Alba del Pozo García
Alumna de Filología Hispánica. Curso 2006/2007 Mitología Clásica
Texto: Jorge Luís Borges, La casa de Asterión
“Y la reina dio a luz un hijo que se llamó Asterión” APOLODORO, Biblioteca, III, 1
Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito)[1] están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay “un solo mueble” en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay una sola cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo; aunque mi modestia lo quiera.
El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha conseguido que yo aprendiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: “Ahora volvemos a la encrucijada anterior” o “Ahora desembocamos en otro patio” o “Bien decía yo que te gustaría la canaleta” o “Ahora verás una cisterna que se llenó de Arena” o “Ya verás como el sótano se bifurca”. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en casa nueve hombres para que yo les libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensangriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor. Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara todos los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?
El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
— ¿Lo creerás, Ariadna? —dijo Teseo—. El minotauro apenas se defendió.
[1] El original dice “catorce”, pero sobran motivos para inferir que, en boca de Asterión, ese adjetivo numeral vale por “infinitos”.
"The Minotaur" 1885 por George Frederic Watts
La casa de Asterión se publicó por primera vez en una revista, para pasar a formar parte más tarde de libro de cuentos de El Aleph. El cuento de Jorge Luís Borges se construye, entre otros aspectos, partiendo de la reescritura de un mito clásico. El origen de la figura del Minotauro parece remontarse bastante atrás de sus primeras fuentes escritas. Por un lado, presenta una historia que contiene muchos elementos característicos de antiguos folclores: un monstruo antropomórfico, la necesidad de proporcionarle ofrendas en forma de sacrificios humanos, la figura del héroe, Teseo, que libera al pueblo matando la bestia… Por otro lado, el hecho de que el mito sea recogido de forma tardía por mitógrafos como Apolodoro, Diodoro de Sicilia o Higinio, entre otros, puede indicar que se trataba de una historia extendida y más o menos conocida, incluso de carácter popular o folclórico.[1]
El mito, a través de las narraciones de los autores mencionados y con distintas variantes, narra, en líneas generales, como Minos, rey de Creta, pide Posidón que aparezca un toro de las profundidades marinas, prometiendo sacrificárselo a cambio al propio dios. El dios marino le otorga lo que le pide, pero el animal resulta ser un ejemplar tan excepcional que Minos no lo sacrifica. En venganza, Posidón hace que Pasifae, la mujer del rey, se enamore del toro y quede embarazada de éste, pariendo a un ser mitad hombre mitad toro que Minos hace encerrar en un laberinto construido por Dédalo. Por una disputa con Egeo, rey de Atenas, el ateniense se ve obligado a mandar al laberinto de Creta siete muchachos y siete muchachas cada nueve años para que sirvan de alimento al monstruo. La situación termina cuando Teseo, hijo de Egeo, mata al Minotauro con la ayuda de la hija de Minos, Ariadna.[2]
El relato se abre, precisamente, con una referencia directa al mito mediante una cita de Apolodoro. El juego con referencias literarias, apócrifas o reales, es un procedimiento típico de la poética borgiana, basada más en la literariedad que en la referencialidad. En este caso, la cita es real. Se trata, por lo tanto, de una alusión que indica que, muy probablemente, el relato constituirá una reescritura de la historia clásica.
Antes de seguir adelante, es necesario ofrecer algunas claves del universo borgiano que puedan facilitar la comprensión del cuento y su relación con el mito original. En primer lugar, el autor argentino concibe el universo no como un cosmos, sino como un caos infinito, eterno y cíclico en el que el hombre se encuentra perdido. Si el mundo está regido por algún tipo de orden éste no es de tipo humano, por lo que resulta totalmente inaprensible para el individuo. Asumida de esta forma la imposibilidad de conocimiento, la realidad se transforma en algo inasible, constituida únicamente por la mirada del que la observa.[3] De este modo, el mundo deja de existir como verdad inamovible y empírica, y se transforma en una realidad tan múltiple como sus observadores. Lo único que le queda al ser humano, la verdadera realidad, es el lenguaje. Sin embargo, éste es una convención y puede fallar como instrumento de comunicación. Al existir únicamente la palabra, realidad y ficción se diluyen en un mismo nivel. Ello lleva a Borges a un juego inacabable con el lector basado en la ironía, la literariedad y el juego de citas reales y apócrifas ya mencionado.
Aplicando esta cosmovisión al relato, es fundamental entender al Minotauro en el laberinto como una alegoría simbólica del ser humano en el universo. De este modo, el Minotauro pierde aquí el carácter de ser monstruoso fruto de la hybris de un monarca que se atreve a desafiar al mismísimo Poseidón. Esta significación a la cual se aproximaría el mito original se diluye totalmente mediante el procedimiento de reescritura borgiana mencionado antes.
El laberinto, por lo tanto, pierde todo su sentido primitivo. Esa curiosa casa de Asterión pasa a convertirse en un universo caótico carente de significado (al menos de un significado comprensible para el ser humano) que el individuo, como Asterión, intenta comprender en vano. La realidad como algo inasible que depende únicamente del contexto y las referencias del observador. Esta idea se refleja en el relato mediante la interpretación errónea que hace Asterión de la realidad. Nótese, por ejemplo, que el término laberinto no aparece en ningún momento del relato. Únicamente el lector conocedor del mito puede deducirlo. A este propósito hay que destacar un guiño importante del autor hacia el lector[4]: en la mención al “templo de las Hachas” subyace una referencia implícita a la raíz griega de la palabra laberinto: “El Laberinto es, efectivamente, el «palacio de la doble Hacha» (en griego, λάβρυς), símbolo que aparece repetidamente en los monumentos minoicos.”[5] En su lugar se encuentra, empezando por el título, la palabra casa. El lenguaje es la única manera de construir la realidad, pero es una convención y, como en este caso, puede fallar. El Minotauro no conoce otra morada que no sea su laberinto, carece de referencias externas para darse cuenta de ello, de la misma manera que el ser humano no conoce otro universo que el suyo. Ocurre lo mismo con la concepción que tiene Asterión de la plebe (palabra altisonante que remite directamente al mito clásico). Erróneamente, deduce que el pueblo huye de él por su sangre real (al fin y al cabo es hijo de la reina Pasifae y un toro divino), siendo incapaz de comprender su propia monstruosidad: “Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones […] son irrisorias.” Resulta una verdadera ironía que un monstruo que vive encerrado en un laberinto pretenda afirmar que carece de misantropía. A este propósito Borges aplica una subversión importante respecto a la historia original. Mientras en los textos de los mitógrafos apenas se menciona el nombre de Asterión, en el relato aparece únicamente cuando la voz narrativa salta a la tercera persona. Por un lado, se intenta eludir el aspecto monstruoso de Asterión para destacar esa identificación con el ser humano que recorre todo el cuento. Por otro lado, el hecho de que Asterión no tenga conciencia de lo que verdaderamente es indica de nuevo la ignorancia del Minotauro (y de la humanidad por extensión) para comprender la verdad de su existencia.
Sin embargo, puede que la muestra más ilustrativa de la interpretación errónea que Asterión hace de la realidad sea la de creerse libre: “Otra especia ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que no hay cerradura?” En el fondo, se trata de una tremenda tragedia, pues el monstruo carece absolutamente de libertad, a pesar de lo que él se supone. Basta con observar las “distracciones” a las que se dedica, sospechosamente parecidas a los gestos de un animal acorralado. Esta idea lleva directamente a otro concepto importante que se esconde tras el relato: ¿es el individuo verdaderamente libre? Borges opina que no, pues la humanidad, igual que el monstruo, pretende creerse en libertad estando encerrada en un caos que no comprende.
Otra idea cabal muy ligada a la situación del Minotauro es el concepto de soledad e infinitud. Asterión, además de encerrado en un laberinto, está enormemente solo. Uno de los gestos más trágicos que ofrece es el de inventarse un doble: “Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa.” Dentro de esa soledad, sin olvidar nunca que de lo que Borges está hablando es de la existencia humana, Borges vuelca también el concepto de infinitud, una noción que contrasta con lo limitado del ser humano. El hecho de que sustituya el término por el número catorce revela que, ya que el ser humano es finito, debe sustituir esa noción por un número limitado, pues es incapaz de llegar a imaginar el infinito.
Dentro de esta enorme tragedia, al ser humano, a Asterión, únicamente le queda esperar la llegada de un redentor que acabe con esa existencia, con esa existencia de soledad fruto de un dios tan caótico como su propia creación: “Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo”. Teseo, el héroe ateniense que en el mito original acaba con el monstruo gracias a la ayuda de Ariadna y un ovillo de hilo, se convierte en el relato borgiano en la encarnación de la figura del redentor. Sin que se aluda únicamente al cristianismo, parece que Borges emplea a Teseo para insinuar una ironía sobre las religiones. Resulta revelador que el paraíso al que aspira el Minotauro sea “un lugar con menos galerías y menos puertas”. La religión como consuelo de los seres humanos, como esperanza de una vida mejor en la que consolarse de una existencia profundamente trágica, se encarna en una de las últimas afirmaciones de Asterión, cargada de reminiscencias bíblicas: “desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre el polvo”. El laconismo del final del relato, en el que en algunas versiones del mito original el Minotauro es conducido a Atenas para ser ofrendado a Apolo aparece tras un hiato importante en la narración.
___________________________________________
Bibliografía
Apolodoro: Biblioteca mitológica (Libro III), traducción y notas de Julia García Moreno, Alianza Editorial, Madrid, 1993
Borges, Jorge Luís: El Aleph
Diodoro de Sicilia: Biblioteca Histórica (Libros IV-VIII), traducción y notas de Juan José Torres Esbananch, Gredos, Madrid, 2004
Grimal, Pierre: Diccionario de mitología griega y romana, traducción de Francisco Payarols, Paidós, Barcelona, 1981
[1] La necesidad de acotar la extensión del trabajo impide entrar en cuestiones como la relación entre el laberinto cretense y el palacio de Cnosos o la figura del Minotauro y la fructífera relación de Creta con la figura del toro.
[2] Se trata de una explicación muy resumida del mito.Para una historia más completa vid. Apolodoro, Biblioteca mitológica o Diodoro de Sicilia, Biblioteca Histórica IV y VIII.
[3] Esta concepción de la realidad resulta tal vez la característica principal del siglo XX y de la tan discutida posmodernidad. Cabría mencionar aquí como ilustrativa una frase de Schopenhauer: “El mundo es mi idea del mundo”.
[4] Lector culto, evidentemente. Los ataques de la Crítica a Borges por intelectualismo y elitismo no son gratuitos.
[5] Pierre Grimal, Diccionario de mitología griega y romana, Paidós, Barcelona 1981