Alumna de Estudios Italianos. Curso 2016/2017 Mitología Clásica
"La fragua de Vulcano de Velázquez: La
pintura como ejercicio intelectual"
En el interior de
una herrería, un grupo de hombres semidesnudos detienen su
trabajo de forja sorprendidos por la presencia de un personaje
con aura resplandeciente que parece dirigirles la palabra.
Reunidos en torno a un yunque sobre el que descansa una lámina
de metal incandescente, cinco hombres de apariencia vulgar,
entre los que destaca uno de feo rostro y postura
desequilibrada que delata una cadera contrahecha, quedan
paralizados al escuchar al recién llegado.
Se trata de “La
fragua de Vulcano”, realizado por Diego Velázquez en
torno a 1630, durante su estancia en Italia y recogido con ese
título por los inventarios reales desde que Felipe IV lo
adquiriese para decorar el Palacio del Buen Retiro de Madrid,
desde donde pasará al Nuevo Palacio Real ya en tiempos de
Carlos III y posteriormente, a inicios del siglo XIX al Museo
del Prado, institución que tiene origen en las colecciones
reales.
La obra
evidencia el avance estilístico en la pintura de Velázquez
desde el naturalismo sevillano propio de su inicial formación.
Pero también plantea una innovación temática gracias a la cual
en una escena de aspecto costumbrista se introduce una
narración mitológica. Conviven en la presentación el ambiente
popular, de trabajo, propio de una herrería con la aparición
de un personaje al que sus atributos permiten identificar como
un dios.
Esa fusión de ambientes y personajes distintos facilita el reconocimiento de la escena narrada por Ovidio en el Libro IV de las Metamorfosis. La figura de Apolo es identificable por su representación semidesnuda con un manto rojizo y por su cabeza castaña coronada por laurel (uno de sus símbolos que nos recuerda, además, al episodio de Dafne) y rodeada del halo resplandeciente que nos remite a su asimilación al Sol, a Helios.
Frente a él, la figura
del feo y visiblemente cojo Vulcano y sus ayudantes, ataviados
con simples paños en su cintura, que suspenden estupefactos y
asombrados el trabajo de fabricación de una armadura. El
aspecto físico de Vulcano, su trabajo como herrero acompañado
de ayudantes (aunque aquí, para aportar mayor verosimilitud al
episodio, los cíclopes adquieran un carácter humano), y su
confrontación con Apolo allanan la comprensión del momento
representado con un pasaje concreto de la narración mitológica
de los amores del Sol, Marte y Venus. En concreto, aquel que cuenta cómo
Apolo, tras descubrir los encuentros amorosos de Venus (esposa
de Vulcano) y Marte (dios de la guerra), pues no en vano como
Sol es quien primero ve y conoce todo, se apresuró con su
carácter vengativo a informar al herrero de los dioses del
humillante adulterio que sufría. La noticia deja en el
instante perplejo y paralizado a Vulcano (“mas aquel su razón
y la obra que su fabril diestra sostenía, se le cayeron…”),
pero inmediatamente desencadenará su reacción ejemplarizante y
su escarmiento de la esposa infiel.
Son pues, Apolo y
Vulcano, personajes principales de una escena que se inserta
en un relato más extenso y complejo de venganzas continuas en
el que Venus y Marte también son protagonistas, además de
introducir a personajes secundarios en la historia como
Alectrión, Leucótoe o Clitia.
Vulcano, dios hijo de Juno, fue expulsado del Olimpo por su madre debido a su fealdad. Criado por otras diosas que le enseñan a trabajar y dominar el fuego y los metales, se convierte en el herrero de los dioses, para quienes realiza armas y joyas desde su fragua míticamente situada bajo el Etna. De hecho, tanto en la Ilíada como en la Eneida aparece desarrollando esta labor al fabricar las armas que Tetis le pide para su hijo Aquiles en el poema homérico y para Eneas por solicitud de Venus en el canto virgiliano.
Su
habilidad para elaborar en metal artilugios-trampa se observa
ya en el modo en que es readmitido en el Olimpo. Ejecuta un
trono tan hermoso para Juno que al sentarse en él queda
atrapada, accediendo Vulcano a liberarla sólo si es aceptado
nuevamente entre los dioses. Esta habilidad va a ser puesta de
manifiesto con el castigo que preparará para su mujer Venus.
Ésta, diosa
de la belleza y el amor, nacerá de los genitales de Urano
cortados por Cronos y arrojados al océano. Allí y de su espuma
seminal surge Venus, de una concha entre las olas, para
protagonizar como la más hermosa y deseada de las diosas
constantes historias de amor con hombres como Adonis o con
otros inmortales como Marte, con quien concibe a Cupido, al
menos en algunas versiones. Y por supuesto, para lo que afecta
a la historia ahora tratada, es dada como esposa a Vulcano, a
quien no duda en ser infiel, dejando constantemente en
evidencia su capacidad amatoria.
En el tercer
vértice de la narración, Apolo, como dios de la razón y la
armonía. Primero en conocerlo todo (gracias su habilidad
predictiva y su relación con el oráculo de Delfos) y asimilado al Sol. Hijo
de Zeus y Leto (hija de titanes) y de carácter tanto o más
vengativo que el resto de dioses, se convierte en motor
principal de la escena pictórica. Y es que, conocedor de los
encuentros entre Venus y Marte, un día los descubre, tras
haberse quedado dormido Alectrión, el efebo vigilante elegido
por el dios de la guerra (que desde entonces, convertido en
gallo, cantará cada mañana anunciando la aparición del Sol) e
inmediatamente los delata al afanado Vulcano, momento que
refleja Velázquez en su cuadro.
Vulcano lega con la sua rete
Marte e Venere adulteri, Antonio Tempesta
Para el escarmiento de la
adúltera, Vulcano se servirá nuevamente de su habilidad
artesana. Avisado del lugar donde se producen los encuentros
amorosos, preparará sobre el lecho una red de hilos dorados
invisibles en su perfección, de modo que al unirse desnudos
Venus y Marte en su nuevo abrazo quedan atrapados sin
posibilidad de escapar. Inmediatamente, el resto de dioses
olímpicos son llamados para observar a los amantes en tan
comprometida situación,
que provoca la vergüenza absoluta de los cazados y la
divertida burla de los espectadores.
Tras el castigo, que de poco pareció servir, Venus se vengará del causante de la burla, Apolo, haciéndole caer perdidamente atraído por la mortal Leucótoe, como también continúa narrando Ovidio. Apolo se verá obligado por amor a espiarla, adelantando cada día de invierno su despertar y retrasando su vuelta (poético modo de justificar el aumento de los días en esa estación), y posteriormente urdirá un plan para conseguir poseerla. Transfigurado en su madre logrará quedarse a solas con ella y después ya como Apolo obtendrá sus favores. Delatados a su padre por la ninfa Clitia, Leucótoe será enterrada viva para evitar que continuase viéndose con Apolo. Éste intentará resucitarla desenterrando su rostro, pero solo conseguirá que se transforme en la planta del incienso, cuyo aroma se elevará hacia el dios para que este retenga su recuerdo. Clitia sólo obtendrá el desprecio de Apolo con esta acción, por lo que durante días se postrará ante él contemplándolo, inmóvil, sin beber ni comer, y terminará enraizándose en la tierra convertida en hermosa flor que seguirá el recorrido diario del Sol, transformada por tanto en girasol.
No deja de resultar curioso cómo de una narración tan animada
y cuajada de situaciones dinámicas y elementos de sorpresa y
acción, el pintor termine por elegir un pasaje aparentemente
anodino o poco explícito. A qué responde una elección así
puede ser un tema largamente debatido, máxime cuando distintos
episodios de la historia de los amores de Apolo, Marte y Venus
han sido una constante en la pintura desde época renacentista,
pero recreándose en los elementos sensuales y en el tema del
desnudo. Sandro Botticelli o Piero de Cosimo en el quattrocento
representando los encuentros de Venus y Marte, o Tiziano y el
Guercino durante el cinquecento
y el seicento mostrando
a la pareja acompañados de Cupido. Pero también Tintoretto o
Luca Giordano, en pleno Renacimiento y pleno Barroco
respectivamente, destacando la escena picaresca en que Vulcano
sorprende a los amantes, como hará el nórdico Wtewael,
introduciendo al resto de dioses mirones en el momento de la
burla. En definitiva, modos todos de abordar la historia que
se detienen en los aspectos más lúdicos y sensuales del relato
como bastante más tarde, en el s. XIX, hará J. L. David en su
“Marte desarmado por
Venus”.
La Forgia di Vulcano
de Luca Giordano
Sin embargo, existe también una
tradición visual que representa la fragua de Vulcano
estrictamente, como hará
Luca Giordano. Tradición que también recoge el momento
en que Apolo delata a Vulcano en la forja la infidelidad de su
esposa, como se aprecia en un grabado de Antonio Tempesta que
servirá a Velázquez como directa inspiración para su obra. Los
dos pueden verse reproducidos aquí.
Sole svela a Vulcano l’adulterio della moglie, Antonio
Tempesta
Y para esta elección temática del pintor sevillano,
puesto que no se justifica por la posibilidad de demostrar su
habilidad para representar desnudos de diferente tipo que
facilitarían mejor otros pasajes de la historia, habrá que
valorar la posibilidad de que “La fragua de Vulcano” transmita
un mensaje paralelo que trascienda el episodio directamente
representado.
En primer lugar, el pasaje reproducido destaca el momento de la trama que desencadena toda la narración, cada giro y contragiro del relato de los amores de los dioses. Y es éste un momento dominado por la palabra, por la idea, por el conocimiento: el mensaje de Apolo revela la traición y guía la venganza del maestro forjador Vulcano, un escarmiento que se basa en el dominio técnico de un oficio, en una habilidad manual.
No cabe duda de que la
selección del pasaje demuestra un conocimiento importante del
tema mitológico, más profundo que el mero detenimiento en
otros episodios más lúdicos o dramáticos, lo que supone una
especial sensibilidad y formación para un pintor. Pero además
se ha de destacar la capacidad de Velázquez para representar
una escena, casi un momento teatral, que arrastra referencias
a momentos anteriores y posteriores a la acción y que soporta
de manera especial otros significados más complejos que el
reproducido: una manera sugerentemente barroca de utilizar la
pintura, donde las apariencias comportan significados más
profundos y donde tiempos pasados y futuros son activados por
la escena presente mostrada, haciendo al espectador partícipe
de toda la narración más completa.
La elección del pasaje de la
delación permite a Velázquez confrontar la palabra, la razón y
el conocimiento de Apolo con el trabajo manual y mecánico del
artesano Vulcano. Apolo despliega su habilidad en un mundo
intelectual, Apolo “inventa”, mientras Vulcano lo hace en el
ámbito de la habilidad artesana, Vulcano “ejecuta”. La idea
dirige al oficio, la invención de la mente antecede a la
materialización del trabajo por excelso y brillante que éste
sea.
El planteamiento de la escena
bajo este enfoque permite su interpretación como la
visualización de una constante en la trayectoria artística de
Velázquez, que comparte con la pintura barroca en general, y
no es otra que la permanente defensa de la nobleza del arte
pictórico frente a otras habilidades físicas. La pintura es un
arte dominado por la capacidad inventiva e intelectual, muy
alejada del esfuerzo físico que suponen otras actividades
artesanales, de carácter mecánico y material. El plano de
actuación de Apolo, con su palabra, está en las antípodas del
esforzado Vulcano, que necesita de toda su capacidad física
para desempeñar su trabajo.
La consideración de la pintura
como un arte liberal, en el que prima la capacidad mental y es
necesaria una importante formación intelectual, será
presentada por Velázquez (y por otros pintores contemporáneos)
como justificación de su progreso social, de su
ennoblecimiento y de su diferenciación moral y económica de
otros oficios artesanos reducidos al control de los gremios.
La capacidad
ejemplarizante de las narraciones mitológicas, su dimensión
como relatos de valor universal que admiten referencias
infinitas a las más diversas circunstancias humanas, se ponen
de manifiesto en imágenes como
“La fragua de Vulcano”, en que el Sol y el herrero de
los dioses se convierten en metáforas visuales de ideas bien
alejadas de la inmediata historia que protagonizan.
Las referencias bibliográficas fundamentales del trabajo han sido:
- González Estévez, Escardiel, “En torno a La fragua de Vulcano de Velázquez. Nuevas aportaciones a la interpretación de su significado”, Laboratorio de Arte 21 (2008-2009), Universidad de Sevilla.
- Portús Pérez, Javier, Fábulas de Velázquez. Mitología e Historia Sagrada en el Siglo de Oro, Museo Nacional del Prado. 2007.
- Tolnay, Charles, “Las pinturas mitológicas de Velázquez”, Archivo Español de Arte, 1961
La fuente documental es Ovidio, Metamorfosis. Libro IV: Los amores del Sol. Marte y Venus. Leucótoe. Clítia.