Alberto Pardal Padín

Alumno de Filología Clásica. Curso 2005/2006 Mitología Clásica

 

Juno, irritada con Eneas, utiliza su influencia para desatar los vientos; Neptuno deja claro cuál es su poder.

 

Ante él se abaja hasta los ruegos Juno:

“Eolo, el padre de los dioses y hombres

por algo a ti concede que apacigües

o revuelvas las olas con el viento:

un pueblo mi enemigo el ponto cruza,

a Italia transportando las reliquias

de Ilión vencido y sus vencidos dioses.

¡De tus vientos encrespa la violencia,

anega y hunde naves, siembra náufragos

por el mar, y la flota desparrama!

Tengo catorce primorosas ninfas;

la más bella de todas, Deyopea,

en estable matrimonio te la entrego:

será tu premio, y a ti siempre unida

te hará padre feliz de hermosa prole.”

Responde Eolo: “Oh, reina, a ti te incumbe

definir tus deseos; lo que mandes

es privilegio mío ejecutarlos.…”

 

Tal gemía. En silbante turbonada,

de frente el aquilón hiere la vela

y hasta el cielo alza el mar. Trízanse remos,

ladéase la proa y el costado

presenta al maretazo. Sobreviene

súbito un monte de agua, abrupta mole...

 

Sintió Neptuno en tanto el sordo estruendo

con que por la galerna el mar bullía,

y el flujo extraño de las quietas aguas

sorbidas del profundo. El grave enojo,

de lo alto atalayando, disimula

y alza sereno el rostro entre las olas.

Dispersa mira la deshecha escuadra

y a Eneas y sus Teucros oprimidos

al desplomarse el cielo sobre el ponto.

Entiende el dios las alevosas iras

de su hermana; y al Céfiro y al Euro

mandando presentarse, así apostrofa:

“¿Tanto orgullo os inspira vuestra alcurnia,

que sin mi anuencia os atreváis, oh vientos,

a trastornarlo y revolverlo todo

y armar tal confusión? ¡Ah, yo os lo juro…

-mas antes es poner el mar en calma.

Otro nuevo desmán, y os escarmiento!

¡Fuera!…y a vuestro rey llevad mi dicho:

No es el reino del mar herencia suya

ni el terrible tridente, sino mía.

Rey él en sus enormes farallones,

Euro, vuestra mansión, en ella ostente

Eolo su poder, y allí, encerrados,

en su cárcel los vientos, reine y mande…”

(Virgilio, Eneida I, 95-112, 146-151, 178-202; traducción de Aurelio Espinosa Pólit)

 

            El texto comienza con la bajada de Juno a Eolia para suplicar a Eolo que desate los vientos para evitar que Eneas y los troyanos lleguen a Italia. Juno detestaba a los Teucros por varias razones. Cabe destacar dos utilizadas por Virgilio en su obra: el poeta habla de la afrenta realizada por Paris al elegir a Afrodita como la más bella y también de la gloria concedida al pueblo por Júpiter al raptar al joven Ganímedes y convertirle en copero de los dioses. Juno, dependiendo de las versiones, se presenta como una esposa comprensiva o como una esposa celosa y vengativa, como en este caso, ya que Júpiter se había enamorado del joven Ganímedes. Estas razones le llevaron a actuar contra los teucros en la guerra que mantuvieron contra los aqueos y son éstas las razones que le mueven a evitar que un pueblo tan odiado por ella renazca y se establezca en otro territorio. Además, el hado había predispuesto que este reino fundado por Eneas iba a ser el imperio más poderoso y que iba a derrotar a un pueblo protegido por la diosa, Cartago. A esto hay que añadir que Juno se presenta como la defensora de todos los opuestos a Eneas (Cartago, Turno…).

            Sigue a esto la petición a Eolo, una divinidad que normalmente se toma como hijo de Neptuno y que ya aparece en los poemas homéricos, encargado del control de los vientos, ya sean éstos favorables o destructivos. Así, Juno suplica que alborote el mar para que Eneas no llegue a las costas de Italia, y le ofrece el matrimonio con una bella ninfa a cambio, intentando comprar su favor. Esto tiene mucho que ver con la atribución a Juno de la vigilancia de los matrimonios, es ella quien cuida de ellos y es ella quien ofrece uno a Eolo. Éste accede a lo que pide la diosa, ya que, en palabras del poeta es ella quien consiguió para Eolo el poder y el reino que ahora posee, por lo que se ve obligado a devolver su favor. Eolo dice en el poema “a ti debo el favor que me obtuviste/de Jove omnipotente…”, es otro ejemplo de cómo, aunque Júpiter es el Soberano de los dioses, Juno está en una posición privilegiada al ser su esposa, ya que es capaz de convencerle y cambiar sus deseos mediante la seducción, como hace durante la guerra de Troya para que los dioses puedan ayudar a los Aqueos (Homero, Ilíada, XIV, 159-221, 292-360). Así, Eolo se entromete en el reino de otro dios más poderoso que él, Neptuno, y libera a los Vientos (Céfiro, Euro, Noto...) que destrozan la flota de Eneas y le llevan a la deriva por el mar.

            Neptuno, al ver lo sucedido, decide intervenir, ya que él ya ha depuesto su ira contra los troyanos y también porque su ira es contra los descendientes de Laomedonte, y Eneas es nieto de Temiste, hermano de Laomedonte, por lo que su ira no va contra los descendientes de Anquises, como ya demuestra en la guerra de Troya al salvar a Eneas. Neptuno, habiendo sido expulsado por Júpiter del Olimpo a causa de una conspiración para arrebatarle el poder, se refugia en Troya junto a Apolo, que había intentado vengarse atacando a los Cíclopes por la muerte su hijo Asclepio (Esculapio) a manos de Júpiter, que fulminó a aquél con un rayo debido a que había llevado sus capacidades curativas hasta poder resucitar a los muertos, algo que iba contra las leyes divinas. Ellos se encargan, junto a Éaco, de construir para el rey Laomedonte la muralla de Troya (por eso sólo se podía destruir por un tercio de su extensión). Laomedonte, tras tener la muralla construida no accedió a pagar a los dioses, razón por la que Neptuno pasó a apoyar a los aqueos durante la guerra. Al no querer pagar a los dioses, Neptuno manda a un monstruo marino que siembra el pánico entre los habitantes de la Tróade. Además, habían aparecido tres serpientes de las que dos se estrellaron contra el muro, pero una lo atravesó, lo que se interpretó como que dos Eácidas iban a tomar Troya, el primero, Peleo, hijo de Éaco, y el segundo Neoptólemo (Pirro), hijo de Aquiles Pelida. En la Eneida, Neptuno no es contrario a los teucros, ya que el quería que cayera la ciudad cuya muralla había ayudado a construir, nada le importa que Eneas vaya a crear una nueva Troya.

Es capaz de conocer las razones de la ira de su hermana y saber que es ella quien ha instigado a Eolo a liberar a los vientos.  Existen varias versiones acerca de la omnisciencia de los dioses olímpicos. En el mito de Tántalo, éste despedaza a su hijo Pélope y lo ofrece a los dioses, que le favorecían, para que lo coman; todos descubren su treta salvo Deméter (Ceres) que estaba afligida por la desaparición de su hija Perséfone (Proserpina), que había sido raptada por Hades para que fuera su esposa; como ésta había probado una granada del Hades, debe pasar una temporada del año con su marido (otoño e invierno) y otra con su madre (primavera y verano). En este caso, Neptuno conoce los planes de su hermana Juno (ambos eran hijo de Saturno y Rea/Cibeles).

Neptuno llama a los vientos y les hace parar y llevar a Eolo el mensaje de que no se entrometa en un reino que no le corresponde. Con esto, Neptuno hace referencia al reparto que del mundo hacen los tres hijos de Saturno, Plutón, Júpiter y él. Tras la victoria sobre los titanes y la condena de éstos al Tártaro, los saturnios deciden repartirse el mundo; Júpiter pasa a ser el Soberano de los dioses y a gobernar en el cielo, Plutón pasa a ser el señor del inframundo y de los muertos y Neptuno se convierte en el señor de los mares. Esta atribución del poder sobre el mar a Neptuno puede no ser la originaria. El Panteón griego (del que proviene el romano) tenía en principio a Posidón como señor de los terremotos, un dios ctónico, sin embargo, al descubrir el mar los griegos, atribuyeron éste al dominio de Posidón. Así, pasa a ser el soberano de los mares. Reprende a los vientos su atrevimiento, mencionando su ascendencia (todos ellos eran hijos de Eos, la Aurora, y de Astreo), sin embargo, el poder de Neptuno es superior no deben atreverse, ni ellos ni Eolo a actuar en el mar, su dominio, sin su consentimiento.

 Hace alusión también a uno de sus atributos, el tridente, que el poeta dice que usa Eolo para liberar a los vientos. Este tridente lo había recibido de los cíclopes uranios que habían entregado a Júpiter el rayo, el trueno y el relámpago, y a Hades un casco que le hacía invisible. Los Cíclopes se los entregaron para que hicieran frente a Saturno y el resto de titanes durante la Titanomaquia, la guerra que se dio entre lo dioses liderados por Júpiter tras haberlos sacado a todos del estómago de su padre, que los había devorado para evitar que su hijo hiciera lo mismo que él había hecho con su padre Urano. Neptuno reclama como propio el derecho para utilizar el tridente y el de desatar las tormentas, ya que él es también quien se encarga de la fortuna de los navegantes. Acaba su intervención mandando a Eolo que gobierne sobre su reino, ya que los dioses tendían a reconocer los atributos de los demás y a respetar el campo de acción de cada uno, salvo en determinadas ocasiones como la intervención de Afrodita en la guerra de Troya sin ser una diosa guerrera.

 

            Por último cabe destacar la genealogía del héroe protagonista del poema, Eneas. Este héroe es hijo de Venus y del troyano Anquises. Éste estaba en el monte Ida con el ganado cuando Venus se le acercó haciéndose pasar por mortal para engañarle. Anquises, prendado de la diosa, la dejó embarazada. Algún tiempo después Júpiter le castigó por jactarse de haberse acostado con Venus. Descendiente de Eneas es Julo, del que tomaron el nombre la Gens Iulia de Roma, a la que pertenece Octavio Augusto que es quien ordena la redacción del poema a Virgilio y cuya familia está altamente ensalzada a lo largo de la obra.

           

            A lo largo de la obra Juno no consigue detener el fin último de la empresa de Eneas, que es llegar a Italia y fundar la que después será Roma, ella sólo consigue retrasar la llegada y provocar la guerra, pero Roma pervive para ser el mayor imperio de su época, vencer a Cartago, su protegida, y someter a los griegos con un poder muy superior al que Ilión consiguió.