Ana Becerra Martínez
Alumna de Filología Francesa. Curso 2007/2008. Mitología Clásica
Ch. Le Brun, "Le roi arme sur terre et sur mer"
Si paseamos por el suntuoso palacio de Versalles no dejarán de llamar nuestra atención las numerosas representaciones mitológicas que en la decoración, en los cuadros y en las esculturas nos asaltan a cada paso.
Fuente de Apolo en los Jardines de Versalles
El espectador curioso se sorprenderá al reconocer a un Alejandro o a un Apolo cuyos rasgos coinciden con los del Rey-Sol, el célebre Luis XIV, el cual no se conformaba con la distancia que de por sí ya establecía su condición real, sino que apelaba a su condición divina y reforzaba esta idea haciéndose representar con los atributos de algunos dioses (la mayoría de las veces de Apolo) o servido por éstos, como es el caso que aquí nos ocupa.
En Le roi arme sur terre et sur mer, Le Brun nos presenta a un Luis XIV mortal aunque revestido de una armadura dorada. La presencia de dicha armadura no es casual pues tal era el atuendo con que tradicionalmente se representaba a los héroes griegos, héroes tales como Teseo o Aquiles y cuya condición era la de semidioses (hemítheoi). Al representar al rey con dicho atributo el artista nos presenta a un rey cuya condición casi divina lo hace digno de honores tales como el servicio de los dioses aquí representado. Así pues, el espectador no podrá por menos que fijarse en el esplendoroso rey, situado estratégicamente en el centro del lienzo para llamar nuestra atención y dejar claro quién destaca por su importancia.
Pero, ¿quién sirve al rey? Si ampliamos nuestro espectro de visión nos damos cuenta de que el rey no está solo, está rodeado de una serie de personajes que por sus atributos se dejan reconocer fácilmente como dioses del Olimpo. Así, si seguimos la mano extendida del rey podemos reconocer a Neptuno (Posidón) con su tridente y su carro de las aguas subterráneas. Éste ofrece así su dominio (el dominio de las aguas) al joven rey y con el tridente la posibilidad de originar terremotos e inundaciones de un solo golpe, beneficio que no será poco útil en sus batallas navales con otras potencias europeas.
Arriba a la izquierda podemos reconocer a Ceres (Deméter), que con su hoz y su verde manto nos anuncia su patronazgo sobre las cosechas como diosa de la fertilidad. La hoz como instrumento del hombre que trabaja en el campo y el manto con el color verde de la vegetación sana dispuesta a producir. Se nos presenta aquí a la Ceres próspera, la del verano o la primavera, contenta de tener a su hija Perséfone consigo durante la época asignada por Zeus en el reparto con Hades. Pues Hades, dios de las profundidades, raptó a su hija Perséfone. Tras buscarla sin éxito, la diosa descubrió su paradero y pidió a Zeus que instara a Hades a que se la devolviera. Zeus accede, pero a condición de que ésta no hubiera probado nada en el Hades. Lamentablemente Hades había ofrecido ya una granada a Perséfone, motivo por el cual Zeus decidió que la hija de la diosa pasara la mitad del año con su esposo y la otra mitad con su madre Deméter.
Arriba a la derecha podemos reconocer también a Hades con su bidente, representado como dueño de las profundidades donde extiende su dominio, y ofreciendo así al rey asilo para los muertos de uno y otro bando. Sin embargo, en esta figura podríamos reconocer también a Pluto, dios de la riqueza, cuya presencia se justificaría como un apoyo en el costoso arte de la guerra. Además, la ausencia del carro y de los caballos de Hades y de su habitual casco así lo avalaría.
Al lado de Hades parece encontrarse Apolo, al que reconocemos por la cítara (cuya invención se le atribuye), los rubios cabellos y su habitual corona de laurel. ¿Por qué laurel? Dicho atributo encuentra su origen en el episodio que el dios protagoniza junto a Dafne. Eros envía sus dardos sobre la pareja, pero con un sentido distinto, provocando así en Dafne la huida del amor y en Apolo el amor desaforado. Es así como Apolo comienza a perseguirla y ésta, desesperada pide a su padre que la libere de tal yugo. Ésta comienza a sentir cómo sus miembros se van haciendo más y más pesados hasta convertirse en un árbol de laurel, impidiendo así a Apolo la unión con la ninfa.
Abajo a la derecha podemos reconocer también a Marte, dios de la guerra y del furor cruel y descontrolado de la batalla. Este dios, que podría estar perfectamente en el centro del cuadro, y al que reconocemos por su casco, su armadura y su carro de batalla, está sin embargo en un extremo del mismo, quizá para indicarnos que si bien el dios guerrero es necesario, no lo es tanto como Atenea, a la que el pintor sitúa en el centro del lienzo colocando su caso al rey francés. Atenea (Minerva, para los romanos), hija de Zeus y Metis, nació de la cabeza de su padre, que se había tragado a su madre ante la amenaza de un nuevo comienzo de las luchas primordiales por el poder. Atenea nacerá completamente armada directamente de la cabeza de su padre simbolizando así la inteligencia y el carácter moderado y sensato de la batalla. Además, la presencia de la ingeniosidad de la diosa unida al espíritu bélico concederá a su beneficiario el don de la estrategia, fundamental para un rey que desee brillar en el ejercicio del difícil arte de la guerra. Es quizá ésta la razón por la que se la sitúa en el centro, para de algún modo simbolizar que la batalla se regirá por la templanza y la inteligencia de Atenea frente al desatado furor de Marte.
Apoteosis de Luis XIV por Ch. Le Brun
Al lado de Ares podemos reconocer a Hefesto, que esconde su pierna lisiada tras la armadura que ofrece al rey. Este dios es hijo de Zeus y de Hera. La causa de su cojera tiene su origen en una disputa entre sus progenitores en la que el dios salió en defensa de su madre, dicha deferencia provocó la ira de Zeus que agarró a su hijo por un pie arrojándolo fuera del Olimpo. Hefesto cae entonces rodando hasta Lemnos, quedando de esta manera lisiado de una pierna para siempre. Hefesto es el dios de la forja y de los metales y se caracteriza por las numerosas aportaciones que hace a los dioses y a los hombres, a los que proporcionará armas y regalos. Así, entre sus creaciones podemos contar a Pandora, el famoso escudo de Aquiles o el tridente de Posidón. No es por ello extraño que aparezca aquí para proporcionar las armas al monarca.
A su lado podemos reconocer a Hermes, mensajero de los dioses, y al que reconocemos por sus atributos: el pétaso (el casco alado que cubre su cabeza) y el caduceo, tradicional atributo del dios que no carece de poderes, como el de adormecer y despertar a quien su dueño decida (recuérdese el episodio con Argos, el vigilante de Ío, al que Hermes adormece para dar liberar a la amada de Zeus de la estricta vigilancia a la que la tiene sometida Argos por orden de Hera). Hermes seguramente cumple aquí la función de traer noticias al rey durante la batalla desde el mundo de los dioses.
En la escena representada por Le Brun llama también la atención la figura situada inmediatamente por encima del casco ofrecido al rey por Atenea, en dicha figura podemos reconocer a Nike, personificación de la Victoria, a la que tradicionalmente se representa provista de alas y volando con gran rapidez. Su presencia, y especialmente el lugar central que se le reserva, refuerzan la idea de un Luis XIV triunfal y siempre victorioso en sus numerosas campañas militares.
Finalmente, al lado del rey encontramos a la Previsión, representada mostrando al monarca el libro con la sabiduría necesaria para llevar a buen término la batalla.
Así, con toda esta pléyade de dioses al servicio de un rey mortal se acentúa su carácter excepcional, su cercanía a la divinidad y como es natural su poder, pues ¿quién osaría dudar del poder de un rey al que los mismísimos dioses sirven gustosos? Este cuadro nos muestra la utilización que siglos y siglos después de su nacimiento se haría de los mitos para servir a los intereses de unos hombres que, a pesar del paso del tiempo, se resisten a aceptar su condición de mortales, suspirando siempre por la divina inmortalidad.