epítome 5, 8 (trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

En el décimo año de la guerra los helenos estaban desanimados y Calcante les advirtió que Troya no podría ser tomada sin el concurso de las armas de Heracles. Al oír esto Odiseo se dirigió con Diomedes a Lemnos, ante Filoctetes, y después de adueñarse del arco y las flechas mediante engaños, lo convenció para que navegase a Troya. Filoctetes llegó y, una vez curado por Podalirio, flechó a Alejandro.

 

 

6. Las profecías de Héleno.

 

Reconstrucción de la Toma de Troya según Polignoto

 

Odiseo entrega las armas a Neoptólemo o Pirro, hijo de Aquiles

Apolodoro, Epítome 5, 9-10 (trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Al morir éste (Alejandro), Héleno y Deífobo disputaron por casarse con Helena. Como fuese preferido Deífobo, Héleno abandonó Troya y se marchó a vivir al Ida. Cuando Calcante dijo que Héleno conocía los oráculos que protegían a la ciudad, Odiseo, mediante una emboscada, lo hizo prisionero y lo condujo al campamento.

Héleno fue obligado a decir cómo se podría tomar Ilión: primero si traían los huesos de Pélope, segundo si Neoptólemo luchaba a su lado, y tercero si el Paladio caído del cielo era robado, pues mientras estuviera dentro la ciudad sería inexpugnable.

 

Apolodoro, Epítome 5, 11-12 (trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Cuando los helenos oyeron esto, hicieron traer los huesos de Pélope y enviaron a Odiseo y Fénix ante Licomedes en Esciros para persuadirlo de que dejase ir a Neoptólemo. Éste llegó al campamento, tomó las armas de su padre, cedidas voluntariamente por Odiseo, y mató a muchos troyano. Más tarde llegó como aliado de los troyanos Euripilo, hijo de Télefo, con gran contingente de misios; y después de realizar actos heroicos pereció a manos de Neoptólemo.

 

 

 

Diomedes y Odiseo roban el paladio, ca. 350 a.C.

Apolodoro, Epítome 5, 13 (trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Odiseo fue de noche hasta la ciudad con Diomedes, dejó a éste esperándolo y mientras él, desfigurado y vestido con ropas humildes, entró inadvertido en la ciudad como mendigo; allí fue reconocido por Helena, y con su ayuda, tras dar muerte a gran número de los que custodiaban el Paladio, lo robó y con Diomedes lo llevó a las naves.

 

Homero, Odisea IV, 237 ss.
((Traducción de Luis Segalá y Estalella)

(Habla Helena)
 

No podría narrar ni referir todos los trabajos del paciente Odiseo y contaré tan sólo esto, que el fuerte varón ejecutó y sobrellevó en el pueblo troyano donde tantos males padecisteis los aqueos. Infirióse vergonzosas heridas, echóse a la espalda unos viles andrajos, como si fuera un siervo, y se entró por la ciudad de anchas calles donde sus enemigos habitaban. Así, encubriendo su persona, se transfiguró en otro varón, en un mendigo, quien no era tal ciertamente junto a las naves aqueas. Con tal figura penetró en la ciudad de Troya. Todos se dejaron engañar y yo sola le reconocí e interrogue, pero él con sus mañas se me escabullía. Mas cuando lo hube lavado y ungido con aceite, y le entregué un vestido, y le prometí con firme juramento que a Odiseo no se le descubriría a los troyanos hasta que llegara nuevamente a las tiendas y a las veleras naves, entonces me refirió todo lo que tenían proyectado los aqueos. Y después de matar con el bronce de larga punta a buen número de troyanos, volvió a los argivos, llevándose el conocimiento de muchas cosas. Prorrumpieron las troyanas en fuertes sollozos. y a mí el pecho se me llenaba de júbilo porque ya sentía en mi corazón el deseo de volver a mi casa y deploraba el error en que me había puesto Afrodita cuando me condujo allá, lejos de mi patria, y hube de abandonar a mi hija, el tálamo y un marido que a nadie le cede ni en inteligencia ni en gallardía...
 

Odiseo con el Paladio

Eurípides, Hécuba 239 ss.(trad. J. A. López Férez, Madrid, Gredos, 2000)

Hécuba. –¿Recuerdas cuando viniste como espía a Ilión, deforme con andrajos y te goteaban por la barba hilillos de sangre de tus ojos?

Ulises. –Lo recuerdo. Pues me sentí herido en lo hondo del corazón.

Hécuba. –¿Y que Helena te reconoció y me lo dijo a mí sola?

Ulises. –Me acuerdo de que llegué a un gran peligro.

Hécubla. –¿Y que, con gesto humilde, tocaste mis rodillas?

Ulises. –Hasta el extremo de que mi mano se murió en tu peplo.

Hécuba. –¿Te salvé, entonces, y te envié fuera del país?

Ulises. –Por eso puedo ver esta luz del sol

Hécuba. –¿Qué dijiste entonces, siendo esclavo mío?

Ulises. –Invenciones de muchas palabras, con tal de no morir.

Hécuba. –¿Y no te envileces, entonces, con estas decisiones, tú que reconoces haber recibido de mí un trato tal como lo recibiste, y que en nada nos haces bien, sino daño cuanto puedes? Desagradecido es vuestro linaje, todos cuantos envidiáis los cargos de hablar en público. Ojalá no me fuerais conocidos vosotros, los que no os preocupáis de causar daños a los amigos, cuando decís algo por halago a los más. Mas ¿qué artificio es ese en que pensaban cuando decidieron la pena de muerte contra esta niña? ¿Acaso los indujo la necesidad de degollar una persona junto a la tumba, donde más bien conviene sacrificar bueyes? ¿O es que Aquiles, queriendo matar a su vez a quienes lo mataron, reclama con justicia la muerte contra ella?

 

7. El caballo de Troya

 

Vasija de Miconos, s. VII a.C. con la escena del caballo de Troya en el cuello. Y detalle de la misma imagen más abajo.

 

 

 

 

 

 

Homero, Odisea XI, 504 ss.
((Traducción de Luis Segalá y Estalella)

Así habló (Aquiles); y le contesté (yo, Odiseo) diciendo:
—Nada ciertamente he sabido del intachable Peleo; mas de tu hijo Neoptólemo te diré toda la verdad, como lo mandas, pues yo mismo lo llevé en una cóncava y bien proporcionada nave, desde Esciro al campamento de los aqueos de hermosas grebas. Cuando teníamos consejo en los alrededores de la ciudad de Troya, hablaba siempre antes que ninguno y sin errar; y de ordinario tan sólo el divino Néstor y yo le aventajábamos. Mas, cuando peleábamos con las broncíneas armas en la llanura de los troyanos, nunca se quedaba entre muchos guerreros ni en la turba; sino que se adelantaba a toda prisa un buen espacio, no cediendo a nadie en valor, y mata a gran número de hombres en el terrible combate. Yo no pudiera decir ni nombrar a cuántos guerreros dio muerte, luchando por los argivos; pero referiré que mató con el bronce a un varón como el héroe Eurípido Teléfida, en torno del cual perdieron la vida muchos de los compañeros
ceteos a causa de los presentes que se habían enviado a una mujer. Aún no he conseguido ver un hombre más gallardo, fuera del divinal Memnón.

 

Y cuando los más valientes argivos penetramos en el caballo que fabricó Epeo y a mí se me confió todo -así el abrir como el cerrar la sólida emboscada-, los caudillos y príncipes de los dánaos se enjugaban las lágrimas y les temblaban los miembros; pero nunca vi con estos ojos que a él se le mudara el color de la linda faz, ni que se secara las lágrimas de las mejillas: sino que me suplicaba con insistencia que le dejase salir del caballo, y acariciaba el puño de la espada y la lanza que el bronce hacía ponderosa, meditando males contra los teucros.

 

Y así que devastamos la excelsa ciudad de Príamo y hubo recibido su parte de botín y además una señalada recompensa, embarcóse sano y salvo, sin que le hubiesen herido con el agudo bronce ni de cerca ni de lejos, como ocurre frecuentemente en las batallas pues Ares se enfurece contra todos si distinción alguna.

 

Así dije; y el alma del Eácida, el de pies ligeros, se fue a buen paso por la pradera de asfódelos, gozosa de que le hubiesen participado que su hijo era insigne.

 

 

 

 

 

El caballo entra en Troya. Pintura Pompeyana

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pequeña Ilíada, Resumen de Proclo (trad. A. Bernabé, Fragmentos de épica griega arcaica, Madrid, Gredos, 1979, p. 157 s.)

...Los troyanos sufren el asedio.

Epeo, de acuerdo con el plan de Atenea, construye el caballo de madera.

Ulises, tras haberse desfigurado, se presenta en Troya como espía y, reconocido por Helena, planea con ella la captura de la ciudad. Tras matar a algunos troyanos, regresa a las naves.

Después de eso, con la ayuda de Diomedes, se lleva de Troya el Paladión.

Luego, una vez que han hecho entrar a los mejores en el caballo de madera y han quemado las tiendas, los demás griegos se retiran a Ténedos.

Los troyanos, pensando que se han librado de sus males, acogen en la ciudad el caballo de madera, tras abrir una brecha en el muro, y se banquetean, en la idea de que han vencido a los griegos.

 

Caballo de Troya por C. Arcimboldo

Homero, Odisea IV, 265 ss.
((Traducción de Luis Segalá y Estalella)

(Habla Menelao)

Respondióle el rubio Menelao:
—Sí, mujer,
con gran exactitud lo has contado. Conocí el modo de pensar y de sentir de muchos héroes, pues llevo recorrida gran parte de la tierra: pero mis ojos jamás pudieron dar con un hombre que tuviera el corazón de Odiseo, de ánimo paciente, ¡Qué no hizo y sufrió aquel fuerte varón en el caballo de pulimentada madera, cuyo interior ocupábamos los mejores argivos para llevar a los troyanos la carnicería y la muerte! Viniste tú en persona -pues debió de moverte algún numen que anhelaba dar gloria a los troyanos- y te seguía Deífobo semejante a los dioses. Tres veces anduviste alrededor de la hueca emboscada tomándola y llamando por su nombre a los más valientes dánaos: y, al hacerlo, remedabas la voz de las esposas de cada uno de los argivos. Yo y el Tidida, que con el divinal Odiseo estábamos en el centro, te oímos cuando nos llamaste y queríamos salir o responder desde dentro, mas Odiseo lo impidió y nos contuvo a pesar de nuestro deseo. Entonces todos los demás hijos de los aqueos permanecieron en silencio y sólo Anticlo deseaba responderte con palabras, pero Odiseo le tapó la boca con sus robustas manos y salvó a todos los aqueos con sujetarle continuamente hasta que te apartó de allí Palas Atenea.

 

G. Tiépolo, Los troyanos conducen el caballo a su ciudad

Homero, Odisea VIII, 486 ss.
((Traducción de Luis Segalá y Estalella)

(En la corte de los Feacios)

...el ingenioso Odiseo habló a Demódoco de esta manera:

—¡Demódoco! Yo te alabo más que a otro mortal cualquiera, pues deben de haberte enseñado la Musa, hijo de Zeus, o el mismo Apolo, a juzgar por lo primorosamente que cantas el azar de los aqueos y todo lo que llevaron a cabo, padecieron y soportaron como si tú en persona lo hubieras visto o se lo hubieses oído referir a alguno de ellos. Mas, ea, pasa a otro asunto y canta como estaba dispuesto el caballo de madera construido por Epeo con la ayuda de Atenea; maquina engañosa que el divinal Odiseo llevó a la acrópolis, después de llenarla con los guerreros que arruinaron a Troya. Si esto lo cuentas como se debe, yo diré a todos los hombres que una deidad benévola te concedió el divino canto.

Así habló y el aedo, movido por divinal impulso, entonó un canto cuyo comienzo era que los argivos diéronse a la mar en sus naves de muchos bancos, después de haber incendiado el campamento, mientras algunos ya se hallaban con el celebérrimo Odiseo en el ágora de los teucros, ocultos por el caballo que éstos mismos llevaron arrastrando hasta la acrópolis.

Los griegos se dispersan por la ciudad

El caballo estaba en pie, y los teucros, sentados a su alrededor, decían muy confusas razones y vacilaban en la elección de uno de estos tres pareceres; hender el vacío leño con el cruel bronce, subirlo a una altura y despeñarlo, o dejar el gran simulacro como ofrenda propiciatoria a los dioses; esta última resolución debía prevalecer, porque era fatal que la ciudad se arruinase cuando tuviera dentro aquel enorme caballo de madera donde estaban los más valientes argivos, que causaron a los teucros el estrago y la muerte.

Cantó cómo los aqueos, saliendo del caballo y dejando la hueca emboscada, asolaron la ciudad; cantó asimismo cómo, dispersos unos por un lado y otros por otro, iban devastando la excelsa urbe, mientras que Odiseo, cual si fuese Ares, tomaba el camino de la casa de Deífobo, juntamente con el deiforme Menelao. Y refirió cómo aquél había osado sostener un terrible combate, del cual alcanzó Victoria por el favor de la magnánima Atenea.

Tal fue lo que cantó el eximio aedo; y en tanto consumíase Odiseo, y las lágrimas manaban de sus párpados y le regaban las mejillas.

 

 

Los griegos se esconden dentro del Caballo Troyano

 

Véase además, por supuesto, Virgilio, Eneida II, 13-267

 

 

 

Apolodoro, Epítome 5, 14-15 (trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Más tarde planeó la construcción de un caballo de madera y se lo encargó a Epeo, que era arquitecto. Éste cortó troncos en el Ida y construyó un caballo hueco y abierto en los flancos. Odiseo persuadió a los cincuenta mejores o, según el autor de la Pequeña Ilíada, a tres mil, para que entrasen en él; y a los demás, para que al llegar la noche quemasen las tiendas y, retirándose a las cercanías de Ténedos, fondearan allí y regresaran a la noche siguiente. Ellos obedecieron e introdujeron a los mejores en el caballo, después de confiar el mando a Odiseo y grabar la siguiente inscripción: “Los helenos en agradecimiento a Atenea por su regreso a la patria”. Ellos mismos quemaron sus tiendas, y dejando a Sinón, que debía encender una antorcha como señal, se hicieron a la mar durante la noche y quedaron al pairo en las proximidades de Ténedos.




 

 

 

 

 

 

8. Laocoonte

 

G. Tiépolo, Laocoonte intenta detener a los troyanos que conducen el caballo a la ciudad

 

 

Apolodoro, Epítome 5, 16-18 (trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Con el día los troyanos, al ver desierto el campamento de los griegos, creyeron que habían huido; llenos de júbilo, arrastraron el caballo y lo situaron ante el palacio de Príamo mientras deliberaban qué convenía hacer. Casandra advirtió que en él había hombres armados,

 

 

y así lo confirmó el adivino Laocoonte; entonces unos pensaron en quemarlo, otros en arrojarlo a un precipicio; pero como la mayoría opinara que se debía dejar como ofrenda consagrada a la diosa, se dispusieron al sacrificio y al festín. Apolo, sin embargo, les envió una señal: dos serpientes, después de atravesar el mar desde las islas cercanas, devoraron a los hijos de Laocoonte.

 

Higino, Fábulas 135 (S. Rubio Fernaz, Madrid, Ediciones Clásicas, 1997)

Laocoonte, hijo de Acetes, hermano de Anquises y sacerdote de Apolo, se había casado y había tenido hijos contra la voluntad de Apolo. El oráculo le ordenó rendir sacrificios en la playa.

Apolo, aprovechando la ocasión, envió dos serpientes marinas desde Ténedos a través de las olas para que mataran a sus hijos Antifantes y Timbreo. Cuando Laocoonte quiso prestarles auxilio también lo mataron entre sus anillos.

Los frigios pensaron que esto había sucedido porque Laocoonte había lanzado un venablo contra el caballo de Troya.

Véase además un comentario en la página de los alumnos

 

 

9. Casandra. Sus advertencias y violación.

 

Casandra advierte a los troyanos

Saco de Troya o Iliupersis, Resumen de Proclo (trad. A. Bernabé, Fragmentos de épica griega arcaica, Madrid, Gredos, 1979, p. 181 s.)

Los troyanos, recelosos por el asunto del caballo, en círculo a su alrededor discuten qué debe hacerse. Unos opinan que se le despeñe, otros, que se le queme. Otros aseguran que, como objeto sagrado, deben ofrecérselo a Atenea. Al fin prevalece la opinión de éstos.

Entregados a la alegría, se banquetean, en la idea de que se han librado de la guerra.

En ese mismo momento aparecen dos serpientes que matan a Laocoonte y a uno de sus hijos.

Desazonados por el prodigio, los compañeros de Eneas se retiran al Ida.

Sinón, que antes se había introducido subrepticiamente en la ciudad, levanta las antorchas para hacer señales a los aqueos.

Los que llegan por mar de Ténedos y los del caballo de madera atacan a los enemigos y tras dar muerte a muchos toman la ciudad al asalto.

Neoptólemo mata a Príamo que se había acogido al altar de Zeus Herceo.

Menelao, una vez que encuentra a Helena se la lleva a las naves después de matar a Deífobo.

Solomon, "Ayante Oileo se lleva a Casandra"

 

A Casandra la arrastra por la fuerza Áyax, hijo de Ileo, que se lleva a la vez la imagen de madera de Atenea. Irritados por ello, los griegos deciden lapidar a Áyax, pero él se acoge al altar de Atenea y se salva así del peligro que lo amenazaba.

Luego los griegos zarpan y Atenea maquina su perdición en el mar.

Apolodoro, Epítome 5, 19-22 (trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Cuando llegó la noche y a todos los invadió el sueño, los helenos zarparon de Ténedos y Sinón encendió la antorcha en la tumba de Aquiles para guiarlos. Helena mientras tanto andaba en torno al caballo y llamaba a los héroes imitando las voces de sus mujeres. Anticlo quiso responder, pero Odiseo le tapó la boca. Y cuando les pareció que los enemigos estarían dormidos, abrieron el caballo y salieron con sus armas. Primero salió Equión, hijo de Porteo, que se mató al saltar; pero los demás se descolgaron por una cuerda y alcanzando las murallas abrieron las puertas y acogieron a los que habían llegado de Ténedos.

Casandra se refugia junto al Paladio, ca. 350-330 a.C.

Éstos avanzaron armados hasta la ciudad y, entrando en las casas, asesinaron a los que dormían. Neoptólemo mató a Príamo, que se había refugiado en el altar de Zeus Herceo. Odiseo y Menelao reconocieron a Glauco, hijo de Anténor, que huía hacia su casa, y con su intervención armada lo salvaron. Eneas, llevando a hombros a su padre Anquises, huyó; por su piedad, los helenos lo dejaron marchar. Menelao, después de matar a Deífobo, condujo a Helena a las naves. También Demofonte y Acamante, hijos de Teseo, se llevaron a Etra, madre de Teseo; pues de éstos se dice que habían ido a Troya más tarde. El locrio Áyax, viendo a Casandra abrazada a la estatua de Atenea, la violó; por eso la imagen mira hacia el cielo...

 

 

 

 

 

 

 

Fresco pompeyano con Casandra refugiada junto a la estatua de Atenea

Alceo V. 298 (Trad. Fco. Rodríguez Adrados, Lírica, Madrid, Gredos, 1982 p. 322 s.)

… avergonzando (?) a los que han hecho cosas injustas… debemos poniendo al cuello (?)… con lapidación… Mucho mejor habría sido para los aqueos… (si al impío) hubieran matado… costeando junto a Egas… habrían hallado un mar (más en calma)… del templo la hija de Príamo cogiendo la barbilla de Atenea dadora de botín, mientras los enemigos (?) conquistaban Troya… a Deífobo al tiempo… y un llanto desde el muro… y el clamor de los niños… llenaba la llanura. (Áyax) lleno de rabia destructora vino (al templo) de la santa… Palas, que de todos los dioses felices (la más enemiga) es para los sacrílegos; … pero con ambas manos a la virgen, de pie ante la imagen, cogiendo (la ultrajó) el locrio y no temió… a la dadora de la guerra… ; y ella en forma terrible bajo sus cejas… palideciendo se lanzó hacia el mar de vino y al punto puso en movimiento negras tormentas… Áyax… del varón… marchó… durante toda la noche… a los primeros… terrible… se lanzó al mar… puso en movimiento… todo… no doce… vive… el infortunio a los mortales…

 

Relieve romano con la violación de Casandra

 

 

 

 

 

Apolodoro, Epítome 5, 23 (trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Como especial recompensa Agamenón recibió a Casandra... Cuando los griegos se disponían a regresar tras haber devastado Troya, fueron retenidos por Calcante, quien les dijo que Atenea estaba irritada con ellos por la impiedad de Áyax; quisieron matarlo, pero por haberse refugiado en el altar lo dejaron.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

10. Iliupersis: los destinos de Casandra, Príamo, Hécuba, Andrómaca y Astianacte

En una de las caras de la vasija Louvre G 152: Casandra es arrastrada por un soldado griego, otro golpea a un troyano, mientras lo defiende una mujer, quizás Andrómaca.

 

Saco de Troya o Iliupersis, Resumen de Proclo

(trad. A. Bernabé, Fragmentos de épica griega arcaica, Madrid, Gredos, 1979, p. 181 s.)

Después de que Ulises mata a Astianacte, Neoptólemo toma como recompensa a Andrómaca y reparten el resto del botín.

Demofonte y Acamante descubren a Etra y se la llevan consigo.

Luego, tras incendiar la ciudad, degüellan a Políxena sobre la tumba de Aquiles.

 

 

 

En la otra cara de la vasija  Louvre G 152: Políxena es conducida a su sacrificio, Príamo y Astianacte son muertos.

Apolodoro, Epítome 5, 21 - 23 (trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Neoptólemo mató a Príamo, que se había refugiado en el altar de Zeus Herceo...

Una vez que hubieron aniquilado a los troyanos, incendiaron la ciudad y después se repartieron el botín. Después de ofrecer sacrificios a todos los dioses precipitaron a Astianacte desde las torres y degollaron a Políxena sobre la tumba de Aquiles. Como especial recompensa Agamenón recibió a Casandra, Neoptólemo a Andrómaca y Odiseo a Hécuba -aunque según dicen algunos a Hécuba la obtuvo Héleno. Éste llegó con ella al Quersoneso y cuando fue transformada en perra la enterró en el lugar que ahora se llama Túmulo de la Perra. A Laódice, que sobresalía por su belleza entre las hijas de Príamo, la tragó la tierra a la vista de todos.

 

 

 

En el interior de la vasija Louvre G 152: escena de Briseida atendiendo a Fénix, paradigma acaso de la suerte de las cautivas.

 

Eurípides, Troyanas 199 ss.

(trad. J. L. Calvo Martínez, Madrid, Gredos, 2000)

Coro. - ¡Ay, ay! ¡Con qué lamentos desgranas ayes por tu ruina! ¡Ya no moveré de un lado a otro mi lanzadera en los telares del Ida! Por última vez contemplo los cuerpos de mis padres, por última vez... Mayores serán mis sufrimientos unida al lecho de un griego (¡maldita sea esa noche y mi destino!) o yendo por agua a la sagrada fuente de Priene como miserable esclava. ¡Ojalá marcháramos a la ilustre, a la próspera tierra de Teseo! Mas nunca, nunca a la corriente del Eurotas, a la odiosa mansión de Helena donde tendré que saludar como esclava a Menelao, el destructor de Troya.

 

 

Pintor Cleofrades: Iliupersis: Casandra arrancada del altar, muerte de Príamo y Astianacte

 

 

 

Eurípides, Troyanas 16 s. (trad. J. L. Calvo Martínez, Madrid, Gredos, 2000)

Contra los cimientos mismos del templo de Zeus el del Cerco ha caído muerto Príamo.

v. 475 ss. (Hécuba se lamenta): Era reina y casé con un rey; luego engendré hijos excelentes no sólo por el número, sino los más sobresalientes de los frigios. Ninguna mujer troyana, griega o bárbara, podrá jactarse de haber parido tales. Mas los vi caer bajo la lanza helena y mesé mis cabellos ante sus tumbas. A Príamo que los engendró lo lloré no porque conociera su muerte de otros labios, sino que yo misma -con estos ojos- vi cómo lo degollaban sobre el fuego del hogar y cómo destruían mi ciudad. Mis hijas, a quienes eduqué con esmero en la virginidad para honra y prez de sus esposos, para otros las eduqué, que las han arrancado de mis brazos. Y ni ellas tienen esperanza de volver a verme ni yo misma las veré jamás. Y lo último, la cornisa de mis lamentables males: yo que soy una anciana voy a llegar a la Hélade como esclava.

 

 

 

 

 

Pintor Cleofrades: Iliupersis: Casandra arrancada del altar

 

 

 

 

Eurípides, Troyanas 354 s. (trad. J. L. Calvo Martínez, Madrid, Gredos, 2000)

Casandra.-Madre, corona mi victoriosa cabeza y celebra mis bodas reales. Conque despídeme, y si no te parece que tengo suficiente celo, empújame a la fuerza. Que si existe Loxias, el ilustre Agamenón, soberano de los aqueos, va a concertar conmigo una boda más infausta que la de Helena. Voy a matarlo, voy a destruir su casa para tomar venganza de mis hermanos y padre...

Voy a demostrar que estos troyanos son más afortunados que los aqueos y, aunque estoy poseída, esto al menos afirmo libre de la locura báquica. Éstos por causa de una sola mujer, de un solo amor -por conquistar a Helena- ya han perdido millares de vidas. Y su experto general ha perdido lo que más quería en aras de un ser odioso. Ha entregado a su hermano el placer hogareño de sus hijos por causa de una mujer, que incluso vino de buena gana y no raptada a la fuerza.

 

 

Pintor Cleofrades: Iliupersis: Soldados arrancan a Casandra, Príamo a punto de ser asesinado, en sus rodillas sostiene el cadáver de Astianacte, Andrómaca intenta golpear a un soldado caído, Etra, madre de Teseo es rescatada por sus nietos.

 

 

 

Apolodoro, Epítome 5, 22

(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

 

También Demofonte y Acamante, hijos de Teseo, se llevaron a Etra, madre de Teseo; pues de éstos se dice que habían ido a Troya más tarde.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

11. El Pío Eneas

 

Eneas carga con su padre Anquises y lleva de la mano al pequeño Ascanio.

 

 

 

Apolodoro, Epítome 5, 22 (trad. M. Rodríguez de Sepúlveda, Madrid, Gredos, 1985)

Odiseo y Menelao reconocieron a Glauco, hijo de Anténor, que huía hacia su casa, y con su intervención armada lo salvaron. Eneas, llevando a hombros a su padre Anquises, huyó; por su piedad, los helenos lo dejaron marchar.

 

 

 

 

 

 

12. Políxena

 

Políxena y Hécuba

Eurípides, Hécuba 171 ss. (trad. J. A. López Férez, Madrid, Gredos, 2000)

Hécuba. –¡Oh criatura, oh hija de la madre más desdichada! Sal, sal de la vivienda, oye la voz de tu madre, oh criatura, para que sepas qué tipo, qué tipo de rumor he oído sobre tu vida.

Políxena. –¡Ay! Madre, madre, ¿qué gritas? ¿Qué novedad es la que me pregonas para espantarme de mi casa con este temor, como a un pájaro?

Hécuba. –¡Ay de mí, hija!

Políxena. –¿Por qué me dices palabras de mal augurio? Funesto presagio me parece.

Hécuba. –¡Ay, ay, por tu vida!

Políxena. –Habla. No lo ocultes por más tiempo. Tengo miedo, tengo miedo, madre. ¿Por qué gimes?

Hécuba. –¡Oh hija, hija de una madre desdichada...!

Políxena. –¿Qué es eso que vas a anunciar?

Sacrificio de Políxena. Londres, British Museum

Hécuba. –La opinión común de los argivos pretende degollarte en honor del hijo de Peleo, delante de su tumba.

Políxena. –¡Ay de mí, madre! ¿Cómo pronuncias las más terribles desgracias? Indícamelo, indícamelo, madre.

Hécuba. –Repito, hija, rumores de mal augurio. Anuncian que por votación de los argivos se ha decidido sobre tu vida.

Poíxena. –¡Oh tú que sufriste terriblemente! ¡Oh tú que lo has soportado todo! ¡Oh madre de vida infeliz! ¡Qué, qué ultraje odiosísimo e indecible ha suscitado de nuevo contra ti una divinidad! Ya no conservas esta hija, ya no seré tu compañera de esclavitud, desgraciada de mí, de una anciana desgraciada. Pues a mí, cachorro tuyo, como a ternera criada en la montaña, ¡infeliz de ti!, infeliz me verás arrancada de tu mano y con la garganta cortada, llevada a Hades bajo las tinieblas de la tierra, donde en compañía de los muertos yaceré feliz. Lloro, madre, por ti, desdichada, con cantos fúnebres llenos de lamentos; pero no deploro mi vida, ultraje y afrenta, sino que para mí morir es una suerte mejor.

 

Iliupersis. Conducción de Políxena

v. 216 ss.

Corifeo. –He aquí que llega Ulises a paso ligero, Hécuba, para indicarte alguna nueva noticia.

Ulises. –Mujer, creo que tú conoces la intención del ejército y la votación que se ha efectuado, pero, sin embargo, te lo contaré. Ha parecido bien a los aqueos degollar a tu hija Políxena junto al empinado túmulo del sepulcro de Aquiles. Me ordenan ser escolta y conductor de la muchacha. Como director y sacerdote de este sacrificio se erigió el hijo de Aquiles. ¿Sabes, pues, lo que has de hacer? Procura no ser apartada por la violencia y no entables conmigo un forcejeo personal. Reconoce tu fuerza y la inminencia de tus desgracias. Cosa sabia es, incluso en medio de las desgracias, pensar lo que se debe.

 

 

v. 518 ss.

Taltibio. –Dobles lágrimas quieres que yo obtenga, mujer, por compasión hacia tu hija. Pues, ahora, al contarte las desgracias, humedeceré estos ojos, como junto a la tumba, cuando ella murió. Estaba presente toda la multitud en pleno del ejército aqueo ante el túmulo para asistir al sacrificio de tu hija. El hijo de Aquiles, habiendo cogido de la mano a Políxena, la puso en lo más alto del túmulo, y yo estaba cerca. Escogidos y distinguidos jóvenes de los aqueos seguían, para impedir con sus manos los saltos de la ternera. Tras coger entre sus manos un copa llena, toda de oro, el hijo de Aquiles alza con su mano libaciones en honor de su padre muerto. Me hace señas para que pregone silencio a todo el ejército de los aqueos. Y yo, colocándome en medio, dije lo siguiente: “Callad, aqueos. Que esté en silencio todo el ejército. ¡Callad! ¡Silencio!” Puse en calma a la multitud.

Iliupersis. Sacrificio de Políxena

Y él dijo: “Oh hijo de Peleo, padre mío! Acéptame estas libaciones propiciatorias que atraen a los muertos. Ven, para que bebas la negra y pura sangre de la muchacha, sangre que te regalaremos el ejército y yo. Sé propicio para nosotros y concédenos soltar las popas y los frenos de las naves y volver todos a la patria consiguiendo un regreso propicio desde Troya.”

Eso dijo él y todo el ejército lo coreó. Y, luego, cogiendo por la empuñadura la espada dorada por ambos lados, la sacó de la vaina y les hizo señas a los jóvenes escogidos del ejército de los aqueos para que sujetaran a la doncella. Ella, en cuanto lo comprendió, exclamó las siguientes palabras: “¡Oh argivos que destruisteis mi ciudad! Moriré voluntaria. Que nadie toque mi cuerpo, pues ofreceré mi cuello con corazón bien dispuesto. Matadme, pero dejadme libre, para que muera libre, por los dioses. Pues, siendo una princesa, siento vergüenza de que se me llame esclava entre los muertos”.

Neoptólemo da muerte a Políxena

El ejército lo aprobó con estruendo, y el rey Agamenón dijo a los jóvenes que soltaran a la muchacha. Y ellos la soltaron tan pronto como oyeron la última palabra de quien era, precisamente, el máximo poder. Y una vez que ella escuchó esta orden de mi señor, cogiendo el peplo lo rompió desde lo alto de la espalda hasta la mitad del costado, junto al ombligo, mostró los senos y el pecho hermosísimo, como de estatua, y poniendo en tierra la rodilla dijo las palabras más valientes de todas: “Mira: golpea aquí, si es que deseas, oh joven, golpear mi pecho, y si quieres en la base del cuello, dispuesta está aquí mi garganta”.

Y él, queriendo y no queriendo por compasión a la muchacha, le corta con el hierro los pasos del aire. Salían chorros. Y ella, aún muriéndose, sin embargo, tenía mucho cuidado para caer en buena postura, ocultando lo que hay que ocultar a la mirada de los varones. Una vez que exhaló el aliento por la herida mortal, ningún aqueo tenía idéntica ocupación sino que, de entre ellos, unos cubrían a la muerta con hojas traídas en sus manos, otros completaban una pira trayendo ramas de pino; y el que no traía era criticado de la siguiente manera por el que traía: “¿Te estás quieto, oh malvadísimo, sin tener en tus manos un peplo ni un adorno en honor de la joven? ¿No vas a ir a dar algo para la en extremo animosa y extraordinaria de alma?”

Mientras digo tales cosas sobre tu hija muerta, te miro como la de mejores hijos entre todas las mujeres y la más desgraciada.

 

 

Argumento de Las Troyanas de Eurípides (trad. J. L. Calvo Martínez, Madrid, Gredos, 2000)

Después de la destrucción de Ilión, decidieron Atenea y Posidón destruir el ejército aqueo -el uno, porque todavía era fiel a su ciudad por haberla fundado; la otra, por odio contra los griegos por causa de la violación de Casandra por Áyax. Los griegos se sortearon a las prisionera de rango y entregaron Casandra a Agamenón, Andrómaca a Neoptólemo y Políxena a Aquiles. Pues bien, a esta última la degollaron sobre la tumba de Aquiles y a Astianacte lo arrojaron desde la muralla; Menelao se llevó a Helena con intención de matarla y Agamenón se llevó como novia a la profetisa.

Hécuba, luego de acusar a Helena y de lamentar y honrar a los muertos, fue llevada a la tienda de Odiseo y entregada a éste como esclava.

 v. 490 ss. (Hécuba se lamenta)

Yo que soy una anciana voy a llegar a la Hélade como esclava. Esto es lo más desventurado para una anciana: me encargarán de que guarde las llaves como portera -¡a mí, que parí a Héctor!- o de fabricar pan. Me acostaré en el suelo -que viene de un lecho real-, con mi arrugado cuerpo vestido con jirones de peplos arrugados, una deshonra para los poderosos. ¡Pobre de mí, qué cosas me han tocado en suerte, y me seguirán tocando, por la boda de una sola mujer!

¡Hija mía Casandra, compañera de los dioses en el éxtasis báquico, con qué infortunio has destruido tu pureza! Y tú, oh paciente Políxena, ¿dónde estás?... No consideréis feliz a nadie de los poderosos hasta el momento de su muerte.

 

 

 

13. Menelao recupera a Helena

 

Menelao amenaza con una espada a Helena

Eurípides, Troyanas 874 s. (trad. J. L. Calvo Martínez, Madrid, Gredos, 2000)

Menelao. -Los que por ella lucharon me la entregan para que la mate a menos que quiera llevármelo, sin matarla, a la tierra de Argos. He decidido rechazar la alternativa de matarla en Troya y llevármela en una nave a tierras de Grecia para entregarla allí a la muerte. Será una recompensa para quienes en Ilión perdieron a los suyos...

Helena.- Menelao, este comienzo es sin duda para asustarme, pues en manos de tus siervos he sido sacada por la fuerza delante de estas puertas. Sé que me odias, mas con todo quiero hacerte una pregunta: ¿qué habéis decidido los griegos y tú sobre mi vida?

Menelao.-No tuviste que llegar al recuento exacto de votos, pues todo el ejército, al cual ultrajaste, te entregó a mí para que te matara.

Helena.-¿Puedo, entonces, contestar a eso razonando que, si muerto, moriré injustamente?

Menelao.-No he venido con intención de hablar, sino de matarte.

Hécuba.-Escúchala, Menelao... pero concédeme también a mí la palabra para enfrentarme a ella...

 

Helena por De Morgan

Helena.-... En primer lugar, ésta fue quien engendró el origen de los males cuando alumbró a Paris. Después nos perdió a Troya y a mí el anciano que no mató al niño Alejandro bajo la forma de un tizón. Escucha ahora lo que se ha seguido de aquí. Éste dirimió el juicio de las tres diosas: el regalo de Palas a Alejandro era conquistar Grecia al frente de los frigios; Hera le prometió el dominio de los límites de Europa y Asia si Paris la elegía, y Afrodita, ensalzando mi figura, le prometió entregarme si sobrepasaba a las diosas en belleza. Escucha las razones de lo que pasó después: venció Cipris a las diosas y en esto mi boda benefició a Grecia: ni fue dominada por los bárbaros ni os sometisteis a su lanza ni a su tiranía.

En cambio, lo que hizo feliz a Grecia me perdió a mí, que fui vendida por mi belleza. Y se mi insulta por algo por lo que no debíais coronar mi cabeza.

Dirás que no me estoy refiriendo a la cuestión obvia: por qué escapé furtivamente de tu casa. El dios vengador que acompaña a ésta -llámalo Alejandro o Paris, como quieras-, vino trayendo consigo a una diosa nada insignificante. Y tú, el peor de los hombres, lo dejaste en tu propia casa, zarpando de Esparta en tu nave hacia Creta...

Castiga a la diosa, hazte más poderoso que Zeus, quien tiene poder sobre los demás dioses pero es esclavo de aquélla. Y ten comprensión conmigo...

 

Eurípides, Helena 31-37

Hera, ofendida por no haber vencido a su rival, convirtió en vano viento mi unión con Alejandro. Y no fui yo la que abrazaba al hijo del rey Píamo sino una imagen viva semejante a mí que la esposa de Zeus había fabricado con aire celeste. Y él creyó que me poseía, vana apariencia, sin poseerme.

 

Platón, Fedro 243 a-b (trad. E. Lledó Ínñigo, Madrid, 2000)

Hay, para los que son torpes, al hablar de "mitologías", un viejo rito purificatorio que Homero, por cierto, no sabía aún pero sí Estesícoro. Privado de sus ojos por su maledicencia contra Helena, no se quedó, como Homero, sin saber la cauda de su ignorancia, sino que, a fuer de buen amigo de las Musas, la descubrió e inmediatamente compuso: "No es cierto ese relato; ni embarcaste en las naves de firme cubierta, ni llegaste a la fortaleza de Troya". Y nada más que acabó de componer la llamada "palinodia", recobró la vista.


 

Véase E. Pardo Bazán, "La palinodia"

 

 

 

©  Henar Velasco López

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