Los protagonistas principales: Jasón y Medea
Estatua de Jasón con el vellocino
Apolodoro, Biblioteca I, 7, 3
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda,
Madrid, Gredos, 1985)
De Deucalión y Pirra nace primero Helén, hijo de Zeus según algunos...
De Helén y la ninfa Orseide nacieron Doro, Juto y Eolo. A los llamados griegos los denominó helenos a partir de su propio nombre y repartió el país entre sus hijos.
...Eolo, que reinó en la región cercana a Tesalia, denominó eolios a los suyos; y casado con Enárete, hija de Deímaco, tuvo siete hijos: Creteo, Sísifo, Atamante, Salmoneo, Deyón, Magnes y Perieres, y cinco hijas...
Apolodoro, Biblioteca I, 9, 1; 9, 8; 9, 16
De los hijos de Eolo, Atamante, que dominaba Beocia, engendró en Néfele un hijo, Frixo, y una hija, Hele.
Tiro, hija de Salmoneo y Alcídice, que fue criada por Creteo, hermano de aquél, se enamoró del río Enipeo, y a menudo se acercaba a su corriente para lamentarse. Pero Posidón, tomando la figura de Enipeo, se unió a ella, que en secreto dio a luz hijos gemelos y los abandonó. Expuestas las criaturas, una yegua de unos yegüeros que pasaban golpeó con el casco a uno de los niños y le hizo una señal morada en la frente. El yegüero recogió a ambos y los crió, y al de la marca morada (pelion) lo llamó Pelias, y al otro Neleo.
De Esón, hijo de Creteo, y Polimede, hija de Autólico, nació Jasón, que habitó en Yolco, donde reinaba el sucesor de Creteo, Pelias.
Medea, W.W. Story, 1865. Metropolitan Museum of Art
1ª Generación: Urano ~ Gea
2ª Generación: El Titán Hiperión ~ La TitánideTía
3ª Generación: Helio (El Sol) ~ Perseis
4ª Generación: Eetes Perses Pasífae Circe
5ª Generación: Medea Hécate Fedra Ariadna
Recuérdese la maldición que sufre toda la descendencia de Helio por haber descubierto los amores de Ares y Afrodita.
Eurípides, Hipólito, 337 ss.
(trad. A. Medina González, Madrid,
Gredos, 2000)
Fedra.-¡Oh madre desgraciada [Pasífae], qué amor te sedujo!
Nodriza.- El que tuvo del toro. ¿A qué dices esto?
Fedra.- ¡Y tú, hermana infeliz, esposa de Dioniso! [Ariadna]
Nodriza.- Hija, ¿qué te ocurre? ¿Injurias a los tuyos?
Fedra.- Y yo soy la tercera, desdichada de mí, ¡cómo me consumo!
Los antecedentes del viaje. Frixo y Hele
Apolodoro, Biblioteca I, 9, 1
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda,
Madrid, Gredos, 1985)
De los hijos de Eolo, Atamante, que dominaba Beocia, engendró en Néfele un hijo, Frixo, y una hija, Hele. Y se casó más tarde con Ino, de la que nacieron Learco y Melicertes.
Ino persigue a Frixo. ca. 430 a.C. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles
Ino, que urdía intrigas contra los hijos de Néfele, persuadió a las mujeres para que tostasen trigo. Ellas cogiéndolo sin conocimiento de los hombres, así lo hicieron. Y la tierra sembrada con los granos tostados no dio la cosecha anual; por ello Atamante envió mensajeros a Delfos para preguntar el modo de librarse de la esterilidad. Ino los convenció para que dijesen como respuesta del oráculo que cesaría la esterilidad si Frixo era sacrificado a Zeus.
Atamante, Frixo y Hele, ca. 350 a.C. Harvard University Art Museums
Al oír esto Atamante, obligado por los habitantes de la región, puso a Frixo en el altar. Pero Néfele con su hija lo arrebató y entregó a ambos un carnero con vellón de oro, obsequio de Hermes, y llevados por él a través del cielo cruzaron tierra y mar. Cuando pasaban sobre el mar que separa Sigeo del Quersoneso, Hele cayó al abismo y allí murió: el estrecho se llamó Helesponto por ella.
Frixo llegó a la Cólquide, donde reinaba Eetes, hijo de Helios y Perseide, y hermano de Circe y Pasífae -con quien se desposó Minos.
Eetes lo recibe y le da una de sus hijas, Calcíope. Frixo sacrificó el carnero a Zeus Frixio, y entregó el vellocino a Eetes, quien lo clavó a una encina en el bosque sagrado de Ares.
Foto del Helesponto, hoy Dardanelos en la entrada al Mar de Mármara, escenario también del mito de Hero y Leandro,
Frixo y Hele, el vellocino o el toisón de oro
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas II, 1140 ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
Y Argos [hijo de Frixo] le contestó [a Jasón] desamparado en su infortunio: "Que un tal Frixo, un Eólida, vino a Ea desde la Hélade, sin duda creo que tal vez lo hayáis oído vosotros ya antes; Frixo, que llegó a la ciudadela de Eetes montado en un carnero, al que Hermes hizo de oro -y su vellón todavía ahora podríais verlo extendido sobre las frondosas ramas de una encina-. Luego, según sus indicaciones, lo sacrificó en honor de Zeus Crónida, entre todas sus advocaciones, como Protector de los fugitivos. Y Eetes lo acogió en su palacio y le entregó a su hija Calcíope sin regalos a cambio con ánimo gozoso. De ellos dos somos la descendencia. Pero Frixo ya murió anciano en la casa de Eetes. Y nosotros en seguida, atendiendo las órdenes de nuestro padre, viajamos hacia Orcómeno a causa de los bienes de Atamente.." Así habló. Los héroes se alegraron del encuentro y los rodeaban asombrados. Y Jasón le respondió de nuevo oportunamente con estas palabras: "Ciertamente sois nuestros parientes paternos..."
Píndaro, Pítica IV, 70-257 (Trad. E. Suárez de la Torre)
¿Cuál fue el comienzo de la navegación que les acogió?
¿Qué riesgo les aprisionó con fuertes clavos?. Un oráculo había dicho que Pelias habría de morir por obra o intriga inflexible de los ilustres Eólidas.
Heladora predicción se había presentado a su ponderado ánimo, pronunciado junto al ombligo central de nuestra madre la boscosa: que, por todos los medios, tomara grandes precauciones frente al hombre de una sola sandalia, cuando, procedente de escarpado refugio, llegara a la luminosa tierra de la gloriosa Yolco, ya fuera extranjero o lugareño.
Jasón y la sandalia
12 Pelias, hijo de Creteo y de Tiro, había recibido una respuesta del oráculo, según la cual, debía ofrecer sacrificio a Neptuno y, si un ‘monocrepis’, es decir, un hombre calzado en un solo pie, se sumase a la ceremonia, entonces es que su muerte estaba próxima.
Como Pelias hacía sacrificio a Neptuno cada año, Jasón, hijo de Esón, hermano de Pelias, deseoso de hacer sacrificios, perdió una sandalia mientras cruzaba el río Eveno y la abandonó para llegar pronto al sacrificio.
Al verlo, Pelias recordó la advertencia del oráculo y le ordenó que reclamase de su enemigo el rey Eetes la piel dorada del carnero que Frixo había sacrificado a Marte en la Cólquide.
Él convocó a los caudillos de Grecia y partió hacia la Cólquide.
13 Una vez Juno, tras transformarse en una anciana, estaba junto al río Eveno y, con la intención de probar los espíritus de los hombres, pedía que la llevaran al otro lado del río Eveno y nadie quería hacerlo. Jasón, hijo de Esón y de Alcímede, la llevó a la otra orilla. Ella, a su vez, enojada con Pelias, porque había olvidado hacer sacrificios en su honor, hizo que Jasón perdiera una sandalia en el lodo.
Prosigue el texto de Píndaro, Pítica IV, 70-257 (Trad. E. Suárez de la Torre)
Y, en efecto, pasado el tiempo se presentó, armado con dos lanzas, aquel hombre sobrecogedor. Vestidura doble lo cubría: la local de los Magnesios se ajustaba a sus admirables miembros, y protegía sus hombros del rgor de las lluvias con una piel de leopardo. No llevaba cortadas las ilustres trenzas de su cabellera, sino que cubrían de rubias hondas toda su espalda.
Al punto fue derecho y se detuvo ante él, poniendo a prueba su espíritu intrépido, cuando la multitud llenaba el ágora.
Nadie le conocía. Entre la admiración general, incluso alguno llegó a decir así: “Éste no es, creo, Apolo, ni, desde luego, el esposo de broncíneo carro de Afrodita. Dicen además que en la ilustre Naso murieron los hijos de Ifimedea, Oto y tú, Efialtes, audaz soberano. Y sin duda a Ticio le dio alcance una flecha rauda de Ártemis, sacada de su invencible aljaba, para que sólo aspiremos a alcanzar los amores posibles”.
W. Allston, "Jason returning to demand his father's kingdom", 1808-1808. Lowe Art Museum at the University of Miami
Mientras los ciudadanos intercambiaban expresiones de esta índole, sobre su carro de mulas pulido, presuroso llegó Pelias con la vista clavada en él. Llenóse de estupor al instante, cuando observó la bien conocida sandalia calzada, una sola, en el pie diestro. Mientras intentaba ocultar en su ánimo el temor, le dirigió estas palabras: “Extranjero ¿qué tierra aseveras que es tu patria? ¿Cuál de las humanas nacidas de la tierra, te hizo surgir de su vientre anciano?. Declara tu linaje sin mancillarlo con aborrecibles falsedades.”
Seguro de sí, respondiole así Jasón, con serenas palabras: “Afirmo que he de poner de manifiesto las enseñanzas de Quirón, pues vengo de su antro, hogar de Cariclo y Fílira, donde las puras hijas de Centauro me criaron. Cumplidos ya veinte años sin haberles avergonzado con actos o palabras inconvenientes, retorno a mi casa, para recuperar la antigua potestad de mi padre, que está sometida a un reinado indebido, otorgada antaño por Zeus al conductor de pueblos, Éolo, y a sus hijos.
Estoy enterado de que Pelias, obedeciendo a su alucinada mente, de forma ilícita, se la arrebató violentamente a mis padres, los legítimos soberanos. Ellos, nada más ver yo el primer rayo de luz, temerosos de la brutalidad del desmesurado gobernante, como si yo hubiera fallecido, organizaron lúgubre duelo en el palacio, entremezclado con el lamento de las mujeres, y en secreto me enviaron, entre purpúreos pañales, tras haber confiado mi huida a la noche, y me entregaron al Crónida Quirón, para que me criara.
Mas ya conocéis lo principal de esta historia. ¡Ilustres ciudadanos! Indicadme con claridad dónde se halla el palacio de mis antepasados, los de blancos corceles, pues he llegado aquí como oriundo hijo de Esón, y no a tierra extraña de otros hombres. ¡El divino Centauro me llamaba por el nombre de Jasón!”. Así habló. Cuando hubo entrado, reconociendo los ojos de su padre y entonces a borbotones brotaron lágrimas de sus ancianos párpados, pues sintió gozo en derredor de su alma al ver a su extraordinario hijo, el más hermoso de los hombres.
Y acudieron sus dos hermanos, atraídos por la noticia de su llegada: Feres, el más cercano, dejó la fuente Hipereide, y desde Mesena vino Amitaón. Con rapidez llegaron también Admeto y Melampo, en prueba de afecto, a ver a su primo. A compartir el banquete Jasón les acogió con amables palabras, y mediante las adecuadas muestras de hospitalidad toda clase de alegrías les brindó por extenso, recolectando durante cinco noches seguidas y sus días la sagrada flor de la vida gozosa.
Mas al sexto, tras encauzar la conversación con seriedad, el héroe comunicó a sus parientes todos sus propósitos desde un principio. Ellos se pusieron de su parte, y al instante se incorporó del triclinio, acompañado de aquéllos, y se dirigieron al aposento de Pelias. Impetuosos se presentaron dentro, y al oírles, les hizo frente en persona el hijo de Tiro, la de seductoras trenzas. Mas Jasón, destilando con suave vez tranquilizadoras palabras, puso el fundamento de inteligentes razones: “Hijo de Posidón Petreo, el corazón de los mortales suele apresurarse a elogiar la ganancia fraudulenta, postergando la justicia, aunque estén abocados a un duro amanecer de ese festejo. Sin embargo, menester es que tú y yo, amoldados nuestros rencores a los mandatos de la ley, tejamos la futura dicha. Lo que te voy a decir, lo sabes: la misma vaca es la madre de Creteo y del audaz Salmoneo, y nosotros, brotes nacidos de aquéllos, contemplamos ahora el áureo rigor del sol en la tercera generación. ¡Que las Moiras se aparten, si algún odio se adueña de los consanguíneos hasta ensombrecer el respeto que se deben! No es decoroso que nosotros repartamos con espadas o jabalinas de broncínea punta los grandes honores de los antepasados.
Por tanto, yo te cedo las ovejas y los rebaños de rojizas vacas, y además todos los campos que arrebataste a mis progenitores y que administras cebando tu riqueza. Y no me duele que estos bienes hagan medrar tu hacienda sobremanera. Sin embargo, tanto el cetro del poder absoluto como el trono, sentado sobre el cual antaño el hijo de Creteo impartía justicia a su ecuestre pueblo ambos, sin que medie entre nosotros el rencor,¡devuélmelos, para que no surja de ellos nueva calamidad para nosotros!”.
El vellocino, signo de Aries
Así dijo, y con calma replicó también Pelias: “Así procederé, mas a mí ya me envuelve la parte anciana de la vida, mientras que a ti acaba de empezar a brotarte la flor de la juventud; tú sí puedes aplacar la cólera de los dioses subterráneos. Nos exige, en efecto, Frixo que, para recobrar su alma, vayamos al palacio de Eetes y nos llevemos la piel de tupido vello del carnero, gracias al cual antaño se libró del mar y de las impías flechas de su madrastra. Esto es lo que un portentoso ensueño ha venido a comunicarme, y yo he ido a consultar el oráculo de la fuente Castalia si debía emprender alguna búsqueda y me ha indicado que, enseguida, prepare para mi nave esa expedición de rescate. Acepta tú llevar a cabo esta prueba y entonces yo te juro que habré de cederte el poder absoluto y la dignidad real. Sea para ambos testigo, cual recio juramento, Zeus, nuestro común ascendiente”.
Previo asentimiento a este trato, se separaron. Mas Jasón, por su parte, ya estaba enviando heraldos a anunciar por doquier que la expedición tenía lugar. Pronto llegaron los tres hijos del Crónida Zeus, incansables en la lucha: el de Alcmena, la de ojos vivaces, y los de Leda, y los dos héroes de elevada cabellera, raza del Agitador de la Tierra, haciendo honor a su valentía, procedentes de Pilo y del cabo Ténaro. Su gloria insigne llegó así a la culminación, y la de Eufemo y la tuya, Periclímeno, el de ancha fuerza. Por la descendencia de Apolo acudió el padre de los cantos, tañedor de forminge, el loado Orfeo. Envió además Hermes, el de áureo caduceo, a sus dos hijos a la ingente empresa, rebosantes de juventud, Equión el uno y el otro Érito. Raudos, acudieron, a pesar de habitar a los pies del Pangeo, Zetes y Calais, pues de buen grado, con ánimo risueño, apresuraba el rey de los vientos, su padre Bóreas, la marcha de estos dos héroes, ambos con el dorso erizado de purpúreas alas. Tal era el dulce anhelo persuasivo que Hera repartía entre aquellos semidioses por la nave Argo: que ninguno quedara atrás, consumiendo junto a su madre la vida sin riesgo, sino que, incluso a costa de ésta, conquistara cada uno, junto con otros de su edad, el más hermoso elixir de su valentía.
Reconstrucción de una metopa del Tesoro de Sición en Delfos
Cuando la flor de la marinería hubo bajado hasta Yolco, los revistó Jasón con elogios para cada uno. Y entonces el adivino que le comunicaba los vaticinios obtenidos con augurios y suertes sagradas, Mopso, hizo embarcar a la tripulación animoso. Una vez que hubieron colgado las anclas sobre el espolón, el capitán, tras tomar en sus manos una copa, invocaba, subido en la popa, al padre de los Uránidas, Zeus, el del rayo por lanza, y a los raudos embates de las olas y a los vientos, a las noches y a los caminos de la mar, a los días bonancibles y a la suerte propicia del retorno. Desde las nubes le respondió la voz favorable de un trueno y luminosos irrumpieron los rayos del relámpago. Cobraron aliento entonces los héroes, confiados en los signos divinos.
El arúspice les dio la voz de empuñar los remos, mientras formulaba gratas promesas. La boga se sucedió incansable gracias a sus ágiles manos. Llevados por las brisas del Noto, llegaron a la boca del Mar Inhóspito. Allí fundaron un santuario a Posidón marino consagrado, pero ya había una manada purpúrea de toros tracios y el hueco formado por las piedras de un altar recién erigido. Y al dirigirse a lo profundo del peligro suplicaban al señor de las naves que les librara del indómito movimiento de las rocas concurrente. Dos eran, en efecto, dotadas de vida, y rodaban con más ímpetu que filas de gravisonantes vientos. Mas aquella expedición de descendientes de dioses les trajo ya su fin. Luego, hasta el Fasis llegaron, donde trabaron combate con los Colcos de negro rostro en el reino del propio Eetes.
Pero la señora de las flechas más agudas, en Chipre nacida, unció el variopinto torcecuello a los cuatro radios de una rueda sin escapatoria y desde el Olimpo llevó por primera vez a los hombre el ave enloquecedora, y enseñó al hijo de Esón a ser ducho en letanías de ensalmos, para que arrebatara a Medea el respeto por sus padre y para que su anhelo por la Hélade la hiciera vibrar, abrasada en su corazón, con el azote de la persuasión. Ella, sin vacilar, le indicó cómo superar las pruebas paternas y, tras preparar, mezclados con aceite, mágicos antídotos de crueles dolores, dióselos para que se ungiera con ellos. Y hubo mutuo acuerdo en contraer dulce matrimonio.
La rueda de Íunx o Torcecuellos
He aquí que cuando Eetes en medio de todos plantó el arado de acero, con los bueyes que de sus rojizas mandíbulas exhalaban llamas de abrasador fuego y que con broncíneas pezuñas se alternaban en cocear la tierra, él sólo los acercó y sometió a la gamella. Luego los conducía trazando, rectos, los surcos, e iba hendiendo, con una braza de hondo, el lomo de la tierra que saltaba en glebas. Y dijo así: “Quienquiera que sea el rey que capitanea la nave, si me realiza esta labor, que se lleve el indestructible cobertor, la piel resplandeciente de áureos vellones”.
Cuando así hubo hablado aquél, Jasón arrojó de sí su azafranado manto y, confiado en los dioses, se aplicó a la labor: pero el fuego no le hacía agacharse gracias a las indicaciones de la extranjera, conocedora de todos los hechizos. Tiró hacia sí el arado, unió de forma irresistible las bovinas cervices a los aparejos y hundiendo la dolorosa aguijada en la ancha naturaleza de sus costados, el robusto héroe completó la medida de la prueba encomendada. Eetes, por más que le produjo indecible sufrimiento, lanzó un alarido, asombrado de la capacidad de aquél.
Sus compañeros extendían amistosas las manos hacia el poderoso héroe, le cubrían con coronas de hierba y le felicitaban con gratificantes palabras.
Medea and Jason, E. Dulac (1882-1953)
Al instante el admirable hijo de Helio le indicó dónde habían extendido la luminosa piel los cuchillos de Frixo. Esperaba que ya no conseguiría llevarle a cabo aquella prueba, pues se hallaba en una fronda, sujeto a las ferocísimas fauces de un dragón, que en espesor y longitud superaba a una nave de cincuenta remos, terminada a golpes de hierro.
Largo me resulta de recorrer el camino de carretas, pues la hora me acucia y conozco un sendero corto. Para otros muchos soy guía de inspiración. Mató, en efecto, con sus artes a la serpiente multiculor, de vivaz mirada, sí, Arcesilao, y raptó a Medea en connivencia con ella, la asesina de Pelias. Se entremezclaron con el piélago del Océano, con el Mar Rojo y con el pueblo de las Lemnias, las que a sus hombres dieron muerte. A favor de sus miembros ganáronse el fallo en los juegos premiados con un manto, y tuvieron coyundas con ellas.
Y entonces, en tierras extrañas, el día predestinado (o una de las noches) recibió la semilla del rayo de vuestra prosperidad, pues, sembrado allí, el linaje de Eufemo en adelante no dejó de florecer....
El viaje de los Argonautas. Episodios principales:
Construcción de la nave
Los Argonautas, Russell Flint (1886-1969)
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas I, 19 ss. y 519 ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
En cuanto a la nave los cantores de antaño ya celebran que Argos la construyó bajo instrucciones de Atenea. Ahora yo quisiera contar la estirpe y el nombre de los héroes, las rutas del prolongado mar y cuanto realizaron en su errante marcha. ¡Que las Musas sean inspiradoras de mi canto!...
Mas cuando la resplandeciente aurora con sus ojos brillantes contempló las escarpadas cimas del Pelión y, agitado por el viento, batía el mar los serenos promontorios, entonces despertó Tifis. En seguida incitó a sus compañeros a embarcar en la nave y a disponer los remos. Terriblemente bramó el puerto de Págasas y también la propia Argo del Pelión, apremiándoles a partir. Pues en ella había incrustado un madero divino, que en medio del estrave ajustara Atenea de una encina de Dodona. Y ellos, subiendo a los bancos uno detrás de otro, en el lugar que se habían distribuido antes para remar, se sentaron ordenadamente junto a sus armas.
Atenea dirige la construcción de la nave Argo. Bajorrelieve romano, s. I d.C. British Museum
Higino, Fábulas 14, 33 (trad. S. Rubio Fernaz, Madrid, Ediciones Clásicas, 1997)
Ésta es la nave Argo que Minerva llevó al círculo de las estrellas, ya que había sido construida por ella. Tan pronto esta nave fue lanzada al mar, apareció entre las estrellas desde el timón a la vela. En su obra Phaenomena Cicerón describe su forma y figura con estos versos:
"Y la nave Argo se desliza en pos de la cola del Can llevando por delante, tras haber girado, su popa iluminada no como las otras naves que suelen poner su popa al frente en el profundo mar y surcan con su espolón los prados de Neptuno, <sino que nave a través de los espacios celestes con la popa hacia delante>. Igual que los marineros suelen hacer girar la nave con su enorme peso y enfilan la popa hacia la deseada orilla cuando se acercan a puerto seguro, así la vieja Argo se desliza por los cielos tras haberse virado. Y el timón, que se extiende desde la popa veloz, toca las huellas que deja tras de sí el brillante Can".
Esta nave tiene cuatro estrellas en la popa, cinco a la derecha del timón, cuatro a la izquierda; todas muy parecidas entre sí; en total trece.
Catálogo de los Argonautas
Apolodoro, Biblioteca I, 9, 16
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda,
Madrid, Gredos, 1985)
Jasón requirió la ayuda de Argos, hijo de Frixo, quien, adiestrado por Atenea, construyó una nave de cincuenta remos llamada Argo como él. Atenea puso en la proa un madero dotado de voz, procedente de la encina de Dodona. Cuando estuvo construida la nave, Jasón consultó el oráculo y el dios le permitió convocar a los nobles de la Hélade y hacerse a la mar. Los reunidos fueron los siguientes: Tifis, hijo de Hagnias, que era el piloto de la nave; Orfeo, hijo de Eagro; Zetes y Calais, hijos de Bóreas; Cástor y Póluz, hijos de Zeus; Telamón y Peleo, hijo de Éaco; Heracles, hijo de Zeus; Teseo, hijo de Egeo; Idas y Linceo, hijos de Afareo; Anfiarao, hijo de Oícles; Ceneo, hijo de Áleo; Laertes, hijo de Arcisio; Autólico, hijo de Hermes; Atalanta, hija de Esqueneo; Menecio, hijo de Áctor; Áctor, hijo de Hípaso; Admeto, hijo de Feres; Acasto, hijo de Pelias; Éurito, hijo de Hermes; Meleagro, hijo de Enero; Anceo, hijo de Licurgo; Eufemo, hijo de Posidón; Peante, hijo de Taúmaco; Butes, hijo de teleonte; Fano y Estáfilo, hijos de Dioniso; Ergino, hijo de Posidón; Periclímeno, hijo de Neleo; Augías, hijo de Helios; Ifiglo, hijo de Testio; Argos, hijo de Frixo; Euríalo, hijo de Mecisteo; Penéleo, hijo de Hipalmo; Leito, hijo de Aléctor; Ífito, hijo de Náubolo; Ascálafo y Yálmeno, hijos de Ares; Asterio, hijo de Cometes; Polifemo, hijo de Élato.
Atenea y los Argonautas por el Pintor Nióbides
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas I, 23 ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
Primero mencionaremos a Orfeo... De él cuentan que las duras peñas de los montes hechizaba y el curso de los ríos con la armonía de sus cantos... Tifis... era hábil en prever la ola que se encrespa del ancho mar, hábil ante las tempestades del viento y en guiar la navegación por medio del sol y de una estrella. La propia Atenea Tritónide lo empujó a la tropa de los héroes, y él se presentó ante ellos como deseaban. Pues ella misma también construyó la rápida nave y con ella colaboró Argos Arestórida bajo sus instrucciones. Por eso fue la mejor de todas las nave cuantas a fuerza de remos se han aventurado a la mar.... Cuando [Heracles] oyó la noticia de que los héroes se reunían, apenas hubo recorrido el camino de Arcadia a Argos Lircea, por donde traía vivo el jabalí... del Erimanto, de sus anchas espaldas lo descargó, envuelto en ataduras, a la entrada de la plaza de Micenas, y él por voluntad propia contra los planes de Euristeo partió. Con él iba también Hilas, su noble compañero, muy joven, portador de sus flechas y guardián de su arco.... Y también la etolia Leda hizo venir desde Esparta al robusto Polideuces y a Cástor, experto en corceles de veloces patas. En la casa de Tindáreo ella los había alumbrado en un solo parto, a sus hijos muy amados; y no desatendió sus ruegos, pues imaginaba honores dignos del lecho de Zeus... Linceo destacaba también por su agudísima vista, si es cierta la fama de que aquél héroe fácilmente podía divisar incluso hasta debajo de la tierra... A su vez llegaron Zetes y Calais, hijos de Bóreas, a los que antaño Oritía Erecteide había alumbrado para Bóreas en el extremo de Tracia de crudos inviernos. Allí se la había llevado el tracio Bóreas desde Cecropia mientras danzaba en un coro delante del Iliso...
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas I, 356 ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
[Habla Jasón]:
"...Amigos, puesto que común será en el futuro el regreso a la Hélade y comunes son para nosotros los caminos hacia la tierra de Eetes, por ello elegid ahora sin recelo al mejor de entre vosotros como jefe, que vele por cada cosa, por decidir las disputas y los pactos con los extranjeros."
Así habló. Los jóvenes dirigieron su mirada al valeroso Heracles, sentado en medio, y todos a una sola voz le pidieron que tomara el mando. Mas él, desde el mismo lugar donde estaba sentado, alzó su mano derecha y dijo: "Que nadie me confíe este honor. Pues yo no le obedeceré y asimismo impediré que otro se levante. Que mande el grupo el mismo que nos ha reunido."
Habló de modo altanero; y ellos lo aprobaron, como exigía Heracles. Se levantó el marcial Jasón en persona, gozoso, y se dirigió así a ellos que lo deseaban: "Si en verdad me encomendáis ocuparme de tal honor, entonces que no se detenga ya nuestra marcha como antes..."
Quirón y Aquiles. Figuras rojas, ca. 480 a.C.
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas I, 547 ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
Los dioses todos desde el cielo contemplaban aquel día la nave y la estirpe de héroes semidivinos, que entonces, los más valerosos, navegaban por el mar. Sobre las más altas cumbres las ninfas del Pelión se pasmaban admirando la obra de Atenea Itónide y a los propios héroes que con sus manos agitaban los remos. Y desde lo alto del monte llegó junto al mar Quirón, hijo de Fílira; mojó sus pies en la blanca rompiente del oleaje, y animándolos muchas veces con su robusta mano deseó un regreso indemne a los que partían. Junto a él su esposa tenía en brazos al Pelida Aquiles y lo mostraba a su padre querido.
L. Costa, "La expedición de los argonautas", 1484-1490. Padua, Museo Cívico
Valerio Flaco, Las Argonáuticas I, 532 ss. (Trad. S. López Moreda)
El Padre Supremo le replicó entonces: “Todas las cosas creadas por mí desde antiguo transcurren según un orden y por voluntad del creador permanecen inalterables en su propio curo; además, en aquel momento no había en la tierra descendencia alguna mía cuando fijé las leyes del destino; por eso pude actuar justamente al disponer en orden varios reyes a lo largo de los tiempos. Y ya desde el primer momento la región que desciende desde el inmenso Oriente hasta las aguas de la virginal Heles y el Tanais abunda en caballos y es afamada por sus hombres, y ningún pueblo ha osado retarle ni tratar de adquirir renombre mediante la guerra. Así lo decidieron los hados y así también yo he favorecido esta región. Pero se aproxima ya el último día y nosotros debemos dejar Asia abocada a su fin; pues, además, ya los griegos me reclaman su tiempo. Por eso mi encina, el trípode y el espíritu de sus antepasados han enviado esta expedición al mar. En tu honor, Belona, se ha abierto un camino a través de las aguas tempestuosas. Y no sólo es el vellocino el causante de tanto resentimiento, ni el dolor más lógico por el rapto de una doncella, sino que (ninguna decisión está más arraigada en mi mente) ha de venir un pastor desde el frigio Ida que reportará a los griegos llanto y odio a la par que recompensas. ¡Cuántas guerras al salir la expedición de pretendientes! ¡Cuántos inviernos llorando los soldados de Micenas junto a Troya! ¡A cuántos príncipes e hijos de dioses, a cuántos valientes verás morir y a Asia ceder al destino supremo! Desde este momento permanece inmutable la resolución sobre el fin de los dánaos y después haré a otro pueblo objeto de mis favores. Que abran paso los montes, los bosques, los lagos y todas las barreras del océano; el temor y la esperanza serán el árbitro para todos. Yo, cambiando las situaciones humanas, trataré de saber qué reinos quiero que sean los más largos para todos los pueblos y en qué manos puedo dejar las riendas del poder una vez dadas”.
Para el Periplo consúltense los mapas
El Viaje de Ida
Isla de Lemnos
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas I, 607 ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
Al tiempo que los rayos del sol, cesó el viento y a remo alcanzaron la rocosa Lemnos de los sintios.
Allí toda la población a la vez había sido abatida sin piedad el año anterior por la acción criminal de las mujeres. En efecto los varones, tomándoles odio, repudiaron a sus mujeres legítimas y tenían un apasionado amor por las cautivas que ellos mismos traían de la cosa de enfrente en sus saqueos de Tracia, desde que la terrible cólera de Cipris les perseguía, porque la habían privado de honores por largo tiempo. ¡Oh infelices, miserablemente desenfrenadas por los celos!, no sólo aniquilaron, junto a aquéllas, a sus propios esposos en el lecho, sino a la vez a todo el linaje masculino, para no pagar en el futuro castigo alguno de su abominable crimen. La única de entre todas que libró a su venerable padre fue Hipsípila, hija de Toante que a la sazón reinaba sobre el pueblo. En un cofre hueco lo arrojó para que fuera llevado sobre el mar, por si acaso lograba salvarse. Y lo rescataron unos pescadores junto a la isla llamada Enea y más tarde Sícino...
A estas mujeres el pastoreo de los bueyes, el vestir broncíneas armaduras y el arar los campos fértiles en trigo les era más fácil a todas que las labores de Atenea en las que antes siempre se ocupaban. Pero, no obstante, muy a menudo escrutaban con sus ojos el ancho mar con un miedo terrible al momento en que vinieran los tracios.
Por ello cuando vieron la Argo navegando a rema cerca de la isla, en seguida todas juntas, tras vestir sus armas de guerra, acudían a la playa fuera de las puertas de Mirina, semejantes a Tíades devoradoras de carne cruda...
Él [Jasón] persuadió entonces a Hipsípila, al acabar el día, de acoger a los viajeros durante la noche...
[Habla Hipsípila a Jasón]:..."vosotros quedaos en el país. Si aquí habitar quisieras y te agradase, en verdad tendrías entonces la dignidad de mi padre Toante.." Habló así, ocultando la realización del crimen que se había perpetrado con los hombres. Y él a su vez le respondió: "Hipsípila, de buen grado aceptaríamos el ofrecimiento que nos haces y que necesitamos de ti. Vendré nuevamente de regreso a la ciudad, cuando les haya referido cada cosa por punto. Mas la realeza y la isla queden a tu cuidado. Yo las rehúso, no por desprecio, sino porque me apremian penosos trabajos."
...Al instante se pudo en camino de vuelta. En torno a él, de uno y otro lado, incontables muchachas se apiñaban alegres, hasta que sobrepasó las puertas. Luego sobre ligeros carros llegaron hasta la ribera con muchos obsequios de hospitalidad, cuando él ya les había relatado en extenso todo el discurso de Hipsípila le dirigiera al llamarle. Y afablemente los llevaban como huéspedes a sus moradas; pues Cipris les inspiró un dulce deseo por gracia del ingenioso Hefesto, para que de nuevo en el futuro Lemnos estuviera íntegra, habitada por hombres. Entonces el Esónida se dirigió al regio palacio de Hipsípila. Los demás, cada cual adonde la suerte le deparó, excepto Heracles.
Hilas y las ninfas
"Hilas", Volterrano (1511-1689)
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas I,
1189 ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
El hijo de Zeus [Heracles] echó a andar hacia el bosque para procurarse antes un remo apropiado a sus manos...
Entretanto Hilas con un cántaro de bronce lejos del grupo buscaba la sagrada corriente de un manantial, a fin de traer agua para la cena y con prontitud prepararle convenientemente todo lo demás antes de su llegada. Pues en tales costumbres lo educaba aquél, desde que lo arrebatara muy niño de la morada de su padre, el divino Tiodamante, a quien mató sin piedad entre los dríopes cuando se le enfrentó por un buey de labranza... Pero esto me apartaría lejos de mi canto.
Al punto llegó éste al manantial que llaman Fontanas los habitantes vecinos. Justamente entonces se formaban los coros de ninfas. Pues todas las ninfas, cuantas allí tenían por morada la amable montaña, se cuidaban de celebrar siempre a Ártemis con cantos nocturnos. Cuantas ocupaban las atalayas de los montes o también los torrentes, y las de los bosques, avanzaban en filas desde lejos; en tanto que del manantial de hermosa corriente otra ninfa acababa de emerger sobre el agua. Contempló a éste de cerca, arrebolado de hermosura y dulces encantos, pues la luna llena con su luz lo alcanzaba desde el cielo. Cipris estremeció el corazón de ésta y en su turbación apenas pudo recobrar el aliento.
Tan pronto como él sumergió el cántaro en la corriente, inclinándose de costado, y el agua gorgoteó fuertemente al penetrar en el sonoro bronce, en seguida ella le echó el brazo izquierdo por encima del cuello deseando besar su tierna boca, tiró de su codo con la mano derecha y lo hundió en medio del remolino.
El único de los compañeros que oyó su grito fue el héroe Polifemo Ilátida, que iba más adelante por el camino, pues aguardaba al portentoso Heracles cuando volviera. Acudió corriendo cerca de las Fontanas, como una fiera salvaje... mucho se lamentaba el Ilátida y en derredor recorría el lugar llamándole, pero vanos fueron sus gritos... Entonces, mientras blandía en su mano la espada desnuda, se encontró por el sendero con el propio Heracles... Furioso arrojó a tierra el abeto y corría por el sendero hacia donde sus pies lo llevaban precipitado.... en su arrebato, unas veces agitaba sus veloces rodillas sin cesar y otras en cambio, interrumpiendo su esfuerzo, lanzaba a lo lejos gritos con su gran voz gritos penetrantes.
Apenas la estrella maturina sobrepasó las más altas cumbres, soplaron las brisas... Ellos embarcaron aprisa ansiosos... Cuando en el cielo comienza a brillar la radiante Aurora... entonces se percataron de que los habían dejado atrás sin saberlo...
Desde lo profundo del mar se les apareció Glauco, el muy sabio intérprete del divino Nereo... y gritó a los ansiosos héroes: "¿Por qué, contra la voluntad del gran Zeus, os empeñáis en conducir al valeroso Heracles a la ciudadela de Eetes? Su destino es cumplir en Argos con esfuerzo todos sus doce trabajos para el orgulloso Euristeo y compartir la morada con los inmortales, en caso de que aún lleve a cabo unos pocos..."
"Hilas" H. W. Bissen, 1798-1868
Teócrito, Idilios XIII, 36 ss. (trad. M. García Teijeiro - Mª T. Molinos Tejada)
El rubio Hilas fue con una vasija de bronce a buscar agua para la cena del propio Heracles y del intrépido Telamón, ya que estos dos amigos compartían siempre la misma mesa. Pronto advirtió una fuente en una hondonada, a cuyo alrededor abundaban los juncos, la obscura celidonia, el verde culantrillo, el florido apio y la reptante grama. En medio del agua danzaban las Ninfas en corro, las Ninfas que nunca duermen, deidades terribles para los campesinos: Éunica y Málide y Niquía, de ojos de primavera.
"Hilas y las ninfas" J. W. Waterhouse, 1896, Manchester City Art Gallery
Fue el mancebo con prisa a hundir la grande jarra en la fontana, mas ellas lo asieron todas de la mano, que a todas el tierno corazón les rindió amor con el deseo del muchacho argivo. Cayó él de golpe en el agua obscura, como cuando del cielo cae una encendida estrella de golpe al mar, y dice el marinero a sus iguales: "Largad velas, muchachos, que se levanta el viento".
Tenían las ninfas al lloroso mancebo en su regazo y lo consolaban con palabras tiernas. El hijo de Anfitrión, acongojado, había salido en busca del doncel, con su arco, bien corvado a la manera escita, y su clava, que siempre le pendía de la diestra. "¡Hilas", gritó tres veces cuanto pudo con su fuerte garganta; tres veces el doncel le respondió, pero su voz salió tenue del agua, y, estando tan cerca, lejos parecía. Cuando un cervato bala por los montes, el león carnicero corre de su cubil en busca de la comida ya segura. Tal se agitaba Heracles, que añoraba al doncel, por breñas no pisadas, recorriendo gran trecho. ¡Cuitados los amantes! ¡Cuánto penó por montes y maleza! La empresa de Jasón no le importaba ya.
Fineo, Las Harpías y los Boréadas
Fineo tendido en el lecho junto a su esposa, mientras las Harpías arrebatan la comida
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas II,
167 ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
...Y se dirigieron con el viento hacia el voraginoso Bósforo... Al otro día ataron amarras enfrente, en la tierra de Tinia [la orilla europea del Bósforo, donde luego estará Bizancio].
Allí en la ribera tenía su morada el Agenórida Fineo, quien de entre todos los hombres sin duda padecía las desgracias más funestas a causa del don profético que antaño le concediera el Letoida. Ni lo más mínimo se recataba en revelar con exactitud a los hombres incluso la sagrada voluntad del propio Zeus. Por ello precisamente le envió una prolongada vejez y le arrebató de sus ojos la dulce luz. Y tampoco le dejaba disfrutar de los incontables manjares que siempre los vecinos acumulaban en su casa cuando consultaban sus vaticinios, sino que las Harpías, precipitándose de repente a su lado a través de las nubes, se los arrancaban de la boca y de las manos con sus picos continuamente. Unas veces no le quedaba ni lo más mínimo de alimento; otras veces un poco, para que siguiera viviendo en su aflicción. Y por encima esparcían un hedor repugnante. Nadie soportaba no ya llevárselo a la boca, sino mantenerse a distancia; tal hedor exhalaban los restos del banquete.
... Ellos, cuando lo vieron, se agruparon en derredor asombrados. Entonces él, tomando aliento a duras penas de lo alto del pecho, les habló con sus profecías:
"Escuchad, los más eminentes de todos los griegos... Por Zeus Suplicante, que es el más temible para los hombres culpables, por Febo y por la propia Hera, la que entre los dioses sobre todo vela por vuestro viaje, os lo ruego: socorredme, librad de la afrenta a un hombre desdichado y no partáis, abandonándome sin compasión en tal estado. Pues no sólo en mis ojos pisó la Erinis con su pie y arrastro una vejez que se devana interminablemente. Además de estas desgracias se cierne sobre mí otra desgracia, la más amarga.
Las Harpías me arrebatan la comida de la boca, precipitándose desde algún lugar imprevisto para mi perdición. Y no tengo recurso alguno de auxilio, sino que a mi propia mente pasaría inadvertido el deseo de comer más fácilmente que a aquéllas, tan rápido vuelan por los aires. Y si acaso alguna vez me dejan un poco de alimento, éste exhala un fuerte hedor repugnante e insoportable. Ninguno de los mortales resistiría acercarse ni un instante, ni aunque su corazón estuviera forjado de acero. Pero a mí, ciertamente, la amarga y funesta necesidad me obliga a quedarme y, quedándome, a llevarlo a mi maldito estómago. Mas está predestinado que las detengan los hijos de Bóreas; y no son extraños quienes me protegerán, si en verdad yo soy Fineo, el otrora famoso entre los hombres por su prosperidad y su arte adivinatoria, y fue Agénor el padre que me engendró, y a la hermana de éstos, Cleopatra, cuando yo reinaba entre los tracios, la llevé a mi casa como esposa a cambio de regalos."
Habló el Agenórida. Y una profunda compasión se apoderó de cada uno de los héroes, y en especial de los dos hijos de Bóreas.
Tras enjugar sus lágrimas se acercaron ambos, y Zetes dijo así, tomando en su mano la mano del afligido anciano: "¡Ay, desdichado! Ningún otro de los hombres, lo afirmo, es más infeliz que tú! ¿Por qué tantas desventuras te tienen encadenado? Sin duda faltaste a los dioses con funesta imprudencia, por conocer las adivinaciones. Por ello están muy enojados contra ti. A nosotros el espíritu se nos llena por dentro de espanto, aunque ansiamos socorrerte, si realmente la divinidad nos ha reservado este privilegio a nosotros dos. Pues bien claros son para los humanos los castigos de los inmortales. Y no podríamos detener a las Harpías cuando vengan, por mucho que lo deseemos, antes de que hayas jurado que a causa de esto no seremos odiados por los dioses".
Así habló. El anciano elevó hacia él, abiertas, sus pupilas vacías y le respondió con tales palabras: "¡Calla! No pongas en tu pensamiento esas cosas, hijo mío. Por el hijo de Leto, que benévolo me enseñó las adivinaciones; por el Hado de maldito nombre que me tocó, y esta nube cegadora sobre mis ojos, y los dioses del infierno -que éstos no me sean propicios tampoco en la muerte-, juro que no habrá cólera alguna de parte de la divinidad a causa de vuestra ayuda."
Ellos dos entonces, tras los juramentos, ansiaban protegerlo. Al punto los más jóvenes tuvieron dispuesto el banquete para el anciano, última presa de las Harpías. Cerca se colocaron ambos, para atacarlas con sus espadas cuando se abalanzaran. Y tan pronto como el anciano tocó la comida, al instante aquéllas, cual inesperados vendavales o como relámpagos, saltando de las nubes de improviso se lanzaron con su aullido, ávidas de alimento. Los héroes al verlas gritaban entre tanto. Y ellas con sus alaridos, tras devorarlo todo, volaban sobre el mar allá lejos. Y quedó allí un hedor insoportable. A su vez en pos de ellas los dos hijos de Bóreas, apuntando sus sables, corrían detrás. Pues Zeus les había infundido un vigor infatigable; pero sin Zeus no las hubieran seguido, ya que siempre volaban raudas como los vendavales del Céfiro, cuando iban junto a Finero y volvían del lado de Fineo. Como cuando en las montañas perros de caza adiestrados corren siguiendo el rastro ya de cornudas cabras ya de corzos y, afanándose detrás a escasa distancia, en el extremo de sus quijadas entrechocan inútilmente los dientes; así Zetes y Calais, apresurándose muy cerca de ellas, las acosaban en vano con la punta de sus manos. Y sin duda, contra la voluntad de los dioses, las habrían destrozado tras alcanzarlas muy lejos sobre las islas Plotas, si no los hubiera visto la rápida Iris y hubiera saltado desde el cielo a través del éter y con tales advertencias los hubiera detenido:
"No es lícito, hijos de Bóreas, atacar con vuestras espadas a las Harpías, perras del gran Zeus. Yo misma os prestaré juramento de que nunca más irán a acercársele".
...Entre tanto los héroes, tras haber limpiado por completo en derredor la sucia piel del anciano... Y después de preparar una gran cena en el palacio, se sentaron a comer... En medio de ellos, junto al hogar, estaba sentado el propio anciano y les indicaba los términos de su navegación y el fin de su viaje:
"Escuchad, pues...
Tras partir de mi lado veréis, lo primero de todo, las dos Rocas Cianeas en los estrechos del mar; os aseguro que nadie las ha esquivado atravesándolas, pues no están afianzadas en profundas raíces; sino que repetidamente van a juntarse chocando la una contra la otra, por encima abundante agua del mar se encrespa borbotando, y con fragor brama en torno a la escarpada ribera.
La nave Argo se aproxima a las Simplégades
Así que ahora obedeced mis advertencias, si de verdad marcháis con ánimo prudente y respeto de los bienaventurados, y no os encaminéis de modo insensato a perecer inútilmente en una muerte voluntaria, llevados por vuestra juventud. Os recomiendo que probéis antes con una paloma como augurio, soltándola de lejos por delante del navío. En caso de que a través de las rocas mismas escape a salvo hacia el Ponto con sus alas, tampoco vosotros os detengáis ya por mucho tiempo en vuestro camino. Sino que, afirmando bien los remos en vuestras manos, surcad la angostura del mar, ya que la salvación no estarán tanto en las plegarias como en la firmeza de vuestras manos. Y así, dejando lo demás, esforzaos del modo más eficaz con valor. pero antes no os prohíbo que supliquéis a los dioses. Mas si volando derecha pereciese allí en medio, disponeos a volver, ya que es mucho mejor ceder ante los inmortales. Pues no escaparíais al funesto destino de las rocas, ni aunque la Argo fuera de hierro.
Paso de las Simplégades o Rocas Cianeas, "Azules". Entrada por el Bósforo, "Paso de la Vaca" (Ío)
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas II, 549 ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
Cuando ellos llegaron a la angostura del tortuoso paso, estrechado por ásperos escollos de uno y otro lado, y la voraginosa corriente por debajo batía la nave en su avance, y con gran temor seguían adelante, y ya el fragor de las rocas al chocar violentamente golpeaba sus oídos y resonaban las riberas bañadas por el mar; entonces se levantó Eufemo con la paloma cogida en su mano para subir a la proa, y los otros por orden de Tifis Hagníada hicieron una boga lenta, a fin de encaminarse luego a través de las rocas confiados en su fuerza.
La nave Argo encarrilada dentro de las Simplégades
Apenas doblaron el último recodo, las vieron cuando se abrían; y se les sobresaltó el corazón. Eufemo soltó la paloma para que se lanzara con sus alas, y todos ellos a un tiempo lanzaron sus cabezas mirando. Ésta voló entre ellas. Y ambas a la vez viniendo a juntarse de nuevo la una contra la otra chocaron entre sí con estrépito. Se levantó, como una nube, abundante agua salobre borbotando. Retumbaba el mar terriblemente; y por todas partes en derredor bramaba el espacioso éter. Las cóncavas grutas zumbaban al batir el mar en su interior bajo los ásperos escollos, y a lo alto del acantilado salpicaba la blanca espuma del hirviente oleaje. Después la corriente hizo girar la nave. Las rocas cortaron la punta de las plumas caudales de la paloma, pero ésta salió indemne, y los remeros lanzaron grandes gritos. El propio Tifis les voceó que remaran vigorosamente; pues de nuevo se abrían separándose. Mientras avanzaban los dominaba el estremecimiento, hasta que el mismo flujo de la resaca en su retroceso los arrastró en medio de las rocas...
En medio de las Plégades lo detuvo la voraginosa corriente; éstas de uno y otro lado al estremecerse bramaban, y quedó atrapado el maderamen del navío. Y entonces Atenea se apoyó contra una sólida roca con la izquierda, y con la derecha lo impulsó para que las sobrepasara. Éste, semejante a una flecha alada, se lanzó por el aire. No obstante, segaron el extremo de los adornos del aplustre, al chocar violentamente la una contra la otra. Luego Atenea ascendió al Olimpo, cuando ellos escaparon indemnes. Y las rocas en un mismo lugar, muy cerca la una de la otra, se arraigaron firmemente. Lo cual también estaba decretado por los bienaventurados, en cuanto alguien tras haberlas visto las atravesara con su nave.
Costas del Ponto Euxino. El País de las Amazonas
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas II, 962 ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
...Llevados por una ligera brisa, dejaban el río Halis, dejaban la cercana corriente del Iris y también el aluvión de la tierra de Asiria. En el mismo día doblaron desde lejos el promontorio de las Amazonas que tiene su puerto, donde una vez el héroe Heracles tendió emboscada a Melanipa, la hija de Ares, que había hecho una incursión; y, como rescate por su hermana, Hipólita le entregó su cinturón policromado, y él la devolvió indemne... Y ciertamente al demorarse habrían trabado combate con las Amazonas y no habrían luchado sin derramar sangre
Tríptico de las Amazonas por A. von Hildebrand (1847-1921)
-pues las Amazonas, que poblaban la llanura del Deante, no eran muy acogedoras ni respetuosas de las leyes, sino que las ocupaba la deplorable violencia y las obras de Ares; pues en efecto eran de la estirpe de Ares y de la ninfa Harmonía, la cual le alumbró a Ares unas hijas belicosas, tras compartir su lecho en los valles del bosque de Acmón-, si por obra de Zeus no hubieran llegado de nuevo los soplos del Argestes y ellos con el viento hubieran dejado atrás el redondeado promontorio, donde las Amazonas de Temiscira se armaban. Pues no habitaban reunidas en una sola ciudad, sino repartidas por su territorio en tres tribus. Por un lado estas mismas a las que entonces acaudillaba Hipólita; por otro lado residían las de Licasto; y por otro las flechadoras de Cadesia.
Llegada al País de la Cólquide o Ea. La conspiración para que Jasón gane el favor de Medea
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas III, 6 ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
Así ocultamente entre los espesos cañaverales permanecían los héroes emboscados. Mas los vieron Hera y Atenea, y marchando a un aposento lejos del propio Zeus y de los demás dioses inmortales, deliberaban.
Y Hera se anticipó a probar a Atenea: “Tú misma ahora la primera, hija de Zeus, comienza la deliberación. ¿Qué debemos hacer? ¿Planearás acaso algún ardid con el que puedan obtener el dorado vellocino de Eetes y llevarlo hasta la Hélade? A éste no le persuadirían exhortándole con dulces palabras, que es en verdad terriblemente soberbio; sin embargo no conviene descartar ningún intento”.
Así habló. Y al punto Atenea le respondió: “También yo misma revolvía en mi espíritu tales pensamientos, cuando tú, Hera, me preguntaste abiertamente. Pero aún no sabría proponerte ese ardid que beneficiará el ánimo de los héroes, aunque he sopesado muchas decisiones”.
La canción de Atenea por R. Franklin
Dijo. Y ellas fijaron los ojos en tierra delante de sus pies, meditando cada una por su lado. En seguida Hera concibió la primera un plan y tal discurso pronunció: “¡Ea!, vayamos en pos de Cipris; y y al llegar a su lado incitémosla ambas a que hable a su hijo, por si consiente en hechizar de amor por Jasón a la hija de Eetes, la de muchas pócimas, flechándola con sus dardos. Creo que éste con los consejos de ella traería el vellocino a la Hélade”.
Así habló. El ingenioso plan agradó a Atenea, y luego a su vez le respondió con dulces palabras: “Hera, ignorante de sus dardos me engendró mi padre, y no conozco hechizo alguno que infunda el deseo. Si a ti misma te agrada la idea, ciertamente yo podría acompañarte y tú tomar la palabra al llegar a su encuentro”.
Venus ante el espejo, Tiziano, ca. 1555. National Gallery (Washington)
Dijo, y alzándose presurosas marcharon a la gran mansión de Cipris, la que construyera su marido el patizambo, cuando al principio se la llevó del lado de Zeus como esposa. Después de entrar en el recinto, se detuvieron bajo el pórtico del aposento donde la diosa solía disponer el lecho de Hefesto. Pero él de mañana había partido hacia su fragua y sus yunques, al anchuroso refugio de las islas Plancta, en el que forjaba todas sus artísticas obras al soplo del fuego. Ella estaba, pues, sola en casa, sentada en un trono labrado enfrente de las puertas. Dejando caer los cabellos de uno y otro lado sobre sus blancos hombros, los separaba con un broche dorado y se disponía a trenzar sus largas trenzas. Mas, al verlas delante, se detuvo y las llamó adentro, y se levantó del trono y las hizo sentarse en sillones. Luego a su vez ella también se sentó y con sus manos se recogió arriba las despeinadas melenas. Y sonriendo les habló con insinuantes palabras:
“Queridas, ¿qué intención o qué necesidad os trae aquí después de tan largo tiempo? ¿Por qué venís las dos, que antes casi nunca me visitabais, ya que sobresalís entre las diosas?
Y Hera en respuesta le dirigió estas palabras:
“Te burlas, pero a nosotras dos el corazón se nos conmueve por una desgracia. Pues ya en el río Fasis ha detenido su nave el Esónida y los otros cuantos le siguen en pos del vellocino. Por todos ellos en verdad, ya que la acción está cerca, tememos de manera terrible, y mayormente por el Esónida. A éste, aunque navegara hacia el Hades para desatar allí debajo a Ixión de sus broncíneas cadenas, yo lo protegeré con cuanta fuerza haya en mis brazos, para que Pelias no se regocije de haber escapado a su miserable suerte, el cual en su arrogancia me privó del honor de los sacrificios. Y además ya antes Jasón también me era muy querido, desde que, junto a las corrientes del Anauro bastante crecido, cuando yo probaba la justicia de los hombres, vino a mi encuentro al regresar de la caza. Estaban cubiertas de nieve todas las montañas y las enormes atalayas; de ellas descendían los torrentes rodando con estrépito. Se compadeció de mí, que tenía la apariencia de una anciana, y levantándome sobre sus hombros él mismo me llevó al otro lado a través del agua impetuosa. Por ello me es siempre muy estimado. Y Pelias no pagaría su ultraje, si tú no le concedes el regreso”.
Así habló. A Cipris le invadió un mudo estupor. Estaba turbada al ver a Hera suplicarle, y luego ella le respondió con amables palabras: “Venerable diosa, no haya para ti ninguna otra cosa peor que Cipris, si desatiendo tu deseo en cualquier palabra u obra que estas débiles manos puedan realizar. Y no tenga yo gratitud alguna a cambio”.
Así dijo. Y Hera a su vez cautelosamente le habló: “No venimos necesitadas de tu fuerza ni de tus manos. Sino que, sin más cuidado, pide a tu hijo que hechice a la doncella de Eetes con el amor del Esónida. Pues si aquélla le aconseja benévola, creo que él fácilmente rescatará el dorado vellón y regresará a Yolco, ya que es astuta”.
Así dijo. Y Cipris respondió a ambas: “Hera y Atenea, os obedecería a vosotras más que a mí. Pues de vosotras, aun siendo desvergonzado, tendrá al menos un poco de vergüenza en sus ojos. Pero por mí no se inquieta, y nada el importa reñir continuamente. Y ya, abrumada en mi desdicha, he estado a punto de romperle en su presencia las malsonantes flechas junto con su arco. Pues tal amenaza profería en su enojo: que si no mantenía lejos mis manos, mientras aún refrenaba su ánimo, luego me lo reprochara a mí misma”.
Así habló. Sonrieron las diosas y se miraron de frente entre sí. Ella a su vez añadió afligida: “A los demás mis penas les dan risa, y yo no tengo ninguna necesidad de contárselas a todos. Basta que las sepa yo misma. Ahora, ya que esto os es grato a vosotras dos, lo intentaré; lo ablandaré y no desobedecerá”.
Así habló. Hera le tomó su delicada mano y, sonriendo levemente, le dijo en respuesta: “Así ahora, Citerea, como dices, haznos este favor sin tardanza. Y no te enojes ni riñas con tu hijo irritada; pues cambiará en el futuro”.
Dijo y abandonó su asiento. Atenea la acompañó. Salieron ambas camino de regreso.
Paneles de la serie dedicada a Los Argonautas por B. Di Antonio (1446-1516)
Viaje de ida. De izquierda a derecha: Llegada de Jasón a la corte de Pelias, consulta al centauro Quirón, partida de la nave Argos
Viaje de vuelta. De izquierda a derecha: Llegada de Jasón a la corte de Eetes, prueba de los toros, salida de la expedición de los hijos de Eetes en persecución de Jasón y Medea
La prueba de Eetes
Detalle del rey Eetes entre sus hijas recibiendo a Jasón, detrás de él la prueba de los toros, de la serie dedicada a Los Argonautas por B. Di Antonio (1446-1516)
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas III, 396 ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
...el ánimo de aquél [Eetes] agitaba en su pecho un doble propósito: o acometiendo los mataría al instante mismo, o pondría a prueba su fuerza. Esto le pareció mejor en su reflexión, y ya le replicó a su vez:
"Extranjero, ¿por qué relatar cada cosa en extenso? Pues si verdaderamente sois de la estirpe de los dioses, o incluso si, de otro modo, vinisteis por lo ajeno sin ser inferiores a mí, te daré el dorado vellón para que te lo lleves, si quieres, tras ponerte a prueba. Pues por los hombres valerosos no siento recelo, como vosotros contáis de ese soberano de la Hélade. La prueba de tu fuerza y tu valor será un trabajo que yo mismo llevo a cabo con mis manos, por funesto que sea. En la llanura de Ares pacen dos toros míos de broncíneas patas, que por su boca exhalan fuego. Tras uncirlos al yugo los guío por la dura campiña de Ares, de cuatro fanegas, que rápidamente labro hasta el lindero con el arado y no siembro en los surcos la semilla con el grano de Deo, sino los dientes de un terrible dragón que al crecer se transfiguran en hombres armados. Allí mismo los destruyo y siego bajo mi lanza conforme vienen a mi encuentro por alrededor. De mañana unzo los bueyes y a la hora del crepúsculo finalizo la cosecha. Tú, si realizas esto así, entonces en el mismo día te llevarás el vellocino a casa de tu rey. Antes no te lo daría, ni lo esperes. Pues sin duda es indigno que un hombre nacido noble ceda ante un hombre inferior".
A. F. Sandys, Medea, 1866-1868. Birmingham Museum of Art, Birmingham, Alabama, USA
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas III, 744 ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
La noche luego traía las tinieblas sobre la tierra... El silencio reinaba en la cada vez más negra oscuridad. Pero a Medea no la dominó el dulce sueño. Pues, en su pasión por el Esónida, muchas inquietudes la desvelaban temerosa del furor violento de los toros, ante los que él iba a sucumbir con un miserable destino en la campiña de Ares. Intensamente le palpitaba el corazón dentro de su pecho... De sus ojos fluían lágrimas de compasión... Se decía a sí misma unas veces que le daría las mágicas pócimas contra los toros; y otras que no, y que sucumbiría también ella. En seguida, que ella no moriría, ni le daría las pócimas, sino que así resignada soportaría su desgracia. Sentándose luego quedó indecisa y exclamó:
"¡Desdichada de mí!, que ahora en este o en aquel infortunio me hallo, por entero mi espíritu está desamparado y no hay remedio alguno para mi dolor... ¡Ay! Ojalá hubiera sido abatida por los veloces dardos de Ártemis, antes de ver a éste... Que muera ejecutando la prueba, si perecer en la campiña es su destino. Pues, ¿cómo sin advertirlo mis padres podría preparar las pócimas? ¿Y luego qué explicación contaré... llevándome de boca en boca por todas partes las mujeres cólquides murmurarán cosas indignas: 'la que murió por cuidarse tanto de un hombre extranjero; la que deshonró su casa y a sus padres por ceder a una impúdica pasión'..."
Dijo, y fue en busca del cofre en que tenía depositadas muchas pócimas, unas benéficas, otras destructivas.
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas III, 789 ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
[Habla Jasón a Medea:]
“Pues sin ti no superaré la lamentable prueba. Yo después te pagaré gratitud por tu ayuda, como es lícito y conviene a quienes habitan alejados, procurándote renombre y hermosa gloria. Asimismo los demás héroes te celebrarán al regresar a la Hélade, y también las esposas y madres de los héroes, las cuales sin duda ya sentadas en las riberas nos lloran. Sus penosas aflicciones podrías tú disiparlas. Ya en cierta ocasión también a Teseo lo libró de sus funestas pruebas una doncella de Minos, la bondadosa Ariadna, a quien alumbrara Pasífae, hija de Helios. Pero ella además, una vez que Minos hubo calmado su cólera, abandonó su patria con él a bordo de la nave. A ella incluso los propios inmortales la amaron y en medio del éter, como signo suyo, una corona estrellada, que llaman de Ariadna, gira toda la noche entre las constelaciones celestes. Asimismo tú obtendrás la gratitud de los dioses, si salvas tamaña expedición de hombres notables. Pues en verdad, por tu belleza, pareces brillar con amables bondades.”
J. W. Waterhouse, Jasón y Medea, 1907
... Al fin la joven, a duras penas, le habló así tiernamente:
"Advierte ahora cómo yo te prestaré ayuda. Cuando ya vayas a su encuentro y mi padre te entregue los funestos dientes de las quijadas del dragón para sembrarlos, entonces, aguardando a la media noche en su justa mitad y tras bañarte en las corrientes de un río inagotable, tú solo lejos de los demás, envuelto en un manto negro, excava un foso circular. En él degüella una oveja y deposítala entera en una pira que hayas construido adecuadamente sobre el mismo foso. Puedes propiciar a Hécate, la unigénita Perseide, libando de una copa el producto colmenero de las abejas. Luego, una vez que acordándote hayas aplacado a la diosa, retírate de nuevo de la pira. Que no te impulse a volver atrás ni ruido de pasos ni ladrido de perros, no sea que, arruinándolo todo, ni tú mismo regreses junto a tus compañeros como conviene. Al alba humedece esta pócima y, desnudo, acicala tu cuerpo como con un ungüento. Con ella obtendrás una fuerza inmensa y un gran vigor, y podrás decir que te asemejas no a los hombres sino a los dioses inmortales. Además de la propia lanza también deben untarse el escudo y la espada. Entonces no te podrán herir las picas de los hombres terrígenos ni la irresistible llama que surge de los toros funestos. Mas no será de tal condición por mucho tiempo, sino durante el mismo día. Sin embargo tú nunca retrocedas ante la prueba.
Y te
daré además otro consejo de provecho. En cuanto hayas uncido los poderosos toros
y rápidamente con tus brazos y tu vigor hayas arado por completo la dura
campiña, y ya los gigantes como espigas en los surcos se alcen de los dientes
del dragón sembrados en la oscura tierra, cuando observes que surgen numerosos
de la campiña, arroja a escondidas una piedra muy pesada. Por ésta ellos, como
perros de agudos dientes en torno a su presa, se matarán unos a otros. Y tú
mismo presurosos dirígete a la pelea. Gracias a esto te llevarás de Ea el
vellocino a la Hélade, bien lejos. Marcha, no obstante, adonde te sea grato,
adonde te plazca ir tras tu partida."
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas III, 1177 ss. y 1270 ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
A su llegada el poderoso Eetes les entregó para la prueba los temibles dientes del dragón Aonio. A éste, que era guardián de la fuente de Ares, lo mató Cadmo en Tebas Ogigia, cuando llegó buscando a Europa. Y allí se estableció en su peregrinar tras la novilla que Apolo en sus oráculos le confiara como guía de su camino. La diosa Tritónide se los arrancó de sus quijadas y los entregó como regalo por igual a Eetes y al propio matador. Y el Agenórida Cadmo los sembró en las llanuras Aonias y asentó allí al pueblo terrígeno, a cuantos subsistieron bajo la lanza de Ares que los segaba. Los otros entonces se los entregó Eetes para que se los llevaran a la nave, de buen grado, pues no creía que él cumpliría los términos de la prueba, aunque pusiera el yugo a los bueyes....
[Jasón y los suyos] se apresuraban hacia la llanura de Ares... Encontraron a Eetes y a las demás gentes de los colcos, éstos situados sobre las atalayas del Cáucaso, aquél junto a la orilla del propio río donde traza su curva.
El Esónida... se aproximó luego caminando, al lado clavó su recia pica, derecha sobre la contera, y dejó el casco apoyado en ella. Marchó adelante con su escudo solo, rastreando las innumerables huellas de los toros. Éstos, desde algún oculto refugio subterráneo donde tenían sus sólidos establos envueltos alrededor en espesa humareda, se presentaron ambos a la vez exhalando llamaradas de fuego. Se asustaron los héroes cuando los vieron. Pero él, bien plantado, aguardaba su acometida como un escollo rocoso en el mar aguarda las olas que se agitan con inacabables tormentas. Delante de él sostuvo el escudo de frente. Y aquellos dos, entre mugidos, lo golpearon con sus poderosos cuernos, mas ni un tanto siquiera lo levantaron en sus embestidas... Ellos dos mugían resoplando rauda llama de sus bocas, y a él en torno lo envolvía el fuego abrasador como un relámpago. Pero las pócimas de la joven lo protegían.
Y él, agarrando por el extremo el cuerno del buey de la derecha, lo arrastró vigorosamente con toda su fuerza, para acercarlo a la broncínea gamella. Lo echó en tierra humillado, golpeando enérgicamente con el pie su broncínea pata. Asimismo al otro lo hizo caer de rodillas cuando atacaba, derribado con un solo golpe. Tras arrojar a un lado en el suelo su ancho escudo, plantado sobre las dos piernas, de una y otra parte sujetaba ambos toros, abatidos sobre sus rodillas delanteras, mientras era envuelto de repente en la llama. Pasmoso Eetes ante la fuerza del héroe.
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas IV, 1ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
Ahora tú misma diosa, canta el sufrimiento y las intenciones de la joven de Cólquide...
Eetes planeaba un engaño insalvable contra ellos en su palacios, irritado violentamente en su ánimo por la odiosa prueba; y sospechaba que esto no sucedía del todo al margen de sus hijas.
Mas a ella en su corazón Hera le infundió el más doloroso temor. Y huyó como una ligera cervatilla, a la que en la espesura de un profundo boscaje atemoriza el ladrido de los perros. Pues en seguida creyó con certeza que su ayuda no le había pasado inadvertida, y que al punto colmaría toda su desgracia. Recelaba de sus sirvientas que estaban enteradas. Sus ojos se le llenaron de fuego, y terriblemente le zumbaban los oídos. Una y otra vez se tocaba la garganta, una y otra vez arrancándose mechones de su cabello gemía en su lamentable dolor. Y allí mismo entonces en contra del destino habría perecido la joven bebiendo sus pócimas, y habría frustrado los propósitos de Hera, si la diosa no la hubiera impulsado en su turbación a huir con los hijos de Frixo. En el pecho su alado corazón se le reconfortó, y luego ella, volviéndose atrás, del cofre vertió en su regazo a la vez todas las pócimas juntas. Besó su lecho y de ambos lados las jambas de la doble puerta, y acarició las paredes. Tras cortarse un largo mechón con sus manos, lo dejó en la alcoba para su madre como recuerdo de su doncellez, y con voz acongojada se lamentó:
"Este largo bucle te dejo en mi lugar al partir, madre mía. Que seas feliz, aunque yo muy lejos me vaya. Que seas feliz, Calcíope, y la casa toda. ¡Ojalá que el mar, extranjero, te hubiera destrozado antes de llegar a la tierra Cólquide!".
Tres argonautas y Medea en la nave Argo
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas IV, 66ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
A ella rápidamente sus pies la llevaban presurosa. Con júbilo ascendió sobre los ribazos del río, al divisar enfrente el resplandor del fuego que toda la noche los héroes tenían encendido por el feliz éxito de la prueba. Entonces a través de la oscuridad con voz fuerte y aguda llamó, desde la margen opuesta, al menor de los hijos de Frixo... Entre tanto los héroes avanzaban hacia ella con los rápidos remos... Luego Frontis y Argos, los dos hijos de Frixo, saltaron a tierra. Ella entonces, abrazando sus rodillas con ambas manos, les habló:
"Protegedme, amigos, en mi desdicha, como también a vosotros mismos, de Eetes. Pues ya todo enteramente ha quedado descubierto, y no nos asiste remedio alguno. ¡Ea!, huyamos en la nave antes de que él monte en sus raudos caballos. Yo os daré el dorado vellón, adormeciendo al dragón guardián. Mas tú, extranjero, ante tus compañeros haz a los dioses testigos de las palabras que me prometiste, y no me dejes partir lejos de aquí menospreciada y sin honra por falta de valedores."
Dijo apenada. Mas el corazón del Esónida mucho se alegraba. Y al punto a ella, que estaba postrada a sus rodillas, alzándola suavemente, le habló con ternura y la animó: "Infeliz, que el propio Zeus Olímpico sea testigo del juramento y Hera conyugal, esposa de Zeus: de veras te instalaré en mi morada como legítima esposa, cuando lleguemos de regreso a la tierra de la Hélade". Así le dijo, y al instante unió la mano derecha a su mano.
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas IV, 114ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
El esónida y la joven descendieron de la nave en un herboso lugar que se llama Lecho del Carnero... Allí los héroes por consejo de Argos los dejaron ir; y ellos dos por una senda llegaron hasta el bosque sagrado, buscando la enorme encina sobre la que estaba echado el vellocino, semejante a una nube que se enrojece con los encendidos rayos del sol naciente. Pero frente a ellos tendía su larguísimo cuello el dragón, que vigilante con sus ojos insomnes los había visto venir. Silbaba de manera espantosa, y alrededor las extensas orillas del río y el inmenso bosque resonaban... Mientras éste serpenteaba, la joven se lanzó ante sus ojos, invocando con dulce voz al Sueño protector, el supremo de los dioses, para que hechizara al monstruo. Y clamaba a la soberana noctívaga, la infernal, la misericordiosa, que le diera acceso. El Esónida la seguía aterrorizado. Pero aquél ya, hechizado por el encantamiento, relajaba el largo espinazo de su terrígena espiral y extendía sus incontables anillos, como cuando en apacibles mares rueda una ola negra, débil y silenciosa. Pero no obstante, levantando aún en alto su horrible cabeza, trataba de engullir a ambos con sus funestas mandíbulas.
Mas ella con una rama de enebro recién cortada, que mojaba en su brebaje, entre encantamientos rociaba eficaces pócimas por sus ojos; y por encima y alrededor el intenso olor de la pócima le infundía el sueño. En el sitio mismo dejó apoyada la mandíbula, y sus inmensos anillos quedaron extendidos por detrás muy lejos a través del arbolado bosque.
Entonces él cogió de la encina el vellocino dorado por indicación de la joven; y ella, manteniéndose quieta de pie, untaba con su pócima la cabeza del animal, hasta que ya el propio Jasón le ordenó volverse hacia su nave. Y abandonaron el muy umbroso bosque de Ares...
Cuanto grande es la piel de una ternera añal o de un ciervo, al que los cazadores llaman gamo, tan grande era el vellón, completamente de oro, y por encima su cobertura de lana lo hacía pesado. La tierra se iluminaba con vivos destellos ante sus pies a medida que avanzaba. Marchaba unas veces llevándolo echado sobre el hombro izquierdo, desde lo alto del cuello hasta los pies, y otras en cambio lo enrollaba acariciándolo. Pues mucho temía que alguno de los hombres o de los dioses se lo arrebatara saliendo a su encuentro.
La aurora se esparcía sobre la tierra, y ellos llegaron junto al grupo. Se pasmaron los jóvenes al ver el gran vellocino, brillante igual que un relámpago de Zeus. Cada uno se alzó ansioso de tocarlo y recibirlo en sus manos. Mas el Esónida contenía a los demás, y le echó por encima un manto. Subiendo a la joven, la hizo sentarse en la popa, y tal discurso pronunció en medio de todos:
"Ahora ya no rehuséis, amigos, volver a la patria. Pues la necesidad por la que soportamos esta dolorosa navegación, padeciendo fatigas, se ha cumplido ya con éxito por los designios de esta joven. A ella, si quiere, yo la llevaré a mi casa como esposa legítima. Pero vosotros, como a quien es de toda Acaya y de vosotros mismos noble defensora, socorredla. Pues sin duda, creo, Eetes vendrá con su tropa para impedirnos la salida al mar desde el río... En nuestra partida se apoya la Hélade para alcanzar o el deshonor o bien una gran gloria".
Así habló, y vistió sus armas de guerra. Ellos gritaron llenos de extraordinario ímpetu.
El Viaje de Vuelta
La muerte de Apsirto
H. J. Draper, "The Golden Fleece" (1904), Bradford, Galería de Arte. Catwright Hall
Apolodoro, Biblioteca I, 9, 23 s.
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda,
Madrid, Gredos, 1985)
A pesar de haber uncido los toros, Eetes no quiso entregarle el vellocino, sino que pretendía quemar la Argo y dar muerte a sus tripulantes. Pero Medea, adelantándose, condujo a Jasón por la noche a donde estaba la piel y, tras adormecer con una droga al dragón que la guardaba, se apoderó de ella y se dirigió a la Argo con Jasón, llevando también a su hermano Apsirto; y con ellos a bordo los Argonautas zarparon durante la noche.
Eetes, ante la audacia de Medea, intentó alcanzar la nave. Medea, al verlo cerca, asesinó a su hermano y despedazado lo arrojó al mar. Eetes se retrasó en la persecución por recoger los pedazos del niño; entonces emprendió el regreso y enterró los miembros rescatados en un lugar que denominó Tomos.
Navegación por el Istro (Danubio)
Navegación por el Erídano (Po) y el Ródano hasta desembocar en el Mediterráneo
Visita a Circe en Eea
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas IV, 659 ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
Rápidamente desde allí marchaban a través de las olas del mar Ausonio, manteniendo a la vista las cosas Tirrenas. Y llegaron al célebre puerto de Eea, y de la nave en seguida echaron las amarras sobre la orilla. Allí encontraron a Circe que purificaba su cabeza en las aguas del mar; pues de tal modo estaba asustada por sus sueños nocturnos...
D. Dossi, "Circe and her loverns in a landscape", ca. 1525. National Gallery of Art, Washington DC.
Unas bestias, ni semejantes a bestias salvajes ni tampoco a hombres por su homogénea figura, sino mezcladas a partir de unas y de otros, marchaban agrupadas, como las ovejas van en manada desde los establos siguiendo a su pastor. Criaturas tales ya antes hizo germinar del limo la propia tierra, compuestas de miembros mezclados, cuando aún no estaba del todo condensada por el aire sofocante ni aún había absorbido tanto la humedad por los rayos del sol desecador; mas el tiempo las combinó y ordenó en especies. Así aquéllas, irreconocibles en su naturaleza, la seguían, y un estupor inmenso se apoderó de los héroes. Al punto cada uno, observando el aspecto y los ojos de Circe, fácilmente aseguró que era hermana de Eetes.
Ella, cuando despejó los temores de sus sueños nocturnos, en seguida retornó luego sobre sus pasos; y al tiempo, haciendo un gesto con su mano, los incitaba astutamente a seguirla.
J. W. Waterhouse, "Circe"
Entonces, mientras el grupo según órdenes del Esónida permanecía indiferente, él llevó consigo a la joven de la Cólquide. Ambos siguieron su mismo camino, hasta llegar al palacio de Circe. Ésta los invitaba a sentarse en espléndidos sillones, ignorando el por qué de su venida. Mas ellos dos, mudos y en silencio, se sentaron presurosos junto al hogar, según la costumbre establecida para los desventurados suplicantes, ella poniendo su frente sobre ambas manos, y él clavando en el suelo su gran espada guarnecida, con la que matara al hijo de Eetes. Y jamás alzaban de frente sus ojos en los párpados. En seguida conoció Circe su fugitivo destino y la culpabilidad de su crimen. Así que, respetando la justicia de Zeus suplicante, que mucho se irrita pero mucho socorre a los homicidas, realizó el sacrificio con que se purifican los suplicantes culpables, cuando acuden junto al hogar...
[Circe se dirige a Medea:] "¡Desdichada, en verdad planeaste un viaje miserable e indecoroso!... Pero, ya que eres, en efecto, suplicante y pariente mía, ningún otro mal urdiré para ti, que aquí has venido. Márchate del palacio, acompañando al extranjero, quienquiera que sea ese desconocido que has conquistado al margen de tu padre. y no te me arrodilles junto al hogar. Pues al menos yo no aprobaré tus determinaciones y tu indecorosa huida".
Encuentro con las Sirenas, Escila y las Rocas Planctas o Errantes
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas
IV, 892 ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
Y en seguida avistaron la hermosa isla Antemóesa, donde las armoniosas Sirenas, hijas de Aqueloo, hacían perecer con el hechizo de sus dulces cantos a cualquiera que cerca echara amarras. Las había engendrado, tras compartir el lecho de Aqueloo, la bella Terpsícore, una de las Musas. Y en otro tiempo habían servido a la hija valerosa de Deo, aún virginal, acompañándola en sus juegos. Mas entonces eran por su aspecto semejantes en parte a aves y en parte a doncellas. Siempre al acecho desde una atalaya de buen puerto, ¡cuántas veces ya arrebataron a muchos el dulce regreso, consumiéndolos de languidez!
Orfeo. Colección J. Paul Getty Museum, Malibú
Sin reparo también para éstos emitieron de sus bocas una voz de lirio. Y ellos desde la nave ya se disponían a echar amarras sobre la orilla, si el hijo de Eagro, el tracio Orfeo, tendiendo en sus manos la lira Bistonia, no hubiera entonado la vivaz melodía de un canto ligero, a fin de que sus oídos zumbasen con la ruidosa interferencia de sus acordes. Y la lira superó su voz virginal. A un tiempo el Céfiro y el sonoro oleaje, que se alzaba de popa, llevaban la nave; y aquéllas emitían un confuso rumor. pero, aun así, el noble hijo de Teleonte, Butes, el único entre sus compañeros, se adelantó y de su pulido banco saltó al mar, fascinado en su ánimo por la armoniosa voz de las sirenas; y nadaba entre el borbollante oleaje, para alcanzar la orilla, el desdichado. En verdad que al instante allí mismo le hubieran privado del regreso, pero compadeciéndose de él la diosa Cipris, protectora de Érice, lo arrebató aún en medio de los torbellinos y lo salvó, acudiendo benévola, para que habitase el cabo Lilibeo.
Escila
Ellos, dominados por el dolor, las dejaron atrás, pero les aguardaban otros peligros, más destructivos para las naves, en los estrechos del mar. Pues a un lado aparecía la escarpada roca de Escila; y al otro con violento bramido sonaba Caribdis. En otro lugar las rocas Planctas rugían bajo el oleaje, donde antes brotaba una ardiente llama de lo alto de los peñascos por encima de la abrasada roca, y con el humo se volvía tenebroso el cielo y no podían verse los rayos del sol. Entonces, aunque Hefesto había cesado en sus trabajos, todavía el mar exhalaba un cálido vapor. Allí las jóvenes Nereidas acudían de todas partes a su encuentro, y la divina Tetis por detrás agarró la aleta del timón para protegerlos entre los escollos de las Planctas.
Nereidas y cortejo marino. Mosaico de Ostia
Como cuando en la calma los delfines fuera del mar dan vueltas en bandada alrededor de una nave presurosa, mostrándose a veces por delante, a veces por detrás, a veces por los lados, y a los marinos causan alegría; así ellas, saltando en su carrera, apiñadas daban vueltas en torno a la nave Argo, y Tetis dirigía su ruta. Y cuando ya iban a chocar con las Planctas, en seguida, recogiéndose las faldas sobre sus blancas rodillas, por encima de los mismos escollos y el rompiente de als olas se apresuraban a uno y otro lado separadas entre sí.... Ellas, como cerca de una playa arenosa las muchachas, con los pliegues del vestidos enrollados sobre sus caderas, juegan en dos bandos con una pelota redonda; y sucesivamente cada una la recibe de la otra; así ellas alternativamente de una a otra se enviaban el navío raudo a través del aire sobre las olas, siempre lejos de las rocas; y en torno a éstas borbotaba el agua rugiendo.
Localización de las Planctas en el estrecho de Mesina
Homero, Odisea 12, 69-72
[Advertencias de Circe a Odiseo respecto a las dos rutas alternativas, bien pasar entre Escila y Caribdis, bien atravesar las Rocas Planctas o Errantes]
“Una nave crucera tan sólo salvó aquel paraje: fue la célebre Argo al volver de las tierras de Eetes; ya lanzada marchaba a chocar con las rocas gigantes cuando Hera, que amaba a Jasón, desvióla al mar libre”
Isla Trinacia (Sicilia), rebaños de Helio. La isla de los Feacios (Corcira, actual Corfú)
Apolodoro, Biblioteca I, 9, 25
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda,
Madrid, Gredos, 1985)
...Costearon la isla Trinacia, donde estaban las vacas de Helios, y llegaron a Corcira, la isla de los feacios, donde reinaba Alcínoo. Y los colcos, al no poder encontrar la nave, unos se establecieron en los montes Ceraunios, otros yendo a Iliria colonizaron las islas Apsírtides. Pero los que habían llegado a los feacios, encontraron allí la Argo y pidieron a Alcínoo que les entregara a Medea. El rey les contestó que, si ya se había unido a Jasón, se la concedería a éste, pero en el caso de que aún fuera virgen, la devolvería a su padre. Arete, esposa de Alcínoo, adelantándose, procuró que Medea yaciese con Jasón; entonces los colcos se establecieron entre los feacios, y los Argonautas se hicieron a la mar con Medea.
En el País de los Feacios
G. Moreau, "Jason and Medea" 1865
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas IV, 1128 ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
En seguida, tras hacer la mezcla en una cratera en honor de los bienaventurados, según el ritual, y depositar unos corderos piadosamente sobre el altar, en la misma noche disponían para la joven un lecho nupcial en la gruta divina donde una vez habitara Macris, la hija del prudente Aristeo, el que descubrió el producto de las abejas y el jugo de la muy laboriosa aceituna...
Allí entonces extendieron un gran lecho; y sobre él echaron el radiante vellocino, para que fuese una boda honrosa y célebre. Las ninfas, recogiendo flores variopintas, se las llevaban en sus blancos regazos. A todas envolvía un resplandor como de fuego, tal era el brillo que de sus dorados flecos destellaba. Y encendía en sus ojos un dulce deseo; mas el pudor contenía a cada una, por más que anhelara ponerle encima su mano.... las había invitado la propia Hera, esposa de Zeus, para honrar a Jasón. Incluso ahora todavía se denomina gruta sagrada de Medea aquella donde los unieron entre sí, luego de extender sus perfumados vestidos.
Ellos, que en sus manos blandían las lanzas guerreras, no fuese que antes la tropa de los enemigos atacara de improviso por la fuerza, con sus cabezas coronadas de frondosos ramos, al ritmo de la armoniosa lira de Orfeo, cantaban el himeneo ante la entrada de la cámara nupcial. No deseaba el héroe Esónida celebrar su boda en el país de Alcínoo, sino en el palacio de su padre tras volver a Yolco de regreso. Así lo esperaba también la propia Medea. Mas entonces la necesidad los llevó a unirse. Pues nunca la raza de los sufridos humanos alcanzamos el goce con pie cabal; y siempre algún amargo pesar acompaña a las alegrías. Así también a ellos, aunque disfrutaban de su dulce amor, los dominaba el recelo de si el veredicto del Alcínoo se cumpliría.
De vuelta al Mediterráneo: tras pasar por Las Sirtes en la costa Libia
los argonautas llegan a Creta. Historia de Talos.
Apolodoro, Biblioteca
I, 9, 26
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda,
Madrid, Gredos, 1985)
...Se dirigieron a Creta, pero Talo les impidió acercarse; unos dicen que éste era de la raza de bronce, otros que había sido entregado a Minos por Hefesto; era un hombre de bronce, pero según algunos era un toro. Tenía una sola vena que se extendía desde el cuello hasta los tobillos, y el extremo de la vena estaba cerrado con un clavo igualmente broncíneo. Talos vigilaba corriendo alrededor de la isla tres veces al día; por eso también cuando vio acercarse la Argo le arrojó piedras. Murió engañado por Medea, pues unos dicen que ella lo enloqueció con drogas, otros que habiendo prometido hacerlo inmortal le sacó el clavo y, al fluir todo el icor, murió; pero también se dice que pereció al ser flechado en el tobillo por Peante.
Talos muere sostenido por los Dioscuros, detrás Medea
Apolonio Rodio, Las Argonáuticas IV, 1636 ss.
(trad. M. Valverde Sánchez, Madrid, Gredos, 2000)
..Se disponían a cruzar hasta Creta, la que sobrepasa a las demás islas del mar. Mas a ellos el broncíneo Talos, arrancando peñascos del sólido promontorio, les impedía atar amarras en tierra a su llegada a la bahía del puerto de Dicte. A éste, que de la broncínea raza de los hombres nacidos de los fresnos quedaba entre los semidioses, el Crónida lo confió a Europa para que fuese guardián de la isla, y tres veces daba la vuelta en torno a Creta con sus broncíneos pies. Ciertamente en el resto de su cuerpo y en sus miembros estaba hecho de bronce y era inquebrantable, pero bajo el tendón, en su tobillo, tenía una vena de sangre, y su fina membrana contenía los límites entre la vida y la muerte...
[Medea] con sus encantamientos aplacaba y celebrara a las Ceres, devoradoras de la vida, las veloces perras de Hades, que en su ronda por todo el aire persiguen a los vivos. Prosternándose las invocaba tres veces con encantamientos y tres veces con súplicas. Y revistiéndose de un espíritu perverso, con ojos maléficos hechizó la mirada del broncíneo Talos. Masticaba contra él su terrible cólera y le arrojaba siniestras alucinaciones, en su violenta furia...
Mientras alzaba pesadas rocas para impedirles llegar a puerto, rozó su tobillo con el filo de un peñasco. Y el icor le brotaba semejante al plomo fundido. No por mucho tiempo se mantuvo ya plantado sobre el eminente promontorio, sino que, como un gigantesco pino allá arriba en las montañas, al que los leñadores dejaron aún medio cortado con sus afiladas hachas al descender del bosque, y durante la noche primero es sacudido por las ráfagas y después se precipita quebrado por su base; así éste por un tiempo se tambaleaba alternativamente sobre sus pies infatigables, y después, debilitado, cayó con inmenso estruendo.
Muerte de Pelias
Crátera de volutas. Jasón y Pelias, ca. 350 a.C. Museo del Louvre
Apolodoro, Biblioteca I, 9, 26-27
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda,
Madrid, Gredos, 1985)
Después de pernoctar en Crea... llegaron a Yolco, habiendo invertido en todo el viaje cuatro meses.
Pelias, que no contaba con el retorno de los Argonautas, determinó matar a Esón, pero éste pidió darse muerte él mismo, y al ofrecer el sacrificio bebió la sangre del toro hasta morir. Igualmente la madre de Jasón, después de maldecir a Pelias, se ahorcó dejando un niño pequeño, Prómaco; pero a éste también lo mató Pelias.
Jasón a su regreso entregó el vellocino, y queriendo vengarse del daño sufrido, esperaba el momento propicio. Entretanto navegó con los jefes hasta el Istmo y ofreció la nave a Posidón; luego exhortó a Medea a que buscase el medio de castigar a Pelias.
Ésta se dirigió al palacio y persuadió a las hijas de Pelias a que despedazaran y cocieran a su padre, prometiéndoles rejuvenecerlo con sus drogas; para convencerlas, a un carnero troceado y cocido lo transformó en cordero y, ellas, engañadas, hicieron pedazos a Pelias y lo cocieron. Acasto, con los habitantes de Yolco, enterró a su padre y expulsó de Yolco a Jasón y Medea.
Rejuvenecimiento de Esón, padre de Jasón
Ovidio, Metamorfosis VII, 162 ss. (trad. E. Leonetti Jungl, Madrid, Espasa Calpe, 199417)
...Esón, cercano ya a la muerte y agotado por los años de la vejez, no se encontraba entre los que rendían gracias a los dioses. Entonces el esónida dijo así: "Oh esposa, a quien reconozco mi salvación, que me lo has dado todo, que excedes con tus méritos lo creíble: si son capaces de esto, ¿y de qué no son capaces los conjuros?, ¡quítame a mí unos años, y cuando me los hayas quitado, añádeselos a los de mi padre!"...
[Medea responde:] "...Con mi magia trataré de renovar la edad de tu padre sin usar tus años, siempre que la diosa triforme me asista con su presencia y apruebe mi enorme empresa."
...Y ya nueve días y nueve noches la habían visto recorrer los campos, transportada por el carro y las alas de los dragones, cuando regresó... Ya de vuelta... rehúye el contacto de los hombres y erige dos altares de césped: en el lado derecho a Hécate, y en el izquierdo a la Juventud...en los que llevó a cabo un sacrificio: clavó un cuchillo en el cuello de dos ovejas negras y llenó con su sangre los grandes fosos. Luego, a la vez que vertía sobre ellos con una copa líquido vino y con otra tibia leche, profirió unas palabras e invocó a los dioses de la tierra, rogando al dios de los muertos y a su raptada esposa que no se apresuraran a despojar de su alma a ese anciano cuerpo. Cuando los hubo aplacado con sus oraciones y con un largo murmullo, ordenó que sacaran fuera el débil cuerpo de Esón, y sumiéndolo con un encantamiento en un sueño profundo hizo que lo tendieran sobre una alfombra de hierba. Entonces ordenó a Jasón que se alejara de allí, ordenó que se alejaran los servidores, y les advirtió que apartaran de la ceremonia sus ojos profanos...
Medea, con los cabellos sueltos y ataviada como una bacante, camina alrededor de los altares encendidos, baña unas antorchas en la negra sangre de los fosos, así impregnadas las prende en el fuego de los dos altares, y tres veces purifica al anciano con fuego, tres veces con agua, tres veces con azufre. Mientras tanto, en un caldero de bronce una poderosa pócima hierve, burbujea y rezuma espuma blanca. Allí cuece raíces cortadas en el valle de Hemonia, semillas, flores y ácidos jugos. Añade también piedras traídas del Extremo Oriente y arenas lavadas por el reflujo del océano, rocío recogido en una noche de luna, inmundas alas de vampiro con su propia carne y entrañas del biforme lobo, que suele cambiar su rostro de animal por el de un hombre. Tampoco faltan la piel escamosa de una serpiente venenosa del Cínife y el hígado de un ciervo longevo, a lo que añade además el pico y la cabeza de una corneja que ha vivido nueve siglos.
Cuando la extranjera hubo preparado con todas estas cosas y con otras mil que no tienen nombre el don que había de ofrecer al mortal, lo mezcló todo con una rama seca de olivo, árbol de la paz, revolviendo lo de arriba con lo de abajo. Entonces, he aquí que el viejo madreo con el que había dado vueltas en el caldero caliente primero se tornó verde, después de breves instantes se revistió de hojas y de repente se cargó de gordas olivas. Y por todas partes, allí por donde el fuego ha hecho saltar la espuma del cóncavo caldero y donde gotas calientes han caído en el suelo, la tierra se vuelve primaveral, y brotan flores y tierno pasto. Al ver esto Medea empuña una espada, abre la garganta del anciano, y dejando que salga la vieja sangre lo rellena con los jugos. una vez que Esón los ha absorbido, bien por la boca o bien por la herida, la barba y el cuello pierden la canicie y adquieren un color negro; la escualidez es repelida y desaparece, desaparecen la palidez y la decrepitud, las vacías arrugas se rellenan de nueva carne, los miembros se vuelven vigorosos. Esón admira su cuerpo y recuerda haber sido así en otros tiempos, cuarenta años atrás.
Baco vio desde el cielo el prodigioso milagro, y pensando que así podría devolver la juventud a sus nodrizas, hizo que la mujer de la Cólquide le revelara el secreto.
Otra versión de la Muerte de Pelias
Medea, J.W. Waterhouse
Ovidio, Metamorfosis VII, 298 ss. (trad. E. Leonetti Jungl, Madrid, Espasa Calpe, 199417)
Y para que no cesaran sus argucias, la mujer del Fasis finge sentir un falso odio hacia su marido y busca refugio, suplicante, en casa de Pelias; también él estaba cargado por la vejez, por lo que sus hijas la acogieron. La astuta Cólquida se gana su confianza en poco tiempo fingiendo una falsa amistad, y mientras les relata, entre sus mayores méritos, cómo le ha quitado la vejez a Esón, deteniéndose especialmente en ese punto, en las muchachas renace la esperanza de que con los mismos artificios pueda rejuvenecer también a su padre. Y eso es lo que le piden, invitándola una y otra vez a que fije el precio ella misma. Por unos momentos ella calla y parece dudar, y con fingida gravedad mantiene en suspenso el ánimo de las suplicante. Luego, tras prometerles que lo hará, "para que tengáis más confianza en mis servicios", les dice, "con mis fármacos transformaré en un cordero el carnero más viejo que tengáis entre vuestras ovejas". Inmediatamente le traen un lanoso carnero cargado de innumerables años, arrastrándolo por los cuernos que se repliegan sobre las huecas sienes. Tras atravesarle la fláccida garganta con un cuchillo hemonio, cuyo filo mancharon escasas gotas de sangre, la hechicera sumergió en el hueco bronce los miembros del animal junto a unos poderosos jugos. Éstos contraen las partes del cuerpo, consumen los cuernos y junto a los cuernos los años, y desde el interior del caldero se escucha un tierno balido; al momento, mientras aún se asombran del balido, salta fuera un cordero que huye retozando en busca de ubres llenas de leche. Las hijas de Pelias se quedaron pasmadas de asombro, y así, una vez que las promesas habían dado fe de su certeza, entonces realmente insistieron con más vehemencia.
Bajorrelieve del s. V a.C. Medea y las Hijas de Pelias
Tres veces Febo había desuncido del yugo a sus caballos tras sumergirse en las aguas del río de Iberia, y las estrellas brillaban radiantes en la cuarta noche, cuando la insidiosa hija de Eetes puso sobre un voraz fuego agua pura y hierbas sin poder. Y ya un sueño semejante a la muerte, infundido con encantamientos y con el poder de unas fórmulas mágicas, se había apoderado del rey, cuyo cuerpo yacía blandamente, y junto con el rey, también el de sus guardias. Las hijas entraron en la habitación junto con la mujer de la Cólquide, como se les había ordenado, y rodearon la cama: "¿Por qué dudáis ahora, cobardes?", les dice. "Empuñad las espadas y haced qeu salga la vieja sangre para que yo pueda rellenar las venas vacías con sangre joven. En vuestras manos están la vida y la edad de vuestro padre: si sentís por él algún afecto, si no agitáis en vuestro pecho vanas esperanzas, ¡ayudad a vuestro padre y explusad de él la vejez con vuestras armas, y clavándole la espada haced que salga la sangre corrupta!".
Ante tales exhortaciones, precisamente aquellas que son más piadosas son las primeras en volverse impías, y para no ser infames cometen una infamia; sin embargo, ninguna es capaz de mirar mientras golpea, y apartando la vista le hieren a ciegas con mano cruel, volviendo la cabeza. Él, chorreando sangre, consigue no obstante incorporarse sobre el codo, intenta levantarse del lecho, medio despedazado, y tendiendo entre todas esas espadas sus brazos cada vez más pálidos dice: "¿Qué hacéis, hijas? ¿Quién os ha armado para que matéis a vuestro padre?". A ellas les faltó el valor y la mano. Iba a decir más cuando la cólquida le cortó el cuello y la palabra, y sumergió su cuerpo desgarrado por las heridas en el cuello hirviendo.
De no haberse marchado por el aire con sus serpientes aladas no habría podido librarse del castigo. Huye por las alturas, por encima del sombrío Pelión.
Las Hijas de Pelias conducen a su padre a la muerte. Fresco del Amor Fatal. Pompeya
Higino, Fábulas 24, (Trad. S. Rubio Fernaz)
Jasón, como había corrido tantos peligros por orden de Pelias, su tío paterno, comenzó a pensar de qué modo lo mataría sin levantar sospechas. Medea le prometió hacerlo.
Así pues, cuando ya estaban lejos de la Cólquide, ordenó colocar la nave en lugar oculto y ella misma se presentó ante las hijas de Pelias como sacerdotisa de Diana. Les promete transformar a su padre Pelias de anciano en joven, pero Alcestis, la hija mayor, niega que esto pueda suceder.
Medea, para atraerla más fácilmente a su plan, arrojó una nube sobre ellas e hizo con sus brebajes muchos prodigios que tenían apariencia de ser verdaderos y puso un carnero viejo en un caldero y de él pareció salir un bellísimo cordero.
[Desde aquí] del mismo modo las Pelíades, es decir, Alcestis, Pelopia, Medusa, Pisídice e Hipótoe, a instancias de Medea mataron y cocieron a su padre en un caldero de bronce. al ver que habían sido engañadas, huyeron de su patria.
Pausanias VIII, 11, 2 (trad. Mª Cruz Herrero Ingelmo)
[En el camino de Mantinea a Tegea están] las tumbas de las hijas de Pelias. Dicen los mantineos que éstas se fueron a vivir con ellos escapando a la vergüenza por la muerte de su padre. Cuando Medea llegó a Yolco, en seguida se puso a conspirar contra Pelias, de hecho ayudando a Jasón, aunque en teoría porque estaba enemistada con él. Prometió a las hijas de Pelias que, si querían, volvería joven a su padre, que era muy viejo. Después de degollar un carnero del modo que fuera, coció su carne en un caldero juntamente con unos fármacos, por medio de los cuales sacó del caldero al carnero cocido como un cordero vivo. Así cogió a Pelias y lo cortó para cocerlo, y sus hijas lo recogieron no apropiado ni siquiera para enterrarlo. Esto las obligó a trasladarse a Arcadia y, cuando murieron, allí fueron levantados sus sepulcros. Ningún poeta les ha puesto nombres, al menos por lo que he leído, pero el pintor Micón inscribió en sus retratos que ellas eran Asteropea y Antínoe.
Hesíodo,Teogonía 992 ss.(trad. A. Pérez Jiménez – A. Martínez Díez, Madrid, Gredos, 2000)
“A la hija de Eetes, rey vástago de Zeus, el Esónida, por decisión de los dioses sempiternos, se la llevó del palacio de Eetes al término de las amargas pruebas que en gran número le impuso un rey poderoso y soberbio, el violento, insensato y osado Pelias. Cuando las llevó a cabo, volvió a Yolcos el Esónida, tras muchos sufrimientos, conduciendo en su rápida nave a la joven de ojos vivos y la hizo su floreciente esposa.
Entonces ésta, poseída por Jasón, pastor de pueblos, dio a luz un hijo: Medeo, al que educó en las montañas Quirón, hijo de Fílira. Y se cumplió por completo la voluntad de Zeus”.
Pausanias, Descripción de Grecia II 3, 10
(trad. Mª C. Herrero Ingelmo, Madrid, Gredos, 1994) = Eumelo de Corinto Fr. 3
“A Medea le iban naciendo hijos, pero lo que iba naciendo lo iba escondiendo, llevándoselo al templo de Hera y los encerraba, creyendo que serían inmortales. Por fin, cuando ella comprendió que había fallado su esperanza y al mismo tiempo fue descubierta por Jasón (pues, aunque le pidió perdón, no se lo concedió, sino que se marchó por mar hacia Yolco), Medea se fue también".
Medea y Jasón en Corinto
J.-Fr. De Troy, "La mort de Creuse", Musée des Augustins, ca. 1745
Apolodoro, Biblioteca I, 9, 28
(trad. M. Rodríguez de Sepúlveda,
Madrid, Gredos, 1985)
Éstos (Jasón y Medea) llegaron a Corinto y vivieron felices durante diez años, hasta que Creonte, rey de Corinto, prometió dar a su hija Glauce a Jasón, quien abandonando a Medea se casó con ella. Medea invocó a los dioses por los que Jasón había jurado y, tras reprochar a éste muchas veces su ingratitud, envió a la novia un peplo envenenado que al vestirlo la abrazó con fuego voraz, así como a su padre que había acudido a socorrerla.
Medea mató a Mérmero y Feres, los hijos tenidos con Jasón, y recibiendo de Helios un carro con dragones alados huyó en él y llegó a Atenas. También se dice que al huir abandonó a los niños aún pequeños, dejándolos como suplicantes en el altar de Hera Acrea; pero los corintios los arrebataron de allí y los hirieron mortalmente.
Medea llegó a Atenas y allí casada con Egeo, tuvo un hijo, Medo; más tarde, por conspirar contra Teseo, fue expulsada de Atenas con su hijo. Pero Medo sojuzgó a muchos bárbaros y llamó Media a toda la tierra sometida a él; murió en lucha con los indios. Medea marchó a la Cólquide sin darse a conocer, y al saber que Eetes había sido depuesto por el hermano de éste, Perses, lo mató y devolvió el reino a su padre.
Jasón habla a Medea de su futura boda con la hija del rey de Corinto
Medea le ofrece la poción a la serpiente mientras Jasón se lleva el vellocino. Crátera. Museo Arqueológico de Nápoles
Eurípides,
Medea 475ss.
(trad. A. Medina González, Madrid, 2000)
[Medea se dirige a Jasón]
Comenzaré a hablar desde el principio. Yo te salvé, como saben cuantos griegos se embarcaron contigo en la nave Argo, cuando fuiste enviado para uncir al yugo a los toros que respiraban fuego y a sembrar el campo mortal; y a la serpiente que guardaba el vellocino de oro, cubriéndolo con los múltiples repliegues de sus anillos, siempre insomne, la maté e hice surgir para ti una luz salvadora. Y yo, después de traicionar a mi padre y a mi casa, vine a Yolco... Y maté a Pelias con la muerte más dolorosa de todas, a manos de sus hijas, y aparté de ti todo temor. Y a cambio de estos favores, ¡oh el más malvado de los hombres!, nos has traicionado y has tomado un nuevo lecho, a pesar de tener hijos...
Jasón. -Debo, según parece, tener el don natural de la palabra y, como buen timonel de navío, plegar las velas, para escapar, mujer, a tu insensata locuacidad. En lo que a mí se refiere, puesto que exaltas en demasía tus favores, considero que Cipris fue, en la travesía, mi única salvadora entre los dioses y los hombres... Comoquiera que haya sido tu ayuda, me parece bien. Es innegable, no obstante, que, por mi salvación, has recibido más de lo que has entregado. Me explicaré: en primer lugar, habitas tierra griega y no extranjera, y conoces la justicia y sabes utilizar las leyes sin dar gusto a la fuerza. Todos los griegos saben que eres sabia y te has ganado buena fama; en cambio, si vivieses en los confines de la tierra, no se hablaría de ti... Basta ya con lo que te he dicho acerca de mis desvelos; es evidente que tú iniciaste esta disputa de palabras. En cuanto a los reproches que me diriges por mi boda con la hija del rey, te demostraré, en primer lugar, que he sido sabio, luego, sensato, y, finalmente, un gran amigo para ti y para mis hijos... para poder dar a mis hijos una educación digna de mi casa y, al procurar hermanos a los hijos nacidos de ti, colocarlos en situación de igualdad y conseguir mi felicidad con la unión de mi linaje, pues, ¿qué necesidad tienes tú de hijos?... Los hombres deberían engendrar hijos de alguna otra manera y no tendría que existir la raza femenina: así no habría mal alguno para los hombres.
Los planes de Medea
Eurípides, Medea 773ss.
(trad. A. Medina González, Madrid, 2000)
[Medea se dirige al Corifeo]
Voy a exponerte todos mis planes. Escucha mis palabras, que no te van a procurar placer. Enviando a uno de mis criados, suplicaré a Jasón que venga ante mi vista. Cuando haya venido, le diré dulces palabras: que estoy de acuerdo con él, que apruebo la boda regia que ha realizado, a pesar de traicionarnos, que su decisión es beneficiosa y bien pensada. Pero también le suplicaré que se queden aquí mis hijos, no para abandonarlos en tierra hostil y que sirvan de ultraje a mis enemigos, sino para poder matar con engaños a la hija del rey. Pues pienso enviarlos con regalos en sus manos [para que se los lleven a la esposa y no los expulse de esta tierra]: un fino peplo y una corona de oro laminado. Y si ella toma estos adornos y los pone sobre su cuerpo, morirá de mala manera, y todo el que toque a la muchacha: con tales venenos voy a ungir los regalos. Ahora, sin embargo, cambio mis palabras y rompo en sollozos ante la acción que he de llevar a cabo a continuación, pues pienso matar a mis hijos; nadie me los podrá arrebatar y, después de haber hundido toda la casa de Jasón, me iré de esta tierra, huyendo del crimen de mis amadísimos hijos y soportando la carga de una acción tan impía. No puedo soportar, amigas, ser el hazmerreír de mis enemigos.
Medea, Castellammare di Stabia, Villa Arianna, Museo Archeologico Nazionale di Napoli
Eurípides,
Medea 1021ss.
(trad. A. Medina González, Madrid, 2000)
[Medea habla]
¡Oh hijos, hijos! Ya tenéis una ciudad y una casa, en la que, después de abandonarme en mi desdicha, viviréis siempre, privados de vuestra madre. Yo me voy desterrada... En vano, hijos, os he criado, en vano afronté fatigas y me consumí en esfuerzos, soportando los terribles dolores del parto. Y pensar que había depositado en vosotros muchas esperanzas, ¡infeliz de mí!, de que me alimentaríais en mi vejez y de que, una vez muerta, me enterraríais piadosamente con vuestras propias manos, acción deseada por los mortales. Y ahora ha muerto ese dulce pensamiento...
Fresco romano. Medea con los hijo y un ayo.
¡Ay, ay!, ¿por qué me miráis con vuestros ojos, hijos? ¿Por qué sonréis, como si fuese vuestra última sonrisa?¡Ay, ay! ¿Qué voy a hacer? Mi corazón desfallece, cuando veo la brillante mirada de mis hijos. No podría hacerlo. Adiós a mis anteriores planes. Sacaré a mis hijos de esta tierra. ¿Por qué, por afligir a su padre con la desgracia de ellos, debo procurarme a mí misma un mal doble? ¡No y no!
Pero, ¿qué es lo que me pasa? ¿Es que deseo ser el hazmerreír, dejando sin castigar a mis enemigos? Tengo que atreverme. ¡Qué cobardía la mía, entregar mi alma a blandos proyectos! Entrad en casa, hijo. A quien la ley divina impida asistir a mi sacrificio, que actúe como quiera. Mi mano no vacilará.
¡Ay, ay! ¡No, corazón mío, no realices este crimen! ¡Déjalos, desdichada! ¡Ahorra el sacrificio a tus hijos! Aunque no vivan conmigo, me servirán de alegría.
¡No, por los vengadores subterráneos del Hades! Nunca sucederá que yo entregue a mis hijos a los enemigos para recibir un ultraje. Está completamente decidido y no se puede evitar.
Desenlace final: muerte de los hijos, huida de Medea, vaticinio de la muerte de Jasón
Eurípides, Medea 1319ss.
(trad. A. Medina González, Madrid, 2000)
Medea.-¿Por qué mueves y fuerzas estas puertas, tratando de buscar a los cadáveres y a mí, la autora del crimen? Cesa en tu esfuerzo. Si necesitas algo de mí, si pretendes algo, dilo, pero nunca me tocarás con tu mano. Tal carro nos ha dado el Sol, padre de mi padre, para protección contra mano enemiga.
Medea sentada junto a Jasón y sus hijos. Sarcófago romano
Jasón.-¡Oh ser odioso, oh, con mucho, la más abominable para los dioses, para mí y para toda la raza de los hombres! ¡Tú que sobre tus propios hijos te atreviste a lanzar la espada, a pesar de haberlos engendrado, y, al dejarme sin ellos, me destruiste! ¡Y, a pesar de haberlo hecho, puedes mirar el sol y la tierra, cuando te has atrevido a una acción tan impía! ¡Deseo que mueras! Ahora he recuperado la cordura que entonces no tuve, cuando, desde tu casa y desde tu país extranjero, te traía a una casa griega, enorme desgracia, traidora a tu padre y a la tierra que te crió. Los dioses han arrojado sobre mí tu genio vengador, pues ya habías matado a tu hermano en tu hogar cuando embarcaste en la nave Argo, de bella proa. Así comenzaste tus crímenes. Habiéndote casado después conmigo y dado hijos, por celos de un lecho y una esposa los mataste. No existe mujer griega que se hubiera atrevido a esto, y, sin embargo, antes que con ellas preferí casarme contigo -unión odiosa y funesta para mí-, leona, no mujer, de natural más salvaje que la tirrénica Escila. Pero no conseguiría morderte con mis infinitos reproches; tal es el atrevimiento que posees por naturaleza. ¡Vete en mala hora, infame y asesina de tus hijos! A mí solo me queda lamentar mi destino, no podré disfrutar de mi nuevo matrimonio y a los hijos que engendré y crié no podré hablarles vivos, los he perdido para siempre.
Medea escapa en el carro de Helios. Cleveland Museum of Art
Eurípides, Medea 1375ss.
(trad. A. Medina González, Madrid, 2000)
Jasón.-Déjame enterrar a estos muertos y llorarlos.
Medea.-Eso no, pues yo deseo enterrarlos con mi propia mano, llevándolos al santuario de Hera, diosa Acrea, para que ninguno de mis enemigos los ultraje saqueando sus tumbas. Y en esta tierra de Corinto instituiremos, de ahora en adelante, una solemne fiesta y ritos expiatorios de este impío crimen. Yo me voy a la tierra de Erecteo, a vivir en compañía de Egeo, hijo de Pandión. Tú, como es natural, morirás de mala manera, golpeado en tu cabeza por un despojo de la Argo, viendo así el amargo final de tu boda conmigo.
Jasón.-¡Ojalá te destruya la Erinis de tus hijos y la Justicia vengadora!
Medea.-¿Qué dios o divinidad te va a escuchar, perjuro y engañador de tus huéspedes!
Jasón.-¡Ay, ay, infame, infanticida!
Medea.-Entra en casa y entierra a tu esposa.
Jasón.-Entro, privado de mis dos hijos.
Medea.-Aún no es nada tu llanto; aguarda a la vejez.
Jasón.- ¡Oh hijos queridísimos!
Medea.-Para su madre, para ti no.
Jasón.-¿Y por ello los mataste?
Medea.-Para causarte dolor.
Jasón.- ¡Ay de mí! Quiero, infeliz de mí, besar los labios queridos de mis hijos.
Medea.- Ahora los llamas, ahora quieres acariciarlos, cuando antes los rechazabas.
Jasón.-Concédeme, por los dioses, tocar la blanca piel de mis hijos.
Medea.-No es posible. Lanzas palabras al viento.
© Henar Velasco López