Isla de Delos, antiguamente llamada Asteria
Calímaco, Himno IV a Delos, 55 ss. (Traducción Jordi Redondo)
Ni siquiera temblaste ante la inquina de Hera: ésta bramaba de una forma horrible contra todas aquellas que en el lecho alumbraban a sus hijos para gloria de Zeus, pero sobremanera a Leto, porque ella estaba presta, única entre las diosas, a dar a luz un hijo más caro a Zeus que a Ares. Por esta razón, pues, ella en persona estaba alerta desde lo más profundo de la bóveda celeste... La rehuía Arcadia, la rehuía el Partenio, la montaña sagrada de Auge...
(v. 198 ss.) ...entonces Asteria... te consumiste porque en terrible fuego ardías al tener a la vista a aquella desgraciada, oprimida como estaba por el dolor del parto: “Cuanto te plazca, Hera, házmelo; pues no tengo cuidado de vuestras amenazas; cara a mí, Leto, cara a mí”...
(Leto) se soltó el ceñidor y recostóse hacia atrás, sobre el hombro, contra el tronco de una palmera... un húmedo sudor corría por su cuerpo; dijo al fin, exasperada: “¿Por qué razón afliges, hijo mío, a tu madre? Esta es, hijo querido, date cuenta, la isla que sobre el mar navega: nace, hijo mío, nace, y suave sal por fin de mi regazo”...
Apolo con la lira.
Crátera
de volutas. Época clásica. The J Paul Getty Museum, Malibu,
California.
(v. 249 ss.) Y entonces, los cisnes servidores del dios que entona el canto describieron un círculo, tras de dejar atrás el Pactolo meonio, hasta por siete veces en derredor de Delos, y con sus melodías el nacimiento embelesaron las aves de las Musas, aves las más canoras de las que el aire surcan; de ahí que el niño atara a la lira, más tarde, tantas cuerdas cual veces cantaron los cisnes durante los dolores de parto de su madre. Ya no cantaron una octava vez, pues él surgió a la luz.
Vista general del Santuario de Apolo en Delfos. © Hellenic Ministry of Culture
Diodoro Sículo, Biblioteca Histórica XIV, 26 (Traducción Grupo Tempe)
Se dice que en época antigua unas cabras encontraron el lugar profético. Se cuenta que hay una sima en ese lugar en donde ahora está el lugar llamado prohibido (ádyton) del santuario, y que mientras pacían las cabras alrededor de él porque áun los delfios no se habían asentado allí, la que en cada momento se acercaba a la sima y se asomaba a su interior daba unos saltos maravillosos y emitía un sonido distinto del que antes solía proferir. Y el que estaba a cargo de las cabras se maravilló del extraño fenómeno y acercándose a la sima y mirando hacia abajo para ver cómo era le sucedió lo mismo que a las cabras; pues aquéllas hacían cosas parecidas a los que están poseídos por la divinidad, y también ése predecía lo que iba a suceder. Después de eso, cuando se difundió entre los lugareños el rumor sobre lo que sucedía a los que se acercaban a la sima, eran más los que se acercaban al lugar, y como todos hacían una prueba, a causa de sus efectos maravillosos quedaban poseídos por la divinidad los que en cada ocasión se acercaban. Por estas razones el oráculo se convirtió en un espectáculo maravillosos y empezó a ser considerado como el santuario donde profetiza la Tierra. Y durante un tiempo los que deseaban recibir el oráculo se acercaban a la sima y unos a otros se daban las respuestas proféticas. Pero después de eso, como muchos saltaban dentro de la sima porque estaban poseídos y todos desaparecían, los habitantes del lugar decidieron, para que nadie corriera peligro, nombrar a una mujer como profetisa única para todos y que los oráculos se recibieran a través de ella.
Apolo sentado con la lira en la mano, mientras celebra una libación. Kylix, Ca. 470 a.C. Museo Arqueológico de Delfos
Jámblico, Sobre los misterios III, 11
(Traducción Grupo Tempe)
La profetisa de Delfos tanto si es gracia a un soplo sutil e ígneo exhalado de alguna fisura de la gruta por lo que vaticina a los hombres, como si profetiza porque se sienta en el lugar llamado “prohibido” (ádyton) sobre el taburete de bronce que tiene tres patas, en todo caso se entrega así al soplo divino y se deja iluminar por el rayo del fuego divino. Y cuando el fuego exhalado de la gruta, denso y abundante, la rodea por todas partes en círculo, se llena de su claridad divina; y cuando se instala en la sede del dios se acopla a la capacidad mántica estable del dios: gracias a estos dos preparativos es entera del dios. Entonces se presenta ante ella separadamente el dios y la ilumina, siendo distintos del fuego, del soplo, de la sede particular y de todos los preparativos tanto naturales como sagrados que se manifiestan en el lugar.
Sibila Délfica. Miguel Ángel. Capilla Sixtina. Roma
Plutarco, Sobre los oráculos de la pitia 396 F- 397 A
(Traducción Grupo Tempe)
Pronto seguramente censuraremos a la pitia porque no emite sonidos más armoniosos que Glauca, la citarista, porque no desciende al lugar de los oráculos ungida con bálsamos ni revestida con mantos de púrpura, y porque no quema canela, láudano ni incienso, sino laurel y harina de cebada.
Ónfalos. Delfos.
Eurípides, Ión 457ss.
(Traducción Grupo Tempe)
"¡Oh bienaventurada Nike, ven a la morada pítica, volando, desde los dorados tálamos del Olimpo, a estas calle donde el hogar de Febo, en el ombligo que es el centro de la tierra, junto al trípode celebrado con coros, emite oráculos infalibles."
Pausanias, Descripción de Grecia X, 24, 6
(trad. Mª C. Herrero Ingelmo, Madrid, Gredos, 1994)
Saliendo del templo [de Apolo en Delfos] y girando a la izquierda, hay un recinto, y en él al tumba de Neoptólemo, hijo de Aquiles. A él le hacen sacrificios los delfios cada año. Subiendo desde el sepulcro, hay una piedra pequeña. Diariamente derraman sobre ella aceite de oliva y, en cada fiesta, lana sin trabajar. Hay respecto a ella la creencia de que le fue entregada a Crono la piedra en lugar del niño y que Crono la vomitó.
Apolo sentado sobre el trípode amenaza con sus flechas a Piton, lecito, ca. 470 a.C.
Higino, Fábulas 140
(Traducción Grupo Tempe)
Pitón era una enorme serpiente, hija de la Tierra. Antes de Apolo, ella solía dar las respuestas del oráculo en el monte Parnaso. Su destino era que habría de morir a consecuencia del parto de Latona. Cuando Pitón se enteró de que estaba embarazada de Júpiter, comenzó a perseguirla para matarla. El viento Aquilón tomó a Latona por orden de Júpiter y la llevó hasta Neptuno. Éste la salvó. Pitón, al no haberla encontrado, volvió al Parnaso. Cuatro días después de haber nacido, Apolo vengó los sufrimientos de su madre, pues llegó al Parnaso y mató a Pitón con sus flechas, por lo que es llamado Pitio. Echó sus huesos en un trípode que colocó en su templo e instituyó unos juegos fúnebres que son llamados Píticos.
Apolo y Pitón. Cornelis de Vos, 1636-1638. Museo del Prado, Madrid
Apolo con el laurel. Crátera, ca. 405 a.C. Museo Nacional Arqueológico de Tarento.
Himno homérico III a Apolo 387 ss. (Traducción A. Bernabé)
Fue entonces también cuando en su fuero interno calculó Febo Apolo a qué hombres llevaría allí como oficiantes que celebraran su culto en la rocosa Pito. Mientras le daba vueltas a esta idea vio sobre el vinoso ponto un raudo bajel. En él había muchos y valerosos hombres, cretenses, de la minoica Cnoso, que celebran los ritos en honor del Soberano y anuncian los oráculos de Febo Apolo, el del arma de oro: todo lo que diga vaticinando desde el laurel, al pie de las gargantas del Parnaso.
Ellos, por su negocio y ganancias, navegaban en una negra nave hacia Pilos, la arenosa… Mas les salió al encuentro Febo Apolo.
Fresco de los delfines en el Megarón de la Reina. Palacio de Knossos.
Se lanzó por el mar, asemejando su cuerpo a un delfín, sobre el raudo bajel y quedó tendido en él, prodigio grande y espantoso. A cada uno de ellos, que en su fuero interno pensaba gritar una orden, lo sacudía por todas partes, y zarandeaba las maderas de la nave.
Así que ellos permanecían en la nave en silencio, atemorizados…
No obedecía a gobernalles la nave bien construida… Con el soplo del viento, el Certero Soberano, Apolo, la dirigía con facilidad… Llegaron a la conspicua Crisa, tierra de viñedos, a su puerto. Y la nave surcadora de ponto encalló en las arenas.
Vía sagrada en el Santuario de Delfos. @Hellenic Ministry of Culture
Allí saltó del navío el Certero Soberano, Apolo, asemejándose a un astro en pleno día. Revoloteaban de su cuerpo múltiples centelleos y el resplandor llegaba hasta el cielo. Penetró en el santuario a través de los preciadísimos trípodes. Allí mismo prendió la llama, haciendo brillar sus dardos y a Crisa entera la envolvió en resplandor… Desde allí de nuevo se echó a volar como el pensamiento, semejante a un varón vigoroso y robusto…
..dijo el Certero Apolo:
-Extranjeros, que antes habitabais Cnoso, la bien arbolada, pero que ahora no os veréis ya más de regreso a tan encantadora ciudad, cada uno a sus hermosas moradas y con sus amadas esposas, sino que aquí ocuparéis un espléndido templo, el mío, honrado por numerosos hombres.
Apolo con la cítara junto a un altar. Ánfora ca. 475 a.C. University Museum. University of Pensylvania
Yo soy el hijo de Zeus, Apolo me glorío de ser. A vosotros os traje aquí por cima de la gran hondura de la mar sin albergar malas intenciones, sino que aquí ocuparéis un espléndido templo, el mío, muy honroso para los hombres todos; conoceréis las determinaciones de los inmortales y por la voluntad de éstos seréis por siempre continuamente honrados por el resto de vuestros días…
Así como yo al principio en la mar nebulosa, asemejándome a un delfín, salté sobre el raudo bajel, así invocadme con el nombre de delfinio. Y el propio altar será el “delfeo”, conspicuo por siempre. Tomad comida luego, junto al raudo bajel negro, y ofreced una libación a los dioses bienaventurados que ocupan el Olimpo. Mas cuando hayáis satisfecho el deseo del delicioso alimento, caminad junto a mí y entonad el ié peán hasta que lleguéis al lugar en el que ocuparéis mi espléndido templo.
Apolo se enfrenta a Heracles por la posesión del trípode. Época clásica
Apolodoro, Biblioteca II, 6, 2
(Trad. Grupo Tempe)
Afligido (Hércules) por una terrible enfermedad provocada por el asesinato de Ífito, arribó a Delfos para preguntar sobre la manera de liberarse del mal. Al no darle la Pitia ninguna respuesta, decidió saquear el templo, llevarse el trípode y montar su propio oráculo. Pero Apolo luchó con él y Zeus arrojó un rayo en medio de ambos; separados de esta forma, Hércules obtuvo un vaticinio que afirmaba que conseguiría liberarse de la enfermedad si era vendido, servía como criado durante tres años y pagaba una suma a Éurito (padre de Ífito) como indemnización por su crimen.
Apolo flechador. Crátera ca. 475 a.C. Museo del Louvre.
Homero, Ilíada I, 33-52
(Traducción L. Segalá y Estalella)
El anciano sintió temor y obedeció el mandato. Sin desplegar los labios, fuése por la orilla del estruendoso mar, y en tanto se alejaba, dirigía muchos ruegos al soberano Apolo, hijo de Leto, la de hermosa cabellera:
—¡Oyeme, tú que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila, e imperas en Ténedos poderosamente! ¡Oh Esmintio! Si alguna vez adorné tu gracioso templo o quemé en tu honor pingües muslos de toros o de cabras, cúmpleme este voto: ¡Paguen los dánaos mis lágrimas con tus flechas!
Tal fue su plegaria. Oyóla Febo Apolo, e irritado en su corazón, descendió de las cumbres del Olimpo con el arco y el cerrado carcaj en los hombros; las saetas resonaron sobre la espalda del enojado dios, cuando comenzó a moverse. Iba parecido a la noche. Sentóse lejos de las naves, tiró una flecha, y el arco de plata dio un terrible chasquido. Al principio el dios disparaba contra los mulos y los ágiles perros; mas luego dirigió sus mortíferas saetas a los hombres, y continuamente ardían muchas piras de cadáveres.
Calímaco, Himno II a Apolo, 32 ss. (Traducción Jordi Redondo)
Áurea vestimenta es la de Apolo, áureo el broche que la ajusta a sus hombros, como es áurea su lira y su arco lictio y su carcaj; áureas también son sus sandalias: pues Apolo es inmenso en oro y bienes; en Pito lo podrás comprobar. Además, es siempre hermoso, siempre joven también.
Ni una vez sola a las mejillas gráciles de Febo asomó ni tanto así sombra de vello. Sus rizos en tierra rocían aromas colmados de esencias. Destilan las hebras de Apolo no ungüento, sino la panacea misma: en aquella ciudad donde a tierra cayeran eas gotas, todo se ha vuelto inasequible a la Parca.
Nadie por su destreza hay que abarque lo que Apolo: él ha reunido en sí al arquero y al aedo –a Febo, a no dudarlo, así el arco como el canto se encomiendan–, suyos son profetisas y adivinos; por gracia, en fin, de Febo, han aprendido los médicos la dilación de la muerte.
Apolo de Belvedere. Copia romana del original griego de Leócares, ca. 200 a.C. Pio-Clementine Museum, The Vatican, Vatican City State
Homero, Ilíada XXI, 435-467 (Traducción L. Segalá y Estalella)
Y el soberano Poseidón, que sacude la tierra, dijo entonces a Apolo:
—¡Febo Apolo! ¿Por qué nosotros no luchamos también? No conviene abstenerse, una vez que los demás han dado principio a la pelea. Vergonzoso fuera que volviésemos al Olimpo, a la morada de Zeus erigida sobre bronce, sin haber combatido. Empieza tú, pues eres el menor en edad y no parecería decoroso que comenzara yo, que nací primero y tengo más experiencia. ¡Oh necio, y cuán irreflexivo es tu corazón! Ya no te acuerdas de los muchos males que en torno de Ilión padecimos los dos, solos entre los dioses, cuando enviados por Zeus trabajamos un año entero para el soberbio Laomedonte; el cual, con la promesa de darnos el salario convenido, nos mandaba como señor. Yo cerqué la ciudad de los troyanos con un muro ancho y hermosísimo, para hacerla inexpugnable; y tú, Febo Apolo, pastoreabas los bueyes de tornátiles pies y curvas astas en los bosques y selvas del Ida, en valles abundoso.
Apolo delante de su templo. Ca. 380 a.C.
Mas cuando las alegres Horas trajeron el término del ajuste, el soberbio Laomedonte se negó a pagarnos el salario y nos despidió con amenazas. A ti te amenazó con venderte, atado de pies y manos, en lejanas islas; aseguraba además que con el bronce nos cortaría a entrambos las orejas; y nosotros nos fuimos pesarosos y con el ánimo irritado porque no nos dio la paga que había prometido. ¡Y todavía se lo agradeces, favoreciendo a su pueblo, en vez de procurar con nosotros que todos los troyanos perezcan de mala muerte con sus hijos y sus castas esposas!
Contestó el soberano flechador Apolo:
—¡Batidor de la tierra! No me tendrías por sensato si combatiera contigo por los
míseros mortales que, semejantes a las hojas, ya se hallan florecientes y
vigorosos comiendo los frutos de la tierra, ya se quedan exánimes y mueren.
Abstengámonos, pues, de combatir y peleen ellos entre sí.
Apolo, G. Arton o Pellegrini, 1719
Homero, Ilíada XXII, 1-37 (Traducción L. Segalá y Estalella)
Los teucros, refugiados en la ciudad como cervatos, se recostaban en los hermosos baluartes, refrigeraban el sudor y bebían para apagar la sed; y en tanto, los aqueos se iban acercando a la muralla, protegiendo sus hombros con los escudos. El hado funesto sólo detuvo a Héctor para que se quedara fuera de Ilión, en las puertas Esceas.
Y Febo Apolo dijo al Pelida:
— ¿Por qué, oh hijo de Peleo, persigues en veloz carrera, siendo tú mortal, a un
dios inmortal? Aún no conociste que soy una deidad, y no cesa tu deseo de
alcanzarme. Ya no te cuidas de pelear con los teucros, a quienes pusiste en
fuga; y éstos han entrado en la población, mientras te extraviabas viniendo
aquí. Pero no me matarás, porque el hado no me condenó a morir.
Muy indignado le respondió Aquileo, el de los
pies ligeros:
— ¡Oh Flechador, el más funesto de todos los dioses! Me engañaste, trayéndome
acá desde la muralla, cuando todavía hubieran mordido muchos la tierra antes de
llegar a Ilión. Me has privado de alcanzar una gloria no pequeña, y has salvado
con facilidad a los teucros, porque no temías que luego me vengara. Y
ciertamente me vengaría de tí, si mis fuerzas lo permitieran.
Dijo, y muy alentado, se encaminó apresuradamente a la ciudad, como el corcel vencedor en la carrera de carros trota veloz por el campo; tan ligeramente movía Aquileo pies y rodillas.
… Héctor continuaba inmóvil ante las puertas y sentía vehemente deseo de combatir con Aquiles.
Higino, Fábulas 107, 1 (Traducción Grupo Tempe)
Una vez sepultado Héctor, Aquiles vagaba alrededor de las murallas de los troyanos y decía que él solo sometería Troya. Apolo, irritado, tomó la forma de Alejandro Paris y le hirió con una flecha en el talón mortal que, según se dice, tenía, y lo mató.
Muerte de Aquiles, de la serie dedicada a Aquiles por P. P. Rubens
Apolo y Calíope.
Pelike,
ca. 430 a.C. Antikensammlungen,
Munich, Alemania
Tácito, Anales II 54
(Traducción Grupo Tempe)
Tras visitar Ilio, volvió a recorrer Asia y se dirigió a Colofón para consultar el oráculo de Apolo Clario. Allí no es una mujer, como en Delfos, sino un sacerdote traído por regla general de Mileto y perteneciente a determinadas familias quien se limita a oír la categoría y el nombre de quienes hacen la consulta. Entonces, retirándose a una gruta, sacando agua de una fuente misteriosa y sin saber casi nunca nada de literatura ni de poesía, responde en verso a los asuntos que cada uno tiene en su mente. Se contaba que, por medio de rodeos como es la costumbre de los oráculos, había vaticinado a Germánico una muerte inmediata.
Apolo llega montado sobre un cisne para competir con Marsias, a la derecha. Unas musas contemplan la escena. Crátera, ca. 380 a.C. British Museum, Londres
Apolodoro, Biblioteca I, 4, 2
(Traducción M. Rodríguez de Sepúlveda)
Apolo mató también al hijo de Olimpo, Marsias. Éste encontró la flauta que Atenea había rechazado porque le afeaba el rostro, e intentó emular a Apolo en el arte musical. Habiendo convenido que el vencedor dispondría del vencido a su antojo, llegada la prueba, Apolo compitió con la cítara invertida e invitó a Marsias a hacer lo mismo.
Como no pudo, Apolo fue considerado ganador, por lo que colgó a Marsias de un alto pino y lo hizo perecer desollándolo.
Apolo y Marsias. Grabado.
Casandra. Max Klingler (1857-1920)
Apolodoro, Biblioteca III, 12, 5
(Trad. Grupo Tempe)
Tras él (Paris), Hécuba dio a luz hijas, Creúsa, Laódice, Políxena y Casandra; deseoso Apolo de yacer con ésta, prometió enseñarle la mántica, pero cuando ella hubo aprendido, no se unió a él, por lo que Apolo privó a sus profecías de la capacidad de persuadir.
Sibila de Cumas. Miguel Ángel. Capilla Sixtina. Roma
Ovidio, Metamorfosis XIV 128 ss. (Traducción Grupo Tempe)
(Habla Eneas): "Fundaré para ti un templo, y te ofrendaré los honores del incienso". La adivina se vuelve a él y después de exhalar profundos suspiros, dice: "Ni soy diosa, ni debes tú tributar a una persona humana el honor del sagrado incienso; y para que no yerres por ignorancia, sabe que se me ofreció gozar eternamente del reino de la luz, exento de término, si mi virginidad se hacía accesible al amor de Febo. Pero él, con esa esperanza, y con el anhelo de seducirme con dádivas, me dijo: "Elige lo que tú quieras, doncella de Cumas, gozarás de lo que desees". Yo cogí y le mostré un puñado de polvo; le pedí, insensata, alcanzar tantos cumpleaños como granos tenía el polvo; me olvidé de solicitar que aquellos años fuesen también jóvenes hasta el fin. Pero también eso, una eterna juventud, estaba él dispuesto a concedérmelo si yo hubiera tolerado el amoroso yugo; desdeñé aquel presente de Febo y permanezco doncella; pero ya la edad feliz se dio la vuelta, y ya con pasos temblorosos está llegando la triste vejez; y por mucho tiempo tengo que soportarla. Son ya siete siglos los que han pasado por esta que estás viendo; y aún me queda, por igualar el número del polvo, ver otras trescientas cosechas y otras trescientas vendimias.
Ovidio, Metamorfosis I 452-474, 539-558 (Traducción Grupo Tempe)
El primer amor de Apolo fue Dafne, la hija de Peneo, y no fue producto del ciego azar, sino de la violenta cólera de Cupido: “Aunque tu arco atraviese todo lo demás, el mío te va a atravesar a ti”. Dijo y sacó de su aljaba portadora de flechas dos dardos de diferente efecto; el uno hace huir el amor, el otro lo produce. El que lo produce es de oro, y resplandece su afilada punta; el que lo hace huir es romo y tiene la caña guarnecida de plomo.
Apolo y Dafne. H.D. Johnson
J. W. Waterhouse, 1908
Éste fue el que clavó el dios en la ninfa del Peneo, mientras que con el otro hirió hasta la médula de Apolo después de atravesarle los huesos. En el acto queda el uno enamorado; huye la otra hasta el nombre del amor. Corren veloces el dios y la muchacha, él por la esperanza, ella por el temor. Sin embargo el perseguidor es más rápido, acosa la espalda de la fugitiva. Agotadas sus fuerzas, palideció; vencida por la fatiga de tan acelerada huida, mira las aguas del Peneo y dice: “Socórreme, padre; si los ríos tenéis un poder divino, destruye, cambiándola, esta figura por la que he gustado en demasía”. Apenas acabó su plegaria cuando un pesado entorpecimiento se apodera de sus miembros; sus suaves formas van siendo envueltas por una delgada corteza, sus cabellos crecen transformándose en hojas, en ramas sus brazos; sus pies un momento antes tan veloces quedan inmovilizados en raíces fijas; una arbórea copa posee el lugar de su cabeza; su esplendente belleza es lo único que de ella queda. Y el dios le habla así: “Está bien, puesto que ya no puedes ser mi esposa, al menos serás mi árbol”.
Apolo y Dafne. Ph. Connard, ca. 1925. Royal Academy of Arts
Pausanias X 5, 5 (Trad. Mª C. Herrero Ingelmo)
"En efecto, dicen que en los tiempos más antiguos el oráculo (de Delfos) pertenecía a Gea y que ella nombró profetisa a Dafnis, que era una de las ninfas del monte".
Pausanias X 5, 9 (Trad. Mª C. Herrero Ingelmo)
"Dicen que el templo más antiguo de Apolo fue hecho de laurel, y que las ramas fueron llevadas del laurel del Tempe. Este templo habría tenido la forma de cabaña. Dicen los delfios que el segundo templo fue hecho por las abejas de la cera de las abejas y de plumas, y que fue enviando a los hiperbóreos por Apolo".
Muerte de Jacinto. G. B. Tiépolo. 1752-1753. Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid
Luciano, Diálogos de los dioses XIV (Traducción Grupo Tempe)
Hermes: ¿Por qué están tan malhumorado, Apolo?
Apolo: Porque tengo mala suerte en mis amores, Hermes.
Hermes: Una cosa así desde luego es motivo de tristeza. Pero ¿en qué consiste tu mala suerte? ¿Estás todavía apenado por Dafne?
Apolo: No; me lamento por mi amado, el laconio hijo de Ébalo.
Hermes: Dime, ¿ha muerto Jacinto?
Apolo: Así es, ciertamente.
Hermes: ¿Quién lo mató, Apolo? ¿Quién fue tan odioso que pudo dar muerte a aquel hermoso muchacho?
Apolo: Lo hice yo con mis propias manos.
Hermes: ¿Acaso enloqueciste?
Muerte de Jacinto. J. Broc, 1801
Apolo: No, sino que ocurrió una desgracia
involuntaria.
Hermes: ¿Cómo ocurrió? Me gustaría oírlo.
Apolo: Él estaba aprendiendo a tirar el disco y yo lo lanzaba con él, cuando Céfiro, el más aborrecible de todos los vientos, que estaba enamorado de él hacía mucho tiempo sin ser correspondido, y no podía soportar sus desprecios, al disparar yo, según costumbre, el disco al aire, él se puso a soplar desde el Taigeto, dirigió el disco y lo hizo caer sobre la cabeza del muchacho, con tanta fuerza que, a consecuencia del golpe, brotó mucha sangre y el muchacho murió en el acto. Yo entonces me vengué de él hiriéndole con mis flechas y le perseguí en su fuga hasta la montaña. Al muchacho he levantado un túmulo en Amiclas, en el mismo lugar en que lo derribó el disco, y he hecho que de su sangre la tierra haga brotar una flor muy hermosa, Hermes, la más delicada de todas, con una inscripción que contiene el lamento funerario del muerto.
Amyklaion. Santuario de Apolo Amicleo en honor de Jacinto en Esparta.
Ateneo, Banquete de los eruditos IV, 17-37 (Traducción Grupo Tempe)
El sacrificio de las Jacintias los laconios lo celebran durante tres día y a causa de la pena que hay por Jacinto ni se coronan en los banquetes ni llevan trigo ni otros pasteles. En medio de estos tres días hay un espectáculo variopinto y una romería notable y muy grande. Pues los niños tocan la cítara y cantan al dios con tono agudo. Toda la ciudad se pone en movimiento. Ninguno falta al sacrificio sino que sucede que la ciudad se vacía para ir al espectáculo.
Servio, Comentario a Eneida III, 64 (Traducción Grupo Tempe)
Teniendo el niño Cipariso gran afecto a un ciervo y siendo él mismo amado por Apolo, mató a su ciervo con la jabalina sin darse cuenta; mientras lo llora y despreciando el consuelo de Apolo se consume de dolor. Para que permaneciera su recuerdo fue transformado en un árbol fúnebre, esto es, en ciprés, que acompaña a los difuntos.
Apolo y Faetonte. G. da San Giovanni, 1635
Ovidio, Metamorfosis II 30 ss. (Traducción E. Leonetti Jungl)
Con los ojos con los que mira todas las cosas, el Sol en persona, desde su lugar en el centro, vio al joven asustado por todas esas cosas nuevas y preguntó: “¿Cuál es la causa de tu venida? ¿Qué has venido a buscar a esta fortaleza, Faetón, hijo de quien un padre nunca renegaría?” Él respondió: “¡Oh luz común al inmenso mundo, padre Febo, si es que me permites emplear esta palabra y Clímene no ha ocultado alguna culpa bajo una mentira: dame una prueba con la que pueda demostrar que soy realmente tu hijo, y borra esta duda de mi corazón!”. Esas fueron sus palabras. Entonces su padre se quitó los rayos que centelleaban alrededor de su cabeza y le ordenó que se acercara, y después de abrazarle le dijo: “Ni tú mereces que yo reniegue de ti, ni Clímene mintió respecto a tu nacimiento. Y para que no queden dudas, pídeme el regalo que desees y yo te lo daré. Pongo por testigo de mi promesa a la laguna por la que juran los dioses, que mis ojos nunca han visto.
Apenas había acabado de hablar cuando Faetón le pidió su carro, y poder guiar y dirigir durante un día los caballos de pies alados. Se arrepintió entonces su padre de haber jurado...
Helios o Faetonte conduce su carro. Crátera ática, época clásica. British Museum, Londres
Eurípides, fragmento Faetón 214s.
(Traducción Grupo Tempe)
“¡Oh Sol de hermosos rayos!, ¡Cómo me has destruido, a mí y a éste! Con razón te llaman Apolo los mortales".
El carro de Apolo. O. Redon, 1805-1914
Ovidio, Metamorfosis II, 381-397
(Trad. Grupo Tempe)
Después de que Zeus ha fulminado a Faetonte
"Entretanto el padre de Faetón, desaliñado y despojado de su esplendor como suele estar cuando se eclipsa para el mundo, ofia la luz, se odia a sí mismo y al día, entrega su espíritu al duelo, y al duelo añade la cólera y niega al mundo sus servicios. "Bastante afanosa", dice, "ha sido mi suerte desde el principio de los tiempos, y harto estoy de mis fatigas sin término y sin recompensa. ¡Que otro cualquiera conduzca el carro portador de la luz! Si no hay nadie que lo haga y todos los dioses confiesan que son incapaces, que lo conduzca él (Júpiter), para que, al menos mientras prueba mis riendas, abandone alguna vez los rayos que dejan a los padres sin hijos. Entonces se enterará, cuando haya experimentado las fuerzas de los caballos que llevan el fuego, de que no merece la muerte quien no sepa gobernarlos". Mientras tales cosas dice el Sol, le rodean todas las divinidades y le piden con palabras suplicantes que no vaya a cubrir de tinieblas el mundo; el mismo Júpiter se excusa de haber lanzado el rayo y a sus súplicas añade amenazas propias de un soberano.
Apolonio Rodio, Argonáuticas III, 595ss. (Trad. M. Valverde Sánchez)
"La nave (Argo) se apresuró lejos hacia delante con las velas, y penetraron muy adentro en el curso del Erídano, donde una vez, golpeado en su pecho por un ardiente rayo, Faetonte cayó medio abrasado del carro de Helios en las aguas de una laguna muy profunda; la cual todavía ahora exhala un pesado vapor de su herida quemada, y ningún ave, tendiendo sus alas ligeras, puede cruzar por encima de aquel agua, sino que en medio de su vuelo se precipita a la llama.
Cl. Lorrain,
Harbour Scene with Grieving Heliades, c. 1640.Wallraf-Richartz
Museum, Colonia
En derredor las jóvenes Helíades, batidas por el viento en sus elevados álamos, gimen las desdichadas con un triste llanto; y de sus párpados vierten al suelo brillantes gotas de ámbar, que con el sol se secan sobre las arenas y, cuando las aguas de la sombría laguna bañan las orillas bajo el soplo del rumoroso viento, entonces todas en masa ruedan hacia el Erídano con la undosa corriente. Los celtas forjaron la leyenda de que son de Apolo el Letoida esas lágrimas arrastradas en los remolinos, las que antaño derramara incontables cuando llegaba al sagrado pueblo de los hiperbóreos, tras dejar el radiante cielo por la amenaza de su padre, e irritado a causa de su hijo, al que la divina Corónide alumbrara en la espléndida lacería junto a las corrientes del Ámiro. Y así se cuenta esto entre aquellas gentes.
Apolo y los Hiperbóreos
Apolo en su trespiés. Hidria, época clásica. Museo Gregoriano Etrusco, Ciudad del Vaticano
Píndaro, Píticas X, 29ss. (Trad. E. Suárez de la Torre)
..."mas ni con naves ni a pie podrías encontrar el maravilloso camino que lleva hasta el lugar de reunión de los Hiperbóreos. Convidado fue de ellos una vez Perseo, conductor de pueblos, cuando en su morada penetró tras encontrarlos sacrificando gloriosas hecatombes de asnos al dios. Por sus festejos y cultos extraordinario gozo siente Apolo sin cesar y ríe al ver la insolencia sonora de las bestias. La Musa no está ausente de sus costumbres: por doquier giran los coros de las mozas, las voces de las liras y el estruendo de las flautas. Con áureo laurel se atan sus cabellos y participan en el festín alegremente. Ni las enfermedades ni la vejez maldita afectan a esta raza sagrada; viven sin fatigas ni luchas, fuera del alcance de la intransigente Némesis."
Apolo. Fresco romano, época imperial romana. Museo Palatino, Roma
Baquílides, Epinicios 3, 59ss. (Trad. F. García Romero)
"Entonces Apolo, el nacido en Delfos, llevándose al anciano al país de los Hiperbóreos, lo estableció allí con sus hijas de finos tobillos, por causa de su piedad, porque los mayores dones de entre los mortales a la muy divina Pito había enviado."
La Historia de Arión
Plutarco, Banquete de los siete sabios 160F y ss. (Trad. C. Morales Otal - J. García López)
Antes de poder adivinar lo que se acercaba por su rapidez, se vieron unos delfines, unos agrupados, dando vueltas en derredor, otros iban delante en dirección a la parte más abordable de la playa y otros detrás como si fueran su escolta. Y en medio se levantaba sobre el mar una masa incierta y confusa de un cuerpo que era llevado por los delfines, hasta que ellos, reuniéndose en un mismo sitio y poniéndose juntos en la playa, colocaron sobre la tierra a un hombre que respiraba y se movía, mientras, regresando de nuevo hacia el promontorio, saltaban más alto que antes, jugando y brincando, al parecer de alegría. "Muchos -continuó Gorgo-, asustados, huyeron de la playa, pero unos pocos, entre los que estaban yo, armándonos de valor, nos acercamos y reconocimos a Arión, el citaredo; él mismo pronunció su nombre y lo reconocidmos fácilmente por el vestidoo, pues casualmente llevaba el atuendo ceremonial, que él usaba cuando cantaba, acompañándose con la cítara.
Arion. G. Moreau, 1891, Museo del Petit Palais, Francia
Así pues, después de llevarlo a una tienda, como no le pasaba nada, sino que a causa de la velocidad y del ruido estrepitoso del viaje parecía débil y cansado, escuchamos una historia increíble para todos, excepto para nosotros que habíamos sido testigos de su final: Arión decía que, tiempo atrás, habiendo decidido dejar Italia y habiéndose escrito una carta Periandro, se animó más y, al presentarse en el puerto una nave corintia, subiendo al punto, se hizo a la mar. Tras navegar durante tres días con viento favorable, se dio cuenta de que los marineros estaban tramando su muerte. Después supo también por el piloto, que se lo reveló en secreto, que ellos habían decidido llevar a cabo su acción esa noche. Así pues, indefenso como estaba y no sabiendo qué hacer, tuvo una especie de inspiración divina, adornó su cuerpo y se puso a modo de sudario, estando aún vivo, atavíos que solía llevar en los concursos, para cantar a la vida cuando iba a morir y para no ser más vil en esto que los cisnes. Por tanto, cuando estuvo preparado y después de decir que tenía deseos de cantar entera una de sus canciones, la Pítica, por su salvación, pro la de la nave y por la de los que iban a bordo, tras colocarse junto al costado de la nave, en la popa, y tras hacer un preludio, invocando a los dioses del mar, comenzó a cantar su canción. Cuando no iba por la mitad, se hundió el sol en el mar y apareció el Peloponeso. Entonces, los marineros, sin esperar la noche, se decidieron a realizar el crimen. Arión, al ver las espadas desenvainadas y que el piloto se había cubierto la cara, tomando impulso, se arrojó al mar lo más lejos posible de la nave.
Pero, antes de que todo su cuerpo se sumergiera, unos delfines saltando se lo llevaron, con lo que al principio se lleno de dudas, angustia y turbación. Pero tras sentir el bienestar del viaje y ver a gran cantidad de delfines agrupados amistosamente a su alrededor, que se iban relevando de forma alternativa como en una misión especial y que a todos interesara, y la nave, dejada atrás, le daba una idea de la velocidad,
nos contó que entonces el temor ante la muerte y el deseo de vivir ya no eran para él tan grandes como el deseo de salvarse, ya que, si lo lograba, aparecería como un hombre amado de los dioses y se ganaría de parte de los dioses una gloria segura. Al mismo tiempo, viendo el cielo lleno de estrella y la luna que se levantaba brillante y clara, mientras el mar estaba completamente sin una ola, como un camino que se abría para su marcha, pensó para sus adentros que el ojo de la Justicia no es uno, sino que a través de todos estos ojos la divinidad contempla en todas las direcciones lo que sucede en la tierra y en el mar.
Mosaico de Arion. Ostia antigua
Con estos razonamientos, prosiguió contándonos, se iban reponiendo ya el cansancio y el sufrimiento de su cuerpo. Finalmente, cuando al encontrarse con el promontorio escarpado y elevado, poniendo mucho cuidado, lo doblaron rozándolo y lo depositaron a él en tierra, como si estuvieran conduciendo con toda seguridad una nave al puerto, sintió ya, sin duda alguna, que su rescate había sido realizado bajo la dirección de una divinidad.
Apolo sobre un grifo. Kylix, época clásica. Kunsthistorisches Museum, Viena
Suetonio, Vida de Augusto 94, 4
(Traducción Grupo Tempe)
Acia concurrió a media noche a una solemne ceremonia en honor de Apolo y, habiendo dado orden de que depositaran en el suelo la litera y la dejaran en el templo, se durmió en ella mientras las restantes matronas se marchaban a sus casas y, de repente, se deslizó dentro de la litera una serpiente para salir al poco rato: al despertarse Acia se purificó como si acabara de salir de los brazos de su marido y al punto apareció en su cuerpo una mancha como si le hubieran pintado una serpiente. A los nueve meses nació Augusto y por este motivo se le tuvo por hijo de Apolo.
© Henar Velasco López